Dr. D. José
Piernas Hurtado
Exposición de la nomenclatura y de los
principales conceptos de esa ciencia.
C
Cabotaje.
—Esta
palabra, aplicada á la navegación, significa la que se hace
próxima á la costa, en oposición á la llamada de altura;
pero tratándose del comercio, cabotaje, es el que tiene lugar
entre dos puntos de una misma nación, y equivale, por tanto, á
comercio marítimo interior.
Cambio. —Consiste
en el trueque ó permuta de las cosas; pero además de esa
acepción general, que es también propia del lenguaje económico,
tiene en éste la palabra cambio otras significaciones
especiales: llámase comercio de cambio, ó cambio
sencillamente, al que se hace por medio del giro de cantidades y
cambio también se dice el precio de los giros. —A
propósito do un billete de Banco, el cambio quiere
decir su conversión en numerario; y tratándose de monedas, su
equivalencia en las de otra especie ó clase.
El cambio es un hecho fundamental é importantísimo en la esfera
de la Economia tanto que algunos han querido sintetizar en él el
objeto de esta ciencia: la mayor parte de los productos se
forman para el cambio, y apenas hay consumo á que no proceda ese
hecho.
El cambio supone la reciprocidad, la mútua satisfacción y
provecho de las dos partes que en él se relacionan, y se funda
en la existencia de algo que les es común, en la unidad de
nuestra naturaleza, que permite al hombre trabajar para sus
semejantes y conseguir el fin propio por medio de esfuerzo
ajeno. Con el cambio se hace efectivo el principio de la
asociación económica, y se consigne la cooperación de
todos los esfuerzos y la armonía de los intereses, porque cada
productor pone al servicio de los demás los resultados de su
industria y recibe á su vez los de otras, que no podría ejercer
por si mismo.
No es exacto decir que el cambio es una consecuencia de la
división del trabajo: ambos hechos tienen el mismo fundamento é
igual objeto, nacen de la misma raíz y crecen juntos, porque si
el cambio necesita la división del trabajo, ésta depende del
cambio como de una condición indispensable y se acomoda á su
desarrollo.
El cambio es una continuación de las operaciones productivas, y
aumenta por lo tanto el valor y la riqueza. El producto no tiene
toda la utilidad, no está completo económicamente hasta que se
halla en contacto con la necesidad a cuya satisfacción debe
aplicarse, y el cambio que le toma de la industria y le lleva á
manos del consumidor en el lugar, en el momento y en la cantidad
que éste desea, da al producto condiciones de utilidad y de
valor que antes no tenia. El producto es más útil y vale más
para el que le adquiere que para aquel que le enajena; de otro
modo no podría explicarse que ganaran en el cambio las dos
partes que le verifican; ganan, porque se reparten ese aumento
de valor que es consecuencia del trueque.
El ejercicio del cambio da lugar á una industria especial, que
es la llamada comercio, y á la existencia de clases,
instituciones y medios dedicados á facilitarle.
Tres son las combinaciones que pueden darse en el cambio: de
cosas por cosas, de servicios por servicios
y de cosas por servicios.
Por razón
de sus formas generales, el cambio es de tres clases también:
permuta ó cambio directo, que consiste en el trueque
de dos productos que pueden aplicarse directamente á las
necesidades; compraventa ó cambio directo, cuando
una de las cosas que se truecan es un producto que sirve
especialmente para ese objeto—la moneda;—y préstamo ó
cambio de futuro, en el que una de las partes entrega de
presente y la otra se compromete á satisfacer, dentro de cierto
plazo, un valor equivalente, ó sea el cambio de productos por
promesas, -crédito.
Capital.—Entre
las varias acepciones que tiene esta palabra en el lenguaje
común, es, sin duda, la que ha dado lugar á su significación
económica, la que deriva del préstamo á interés, en el que se
llama capital ó principal aquello que se da á
réditos es decir, lo que sirve para obtener cierto beneficio ó
aumento de riqueza.
Este es el concepto del capital, que después de alguna ligera
controversia, prevalece en la Economía, y así se dice que
es el producto destinado á una nueva
producción. El capital supone una primera operación
productiva en que se forma, y una segunda producción en
que se aplica; el trabajo crea el producto y le convierte en
capital, haciendo que se reproduzca; por eso, según algunos,
viene á ser el capital una acumulación del trabajo
ó trabajo anticipado.
