Dr. D. José
Piernas Hurtado
Exposición de la nomenclatura y de los
principales conceptos de esa ciencia.
P
Pauperismo.—Se
emplea esta palabra para designar la extensión de la miseria á
grandes masas de individuos, á clases enteras de la sociedad.
Pobre es el que tiene poco; indigente el que no posee nada, y el
pauperismo es la existencia de colectividades muy numerosas, que
carecen de los bienes económicos y aun de la posibilidad de
adquirirlos, ó se hallan á cada paso expuestas á caer en esa
situación.
El pauperismo no es un hecho peculiar de nuestra época, ni una
consecuencia del desarrollo de la industria. Si así fuese,
habría que renegar del progreso económico y declararle
contradictorio. La riqueza es hoy mayor que en ningún tiempo de
la historia, y es imposible que haya crecido con ella la
miseria. Cuando todos eran pobres, la inteligencia tenía un
carácter normal y permanente. En la Edad Media hambres
espantosas diezmaban con frecuencia las poblaciones, y no se
hablaba, sin embargo, del pauperismo, porque hubiera sido
inútil, no habiendo elementos para apreciarlo, ni recursos que
aplicar á su remedio. La civilización moderna ha dado nuevas
formas al pauperismo, le ha hecho transitorio y menos intenso;
pero se preocupa con él y busca con empeño en la ciencia y en la
vida los medios de combatirle.
La esclavitud, la servidumbre y el feudalismo establecían entre
los individuos de las antiguas sociedades cierta comunidad por
virtud de Ii que, aun siendo muy precaria la condición de todos,
se extremaban menos las diferencias y los contrastes. La
desigualdad era entonces más jurídica que económica,
porque el amo cuidaba de la manutención del esclavo, y el
señor compartía con siervos y vasallos lo mismo las privaciones
que la abundancia. Pero la emancipación de los obreros ha venido
á colocarlos más bien enfrente que al lado de
aquéllos bajo quienes antes vivían, y rotos todos los
lazos, abandonado su suerte cada cual, los unos han subido hasta
la opulencia, y los otros han encontrado más dura su miseria. La
igualdad ante la ley ha hecho más sensibles las desigualdades
ante la riqueza, y por eso la cuestión social, que era en
los pasados tiempos una cuestión de derecho, es hoy, en primer
término una cuestión económica. Agréguese á esto la rapidez con
que se han multiplicado las clases trabajadoras, su aglomeración
en centros determinados por el establecimiento de las grandes
industrias, las crisis á que éstas se hallan expuestas con la
invención de las máquinas y nuevos procedimientos, y la
inseguridad en que viven, por efecto de la continua lucha que
sostienen unas con otras en el mercado, y se tendrán las causas
del pauperismo moderno, caracterizado, como ya hemos dicho, no
por el aumento de la miseria, sino por cierta agravación
relativa, por la existencia de dolores y sufrimientos que
afectan ó amargan siempre á grandes masas de la población, en
medio del lujo y la disipación en que vive el menor número.
Tres son las soluciones propuestas pava atender al pauperismo,
ocasión de graves conflictos que amenaza constantemente el
sosiego público, y constituye la cuestión social
en el aspecto económico: la libertad, que proclaman los
individualistas: la intervención del Estado, que defiende
el socialismo: la resignación del que sufre y la caridad
del que posee, que predica la escuela católica (1).
La libertad está ensayada pero sin fruto; bien es verdad, que
los mismos que la recomiendan no pretenden que haya de evitar el
mal, sirio reducirle todo lo posible, por donde vienen á
concluir realmente en que no hay solución para el problema.
Precisamente los pueblos en que mayor amplitud tiene la libertad
económica, son los que más padecen del pauperismo; y ¿cómo no,
si los abusos de la libertad, la imprevisión de los
unos y la codicia de los otros son á menudo las causas que le
producen? Muchas veces los indigentes son los vencidos en una
competencia desastrosa. La libertad quiere decir supresión de
trabas, alejamiento de obstáculos; es un principio puramente
negativo, y se puede dar por si solo el remedio que se
busca.
La acción del Estado tampoco es cosa nueva ni más eficaz.
Empleada como directora del movimiento económico, no ha creado,
ni puede producir más que una organización industrial arbitraria
y violenta, ataca la propiedad y la esfera en que debe moverse
el individuo, y cuando quiere nivelar las fortunas, no hace más
que quitar á unos sin dar á otros, poner obstáculos al bien y
ocasionar nuevos males. Ejercida por medio de la beneficencia la
intervención del Estado, aparte de otros muchos inconvenientes,
más bien fomenta que disminuye las causas del pauperismo, y no
se dirige ya á evitarle sino á atenuar sus efectos.
