Dr. D. José
Piernas Hurtado
Exposición de la nomenclatura y de los
principales conceptos de esa ciencia.
S
Salario.—Es
el precio de los servicios económicos, la cantidad de riqueza
que se obtiene en cambio de un esfuerzo productivo, hecho por
cuenta ajena.
EI salario es la retribución fija del trabajo, la que el
empresario le anticipa y asegura tomando sobre sí los riesgos y
haciendo suyos los beneficios de la industria.
El salario quita al obrero la responsabilidad de sus actos, le
deja sin el estimulo del interés, sin iniciativa, ni pensamiento
propio, le convierte en instrumento del empresario, y daña por
consiguiente á la cantidad y la calidad del trabajo. No es, como
dicen algunos economistas, la forma más perfecta de la
retribución, y antes al contrario, prueba el atraso de nuestro
estado económico, la falta de la riqueza y la escasez del
capital, que impiden al mayor número de los trabajadores la
aplicación directa de sus facultades. En ciertas industrias ó
servicios, y aun para algunos obreros, el salario será siempre
ventajoso; pero como forma general y casi única de recompensa,
sólo puede sostenerse y es aceptado, cediendo á la necesidad,
que le impone. El salario se transforma ya con la participación,
que empieza á concederse al obrero en los resultados de la
industria, y será reemplazado en gran parte por el dividendo,
tan pronto como las sociedades cooperativas se desarrollen y
permitan al trabajador elegir, entre serlo por cuenta propia ó
ponerse al servicio de un empresario.
Como precio ó retribución que es, el salario se divide en
natural y corriente. El salario natural consiste en el importe
de los gastos que hace el trabajador en la industria, más una
cuota proporcionada de beneficio; y á su vez los gastos de
producción del trabajo comprenden en primer lugar los gastos
de manutención, necesarios para reponer y conservar las
fuerzas del obrero; y en segundo los gastos de renovación,
precisos para que cada trabajador sostenga una familia en que se
forme y eduque el que ha de reemplazarle cuando muera ó se
inutilice. Los gastos de una y otra clase dependen y se hallan
en razón directa: 1.º, de la elevación de las facultades que el
trabajador ejercita; 2.º, de la intensidad del esfuerzo que
hace; 3.º, del tiempo que tarda en obtener el producto, y 4.º,
de los riesgos á que se expone (1). La
diversidad de combinaciones que esas circunstancias ofrecen en
la industria explica y justifica la desigualdad de los salarios.
El salario corriente ó precio del trabajo en el mercado se
determina por la relación de la oferta y la demanda. La oferta
está representada por el número de brazos que desea colocación
en la industria, y la demanda por la suma de los capitales
activos. Por eso ha dicho un economista que los salarios suben,
cuando dos empresarios solicitan á un obrero, y bajan, cuando
dos obreros solicitan á un empresario. El salario corriente
tiende á confundirse con el natural y se nivela en todas las
industrias, porque los trabajadores acuden con preferencia á las
que dan mayor beneficio y aumentan la oferta en ellas, al paso
que la disminuyen retirándose de las que no recompensan sus
esfuerzos. Esto sucede, sin embargo, dentro de ciertos limites,
porque el trabajador cambia difícilmente de industria, y sobre
todo no impide que los salarios sean injustos, ya por exceso ó
por defecto, si hay desproporción entre el número de los
trabajadores y el de los capitales que han de emplearlos.
La condición del trabajador y el capitalista en la competencia
que fija los salarios no es enteramente igual, aunque si muy
parecida: el obrero necesita para vivir el salario; pero el
capitalista sin el concurso de aquél ve esterilizarse ó
destruirse sus riquezas, siente la privación de ciertas
satisfacciones y puede llegar también á la miseria; de suerte
que cada uno ha de contar con el otro y la dependencia es mútua.
A pesar de ese estrecho lazo que pide la armonía, no suelen ser
muy cordiales las relaciones del capital y el trabajo, que más á
menudo se consideran como adversarios que como socios, y
aprovechan las ocasiones que se les presentan de aumentar sus
beneficios el uno á expensas del otro.
Las coaliciones son el medio con que suelen hacerse la
guerra trabajadores y capitalistas, y la huelga el arma
de que se valen para la lucha. Estas violencias son, sin
embargo, inútiles las más de las veces para los mismos que las
provocan y siempre perjudiciales á los intereses de todos.