No consiste, pues, el capital económico en estas ó aquellas
cosas, sino que representa la idea de cierto empleo ó destino,
que pueden recibir todas: el dinero, el trigo, el árbol
arrancado de la tierra, todos los productos, sin distinción
alguna, serán capital ó dejarán de serlo según que se dediquen á
nuevas producciones, ó se consuman de un modo improductivo. De
aquí que el capital revista formas tan variadas como múltiples
son los resultados y combinaciones á que la industria puede dar
lugar; se clasifican aquellas, sin embargo, por razón del oficio
que el capital desempeña, de la manera siguiente:
provisiones, todo lo que sirve para la subsistencia del
trabajador mientras se dedica elaborar el nuevo producto;
materias primeras, aquellas que, siendo resultado de
un trabajo anterior, constituyen la base de alguna industria,—el
trigo en la producción de la harina, la harina respecto de la
panadería; —materias auxiliares, las que se emplean ó
consumen para modificar las que llamamos primeras, tales como el
combustible, etc.; tierras cultivadas y construcciones
industriales, comprendiéndose bajo esta forma del capital
todas las alteraciones hechas en el suelo, que le preparan para
las aplicaciones del trabajo agrícola, para la fabricación y el
cambio, como la roturación, los edificios, las vías de
comunicación, etc.; máquinas, son los instrumentos que
auxilian la acción de nuestras facultades físicas; el
dinero aunque no interviene directamente en la producción,
es también forma del capital, ya que por su medio pueden
adquirirse las cosas en que el capital consiste, y por último,
lo es de igual modo el derecho á /os servicios, es
decir, las deudas y obligaciones contraídas á nuestro favor,
porque representan un valor cambiable y susceptible de
aplicación productiva.
El capital, como hijo del trabajo, es su auxiliar y compañero
inseparable en la tarea económica, y sus funciones consisten en
hacer más eficaz y menos penoso el esfuerzo humano,
multiplicando los productos, perfeccionándolos y reduciendo su
coste, exige, sin embargo, gastos de conservación y de
renovación, de suerte, que el trabajador tiene que aumentar
á sus necesidades propias las del capital que maneja.
Divídanse los capitales en fijos y circulantes,
porque mientras unos resisten varias producciones, como las
máquinas, los edificios, etc., otros en cuanto son aplicados
desaparecen ó se incorporan al nuevo producto, como las materias
primeras y las auxiliares.
Distinguen también algunos economistas los capitales
materiales y los inmateriales, haciendo consistir
estos últimos en las facultades y condiciones personales del
trabajador, en su educación, su moralidad, su cultura, etc.;
pero esto no es más que una consecuencia de la doctrina
examinada en otra parte (V.
Economia),
que considera al hombre como objeto de producción económica, y
por eso nos limitaremos á indicar aquí el contrasentido á que
llega ese principio, obligado á declarar que ser erudito,
honrado ó religioso, es lo mismo que ser capitalista.
Carestía.—Es
el subido precio de las cosas, y proviene de la escasez.
Como la carestía expresa la relación de un precio con todos los
demás, no es precisamente caro lo que cuesta mucho dinero,
porque éste puede estar barato, sino el producto cuya
adquisición es difícil porque exige un gran esfuerzo y sólo se
cambia por una considerable cantidad de riqueza, sea cualquiera
aquella con que se compare. -Todo lo que detiene la producción y
paraliza el movimiento de la riqueza es causa de carestía, que
equivale á privación y miseria, (Véase
Baratura).
Casas de liquidación.—Llámanse
así, del inglés clearing-house, unos establecimientos
ideados para realizar la compensación de los créditos que, en un
mismo día, deben satisfacerse unos á otros los banqueros y
comerciantes; cada uno de éstos lleva allí los títulos,
letras, pagarés, etc., que ha de cobrar y los cangea por los que
debe hacer efectivos; los saldos se pagan en numerario, y de
este modo se logra una gran economía de tiempo, de trabajo y de
moneda.
Circulación.—Es,
económicamente, el movimiento de la riqueza que se opera por
medio del cambio.
No consiste la circulación en que los productos pasen
materialmente de mano en mano, porque no se trata del movimiento
de las cosas, sino del movimiento de los valores; los productos
pueden mudar de lugar y aun ser transportados á grandes
distancias sin que por esto circulen, así como pueden circular
rápidamente, si son objeto de muchos y frecuentes cambios,
permaneciendo en el mismo sitio. — Las cosas circulan, en el
sentido económico, cuando mudan de dueño, y se dice que están
en circulación con sólo que se hallen dispuestas para el
cambio.
Importa mucho que la circulación, encargada de hacer legar el
producto al consumidor y de distribuir la riqueza por todos los
miembros de la sociedad, sea rápida, fácil y segura. Los
obstáculos que detienen á la riqueza en ese camino ó la obligan
á hacer un rodeo, alejándola de su fin, causan el estancamiento,
la plétora, en unas partos, y la escasez, la privación en otras,
y dan lugar á alteraciones y males económicos muy semejantes á
las enfermedades, que produce cualquiera irregularidad en la
circulación de la sangre.
Comercio.-Es
la industria del cambio.