La Iglesia, en este punto, se coloca en el lugar que la
corresponde; no juzga las cuestiones económicas, se limita a
ofrecer la resignación y el amor del prójimo como bálsamos que
mitiguen los dolores de la sociedad. Pero esto no es una
solución, porque siendo muy bueno que se resigne el que sufre y
sea caritativo el afortunado, lo mejor y lo que se desea es que
desaparezca el sufrimiento y no sea necesario socorrerle.
Resulta, pues, que en ésta como en todas las cuestiones, los
individualistas sólo tienen razón contra el socialismo y
viceversa: aquéllos dicen verdad al afirmar como necesarias la
libertad y la propiedad individuales, rechazando la opresión de
los Gobiernos; y éste se halla en lo cierto cuando demuestra que
la libertad no basta para concluir con el pauperismo, y sostiene
que el Estado tiene algo que hacer en este asunto:
pero ambos sistemas son incompletos.
Siendo el pauperismo una cuestión económico-social, será
necesario que contribuyan á resolverla todos los elementos y
fuerzas de la Sociedad. El individuo, que con motivo pretendía y
ha conseguido ser libre, salvas escasas excepciones, en el
manejo de los bienes materiales, debe hacer un recto uso de su
libertad, estableciendo la industria sobre bases racionales de
organización y armonía que hagan imposibles las crisis, los
conflictos y las alternativas violentas en las fortunas, tomando
como norma de su acción el bien y no el egoísmo, valiéndose de
la competencia como medio de progreso, no como arma para el daño
ajeno; si es capitalista y rico, ha de ver en el obrero, no un
instrumento, sino un socio, y en el indigente un hermano; si es
un simple operario y pobre, debe ser previsor, computando al
lado de sus necesidades del momento los riesgos del porvenir, y
ha de considerar al empresario como á un tutor, cuya prosperidad
le interesa. Es preciso, en suma, que las relaciones económicas
se despojen del carácter exclusivista y de intransigencia
personal que hoy revisten, para inspirarse en un sentido más
amplio y más moral: en la idea del bien colectivo. Tanto como se
ha aprovechado la actividad libre para desarrollar la producción
y multiplicar la riqueza, es necesario emplearla ahora para
conseguir una distribución equitativa y un reparto proporcionado
de los bienes materiales. El Estado, á su vez, está en el
caso de favorecer ese movimiento, sin dirigirle, por medio del
estimulo y la ayuda complementaria á la acción individual. Y
todas las otras instituciones sociales, la religión, la moral,
la ciencia, tienen su parte en la obra, han de contribuir á ella
poderosamente llevando á la vida económica la saludable
influencia de las ideas de Dios, de la verdad y del bien.
Entre tanto que se consigue el resultado de esos esfuerzos, sólo
la prudencia de ricos y pobres más obligatoria para los primeros
que para los segundos, puedo evitar que el pauperismo sea origen
de grandes catástrofes y una rémora que detenga los
progresos de la Humanidad.
Pesas y medidas.—Son
los instrumentos que sirven para determinar, refiriéndolas á un
tipo común, las proporciones en que se cambian los productos.
Las medidas han de acomodarse á la naturaleza de las cosas á que
se aplican, y así unas son de extensión superficial, otras de
volumen, de peso, etc.; pero las de cada clase constituyen un
sistema, porque todas son múltiples ó divisores de la unidad
adoptada como base. La elección de ésta es arbitraria, aunque
debe consistir en alguna medida invariable de la naturaleza para
que pueda rectificarse en todo caso, y luego se toma como medida
usual para cada género de transacciones el múltiplo ó divisor de
aquella que más se aproxima á la extensión general de las
necesidades.
La diversidad de las medidas usadas por cada país, y aún en las
comarcas ó localidades de una misma nación, es una grave
dificultad para el cambio, porque las personas que se valen de
sistemas distintos, se hallan para este caso en situación muy
análoga á la de aquellos que hablan idiomas diferentes.
El sistema, decimal, formado para conseguir la uniformidad, es
de creer que llegue á realizarla lentamente á pesar de sus
defectos. —La misión de los Gobiernos en este punto, se reduce
tomar la iniciativa y dar ejemplo, con la adopción, para los
contratos públicos y todas las relaciones administrativas del
sistema, que juzguen más racional, propagando su conocimiento,
facilitando su empleo, etc.; pero no deben valerse de la
coacción castigando como un delito el uso de una á otra clase de
medidas. La violencia, sobre no ser legitima, resulta ineficaz
para estas reformas que han de ser obra de la razón y el
convencimiento de los mismos interesados en ellos.