La acción del Estado á quien se pide que intervenga en la
fijación de los salarios, es también ineficaz, porque su
autoridad será desobedecida tan pronto corno disponga algo que
no esté de acuerdo con la situación del mercado.
La ley de la oferta y la demanda es dura, pero es la que rige el
cambio, y el que sea condenado por ella debe resignarse para no
agravar su suerte, en tanto que la conducta económica no se
inspire en principios más elevados.
El salario crece con todos los progresos económicos y la
condición actual de los trabajadores, aunque precaria, es mejor
que ha sido nunca. Esto se concilia con la baja incesante de los
precios por la mayor eficacia que el trabajo adquiere: cada día
es menor la parte que el obrero toma en un producto determinado,
y así se disminuyen los gastos de la industria; pero como los
nuevos procedimientos y las máquinas, permiten que el trabajador
obtenga un número mucho más considerable de productos, el total
de su retribución aumenta continuamente. (V.
Dividendo y
Huelga.)
Salidas.—Se
da este nombre á los medios de colocación y cambio con que
cuentan los productos, ó sea á la suma de las necesidades que
los demandan, provistas de recursos suficientes para
adquirirlos.
J. B. Say es el que ha introducido ese término en el lenguaje
económico, con su teoría de las salidas, fundada en el
principio de que los productos se cambian por productos,
cuyas consecuencias no pueden ser más interesantes. Cada
producto es una salida para los demás, y consigue tanto mejor
precio cuanto mayor es el número de aquéllos con los que puede
cambiarse, de aquí, que el daño sufrido por una industria afecte
á todas ellas y que la prosperidad de alguna favorezca á las
restantes, que á cada cual interese el bienestar de los otros, y
que los individuos, como las naciones, consigan más beneficios
cuanto más ricos son aquellos con quienes tratan.
Satisfacción de las necesidades
económicas.—Consiste
en la aplicación de los productos á las exigencias de
nuestra naturaleza. Esta aplicación será legítima, bajo el
aspecto económico, en tanto que lo sea la necesidad á que se
dirige y en cuanto se haga del medio ó producto el uso natural y
propio de sus condiciones.
La doctrina de que la Economía debe limitarse á buscar la manera
de satisfacer todas las necesidades sin cuidarse de su índole,
es incompatible con los principios fundamentales de la ciencia
misma y se opone además á la armonía entre el orden moral y el
económico. (V. Necesidades
económicas y Consumo.)
Seguro.—Es
una institución que tiene por objeto prever los riesgos que
corren los bienes materiales y atenuar sus efectos, indemnizando
á los dueños en el caso de pérdida ó siniestro.
El seguro es una de las aplicaciones del principio de
asociación, que se realiza dividiendo entre muchas cosas,
sometidas al mismo peligro, el daño que llegan á sufrir algunas
de ellas. De esta suerte se cambia en un pequeño sacrificio de
la comunidad, la pérdida que arruinaría á cada uno de los
asociados, si hubiera de soportarla individualmente.
Pueden ser objeto del seguro toda clase de daños; el incendio,
la sequía, la inundación, el naufragio, etc.; y pueden por
consiguiente, disfrutar de esa garantía todas las propiedades y
todas las industrias.
El tanto que paga cada una de las cosas aseguradas para
constituir el fondo común que ha de satisfacer las
indemnizaciones necesarias, se llama prima del seguro, y
puede ser fija y eventual ó dividendo,
según que el seguro se establezca por la mediación de un
empresario que toma sobre si los riesgos, ó por medio de una
sociedad en que los aseguradores son los mismos asegurados, y
entonces se dice que el seguro es mutuo.
Los grandes beneficios que reportan las asociaciones de seguros,
crecerán considerablemente el día en que se organicen para algo
más que indemnizar siniestros y extiendan su acción á
prevenirlos, obrando sobre las causas que los producen.
Llámanse también, aunque muy impropiamente, sociedades
de seguros sobre la vida, las que se constituyen para formar
capitales, rentas, pensiones, etc., por medio de imposiciones
calculadas conforme á la probabilidad de la vida, y haciendo que
los fondos del asociado que muere acrezcan los intereses del
superviviente.