El comerciante es un intermediario que relaciona al productor y
al consumidor, evitando á aquél la tarea de dar salida por si
mismo á los productos, y á éste las molestias que necesitaría
sufrir para adquirirlos directamente. Gran número de artículos
tienen que consumirse en un lugar diferente de aquél en que se
producen, y la mayor parte también han de ser aplicados en
cantidades determinadas; el comercio se encarga de transportar
los unos allí donde hacen falta, y de dividir los otros para
proporcionarlos á la extensión de las necesidades particulares.
De aquí que las operaciones mercantiles son realmente
productivas y aumentan el valor de las cosas, dotándolas de
condiciones especiales, respecto al lugar y la cantidad,
que no reciben de la industria que sirve para formarlas, y que
la existencia del comercio no sea, en definitiva, más que una
aplicación utilísima de la división del trabajo.
El desarrollo del cambio produce una nueva distinción, y las
funciones del comercio se descomponen, creando dos industrias
diferentes: ya no es una misma la persona que trata con el
productor y el consumidor, sino que hay almacenistas ó comerciantes
al por mayor, que adquieren los artículos en el punto donde
se obtienen y en grandes cantidades, y otros comerciantes al
por menor llamados mercaderes, tenderos y revendedores,
que se surten de los primeros y cuidan de atender á las
exigencias del consumo. Cuando esas dos clases se multiplican,
todavía aparece un tercer agente, el corredor, que viene
á mediar entre ellas y á facilitar sus transacciones.
Competencia.-Concurrencia.-Según
el
último Diccionario de la Academia española (1899), no sólo
pueden emplearse estas dos palabras en el lenguaje de nuestra
ciencia, sino que la acepción económica es más propia de la
segunda, rechazada hasta ahora por muchos escritores.
Concurrencia, pues, ó competencia económica, es la rivalidad que
se suscita entre dos ó más productores que desean dar salida á
articulos de la misma clase, ó entre varios consumidores que
pretenden obtener productos de igual especie. Cada industrial,
interesado en asegurar la pronta colocación de los productos
para conseguir la recompensa de su trabajo, procura ser el
preferido por el consumidor, y los consumidores, á su
vez, que desean lograr la satisfacción de las necesidades
aspiran á la preferencia del productor. Los Industriales tienden
á ese objeto, mejorando la calidad de los productos,
disminuyendo los gastos de la producción, reduciendo el
beneficio, de todas suertes y en último término, por la
rebaja del precio; los consumidores, aumentando la
retribución del productor, mostrándose dispuestos á sacrificar
una cantidad mayor de riqueza, ó sea por la elevación del
precio.
La concurrencia es el estado habitual, y suele ser
simultánea de productores y consumidores; pero tiene lugar
principalmente entre unos ú otros, según las condiciones del
mercado: cuando un articulo abunda con relación a la necesidad
que satisface, los productores compiten vivamente para evitar
que resulte en ellos el sobrante, si le hubiese; y cuando el
producto escasea, entonces son los consumidores los que luchan
con empeño para no quedar desprovistos.
He aquí en toda su sencillez el hecho de la concurrencia, objeto
de tan encontradas apreciaciones de parte de los economistas,
que es para unos, los de la escuela individualista origen de
todo progreso, el único medio de conseguir la justa remuneración
del trabajo, el bienestar y la armonía de todos los intereses;
mientras que otros, los socialistas, no ven en la competencia
más que un pugilato odioso é inmoral, la causa de muchas
injusticias y la contradicción permanente de todos los egoísmos.
Sin duda que esos juicios tan opuestos han de fundarse en una
consideración parcial é incompleta del asunto, y estamos en el
caso de examinarle atentamente para llegar á la rectificación
necesaria.
Si, en efecto, el productor no busca en la competencia más que
la justa retribución de su trabajo, ofreciendo al consumidor
productos de calidad superior ó más baratos que los de sus
rivales, cosa que no puede conseguir de otro modo que mejorando
los procedimientos de la industria para disminuir sus
gastos, es decir, á fuerza de actividad é inteligencia, entonces
es indudable que esa conducta es perfectamente legitima, y que
no hay en su triunfo, ni en la derrota de sus competidores, nada
que no sea bueno y provechoso. Una lucha en que se premia al más
hábil y más trabajador de los productores, se estimula á los
demás, se atiende al bien particular del consumidor y al general
de la Humanidad con los progresos obtenidos en la industria; esa
lucha, decimos, conduce realmente á la armonía de todos los
intereses.
Iguales resultados ofrecerá la competencia de los consumidores,
en tanto que éstos procuren satisfacer una verdadera necesidad,
porque la elevación de los precios, aumentando la retribución
del productor, fomentará la industria en que esto ocurra,
llamará á ella mayor actividad y nuevos capitales, y la baja de
los precios será la consecuencia de este desarrollo.
Hasta aquí sólo vemos en la concurrencia un hecho fecundo, un
poderoso móvil de actividad y progreso, un principio que
organiza sólidamente la producción de la riqueza y la distribuye
con equidad; pero, ¿no habrá en ella más que esto? ¿Será
verdaderamente así como nos la pintan sus defensores
incondicionales?
