Dr. D. José
Piernas Hurtado
Exposición de la nomenclatura y de los
principales conceptos de esa ciencia.
L
Ley monetaria.—Es
la relación establecida entre el metal fino y la liga,
que se emplean en la moneda, ó sea la cantidad de
metal precioso que ha de contener ésta. Se dice que la ley es
alta cuando la aleación es poca, y baja en caso
contrario; y se llama permiso, al limite dentro del que
la moneda puede separarse de la ley por exceso ó por defecto,
sin dejar de ser legítima.
La composición de la moneda y el uso de las aleaciones se
propone dos objetos: primero, el de facilitar
su acuñación y aumentar su consistencia; y después, el de
compensar el coste de la fabricación; porque si la moneda sólo
tuviera metal fino, entonces su valor seria mayor, que el que
representa, en tanto como importaran los gastos hechos para
elaborarla.
Libre cambio.—Es el
sistema que proclama como régimen único del comercio la acción
de la oferta y la demanda, rechazando todas las limitaciones y
obstáculos puestos por los Gobiernos á la circulación de la
riqueza.
Los fundamentos del libre cambio son los fundamentos del cambio
mismo. El hombre aislado es incapaz de satisfacer por si todas
sus necesidades; há menester del concurso de sus semejantes, que
se hace efectivo por el comercio de cosas y servicios: cuando
esta comunicación se halla expedita, cada cual se esfuerza en
obtener el mayor número de productos de cierta clase para
trocarlos por los otros que le hacen falta, y en mejorar las
condiciones de su industria para hacer frente á la competencia;
pero si se imposibilita el cambio ó se le ponen restricciones,
la actividad perderá ó verá disminuirse estos estímulos, se
detendrá la división del trabajo, y será preciso violentar las
aptitudes personales y las demás condiciones productivas para
obtener directamente todos los medios de satisfacción,
haciéndose imposible el natural progreso y desarrollo de la
producción y el consumo de la riqueza. Esto que tan claro se ve
tratándose de los individuos, ha de ser verdad aplicado á las
familias, los pueblos, las provincias y las naciones; con tanta
más razón, cuanto que, según se extienden las esferas, más
señaladamente se muestra la diversidad de las vocaciones y la
diferencia en los medios económicos, nacida de la composición
del suelo, el clima, etc. Sin embargo, por una de esas
contradicciones tan frecuentes, al considerar los fenómenos
sociales, se sostiene y, lo que es peor, se practica el
principio de que el cambio internacional da resultados distintos
que el privado y el interior de un país, y debe ser regido por
los Gobiernos, ora limitando la exportación para evitar la
carestia de ciertos artículos, ora la importación para
impedir la baratura de productos determinados. De aquí las
prohibiciones y los derechos protectores exigidos
en las Aduanas.
La exportación quiere decir que hay en una nación productos que
exceden á las necesidades de su consumo, ó que tienen mejor
precio en mercados extranjeros, así como la importación tiene
lugar respecto de aquellos artículos que no se producen en el
país ó que se consiguen fuera más baratos. Prescindamos de la
cuestión de derecho, aunque pudiéramos presentarla como
decisiva, y veamos si los beneficios que indudablemente obtienen
los industriales dedicados á esas operaciones, pueden
convertirse en daño para la masa general de la riqueza. Los
productos se cambian por productos, y no es posible
exportar más de lo que se importa en una nación, á menos de que
vaya á regalar sus productos al extranjero, ni puede la
importación exceder á las exportaciones, porque tampoco se
reciben gratis las mercancías de otras naciones. La
entrada y la salida de los productos, son, pues, hechos
simultáneos, y han de representar cantidades equivalentes en
absoluto; pero coma cada uno de esos valores es para el pueblo
que los recibe relativamente mayor que el que da en cambio,
porque de otro modo no tendría objeto el movimiento resulta que
las naciones ganan con la exportación lo mismo que con la
importación, y que ambos comercios son igualmente provechosos,
como todo cambio lo es para el productor que vende y el
consumidor que adquiere.
