Dr. D. José
Piernas Hurtado
Exposición de la nomenclatura y de los
principales conceptos de esa ciencia.
M
Máquinas.
—Son todos los instrumentos, formados por el hombre, que se
emplean en hacer más eficaz y menos penosa la acción del trabajo
económico. No admitimos la distinción que muchos escritores
establecen entre las herramientas y las máquinas, porque, además
de ser sus servicios enteramente iguales en la industria desde
el punto de vista económico, creemos que la mejor manera de
desvanecer las preocupaciones contrarias á las máquinas, es
borrar por completo esa diferencia, mostrando á los adversarios
de ellas que su condenación alcanza á los útiles mas sencillos,
y la lógica de sus raciocinios les obliga á pedir la vuelta al
estado primitivo, en que el hombre tiene la fuerza muscular como
único elemento de producción y de trabajo.
Las máquinas constituyen una de las formas del capital y
reportan los beneficios que son comunes á todas éstas, aunque de
una manera más visible, y por decirlo así, más activa.
Por su medio, reemplazan á la acción directa del hombre las
fuerzas de la naturaleza, que son más intensas, más regulares y
menos costosas, y la industria obtiene los productos en
cantidades mucho mayores, en calidad superior y más baratos. El
gran desarrollo que la producción adquiere con el uso de las
máquinas, favorece á los trabajadores, porque aumenta sus
colocaciones y eleva los salarios, y dando lugar á la abundancia
de los objetos, reduce sus precios y generaliza la satisfacción
de las necesidades. Las máquinas son algo más que auxiliares del
trabajo, y sus efectos no se reducen á mejorar las industrias,
porque hay muchas producciones que sin ellas serian imposible de
todo punto: no se concibe la navegación sin el barco, ni la
celeridad que dan á las comunicaciones el ferrocarril y el
telégrafo, sin la locomotora que utiliza la fuerza elástica del
vapor y la pila que desarrolla la electricidad por intenso que
supongamos el trabajo dedicado á esos objetos, por grandes que
sean los esfuerzos acumulados para conseguirlos.
Las máquinas, á pesar de sus inmensas ventajas y de lo mucho que
han contribuido al progreso y al bienestar de la humanidad, han
sido objeto de violentas acusaciones. La máquina, dice con mucha
exactitud Mr. Batbie (Nouveau
cours d’Economie politique),
que hace el trabajo de muchos hombres, es mirada por el obrero
como una invasión de brazos extraños, de trabajadores forasteros
que vienen á arrebatarle su salario; de aquí sus lamentos y sus
quejas apasionadas, que han encontrado quien las formule con
apariencias de razón.
Sólo en cierto sentido es verdad que la máquina desaloje al
trabajador; mas aunque lo fuera en absoluto, ¿habría motivo para
rechazarlas? El trabajo es un medio, no un fin; es el coste de
la riqueza, el espacio que separa á las necesidades de las
satisfacciones, y todo lo que reduzca el esfuerzo preciso para
alcanzar los bienes materiales y acorte esa distancia, es un
adelanto, una mejora, no puede ser un perjuicio. Pero las
máquinas no disminuyen el trabajo más que con relación á un
producto determinado, y antes aumentan los empleos del
trabajador en la industria á que se aplican, porque la baja
consiguiente en el precio de los artículos extiende su consumo
de una manera indefinida: el número de los impresores es mucho
más considerable que el de los antiguos copistas, y no hay
comparación posible entre la cantidad de salarios que
proporciona una línea férrea y los que producían los medios de
comunicación que sustituye. Hoy se trabaja más que nunca, y el
progreso consiste en que la riqueza crece en una proporción
mucho mayor que los esfuerzos hechos para alcanzarla. Además,
las máquinas crean industrias que antes no existían y son otras
tantas colocaciones para el trabajador, y por lo menos dan lugar
siempre á una producción enteramente nueva, la que se dedica á
construirlas. Por último, si la retribución del trabajo depende
de la suma de los capitales y la máquina viene á aumentarlos, su
aplicación ha de ser favorable para el número y la
importancia de los salarios.