Nótese que hemos supuesto al productor animado por un
sentimiento de justicia, combatiendo con armas licitas y
obteniendo una victoria honrosa y lucrativa para él, útil para
todo el mundo, y al consumidor procurando satisfacer una
necesidad racional sin perjudicar á nadie, y estimulando el
desenvolvimiento de las industrias nacientes. Si alguna de esas
circunstancias falta ó se modifica, la concurrencia presentará
caracteres muy distintos de los que antes describimos.
Pues bien; los hechos contradicen muy á menudo aquellas
suposiciones. En primer lugar, el productor no acepta como norma
de sus aspiraciones la remuneración proporcionada á su
trabajo, sino que tiende á la mayor posible, y
cuando tropieza con el obstáculo de la concurrencia, en vez de
aceptarla lealmente, muchas veces la falsea empleando las
intrigas, la injuria y malas artes de todo género contra sus
competidores y engañando al consumidor con falsos anuncios,
mentidas promesas y hasta adulteraciones y fraudes en la calidad
de los productos. Es muy frecuente el caso de un industrial, que
rebaja violentamente el precio de los artículos con la idea de
arruinar á sus compañeros y quedarse dueño del campo y árbitro
del mercado. Practicada de esta suerte la competencia, ya no es
noble y beneficiosa emulación, sino pugna inmoral y guerra de
traiciones, en que la perversidad vence al mérito, el fuerte
atropella al débil y no hay interés legitimo que no salga
lastimado.
Los consumidores, por su parte, no siempre luchan obligados por
una necesidad legitima, sino que también se dejan llevar por la
vanidad, el orgullo y el deseo de excluir los demás de ciertas
satisfacciones, ó tratan de alimentar vicios y desórdenes, en
cuyo caso, si favorecen industrias perniciosas dirigiendo hacia
ellas el capital y el trabajo, arrebatan estos elementos á las
aplicaciones que realizan el bienestar general.
Y luego, la conducta que productores y consumidores observan
unos con otros, cuando respectivamente tienen en su favor la
situación del mercado, no puede justificarse, ni en la
intención, ni por los resultados. El productor que ve muy
solicitada su mercancía, excita más y más la rivalidad de los
consumidores; cuanto más imperiosas son sus necesidades, tanto
más las explota, aumenta sin piedad sus exigencias y acaba por
hacer efectiva una retribución desproporcionada á que no tiene
derecho; y el consumidor, tan pronto como observa que varios
productores se afanan por servirle, los lanza unos contra otros,
les impone la ley y baja el precio cuanto puede, aun á sabiendas
de que los arruina.
Tal es la concurrencia, vista por el lado en que se colocan los
socialistas, y prescindiendo de sus muchas exageraciones.
Que ambos aspectos son reales y positivos, no puede
cuestionarse como también aparece claro que los dos son
radicalmente falsos, si se les considera como únicos y se
les da valor absoluto. Esto quiere decir que la
concurrencia está sujeta á limites y condiciones, que es un
medio de que puede hacerse uso para el bien y para el mal, y que
se equivocan aquellos que todo lo esperan de ella, lo mismo que
los que la condenan sin reserva.
Los individualistas, aun reconociendo los malos de la
competencia, declaran que es la base esencial de toda vida
económica, emanación directa y forma de la libertad humana en
este orden, y que cuantos medios se empleen para corregirla
serán injustos y contraproducentes. Esos males, añaden, pequeños
y transitorios, son inevitables, y en la parte que
pueden remediarse nada es tan eficaz contra ellos como la misma
competencia; dejadla, pues, hacer; dejadla
pasar, que ella representa la acción de las leyes naturales,
y logra en definitiva la mayor suma de bienestar y de
armonía que es posible entre los hombres.
Los socialistas rechazan semejantes conclusiones. La
concurrencia es para ellos el desorden y la anarquía, porque
creen que la libertad económica desencadena los egoísmos
particulares y piden á nombre de la justicia, que cesen esas
luchas del mercado, que intervenga en ellas la autoridad de los
Gobiernos, colocándose al lado del débil y manteniendo á cada
cual dentro de su órbita legitima. Puesto que el mal resulta
evidente y proviene de la acción individual, para
cortarle, es necesario, dicen, organizar el trabajo
socialmente, y reconocer que es parte de la misión del Estado la
de dirigir la industria y los movimientos del cambio.
La solución de ese conflicto, que no es peculiar del orden
económico, sino que se ofrece con igual apremio en todas las
esferas de la vida y penetra en lo intimo de las ciencias
consagradas á estudiarlas, no puede hallarse siguiendo á ninguno
de los dos sistemas que hemos puesto frente á frente. Trátase,
en ultimo término, del verdadero concepto de la libertad, y no
pueden encontrarle los que desconocen su naturaleza, ni menos
los que empiezan por rechazarla.