Pero se dice: no es la exportación de los productos que sobran
la que ha de limitarse, sino la de aquellos que escasean; así
como no se debe poner restricciones á la importación de los
artículos que no existen en el país, sino á la de aquellos otros
que vienen á hacer una competencia desastrosa á la industria
nacional. Pues bien; los resultados son iguales en ambos casos:
en el primero los productores pierden el aumento de beneficio
que buscaban en los mercados extranjeros, y ese beneficio
hubiera redundado en provecho general, porque traería la
prosperidad de la industria, el desarrollo de la producción y la
baratura consiguiente de modo que las prohibiciones y las trabas
á la exportación evitarán una escasez transitoria, pero condenan
á los pueblos á la carestía permanente y al estacionamiento de
las industrias. Los obstáculos puestos á la importación obligan
á los consumidores de ciertos artículos á pagar un sobreprecio,
ó á privarse de satisfacer sus necesidades, para que se
sostengan industrias que no tienen condiciones de vida en el
país, cuando no pueden competir con las similares extranjeras, á
pesar do los quebrantos y gastos del transporte que han de
sufragar éstas, y que, contando con una ganancia segura al
abrigo de toda concurrencia, no adelantan un paso y prolongan
indefinidamente aquella especie de impuesto establecido en su
obsequio.
Es de notar, que los adversarios del libre cambio exigen siempre
determinadas condiciones económicas para que los Gobiernos
intervengan en el mercado y obren de una ó de otra suerte; pero
esto es convertir la arbitrariedad en principio, porque ¿quién
fijará esas condiciones? Los consumidores creerán constantemente
que la exportación es ruinosa, y pedirán al Estado que la
coarte; los productores á su vez juzgarán que la importación
mata la industria, y reclamarán que se la defienda contra las
invasiones del extranjero; y el poder público será un
instrumento, que pasará alternativamente de unas á otras
manos y servirá los intereses de aquellos que consigan más
influencia política.
Nada es tan opuesto á la misión del Estado como el usar de la
fuerza contra el progreso de las instituciones sociales, y esto
es lo que se practica cuando se le hace que limite y reglamente
el cambio. Si se reconocen á los Gobiernos funciones económicas,
serán de estimulo y de fomento en pro de las industrias que se
desarrollan difícilmente, nunca para que se atraviese como un
obstáculo en el camino de las mas adelantadas,
obligándolos á mantenerse al nivel de las que retroceden ó se
paran.
Se ha dicho que el libre cambio hace á unos pueblos depender de
otros. Cierto; pero esa dependencia reciproca deriva de la
solidaridad que existe entre los hombres, expresa la cooperación
organizada de individuos y pueblos para el cumplimiento de fines
que son comunes. La dignidad nacional no exige el aislamiento,
y, al contrario, cada Estado, manteniendo con los demás las
relaciones que determinan sus condiciones económicas, es como
mejor consagra una vida propia é independiente.
Las limitaciones del comercio internacional representan la
desconfianza y la hostilidad de los pueblos: la libertad del
cambio es el régimen de la paz y la armonía y el único principio
que satisface á la justicia y el interés.
No quiere esto decir que sean indiferentes los movimientos del
comercio exterior; un país, lo mismo que un individuo, se
arruina si dedica sus recursos á adquirir artículos de lujo; se
enriquece, si adquiere y emplea productivamente máquinas y
materias primas; la nación que vende más de lo que compra,
ahorra la diferencia; es cierto, en suma, que hay, como dicen
los proteccionistas, una economía nacional, que dicta el
régimen conveniente para los cambios internacionales de cada
pueblo; el error está en las diversas aplicaciones que se hacen
de ese principio, y sobre todo en pensar que es lícita la
violencia tratándose del cambio y que sea atribución de los
Gobiernos el dirigir el comercio de las naciones.
Limosna.—Es
la donación hecha á un necesitado por motivos de caridad.
La limosna no es una institución de carácter exclusivamente
moral y religioso; tiene un aspecto económico, en cuanto por su
medio se transfieren los medios materiales, y una altísima
importancia en este orden, porque sin ella seria imposible la
satisfacción de muchas necesidades humanas. Si cada cual se
reserva y aplica exclusivamente la riqueza que obtiene, ¿cómo
vivirán aquellos que no pueden producirla? El huérfano falto del
desarrollo preciso para el trabajo, el anciano, el enfermo,
todos los imposibilitados por cualquier causa superior á la
voluntad para dedicarse á la industria, quedarán condenados, no
sólo á la miseria, sino á la muerte. En este sentido, la limosna
es una necesidad económico-social, y determina el empleo de una
parte considerable de la riqueza.
La consideración económica que reclama la limosna, es una prueba
más de la intimidad de relaciones que existe entre la Moral y la
Economía, de que no son excéntricas sus esferas. La Economía no
puede descansar en el precepto de la Moral, no cumple con
referirse á él; debe apoyarle, hacerle suyo, mostrando los
fundamentos especiales que encuentra para él en el estudio de la
riqueza: la Moral atiende principalmente en la limosna á la
intención del que la hace, y toca a la Economía examinarla en
sus resultados, en el fin á que el acto se dirige.