Población.—Económicamente
representa, el elemento trabajo y el término á que se dirige la
riqueza; de aquí que, siendo á la vez origen de la producción y
causa del consumo, deba estudiarse la relación en que se hallan
sus influencias desde cada uno de esos aspectos. El célebre
escritor inglés Tomás Malthus, es el que primero ha planteado
fundamentalmente esta cuestión importantísima, y su doctrina ha
servido de punto de partida á todas las consideraciones
posteriores.
La población, decía Malthus, libre de todo obstáculo, se duplica
cada 25 años y crece siguiendo una progresión geométrica como
los números 1, 2, 4, 8, 16, etcétera; mientras que los medios de
existencia, en las condiciones más favorables de la industria,
no pueden aumentar más rápidamente que los términos de una
progresión aritmética, es decir, como los números 1, 2, 3, 4, 5,
etc. Consecuencia: hay un desequilibrio entre la facultad
procreadora y la productiva del hombre; la población crece con
más rapidez que las subsistencias, y el exceso de aquella nace
condenado á la privación y la muerte. El vicio y la miseria,
engendrados el uno por el otro, obran como obstáculos
preventivos del desarrollo de la población, disminuyendo la
virtud prolífica y, por consiguiente, el número do los
nacimientos, y hacen el oficio de obstáculos represivos,
encargándose de ejecutar esa terrible sentencia, que priva de la
vida al que nace fuera del límite preciso. El único medio, añade
Malthus, que el hombre tiene para evitar la acción fatal de esos
agentes, es la continencia, el uso prudente de la
facultad reproductiva, «la virtud de no casarse y vivir, sin
embargo, castamente, cuando no se tiene con qué mantener á una
familia.»
Es indudable que Malthus no quiso dar un valor absoluto á las
dos proposiciones, que son la base de su teoría, y que se valió
de los términos numéricos sólo para hacer más enérgica la
expresión de su pensamiento. No se concibe que pretendiera
encerrar en fórmulas matemáticas y atribuir carácter de
fatalidad al desarrollo de hechos que en gran parte, dependen de
la voluntad humana. Pero ni aún como probabilidad ó
tendencia puede admitirse que la población haya de aumentar
más de prisa que los medios para sustentarla. La facultad
procreadora del hombre no es una cantidad fija y constante; se
halla influida por todas las condiciones físicas que le rodean y
por la cultura del espíritu; así vemos, al lado de pueblos que
se multiplican rápidamente, otros que se estacionan ó
disminuyen; que el aumento de la población no es igual en las
comarcas ó regiones de un mismo país, y que hasta para las
diversas clases sociales, que viven juntas, son diferentes las
proporciones del crecimiento. La Estadística demuestra cuán
varia es la relación entre el número de los nacimientos y el
total de la población, y la ley que resulta más comprobada es
precisamente contraria á la doctrina de Malthus, porque los
nacimientos disminuyen relativamente con la densidad de la
población, y la virtud prolífica parece hallarse en razón
inversa de la civilización y la cultura. Todavía siendo igual en
todas las condiciones la facultad procreadora del hombre, no es
consecuencia no necesaria la de que haya de reproducirse
constantemente de una manera uniforme: no basta que la especie
humana pueda desarrollarse en cierto sentido; es preciso,
además, que quiera hacer siempre el mismo uso de sus
facultades para que la ley se cumpla, por donde la libertad y
todos los motivos que la determinan entran al cabo como
elementos que han de apreciarse en el hecho de la población. ¿No
reconoce Malthus esto mismo cuando declara que la continencia es
decir, una resolución de la voluntad, puede impedir el aumento
progresivo de la especie, deteniéndose en el limite de las
subsistencias? Su error está en que considera el acto de la
reproducción como puramente instintivo ó pasional, y la
razón á modo de un obstáculo que se le opone. No: la razón no es
cosa extraña ni opuesta á la facultad procreadora, y ese acto
importantísimo de la vida no es resultado de una fuerza aislada
á independiente de la voluntad; está sometido á ella y
gobernado por la razón; es tan libre como cualquiera otro
humano, y rechaza ese carácter de necesidad que quiere
atribuírsele.
Otro tanto podemos decir de la proposición relativa al aumento
de las subsistencias. Tampoco la capacidad productiva del hombre
puede representarse por una cantidad fija, ni está sujeta en su
desarrollo á movimientos acompasados inalterables. El
trabajo es susceptible de aplicaciones indefinidas y su eficacia
crece en proporciones que no es dado preveer. El descubrimiento
de una utilidad antes desconocida, la invención de una maquina
que hace posible nuevas industrias, dan lugar a progresos de la
riqueza que no guardan relación alguna con su estado anterior, y
aún los adelantos conseguidos en producciones ya establecidas,
no son meros sumandos, obran como factores que
multiplican los medios económicos. Malthus se fijó
principalmente en la lentitud con que marcha la agricultura; mas
si hubiera podido conocer la transformación que esa industria ha
realizado en su país durante los últimos cincuenta años,
renunciaría de seguro á los términos de su proposición.