Decir, como hace la escuela individualista, dominante en
Economía, que los males de la competencia son irremediables, que
nada tiene que hacer la ciencia acerca de ellos, y que á lo sumo
puede esperarse su atenuación de la causa misma que los produce;
esto ciertamente ni es satisfactorio, ni es científico.
Negar con los socialistas, que la concurrencia se funde en la
diversidad de las vocaciones y de la aptitud para el trabajo, en
la esencia misma del cambio, que sea condición
indispensable del adelanto económico, y pretender que la ponga
término el Estado, cuya misión es muy otra, cuando es impotente
contra los motivos que la originan, y cuando, por mucho que su
acción se extienda, ha de subsistir alguna esfera individual en
la que al cabo aparecerá la competencia con su inseparable
cortejo de antagonismos y desigualdad de las retribuciones; esto
tampoco es deshacer el nudo, ni aun cortarlo.
Entre el criterio del individualismo que afirma la libertad y
proclama como conducta fija é inalterable su más absoluto
respeto, y el de la doctrina socialista que intenta suprimir la
competencia por temor á sus abusos, y desnaturalizando la
función del Estado, asienta un principio que puede recibir
diversas aplicaciones, el primero es sin duda muy superior y
preferible, como que sólo peca de incompleto, mientras que el
segundo es erróneo desde las bases que adopta.
La concurrencia es ley necesaria del cambio, móvil general de la
actividad económica, y con razón se pide que sea libre; pero la
libertad no es mas que una condición indispensable para
que obre la competencia, significa únicamente que no han de
ponerse obstáculos en su camino, y nada determina acerca de su
naturaleza propia; nada dice de los actos que son conformes y
de los que son opuestos á ella. En esto consiste el vicio de
la escuela individualista, que toma la libertad como fin,
siendo solamente un medio, y cree que la ciencia
económica ha concluido su misión cuando ha establecido el
principio de la concurrencia. La libertad no es más que
posibilidad de hacer, y falta, después de conseguida ésta,
investigar qué es lo que debe hacerse. No basta
decir á productores y consumidores que pueden moverse cuando
quieran; es preciso enseñarles por lo mismo que tiene la
elección, cuál es el camino que han de seguir. ¿Puede ser
indiferente que obren en cierta dirección ó en la contraria?
Pero es que los partidarios del laissez faire, Iaissez
passer, no establecen ningún principio que especialmente
rija la competencia, porque sostienen que todas las relaciones
económicas se gobiernan por la ley del interés personal,
y esto es peor todavia. Si cada cual lucha a nombre de su
interés, ¿cómo se logrará la armonía? ¿Cómo puede haber
conciliación entre el productor que desea vender caro y el
consumidor que quiere comprar barato, entre productores y
consumidores que aspiran á excluirse mútuamente del mercado? El
efecto de esas luchas será que haya un interés vencedor y otro
vencido nunca intereses armonizados. Y es en vano añadir que se
trata de los intereses legítimos, porque esto sólo seria eficaz
en el caso de que se determinara claramente cual es la esfera de
la legitimidad.
La concurrencia, el choque de los intereses particulares no
producirá su armonía, si no existe un principio de unidad que
los enlace, y este principio debe ser invocado para el régimen
de la competencia, porque de otro modo no se verá cumplido en
sus resultados.
El interés personal es una fase ó aspecto del bien, es un
bien relativo, y como tal ha de subordinarse y estar de
acuerdo con el bien en su sentido absoluto, que es el único y
verdadero interés para todos los órdenes de la vida. Atender al
interés propio no sólo es legitimo, sino que es cumplir los
deberes que tenemos para con nosotros mismos; pero no es menos
obligatorio respetar el interés de los demás. Que las relaciones
económicas se inspiren en esa idea, manteniéndose dentro de la
moral y el derecho, y los males de la concurrencia habrán
desaparecido, porque entonces ya no será posible justificar las
expoliaciones á nombre del interés, el productor no abusará de
la escasez, ni el consumidor explotará la abundancia en
perjuicio de la industria; unos y otros competirán
realmente con emulación noble y fecunda.
De esta suerte es posible llegar á la armonia por medio de la
concurrencia, sin menoscabar la libertad con la intervención del
Estado, y se concibe también sin las arbitrariedades del
socialismo, una organización económica expontánea,
natural, realizada para la producción, como para el cambio
de la riqueza, por virtud de la ley que unifica y hace
solidarios todos los elementos que se consagran á un mismo fin
(Véase Individualismo,
Interés personal y
Socialismo).
Comunismo.-Es
un sistema económico que rechaza la propiedad individual y pone
á cargo de la sociedad civil todas las operaciones de producción
y consumo de la riqueza.