Servicios económicos.—Son
los actos que se dirigen á proporcionar á otro sujeto, ó á
adquirir indirectamente, por medio del cambio, los bienes
materiales.
El concurso prestado en la industria al trabajo ajeno con un
esfuerzo personal ó el auxilio de los capitales, es la forma
propia de los servicios económicos.
Sin embargo, los actos que no son industriales y pertenecen á
otros órdenes de la vida, entran también en la relación
económica. El trabajo del sacerdote y del abogado, v. gr., no se
dirige á la formación de la riqueza, no obra sobre las cosas y
se propone como fin realizar el culto y la justicia; pero tiene
carácter económico, en tanto que esas funciones son retribuidas,
y los que las ejercen obtienen por su medio los bienes
materiales.
La diferencia es considerable entre los servicios, propia é
inmediatamente económicos, y los que sólo lo son de una manera
mediata, y por uno de sus aspectos: los primeros consisten en
operaciones productivas y crean valores; los segundos no
aumentan la riqueza existente, antes bien la consumen: cuando el
empresario paga un trabajador le retribuye con parte del
beneficio que ha obtenido en la industria por su ayuda; cuando
satisface los honorarios de su abogado ó del maestro que educa á
sus hijos, no adquiere bienes económicos, sino que los aplica á
la consecución del fin jurídico ó del científico.
Todos los actos humanos, en cuanto sirven para satisfacer las
necesidades materiales, tienen utilidad, valor y precio; pero
los unos dan lugar á un cambio entre dos cosas
económicas, y en los otros es económica una sola de ellas, la
retribución, que no el servicio.
El cambio de servicio por servicio será económico cuando alguno
de ellos tenga este carácter.
Sistemas económicos.—Las
doctrinas que merecen ese nombre y en que históricamente se
desarrolla la ciencia de la Economía dan lugar á tres escuelas:
la mercantil, que afirmando el antagonismo de los
intereses individuales, la oposición de las industrias y la
rivalidad necesaria de las naciones, cree que cada cual ha de
obtener la riqueza á expensas de los demás, y quiere que la
acción de los Gobiernos rija la vida económica y ponga orden y
limite á todos los egoísmos, defendiendo especialmente los
intereses de cada país contra las asechanzas de los extranjeros.
Por eso la reglamentación de la industria y del cambio es el
principio fundamental que adoptan los mercantilistas, y el
remedio que dan a los males económicos; pero hay además en su
teoría un concepto equivocado de la riqueza, porque exageran la
importancia del dinero, tratan de hacerle abundar á toda costa,
y se preocupan para ello, en primer término, de las relaciones
mercantiles de los pueblos, tendiendo á fomentar la exportación
y á reducir en todo lo posible las importaciones. Esas ideas,
que no llegaron á tener verdadero carácter y valor científicos,
no eran más que una explicación de los hechos, la justificación
de la conducta seguida desde lo antiguo en las relaciones
económicas, y no se formulan con alguna unidad y trazas de
sistema hasta fines del siglo XVI. Las consecuencias más
importantes que se derivaron de ellas, fueron el sistema
protector y el sistema colonial, y sus principales
mantenedores, ya en el siglo XVII, Antonio Serra, en Italia,
Tomás Mun; en Inglaterra, Antonio Montchretien
(2), y el ministro Colbert, que hizo de ellas extensa
aplicación en Francia, y en España Sancho de Moncada, Jerónimo
de Uztariz y Bernardo de Ulloa, estos dos últimos del siglo
XVIII.
La escuela fisiocrática ó agrícola, que sucede á
la anterior, descansa ya en investigaciones filosóficas acerca
del orden general del universo, y considera lo económico como
uno de los elementos de la vida social, regido, del mismo modo
que los otros, por leyes naturales que garantizan la
armonía de todos los intereses. Esas leyes no necesitan más que
la libertad para cumplirse, y los fisiócratas piden al
Estado que las respete escrupulosamente y se abstenga de toda
intervención en los movimientos de la industria y el comercio.