Queda de cierto en la teoría de Malthus la posibilidad de
que la población traspase el límite de las subsistencias, y la
acción que en este caso ejerce la miseria, impropiamente llamada
obstáculo, porque es la sanción económica, la forma de
responsabilidad que sigue en este orden al uso irracional, que
hace el hombre de cualquiera de sus facultades. El
descubrimiento y la propagación de esas verdades serán siempre
un título de gloria para Tomás Malthus, porque pusieron término
á la preocupación de considerar en absoluto el aumento de la
población como medio de prosperidad y de fuerza, y de
estimular su desarrollo de un modo irreflexivo y altamente
pernicioso.
La población da el trabajo; mas la riqueza no se produce sin el
concurso de otros dos elementos: los agentes naturales, y el
capital; de suerte que si el hombre no tiene á su alcance un
agente natural sobre que ejercitar sus facultades ó un capital
de que hacer uso, no puede ser trabajador, y como ha de consumir
forzosamente, habrá de sostener una vida de tristes sufrimientos
á expensas de los demás. Las plazas ó retribuciones que ofrece
la industria en cada momento son en número determinado; y los
que excediendo de él pugnan por obtener colocación, hacen bajar
los salarios y causan la ruina de los otros sin evitar su
desgracia.
Toda la prudencia es poca, tratándose de la reproducción de la
especie humana. «No obraría cuerdamente el que multiplicase los
árboles en su campo más allá del número que puede mantener;
nadie cría animales domésticos ó de labranza sin contar con
recursos para alimentarlos: ¿qué pensaremos entonces de aquellos
que, hallándose en la miseria, engendran seres que vengan á
disputarse el derecho de sufrir?» (2).
Pobreza.—
Escasez de los bienes económicos. Es una condición relativa que
depende, por una parte, del estado general de la riqueza; y
por otra, del desarrollo de las necesidades. Pobre no es
precisamente el que tiene poco, sino el que no tiene lo
bastante para las necesidades que experimenta.
La pobreza ha de evitarse, por consiguiente, con el aumento de
la producción y al mismo tiempo con una conducta ordenada, que
aprecie justamente las necesidades y tienda á contenerlas
dentro del límite de la riqueza disponible. (V.
Indigencia,
Miseria y Pauperismo).
Póliza.—Documento
ó escritura comercial en que se fijan las condiciones de ciertos
contratos—seguro, fletamento, etc.,—y que sirve para acreditar
los derechos adquiridos.
Los corredores y agentes del cambio extienden pólizas para
autorizar las operaciones en que intervienen.
Porteadores.
—Agentes auxiliares del comercio que se encargan del transporte
de los productos.
Aunque no es esencial que la riqueza mude de lugar, para que la
circulación se verifique, el transporte es condición necesaria
de gran número de cambios é interesa mucho que se haga con
facilidad y economía. El aumento de las vías de comunicación y
del tráfico, ha hecho que la industria del transporte se
constituya independientemente y dé lugar á empresas poderosas.
Precio.—Es
la relación de dos productos en el cambio, la medida de un valor
en otro valor. Entre dos productos que se cambian hay
equivalencia, una relación de igualdad y el uno es precio
del otro.
Suele definirse el precio, diciendo que es el valor expresado en
dinero; pero esto es tan equivocado, como si dijéramos que el
peso es la gravedad expresada en kilogramos. La moneda sirve
para medir los valores, interviene en el mayor número de
los cambios y á ella se refiere ordinariamente el precio; pero
una cosa es la estimación relativa de dos productos, y otra el
instrumento que se emplea para establecerla. ¿No han existido
los precios antes que la moneda? ¿No hay acaso precio en la
permuta? ¿No tiene precio la moneda misma? Tanto es así, que el
precio en dinero es solamente nominal y depende de la
cantidad de metales preciosos que circulan. El precio real
de los productos es el esfuerzo necesario para obtenerlos.
También se confunde el precio con el valor. Sin embargo,
se los distingue fácilmente teniendo en cuenta que si ambos
expresan una relación del producto, los términos son diferentes
para cada uno de ellos: en el valor la relación es primeramente
con las necesidades, en el precio con otro producto; el valor
mide la utilidad; el precio es medida de los valores para el
cambio. (V.
Valor.)