El comunismo pretende realizar en el orden de los bienes
materiales una igualdad absoluta entre los hombres, que es
contraria á su naturaleza. La diferencia de condiciones por lo
que hace á la posesión y el disfrute de esos bienes, no es la
causa, sino el efecto de las desigualdades á que da
lugar la variedad inmensa del desarrollo humano; proviene de que
son distintas la aptitud y la vocación para el trabajo, los
resultados obtenidos por cada uno y el uso que hace de ellos;
es, en suma, una consecuencia de la responsabilidad que sigue á
todos nuestros actos. Para llegar á la igualdad de fortunas es
necesario suprimir la libertad y la personalidad, y como esto es
imposible, toda la arbitrariedad y la violencia empleadas para
hacer que la vida sea común en el trabajo y en las
satisfacciones, no podrán impedir que al cabo se manifiesten los
caracteres individuales.
En el fin económico, como en todos los humanos es preciso
reconocer una esfera puramente personal, enlazada con las demás,
que no se opone á la existencia colectiva, pero independiente y
libre. La unidad no es contraria á la variedad, y el comunismo
desconoce este principio exagerando lo que es común á expensas
de lo que es particular, y absorviendo por completo al individuo
en la colectividad.
La propiedad no es solamente una relación de toda la especie
humana con toda la Naturaleza, sino que necesita determinarse
individualmente, tanto respecto del sujeto, como de las cosas
sobre que recae para hacerse efectiva realizar sus fines. Al
lado de las necesidades colectivas están las del individuo, que
no son menos reales y han de satisfacerse mediante la
aplicación directa y exclusiva de los medios que da la
propiedad, y de igual suerte se marcan los esfuerzos
individuales en los actos que á la propiedad conducen; aquellas
necesidades y estos esfuerzos se modifican por las condiciones
personales, y es absurdo suponer que necesidades
distintas pueden ser atendidas con medios legales para todos, y
que esfuerzos diferentes deben dar los mismos resultados.
El régimen del comunismo desnaturaliza las funciones de la
sociedad, y queriendo que sea la autoridad pública la encargada
de dirigir el movimiento económico, destruye el interés
personal, anula la competencia, estímulos necesarios del
trabajo, é impide el desarrollo de la riqueza, como prueban las
escasas aplicaciones que ha recibido ese principio en algunos
pueblos y asociaciones.
Consumo.—En
el sentido económico, es la aplicación de la riqueza á la
satisfacción de las necesidades. Este es el fin de todos los
actos productivos, y por eso el consumo es la destrucción del
valor creado por aquéllos.
El consumo es de varias clases: total, cuando aplicado el
producto la necesidad para que sirve, pierde todo el valor que
contenía, como ocurre, por ejemplo, con las substancias que
empleamos para el alumbrado; y parcial, cuando el
producto puede aplicarse á más de una satisfacción, porque
conserva todavía algún valor después de la primera, como sucede
con las telas de los vestidos, que se utilizan, después de
desechados éstos, en la fabricación del papel; con la madera de
muebles y construcciones que se usa luego para leña, etcétera;
público, es el consumo de los gobiernos y privado,
el de los particulares; personal, el que se dedica á
atender directamente las exigencias de nuestra naturaleza, é
industrial, el que tiene por objeto las necesidades de la
producción económica.
Se dice también el consumo lento y rápido, según
que los productos resisten una larga aplicación á las
necesidades, ó bien se inutilizan después de la primera ó al
cabo de un corto número de satisfacciones. Depende, en primer
término, la rapidez del consumo, de la calidad del producto, de
los materiales que en él se emplean del esmero en la mano do
obra, de todas las circunstancias, en suma, con que ha sido
elabora do; é influyen también en esa duración, el clima, el
cuidado en el manejo de la riqueza y la moda, que
viciosamente entendida, desecha los objetos cuando todavía
encierran utilidad y valor y da lugar á un consumo, calificado
por algunos de ficticio ó puramente subjetivo. —
La lentitud del consumo sólo es ventajosa cuando compensa el
aumento en el coste del producto, que es necesario para
conseguir una mayor duración.
Pero la distinción más importante del consumo es la que se
divide en productivo é improductivo; es productivo
el que determina la formación de un valor mayor que el
destruido, aquel en que los productos se aplican como
capitales, y son reemplazados por un valor más considerable;
es improductivo el que se hace sin miras de reproducción,
para satisfacer una necesidad personal, y el que proponiéndose
un fin industrial, no obtiene el producto á que aspiraba, ó
consigue uno cuyo valor es igual ó más pequeño que el empleado
para alcanzarle. Según esto, el verdadero consumo, el que aplica
los medios económicos al fin para que existen, satisfaciendo
directamente nuestras necesidades, es el improductivo,
porque el consumo productivo consiste en la formación y
empleo de los capitales, es un acto de producción.