En cuanto al origen de la riqueza, la agricultura es, según esta
doctrina, la única industria productiva, la única en que se
obtiene el producto líquido: las manufacturas y el comercio son
útiles, porque transforman las cosas; pero no crean
valor alguno y no alcalizan más que á compensar los gastos que
hacen. Francisco Quesnay, médico de Luis XV, fundó la escuela
agrícola en 1758 con la publicación de su Cuadro económico,
y tuvo como discípulos más notables al marqués de Mirabeau,
Mercier de la Riviere, Turgot y Gournay, á quien se atribuye la
célebre fórmula del laissez faire, laissez passer.
La escuela industrial mantiene las ideas capitales de
Quesnay, y declara que el trabajo es la fuente de la riqueza,
siendo todas sus aplicaciones igualmente productivas; analiza
minuciosamente algunas leyes de la actividad económica, y
reclama la libertad de la industria y el comercio como
indispensable para que obre la acción de la oferta y la demanda,
que ha de regular el cambio. Estos principios los expuso Adam
Smith el año de 1776 en su famoso libro titulado
Investigaciones sobre la naturaleza y causas de la riqueza de
las naciones, y á partir de esa fecha se ha considerado ya á
la Economía como una ciencia constituida y en posesión de las
verdades fundamentales relativas á su asunto. Los continuadores
más importantes de Adam Smith han sido hasta nuestros días: en
Inglaterra, su patria, Ricardo Mac-Culloch, Stuart Mill, Stanley-Jevons
y Cairnes; en Alemania, Rau y Roscher; en Austria, Mengor y Bohm-Bawerk;
en Francia, Say, Dunoyer, Bastiat, Molinari, Leroy-Beaulier,
Block, Cauwés y Gide; en Italia, Ferrara, Ciconne, Rice Salerno
y Cossa; y en España, Florez Estrada, Madrazo y Carreras y
González.
Las diferencias que separan á los discípulos de Adam Smith son
tan interesantes, que afectan al concepto mismo de lo económico
y á sus relaciones con los otros órdenes de la vida; pero la
distinción fundamental que puede establecerse entre las
doctrinas, por decirlo así, vigentes en Economía, es la que se
marca en los tres sistemas que siguen:
El individualismo, continuador de las tradiciones
fisiocráticas, afirma la armonía de todos los intereses
económicos por virtud de las leyes naturales que rigen en esa
esfera, declara legítimos todos los efectos de la
concurrencia, pide la libertad como única condición
necesaria para que la riqueza se produzca y distribuya del mejor
modo posible, y desecha toda intervención del Estado en este
orden, reduciendo su misión á garantizar las personas y las
cosas, á la administración de justicia en el más estricto
sentido. La personificación más interesante de esta escuela es
Federico Bastiat, y á ella pertenecen casi en totalidad los
economistas españoles.
El socialismo, que tiene muchos puntos de contacto con la
antigua escuela mercantil, halla contradictorios los intereses
particulares, ve en la concurrencia el desorden y la injusticia,
y quiere que el Estado intervenga y rija la vida económica,
imponiendo la libertad individual limitaciones que eviten sus
extravíos. Esta escuela presenta gran variedad de doctrinas,
porque algunos de sus partidarios tocan en el comunismo, otros
extienden menos las atribuciones del Estado y cada uno de ellos
establece á su manera la organización económica de la Sociedad,
á que todos aspiran por medio del poder público. Proudhon ha
sido el propagador más activo y afortunado de las ideas
socialistas, y la Internacional es la institución que á
ellas responde en el campo de los hechos.
El armonismo por último, que; dentro de la escuela
industrial, es quizás la tendencia más conforme con el
pensamiento de Adam Smith, reconoce en el orden económico la
simultaneidad del fin individual y el colectivo, no como
contradictorios sino como consecuencia necesaria de la
personalidad y la sociabilidad humanas, encuentra que los
intereses no se concilian por si mismos, que la concurrencia
puede dar lugar á graves males y cree preciso para remediarlos
que el principio del interés se subordine al del bien, que la
actividad económica se inspire en las ideas del deber y la
justicia: no quiere este sistema que el Estado dirija la
producción, ni el cambio, ni el consumo de la riqueza; pero
tampoco le aleja de ella por completo, ni le reduce á una acción
puramente negativa, porque considera que debe hallarse en
relación con todos los órdenes de la vida y le llama á ejercer
en ellos cierta iniciativa, atribuciones como de inspección y
estimulo. Estas doctrinas, que toman del individualismo el
principio de libertad y el de organización del socialismo,
tratando de realizar el uno por el otro, se han iniciado en
Alemania por algunos profesores de Economía á quienes se llama
Katheder-socialisten (socialistas en la cátedra) y han
sido expuestas entre nosotros por los señores Giner, Azcárate y
Buylla.