El precio de cada producto consiste en la cantidad de riqueza
necesaria para compensar los gastos hechos en su formación y
retribuir al productor con el beneficio que le corresponde; pero
como las relaciones del cambio se determinan en virtud de otros
datos, hay, además de ese precio que se llama natural ó
remunerador, otro que se dice corriente, y
es el valor que se ofrece para cada producto; en otros
términos: precio natural es el que tiene el producto al salir de
las manos del industrial, y corriente el que logra hacer
efectivo en el mercado. Este último se fija por la acción de la
oferta y la demanda; baja si los productos
abundan, y se eleva cuando escasean.
El precio natural varia con todas las alteraciones que
experimentan los gastos de la producción é influye en el precio
corriente, porque el aumento de esos gastos significa una mayor
dificultad para producir, que reducirá la oferta; y la
disminución, al contrario, que facilita la industria, llevará
mayor número de productos al mercado. De aquí que el progreso
económico dé lugar á la baja incesante de los precios.
El precio corriente puede ser igual y mayor ó menor que
el natural; pero tiende siempre á nivelarse con éste. Cuando el
precio corriente es mayor que el natural, el exceso de beneficio
que obtienen los productores atrae nuevos capitales y brazos á
la industria en que esto sucede, y aumentada la oferta, baja el
precio del mercado; si el precio corriente no alcanza á cubrir
el natural, la reducción del beneficio ó la pérdida que sufre el
productor le hacen abandonar la industria, y la restricción
consiguiente de la oferta da lugar á la subida del precio.
Esta es la ley que de hecho rige en el mercado, y por ella se
gobiernan los movimientos del cambio. ¿Hasta qué punto, sin
embargo, es satisfactoria esa ley y puede ser sancionada por la
ciencia? Después de reconocer que hay un precio natural,
¿es dado admitir otro fortuito, arbitrario, que no se
funda en las cualidades del producto ni en los esfuerzos
del productor? La situación del mercado, circunstancia posterior
á la formación del producto, que no influye por consiguiente en
el trabajo empleado para obtenerle, ni afecta tampoco á su
utilidad, parece que no debiera ser la llamada á determinar los
precios; la escasez de un artículo no autoriza al industrial
para elevar indefinidamente su precio á expensas del consumidor,
ni es razonable que éste en los casos de abundancia reduzca el
precio sin limitación alguna, negando al productor la recompensa
de su trabajo y el pago del servicio que le presta. No
satisface, pues, como reguladora del cambio, la acción de la
oferta y la demanda, que ha de dar lugar á continuas
injusticias; y así sucede, en efecto, porque diariamente
oímos decir, hablando de algún precio, que no vale tanto ó vale
más que el objeto á que se refiere.
Pero no basta decir que el precio natural es el único legitimo,
porque ya hemos visto que éste se compone de dos elementos, los
gastos de la producción y el beneficio; y si aquéllos pueden
computarse fácilmente, no sucede así con el segundo: el
beneficio es, en último resultado, un precio, el precio del
trabajo, y mal puedo darnos el principio que buscamos, cuando
hay que empezar por aplicarle á él mismo.
La dificultad no está resuelta. La Economía se ha limitado hasta
aquí a explicar cómo se fijan los precios, y ha creído,
sin duda, innecesario investigar si debieran formarse de otro
modo, ó imposible de sustituir el mecanismo de la oferta y la
demanda.
Presupuesto.—Es
la determinación de un fin económico y de los medios materiales
necesarios para alcanzarle.
El presupuesto es antecedente indispensable para toda actividad
ordenada, lo mismo individual que colectiva, ya como norma
general de conducta, ya como plan de algún acto determinado,
establecimiento de industria, consumo de riqueza, etc. En el
presupuesto se ha de considerar, primero el fin como necesidad,
como gastos, y luego los medios como ingresos ó
recursos para obtenerlos.
Privilegios industriales.—Monopolios,
que legalmente se establecen, para la aplicación en la industria
de los nuevos procedimientos y de las máquinas.
Los privilegios industriales, son de invención y de
introducción, según que se otorguen por el descubrimiento á
la importación en un país determinado de los adelantos
económicos, se conceden mediante ciertas formalidades y tienen
una duración, que varia en las diferentes naciones; pero que es
limitada á todas ellas.