Los limites del consumo personal é improductivo se hallan por
una parte en la satisfacción de las verdaderas necesidades, y
por otra en la suma de la riqueza disponible; pero si cada cual
se aplicara exclusivamente toda la riqueza que posee, no podrían
vivir aquellos que no son capaces de producir por si mismos; y
si todos los productos se consumieran improductivamente, seria
imposible el progreso económico. Es necesario, pues, conciliar
en el consumo las necesidades propias con las ajenas, y las
actuales con las del porvenir. (V.
Ahorro, Avaricia,
Disipación,
Limosna y
Lujo.
Conversión de créditos.—Es
un procedimiento que tiene por objeto reducir las deudas
públicas, y consiste en el cambio de los títulos en
circulación por otros menos gravosos.
Esa operación se funda en la baja progresiva del interés de los
capitales y en el desarrollo del crédito público. Contratados
ordinariamente los empréstitos á perpetuidad y en momentos de
angustia para las naciones, sucede, ya por el simple
trascurso del tiempo, ya porque mejora la situación económica,
que los gobiernos se encuentran á veces pagando un interés más
alto que el corriente en el mercado, y entonces apelan al
recurso de contraer una nueva deuda en mejores condiciones, con
cuyo importe reembolsan los créditos de los primitivos
acreedores.
Aunque esta es la forma más común de las conversiones, pueden
proponerse otros fines semejantes: en lugar de reducir el
interés, pueden conservarle ó aumentarle para rebajar la parte
proporcional de los capitales, ó disminuir á un tiempo el
capital y el interés, ó aumentarlos ambos para hacer temporales
las deudas perpetuas.
La legitimidad de las conversiones depende de que sean
libremente aceptadas por los acreedores, cuyos títulos se
modifican de cualquier modo y esto se consigue dándoles á
escoger, entre el asentimiento á la operación ó el reintegro por
todo su valor nominal de los créditos que posean. Si el momento
es oportuno y las condiciones están bien establecidas,
los acreedores optaran por la conversión, y en todo caso, el
Estado tendrá posibilidad de acudir á un empréstito, hecho con
las mismas bases que sirven para aquella negociación, y
dispondrá de recursos con que satisfacer á los disidentes.
Infiérese de aquí que la conversión exige la prosperidad, al
menos relativa, de la Hacienda pública.
Corredor.—Agente
de la circulación de la riqueza, que auxilia á los comerciantes,
llevando de unos á otros las noticias que pueden interesarles,
acerca de la situación del mercado, arribo de mercancías,
demandas, precios, etc. Los corredores, además, todos, ó algunos
de ellos, según que sea libre ó esté reglamentado su oficio,
autorizan las operaciones en que intervienen, expidiendo unos
documentos llamados pólizas, donde hacen constar todas las
circunstancias del contrato.
Crédito.—Significa,
en
general, ascenso, confianza que se concede ó se inspira á los
demás, y económicamente consiste en el reconocimiento de valor á
una promesa de pago.
La existencia del crédito, de esas relaciones económicas
fundadas en la confianza, da lugar á una forma de cambio—el
préstamo-—en que sólo una de las partes entrega un valor actual
y efectivo, y la otra no hace más que adquirir el compromiso del
reintegro al cabo de cierto plazo. En los contratos en que
interviene el crédito, los productos se cambian por promesas, y
de aquí que algunos le hayan llamado cambio de futuro,
atendiendo que no se consuma de presente, y no hay, por el
momento, reciprocidad ni equivalencia.
El uso del crédito es un gran elemento de riqueza. Por su medio,
los cambios se verifican sin necesidad de la moneda, y puede
suprimirse, en parte al menos, este intermediario costoso, que
no se maneja ni trasporta sin graves dificultades. Las promesas
de pago, cualquiera que sea la forma en que se consiguen, son
casi gratuitas y se transmiten con mucha más celeridad que en el
numerario ó los productos que representan.
Pero esa economía y esa rapidez que el crédito introduce en la
circulación, son pequeñas ventajas comparadas con los beneficios
que directamente reporta la producción, multiplicando los
capitales. Algunos economistas se niegan á reconocer en el
crédito la virtud de aumentar los capitales; pero tal es,
realmente la principal de las funciones que desempeña. Por de
pronto, si el crédito facilita la adquisición y el empleo del
capital, es indudable que le hace tomar parto en mayor número de
operaciones productivas, y multiplica por tanto, sus
servicios. Además el crédito, acumulando los frutos del
ahorro, lleva á la industria sumas considerables que la
desconfianza tenía alejadas de ella, y hace también que el
capitalista ocioso ó incapaz para los negocios entregue los
recursos de que dispone al hombre emprendedor ó inteligente, que
los aplica á la producción: de suerte que el crédito pone en
actividad los capitales inactivos, que para el aumento de la
riqueza es como si no existieran. Pero es que la mediación del
crédito da vida a muchos capitales, porque eleva á esa condición
meros productos, algunos antes de que estén formados por
completo: la máquina en el almacén del constructor, la cosecha
pendiente en el campo, no son, seguramente, capitales; merced al
crédito, un industrial adquiere la máquina y la pone en
movimiento y el labrador, con la garantía de los frutos
próximos, levanta fondos para extender su cultivo. He aquí unas
riquezas que el crédito ha hecho productivas; he aquí
capitales creados por el crédito.