Tales son las direcciones que se disputan el predominio de la
ciencia económica. Los individualistas niegan á los partidarios
del socialismo hasta la condición de economistas y son tratados
por ellos con un desdén semejante; pero la escuela armónica,
evitando todo exclusivismo, oye atentamente á unos y otros,
investiga sin preocupaciones y parece hallarse en camino de
constituir la Economía sobre nuevas y más sólidas bases. (V.
Individualismo,
Socialismo y
Socialismo de la Cátedra)
Socialismo.—Aplicase
esta denominación á todas las doctrinas que, niegan ó limitan el
fin y la libertad del individuo, por creerlos opuestos á los
fines colectivos, y encomiendan al Estado el establecimiento de
una organización de la Sociedad, que sobreponga el elemento
común á las aspiraciones individuales y le defienda contra los
ataques del interés privado.
El socialismo, en el orden económico, es enemigo de la propiedad
individual, y si transige con ella para que el trabajo no quede
sin estimulo, la califica de mal necesario y la impone gran
número de restricciones; rechaza la competencia, en que no ve
más que el choque de los egoísmos, y para evitarla pretende que
el Estado dirija la producción, el cambio y el consumo de la
riqueza. Algunos socialistas parten ya de los principios del
comunismo: todos son empujados hacia él por la fuerza de la
lógica y el peso mismo de las cosas, y cada cual presenta una
fórmula distinta de organización social variando desde los que
creen bastante tal ó cual atribución del Estado, hasta los que
piden el falansterio.
La reglamentación de la industria llevada á los últimos
pormenores, la tasa de los precios, el monopolio y la
arbitrariedad por todas partes, son las consecuencias que se
derivan del socialismo; pero las instituciones fundamentales y
que más comunmente defienden los partidarios de esa escuela,
son el dominio eminente del Estado, el impuesto
progresivo y el llamado derecho al trabajo.
Atribuir al Estado un dominio eminente sobre todas las cosas,
equivale á declarar, que la propiedad individual es precaria,
derivada de esa otra, que está sujeta á cuantas trabas y
gravámenes quieran imponérsela y á merced por completo del poder
público. El fin social, en la parte que ha de cumplir el Estado,
no es preferente ni está más alto que el fin individual; ambos
son igualmente atendibles, y aquél sólo produce en los gobiernos
el derecho de reclamar el impuesto, sin que pueda dar lugar en
ningún caso una propiedad directa y total sobre los bienes de
los particulares.
La forma progresiva, sin conseguir la igualdad desnaturaliza el
impuesto, porque le convierte en instrumento nivelador de las
fortunas, cuando su condición propia es la de medio que el
Estado necesita para adquirir los bienes materiales.
La proclamación del derecho al trabajo es indudablemente el más
terrible de los ataques que ha dirigido el socialismo á la
libertad económica y á la propiedad individual. Todo hombre
puede pedir al Estado las condiciones jurídicas necesarias para
el ejercicio de la actividad productiva; pero este derecho de
trabajar, en vez de completarse desaparece y queda
destruido con el derecho al salario, que es lo que, en
último término, defienden los socialistas. El Estado, para dar
colocación á los trabajadores, tiene que hacerse capitalista y
empresario; ha de luchar con la industria privada y acabará por
absorberla, llegando á ser el único productor, porque no es
posible la competencia con los talleres nacionales. Por
otra parte, cuando hay hombres sin ocupación, es que no existe
capital bastante para emplearlos, y la intervención del Estado
no puede evitar el mal, porque disminuye en vez de
aumentar los capitales con su viciosa administración y lo que
gasta en intermediarios.