La justicia de recompensar los afanes del inventor y la
conveniencia de ofrecer ese premio como estímulo para nuevas
investigaciones y descubrimientos; tales son los motivos con que
quieren justificarse los privilegios, que pudiéramos llamar de
explotación industrial. Sin embargo, por meritoria que sea la
conducta de los inventores, no puede dar lugar á un derecho de
propiedad sobre las ideas que descubren. Las ideas no son
apropiables porque falta en ellas la limitación, que hace
necesario el aprovechamiento exclusivo de las cosas, y así es,
que no hay ley, ni sistema capaces de dar verdadera garantía á
esa propiedad industrial, que las más de las veces
resulta ser ilusoria. Suele citarse, por vía de comparación y en
apoyo del establecimiento de los privilegios industriales, la
propiedad literaria; pero no hay nada de semejante, ni de común
entre ambas instituciones, porque ésta no impide, como aquéllos,
la comunidad de las ideas. El derecho, que se concede á los
inventores, no puede equipararse al que tiene el autor de un
libro: en éste, hay una materia de propiedad que no son las
ideas, sino la forma con que están expuestas y el escritor se
reserva únicamente la facultad de reproducir la obra. Cuando yo
adquiero un libro, puedo hacer míos los
pensamientos que contiene, puedo utilizarlos libremente,
llevarlos á la práctica y hasta exponerlos de nuevo con tal de
que no lo haga copiando; mientras que si llego á conocer el
pensamiento del inventor por cualquier medio, contemplando, por
ejemplo, la máquina, que ha formado á los productos, que ha
obtenido, no seré sin embargo dueño de la idea,
tendré de ella nada más que una posesión estéril, ya que se me
prohíbe aplicarla. Y para que la diferencia aparezca más
visible, basta considerar lo que ocurrirá en el caso de que el
inventor escriba un libro, dando noticia del procedimiento
industrial ó de la máquina, que ha ideado y por los que ha
conseguido privilegio; como autor de la obra no podrá impedir
que se haga uso de su descubrimiento y tendrá que invocar para
ello el monopolio industrial que le atribuye la disposición
exclusiva, es decir, la verdadera propiedad de la idea misma.
Los economistas que se llaman ortodoxos y defensores de las
leyes naturales, incurren generalmente en la contradicción
de admitir esos monopolios artificiales; pero no todos
invocan el derecho de propiedad y el mayor número pide
únicamente que se asegure al inventor la prioridad, en el
goce de su descubrimiento. Esa propiedad es legítima, es
inevitable y puede hasta ser indefinida, sin que el poder
público la consagre, en tanto que el autor guarde el secreto de
su invención y no haya manera de descubrirle; pero, tan pronto
como la idea se divulga, ya porque se comunica, ya porque no
puede ocultarse, el aprovechamiento exclusivo de la
invención deja de ser natural y justo y no tiene más fundamento
que la voluntad del legislador. Por otra parte, ¿cómo ha de
regularse esa prioridad? ¿Cuál será esa duración? ¿Qué
requisitos se exigirán para obtenerla? La solución de todas
estas cuestiones tiene que ser, y lo es de hecho, puramente
convencional y arbitraria, como es la institución misma que las
provoca.
El amor del bien y el deseo de la gloria son estímulos bastante
para los espíritus elevados y generosos capaces de realizar las
invenciones. Los descubrimientos de más interés para la
humanidad, se han hecho en la industria como fuera de ella, sin
el aliciente, ni la mira del privilegio.
Producción.—
Consiste económicamente en la creación de valores ó formación de
riqueza.
La producción económica se obtiene mediante la combinación de
tres elementos: la Naturaleza, que aporta la utilidad; el
trabajo, que la modifica para apropiarla á las necesidades; y el
capital, que viene á hacer más eficaz y menos penosa la acción
del trabajador. El concurso de la Naturaleza y el trabajo es
esencial é indispensable en toda operación productiva, por
elemental que sea: la intervención del capital es también
necesaria para que la riqueza adquiera verdadero desarrollo. Es
inútil discutir acerca de la importancia respectiva de estos
tres factores de la producción; cada cual de ellos tiene en la
industria un lugar determinado y preciso, y sólo puede
concederse al trabajo alguna preferencia, atendiendo á que es el
que obra y dirige la acción de los otros dos elementos
productivos. (V.
Industria.)
Producto.-Se
llama así, en general, á todo lo que es efecto ó resultado; y en
Economía á aquellas cosas cuya utilidad ha recibido de la
aplicación del trabajo condiciones á propósito para satisfacer
nuestras necesidades.
Distinguen loe economistas el producto total y el
producto neto ó liquido, haciendo consistir el
primero en el valor integro que representa el producto, y el
segundo en la parte de valor que queda después de compensado el
esfuerzo ó los gastos hechos en la producción. Este liquido ó
exceso es el verdadero producto económico, porque él constituye
el valor creado y el beneficio ó recompensa que en
la producción se obtiene. Sin el producto liquido, las
operaciones productivas serian perjudiciales ó estériles, porque
destruirían la riqueza, ó á lo menos la mantendrían
estacionaria.