Lujo.—Consumo
de lo supérfluo; gasto hecho por ostentación y vanidad; consumo
de las cosas caras: tales son las definiciones que suelen darse
del lujo, considerándole siempre como un exceso ó
extralimitación del Consumo; pero no es á esto á lo que
corresponde la idea del lujo. Cuando se aplica á la satisfacción
de las necesidades más riqueza de la que ellas exigen, cuando se
consume por consumir ó para alimentar malas pasiones, entonces
no hay lujo, porque todo consumo excesivo y vicioso es y debe
Ilamarse disipación.
Partiendo de ese concepto, se condena el lujo, porque
impide la formación de capitales y daña á la producción,
manteniendo industrias tan estériles como brillantes, sujetas á
mil variaciones y alternativas, á expensas de otras más útiles,
aunque modestas, cuya demanda es permanente por lo mismo que
corresponde á una verdadera necesidad. Pero los economistas
observan también que el lujo es síntoma de prosperidad y
progreso; que lo que comienza siendo una superfluidad llega a
ser necesario; que el bienestar económico consiste en que se
generalicen y aumenten los goces delicados y los placeres
legítimos, y se ven obligados aplaudir el lujo y á buscar en
distinciones insostenibles algo que atenúe esa contradicción
evidente y la falta de rigor en las ideas. Quien dice que hay un
lujo censurable y otro legítimo; quien que no
puede juzgarse en absoluto, siendo bueno para los ricos y malo
para los pobres; y otros, por último, declaran que el lujo es
indiferente á la Economía, a la que sólo importa que cada cual
no gaste más de lo que produce.
Si el lujo fuese realmente un consumo vicioso, no seria nunca
bueno; significaría el desconocimiento del fin propio de los
bienes materiales, y habría de ser rechazado con igual empeño
por la Moral y la Economía; mas como su influencia bienhechora
es indudable, resulta demostrado que debe de ser otro su
concepto.
El lujo es el refinamiento en la satisfacción de las
necesidades; consiste en la elevación de las satisfacciones que
las hace más completas. Nos alimentamos con lujo cuando usamos
manjares que, además de nutritivos, son gratos al paladar y aun
se presentan de modo que halagan á los otros sentidos; vestimos
lujosamente si nuestros trajes están hechos de telas bellas,
adornados con gasto y cortados con elegancia. El lujo pide á la
arquitectura que los edificios, después de la solidez y la
comodidad, tengan pureza en la forma y sean de proporciones
agradables; á la pintura y la escultura, cuadros y estátuas en
cuya contemplación gocemos; á la poesía y á la música,
espectáculos que eduquen el sentimiento y refresquen nuestro
espíritu fatigado en el trabajo, elevándole á la concepción de
grandes y generosos ideales. Esto es, sin duda, el lujo, y en el
caso de que no lo fuera, seria preciso buscar una palabra que
designase esa amplia manera de atender á las necesidades, esas
satisfacciones que no se limitan á lo que pudiéramos decir
esencial de la necesidad, sino que comprenden todos sus
accidentes y relaciones.
Así entendido, el lujo ha de ser alabado por la Moral y la
Economía, porque es la obra de la civilización y el
progreso, es el desarrollo natural de las necesidades humanas y
de los elementos que sirven para cubrirlas. Todas las industrias
aspiran al lujo, mejorando sin cesar las condiciones de sus
productos, y el deseo de gozarle es el estimulo más poderoso de
la actividad económica. La riqueza es un medio; no puede ser
destruida arbitraria y caprichosamente: pero empleándola en
satisfacer nuevas necesidades ó en perfeccionar las conseguidas,
no se hace más que aplicarla á su destino, que es nuestro
bienestar.
Otra cosa es que el lujo tenga un carácter relativo y varíe
según las épocas de la historia y las condiciones económicas de
pueblos é individuos. Por lo mismo que el lujo consiste en un
desenvolvimiento de las necesidades, paralelo al de la riqueza,
excluye todo desorden en el consumo de los bienes materiales,
supone la graduación y la armonía de las satisfacciones y ha de
tener en cada caso limites determinados; crece con el
aumento de los medios económicos y refleja todas las
desigualdades de posición y fortuna que se derivan de ellos.
Ya hemos dicho que en la ciencia, como en la vida, se confunden
ordinariamente el lujo y la disipación; mas para nosotros son
dos formas diversas del consumo, cuya distinción se muestra
claramente y ofrece grande interés.
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economía política