El socialismo se preocupa más de distribuir que de formar
la riqueza, y buscando ante todo la equidad en el reparto, se
olvida de estimular y mantener la actividad en la producción. El
socialismo pide la organización de la industria y la
unidad en el mundo económico, un tanto desordenado
ciertamente; pero quiere conseguirlas de una manera
artificial y violenta por la fuerza del Estado,
prescindiendo de la libertad, sacrificando este elemento,
esencial de la vida, cuando lo que hace falta no es destruirle,
sino encaminarle rectamente, porque la solución verdadera y
lógica de los productos económicos ha de hallarse en la
libertad, no contra ella.
La tendencia socialista es algo más que una doctrina científica;
se organiza al lado de los partidos políticos militantes, y
allega con afán medios de todas clases para influir de una
manera activa é inmediata en el régimen de los pueblos. El
establecimiento de la Asociación internacional de
trabajadores es su primera creación, y los estragos de la
Commune, proclamada en Paris en 1870, han sido su primer
triunfo.—Este carácter del socialismo contemporáneo, que recurre
á los procedimientos de la violencia para alcanzar la práctica
de sus ideas, es lo que hay en él de más grave y censurable.
En otro sentido, los socialistas se aplican muy impropiamente
los epítetos de revolucionarios é innovadores, porque su sistema
representa la tradición y el pasado. El régimen de
castas, los monopolios gremiales, la reglamentación, las
prohibiciones del comercio, las trabas á la industria, todas las
negaciones de la libertad y todas las formas de la tiranía,
instituciones son del socialismo, ó que al menos se fundan en
sus principios. La revolución que predican sus partidarios es
una revolución al revés; es una reacción, no es un progreso.
Socialismo de la Cátedra.
—Denominación aplicada recientemente á una escuela económica
iniciada en Alemania, que propende á las ideas socialistas y á
la que pertenecen, casi en su totalidad los profesores de
Economía política de aquellas Universidades.
El socialismo de la cátedra no es más que una aplicación al
orden económico de las ideas filosóficas y jurídicas, que
profesan los modernos pensadores alemanes. Los partidarios de
esa escuela, que ofrece varios matices, convienen todos en la
necesidad de una revisión y nuevo examen de los principios de
nuestra ciencia; quieren que abandone la Economía el método
exclusivamente deductivo y el carácter dogmático que
ahora tiene, que no se dé á las leyes naturales un valor
absoluto, que no se invoque la libertad para el solo fin de
destruir instituciones, y que se la emplee más bien para
crear las que hacen falta, que no se reduzcan las funciones del
Estado al establecimiento de los tribunales, y por
último, que se traiga á la vida económica el elemento ético,
para que las relaciones de esa clase se inspiren, ante todo, en
las ideas del bien y la justicia. —Esa parte de la doctrina, que
cuenta con lejanos precedentes, y que nosotros aceptamos, no
contiene, sin embargo, nada que merezca la calificación de
socialismo, y es precisamente la base y el criterio con que se
ha formado la escuela armónica.
Pero no se detienen ahí los socialistas de la cátedra, sino que
el mayor número de ellos avanza hasta declarar que la inducción
es el único procedimiento científico, que no existen
las leyes naturales y que es preciso dar al Estado la
dirección del orden económico, imponiendo á la libertad
gravísimas restricciones.—Estos ya caen en el positivismo por
una parte, y en pleno socialismo por la otra.
De aquí que esa denominación de Katheder socialisten,
rechazada por los mismos á quienes afecta, es en realidad
impropia. Las ideas á que se aplica no llegan al socialismo
hasta que hacen esas últimas afirmaciones; pero entonces ya no
dicen nada nuevo, y se limitan á repetir lo que han dicho de mil
modos los socialistas históricos. Los fundamentos de la
doctrina, en que está la originalidad, no pueden ser calificados
de socialistas, y las conclusiones que tienen este carácter
tampoco necesitan otro nombre.—En rigor cuando se hable de
socialismo de la Cátedra no debe entenderse que se trata de una
nueva escuela económica, sino solamente de una nueva aparición ó
forma más ó menos filosófica del puro y viejo socialismo.
Sociedad económica.—Es
la asociación voluntaria creada para establecer una industria en
que la retribución del capital y del trabajo empleados depende
de los resultados que se obtengan. (V.
Asociación económica
y Dividendo).