La división de los productos en materiales é
inmateriaIes, considerando que pertenecen á esta última
clase las utilidades que se hacen efectivas en el hombre
mismo, la educación, la moralidad, la salud, etc., no
puede conciliarse con la idea, para nosotros indudable, de que
la actividad y la esfera económica se consagran exclusivamente á
los bienes materiales. (V.
Economía,
Industria y
Riqueza.)
Propiedad.—Es,
en el sentido económico, la relación que el hombre mantiene con
las cosas de la Naturaleza para aplicarlas á la consecución de
su destino.
La propiedad es una relación muy compleja, como que expresa la
total comunidad en que viven ambos términos; pero la Economía la
considera únicamente en cuanto la Naturaleza sirve para el fin
del hombre.
El fundamento de la propiedad está en las condiciones del sujeto
y del objeto; el hombre no tiene dentro de sí todo lo que
necesita para existir y desarrollarse; há menester el auxilio de
los objetos exteriores, y debe asimilárselos: las cosas de la
Naturaleza son también limitadas, por regla general; su utilidad
no puede satisfacer más que un cierto número de necesidades y
requiere la apropiación, la aplicación exclusiva á
algunas de ellas. Por eso la propiedad no recae sobre las cosas
llamadas de uso inagotable, que todos pueden utilizar al
mismo tiempo, como el aire, el mar, etc., sino solamente sobre
aquellas cuyo aprovechamiento exige una relación particular y
determinada.
El hombre, como término activo, es el que establece y dirige la
relación de propiedad: los actos que para ello ejecuta son los
que constituyen el trabajo económico. El trabajo no es, por
consiguiente, el fundamento de la propiedad; pero si
condición indispensable para que exista, en tanto que las
cosas de la Naturaleza no nos sirven espontáneamente, no se
hallan en nuestro dominio, sino que es necesario traerlas
á él. El trabajo no es siquiera el único origen de la propiedad,
considerada individualmente, porque en virtud de la organización
social, por la donación, el cambio, etc., nos hacemos dueños de
objetos sobre los cuales no hemos obrado directamente.
Siendo la propiedad el recurso con que el hombre cuenta para
hacer frente á su necesidad de los bienes materiales, será el
medio económico por excelencia y la institución
fundamental y más importante de este orden de la vida. Dedúcese
también del objeto de la propiedad, que no puede consistir en la
facultad de usar y abusar de las cosas, supone su
aplicación á los fines racionales, y tiene como limite el de las
necesidades legitimas.
Por otra parte, si la propiedad es relación esencial para
nosotros, todos los hombres habrán de ser propietarios sin que
esto quiera decir que hayan de serlo todos del mismo modo. Al
contrario, precisamente porque son varias las necesidades en que
la propiedad se funda y distintos los esfuerzos que se emplean
para adquirirla, cada cual debe poseer bienes diferentes en
especie y cantidad. Por donde se muestra en la propiedad
una esfera personal en que, la erección del objeto, la forma de
la relación y su disfrute, todo es individual, y así ha podido
decirse que la propiedad es la extensión ó el reflejo de la
personalidad en el mundo físico. Pero como el medio sigue la
condición del fin y el hombre tiene fines sociales, al lado de
la esfera individual ha de haber para los bienes materiales
tantas otras como sean los círculos ó entidades de la vida
humana; y la familia, el municipio, la nación y la humanidad
serán también sujetos de propiedad, á cuyas necesidades ha de
atenderse por medio de una organización que, manteniendo el
aspecto individual, afirme los caracteres sociales de la
propiedad y la haga contribuir á los fines colectivos, de igual
manera que cada uno de los miembros de esas asociaciones
concurre personalmente á su objeto, sin menoscabo de su libertad
é independencia.
No ha habido sistema ni doctrina que niegue realmente el
fundamento de la propiedad, por más que existan escuelas que,
desconociendo en ella, unas el carácter individual y otras el
elemento social, combaten con empeño algunas de sus formas é
instituciones. El comunismo pretende que la propiedad sea
exclusivamente colectiva; el socialismo quiere las facultades
del propietario estén sometidas á la dirección y el dominio
eminente del Estado, y los individualistas sostienen que no
hay más sujeto de propiedad que el individuo, con poder
discrecional y disposición libérrima. El error de tales sistemas
se comprueba sin más que tener en cuenta como es imposible
realizarlos. El régimen comunista más estrecho, aquel en que la
alimentación y el vestido de los ciudadanos, por ejemplo, corran
á cargo de la colectividad, no puede impedir que de algún
modo aparezca la disposición y la esfera individual, porque una
vez repartidos la ración ó el uniforme, cada uno es dueño del
suyo; se servirá de él ó dejará de usarle, le utilizará de
manera diferente y podrá hacer con él un cambio ó un regalo;
será, en fin, verdadero propietario. Por su parte, los
individualistas mas radicales tienen que admitir todos con la
necesidad del impuesto el fin social de la propiedad y la
intervención en ella del Estado, que algunos acentúan más
todavía defendiendo la prohibición de amortizar, y llegando
hasta la expropiación forzosa por utilidad pública. En
cuanto al socialismo, que mira como contrarios los intereses
particulares y los colectivos, intenta luego concordarlos de una
manera artificial y mecánica, imponiéndoles por medio del Estado
continuas transacciones, y da lugar á sistemas de propiedad
puramente arbitrarios y violentos.