Los efectos del crédito no pueden explicarse desconociendo que
multiplica positivamente los capitales. ¿De qué procede, si
no—dice á este propósito un distinguido economista
(Carreras
y GonzáIez; Tratado didáctico de Economía política,
tercera edición, pág. 246.)—la
baja del interés en un país donde reina el crédito? De que los
capitales abundan; de que se ofrecen en mayor cantidad a los
trabajadores de que se aumenta su oferta con relación á la
demanda.
El crédito puede revestir formas diversas: es personal,
cuando se obtiene el anticipo de los productos á cambio de una
sencilla promesa de pago; y real, si además de la promesa
media la garantía de un valor determinado; el crédito real es
mobiIiario ó territorial, según que la
garantía se constituye en prenda, por ser un bien mueble,
ó da lugar á la hipoteca por ser de naturaleza inmueble. La
forma más perfecta, el verdadero crédito y el que más fácilmente
se desarrolla es el personal, porque la garantía supone falta de
confianza, hace muy gravoso el empleo del crédito y es un
obstáculo para la transmisión de las promesas.
Dividese también el crédito en público y privado,
porque se valen de él los gobiernos y los particulares. La única
diferencia importante que media entre uno y otro está en que la
personalidad del individuo es limitada y transitoria, mientras
que el crédito público descansa sobre la responsabilidad
permanente é indefinida de las naciones (V.
Deuda pública).
Crisis económicas.—Son
trastornos que afectan á la producción ó al cambio,
y, por lo tanto, al consumo de la riqueza.
Comienzan esos desórdenes por una alteración en las condiciones
de la industria, por un obstáculo con que tropieza la
circulación, ó por un desequilibrio entre la oferta y la demanda
de los productos; de aquí que las crisis se califiquen en cada
uno de esos casos de industriales, monetarias ó
mercantiles. Sin embargo, los efectos de las crisis se
extienden rápidamente á todo el movimiento económico, y toman
siempre los mismos caracteres: la paralización en las fábricas
deja sin salida á los productos de la agricultura, y viceversa y
cualquier accidente que perturbe los medios de circulación
alcanza á todas las industrias. Cuando sobreviene una crisis,
los capitales escasean y sube el interés, el trabajo se
detiene y los salarios bajan, el numerario huye de los mercados,
el crédito desaparece, los precios tienen bruscas oscilaciones,
el productor sufre por la plétora y el consumidor por la
privación, y á todas partes llegan la desolación y la miseria.
La intensidad y la duración de esos conflictos dependen de la
naturaleza de la causa que los origina. El descubrimiento de una
utilidad que reemplaza ventajosamente la de los productos antes
empleados, a invención de máquinas y de nuevos procedimientos
que cambian la base de las industrias establecidas, el
desarrollo excesivo de algunas producciones y la escasez ó la
falta repentina de las materias primeras con que se contaba, la
disminución y el aumento extraordinario de la moneda en
circulación, los abusos del crédito, los hechos de la
Naturaleza, como las inundaciones, la peste, etc., y por último,
los desórdenes y la destrucción de enormes riquezas á que dan
lugar las guerras y los disturbios políticos; tales son los
motivos de que en general provienen las crisis
económicas.
Algunos han llamado permanente á esas crisis que son
consecuencia inevitable del progreso, y transitorias á
todas las demás; pero los males de unas y otras, agravados con
el aislamiento y la dispersión en que hoy viven las industrias,
se reducirán considerablemente el día en que se establezca una
verdadera organización económica, en que existan relaciones de
unidad y de enlace que impidan el desacuerdo y la oposición,
ahora frecuentes, entre los elementos que se dedican á la
formación de la riqueza.
Cuentas corrientes.—Las
que llevan los comerciantes, que se hallan en relación para sus
negocios, abonándose recíprocamente un interés convenido, por
los anticipos que resultan de ellas.
Es una de las operaciones que hacen los Bancos,
encargándose de los cobros y pagos de sus clientes.— Los Bancos
abren esas cuentas de varios modos: previa consignación en su
Caja; con garantía de valores; ó mediando tan sólo la
responsabilidad personal del comerciante, y entonces suelen
llamarse créditos al descubierto. En el primer caso el
Banco no exige retribución alguna por su servicio, compensando
con las ventajas que le produce la disposición de los capitales,
y en los dos últimos, como hay préstamo, cobra el interés
correspondiente.
Cupón.—Del
francés, couper, se llama así al vale, comunmente
talonario, unido á los documentos de crédito al portador, que se
corta en cada vencimiento y sirve para verificar el cobro de los
intereses.
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economía política