Sociedades cooperativas.--Es
el nombre que en general reciben las asociaciones de carácter
económico, fundadas en el principio de la mutualidad.—La
denominación es, sin embargo, inadecuada y redundante, porque la
cooperación no es cosa exclusiva de esas asociaciones,
sino la base y el objeto de toda clase de sociedades.
Las más interesantes de las sociedades cooperativas son las de
producción. Con ellas los obreros se constituyen en
empresarios de alguna industria, obteniendo el capital necesario
para ello por medio del ahorro y las cotizaciones individuales,
ó del crédito que logran inspirar con su capacidad productiva.
Esas asociaciones, que se proponen convertir al trabajador en
capitalista y reemplazar el salario con el dividendo, no tienen
nada de socialistas por sí mismas, aunque alguna vez se les haya
dado ese carácter, y merecen el aplauso y el auxilio de todos
los hombres de buena voluntad, cualesquiera que sean sus ideas
económicas. Desgraciadamente la creación de estas sociedades
encuentra grandes obstáculos; hay industrias que resisten su
aplicación, ya por la índole de las operaciones, ya por la
cuantía de los elementos que necesitan; la situación precaria de
los obreros, hace para ellos muy difícil la acumulación del
capital y la obtención del crédito. Y su escasa cultura es un
inconveniente no menos considerable para la dirección de las
empresas y el mantenimiento de relaciones, que han de
fundarse ante todo en el convencimiento y la discreción; pero
esas dificultades no son invencibles los hechos nos enseñan que
pueden dominarse y los triunfos conseguidos por los obreros
asociados en Inglaterra, Alemania y Francia permiten confiar en
el porvenir de las cooperativas de producción y alimentar la
esperanza de que contribuirán poderosamente á resolver
interesantísimas cuestiones sociales y económicas.
Más sencillas y mucho más generalizadas, por lo tanto, que esas
asociaciones de producción, son otras dos clases de sociedades
cooperativas encaminadas al mismo fin, de mejorar la suerte de
los obreros que se llaman de crédito y de consumo.
Las de crédito, denominadas también Bancos populares, se
proponen facilitar al trabajador la adquisición de capitales,
garantizando con la responsabilidad colectiva la solvencia de
cada uno de los socios; y las de consumo tienen por objeto
adquirir directamente de los productores los artículos de
primera necesidad para venderlos á los asociados sin el recargo
que imponen los intermediarios. Bajo esta última forma se
estableció la famosa asociación de los tejedores de Rochdale,
que en el espacio de pocos años ha elevado su capital desde
algunos centenares á muchos millones de francos.
El sistema cooperativo, la práctica de la mutualidad y de la
ayuda común, que representa, ofrece iguales ventajas á todas las
clases de la sociedad, aunque sean la obrera la que más
especialmente le utilizan, y así vense establecidas
grandes asociaciones cooperativas en todas las naciones por
gentes acomodadas, por funcionarios públicos, por los cuerpos
del ejército y de la marina, etc.
Las cooperativas se unen con federaciones regionales y
nacionales, celebran frecuentes congresos, publican revistas y
periódicos especiales, han constituido ya una Alianza
internacional, y en suma, este movimiento, que se propaga
rápidamente, es de una trascendencia proporcionada á la virtud
del generoso principio de la solidaridad humana en que se apoya
(3).
Sucedáneos.—Se
da este nombre á los productos, que teniendo condiciones
análogas á otros, pueden reemplazarlos en el consumo.
La satisfacción de las necesidades económicas puede conseguirse
por medios muy diversos, y así es que cuando falta ó escasea
algún artículo, se echa mano de aquellas cosas capaces de
prestar un servicio semejante. Donde no hay trigo ó está muy
caro, el pan se hace de centeno ó de maíz, ó se le substituyo
con la patata; la sidra se usa en lugar del vino; el algodón
suple á la seda; el azúcar de remolacha á la de caña. etcétera,
etc.
El empleo de los sucedáneos tiene grandísima importancia, porque
reduciendo la demanda de ciertos productos, atenúa el efecto de
todos los monopolios y detiene la elevación de los precios.
___________________
(1)
Carreras y González. Tratado didáctico de Economía
política, página 338 de la tercera edición.
(2)
Este escritor es el primero que usó la denominación de
Economía política (1615).
(3)
V. nuestro libro titulado El movimiento
cooperativo.
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economía política