El comunismo, para lograr la igualdad, destruye la variedad, que
no es incompatible con aquélla; el individualismo sacrifica á la
libertad el elemento común, y el socialismo, arrastrado por la
lógica la comunidad, es impotente para conseguir el orden donde
comienza por establecer la contradicción. Para llegar á la
armonía, es necesario reconocer que con la propiedad debe de
cumplirse el fin humano, y ha de haber en ella,
por lo tanto, una esfera puramente individual, cerrada á toda
ingerencia extraña, que corresponda á las necesidades
personales, y otra, constituida también libre y
espontáneamente, no por la fuerza del Estado, que haga posible
la satisfacción de las necesidades sociales. El Estado no
es más que una de las instituciones que forman la Sociedad, y
aunque puede reclamar los medios materiales que le son precisos,
no está llamado á dirigir la propiedad; su misión se reduce á
rodear de garantías y formas jurídicas esa organización á
que han de contribuir todos los demás elementos sociales.
Ofrece, sin duda, grandes dificultades la demarcación de esas
dos órbitas, la fijación del punto hasta que llega y en que se
enlazan la acción individual y la social; pero es necesario
adoptar el principio de su coexistencia como criterio para
resolver todas las cuestiones relativas á la propiedad.
Desde el punto de vista económico, ya hemos visto que
la propiedad es el objeto á que la actividad se dirige. Las
operaciones productivas son de adquisición de la propiedad, el
cambio, la transmisión de la propiedad, el cambio, la
transmisión de la propiedad, el consumo, su empleo ó aplicación
á las necesidades. Todo lo que favorece la propiedad es un
estimulo para el trabajo; todo lo que la perjudica, un obstáculo
que impide el aumento de la riqueza y su distribución
equitativa, el bienestar y el progreso.
Proteccionismo.-Es
el
sistema económico que hace intervenir al Estado en el comercio
exterior para que, por medio de prohibiciones y derechos
exigidos á los artículos extranjeros, favorezca á la industria
nacional.
La protección tiende á que en cada país se establezcan y
desarrollen todas las industrias, librándolas de la
concurrencia que pueden hacer las otras más adelantadas ó que
tienen mejores condiciones en el extranjero. Para esto, se alega
la necesidad de que las naciones se basten á si mismas, la
conveniencia de multiplicar las colocaciones del capital y el
trabajo y la ventaja de que queden en el país los beneficios
que, siendo libre el cambio, irían á manos de los productores
extranjeros.
Pretender que las naciones vivan en el aislamiento, y que á la
vez se dediquen á ejercer todas las industrias, es contrario al
principio de la división del trabajo y a los fundamentos del
cambio. Los agentes naturales no son los mismos, ni tienen
iguales cualidades en todas partes: cada país está llamado á
producciones determinadas, y si se empeña en conseguir otras,
emplea viciosamente su actividad económica. Estas aplicaciones
violentas del capital y el trabajo, que los colocan
improductivamente, perjudican en todos sentidos á la riqueza, y
mal pueden dejar beneficios en el país esas industrias
artificiales, que no producen ninguno, cuando obtienen
arbitrariamente sus ganancias de los mismos nacionales.
El sistema protector unas veces prohíbe en absoluto la entrada
de ciertos artículos, y otras grava la importación con derechos
arancelarios ó de aduana; en uno y otro caso se propone
la elevación de los precios, exige al consumidor un sacrificio
mayor del necesario para atender á sus satisfacciones, y viene á
ser, un tributo que pagan las industrias verdaderamente
productivas para favorecer á las que viven fuera de las
condiciones naturales, un impuesto sobre el mayor número en
beneficio de unos cuantos protegidos. Por eso, ha dicho
un economista notable que los hombres de gobierno, cuando
establecen prohibiciones ó derechos protectores, obran de una
manera opuesta á la del que descubre un procedimiento para hacer
la producción mejor y más barata, porque ellos se proponen la
escasez y la carestía, y son unos inventores al revés.
(V.
Libre cambio.)
________________
(1) Azcárate, Estudios económicos y
sociales.
(2) Buret: De la misere des clases
laborieuses.
Volver al Vocabulario de
economía política