Otra cosa es que las máquinas causen una perturbación en el
trabajo y dejen por lo pronto algunos brazos ociosos, ya porque
resulten innecesarios sus servicios, ya porque la industria
modificada exija una aptitud que no tuvieran los obreros de la
antigua. Este mal pasajero, que no alcanza generalmente grandes
proporciones, atenuado por las dificultades que encuentra
el descubrimiento y sobre todo la aplicación de las máquinas,
representa, sin embargo, sensibles privaciones y
sufrimientos de las clases laboriosas; pero es inevitable y hay
que confiar su remedio, á la previsión de los trabajadores, que
se hallan en el caso de computar ese riesgo al lado de todos los
demás á que se exponen, y á la prudencia de capitalistas y
empresarios, que deben dulcificar las transiciones
consultando el interés y la suerte de sus compañeros en la
industria.
Medios económicos.—Son
las cosas útiles de la naturaleza y los actos humanos en
cuantos sirven para adquirir los bienes materiales.
Los fines del hombre han de realizarse en dos esferas: primero
en si mismo ó sea en la voluntad, y luego en el exterior,
en el conjunto de sus relaciones: así vemos que en todos los
órdenes los medios de ejecución ó cumplimiento corresponden a
esas dos esferas. Para el fin económico contamos con las
facultades como elemento subjetivo, y con las cosas y los
actos de nuestros semejantes como elemento objetivo.
Las facultades del espíritu, como las propiedades del cuerpo,
son medios económicos, porque todas contribuyen á satisfacer las
necesidades de esa clase; pero tienen un doble carácter, porque
podemos aplicarlas directamente á nuestras satisfacciones ó
ponerlas al servicio de las necesidades ajenas. Esto es lo que
se realiza en la vida social por el cambio que hace comunes las
facultades personales y permite á cada uno utilizar las
facultades de los demás.
Las cosas de la naturaleza no son todas medios económicos, sino
únicamente las que sirven al hombre y aun de ellas sólo las que
exigen el empleo de nuestra actividad como condición de su
servicio (V.
Agentes naturales.)
Mercado.—Es
el lugar á donde se llevan los productos para el cambio.
Significa también el punto en que se hace la demanda de un
articulo ó en que halla fácil salida, y aun se emplea para
designar, en términos generales, la acción de la oferta y la
demanda, el conjunto de las relaciones que establece el cambio.
El mercado á que concurren productores y consumidores evita á
unos y otros el trabajo de buscarse; sirve para fijar les
precios y nivelarlos, y contribuye poderosamente á facilitar la
circulación de la riqueza.
Mercadería.—Mercancía.—Reciben
esas denominaciones todos los productos ofrecidos en cambio ó
destinados á él.
Las mercancías, son productos económicamente incompletos, porque
no están todavía en relación con la necesidad, que deben
satisfacer, no tienen su valor definitivo y han de sufrir una ó
varias operaciones de cambio, antes de convertirse en artículos
de consumo, personal ó industrial.
Miseria.—
Privación total de los bienes económicos. Es el estado á que
llega una indigencia prolongada, y no se confunde con el
pauperismo, porque éste significa, la miseria colectiva, la
miseria agravada por su extensión y su carácter permanente.
La miseria procede de la falta de cumplimiento del fin económico
y es la sanción que afecta en este orden á todos los
vicios de la actividad. Sin embargo, no siempre es imputable al
que la padece, porque puede tener como causa la desgracia ó la
imposibilidad del trabajo.
No hay en la miseria fatalidad alguna, es un mal, como todos
remediable: el progreso económico la disminuye incesantemente y
llegará á extinguirse por la mejora de la conducta individual y
los adelantos sociales. (V.
Indigencia,
Pobreza
y
Pauperismo
Moneda.—See
llama así el producto que sirve de intermediario general del
cambio y al cual se refieren todos los precios.
Las condiciones de los metales preciosos han hecho que se los
prefiera á los demás productos para desempeñar ese oficio. El
oro y la plata son homogéneos, de la misma calidad en todas
partes; su valor es universalmente reconocido, y, aunque sujeto
á alteraciones, tiene cierta fijeza; se dividen con facilidad
para proporcionarse á las necesidades del cambio, y se
transportan cómodamente porque encierran mucho valor con
relación á su volumen y peso; su dureza, además hace que sean
permanentes y que se deterioren muy poco con el uso.
Es, por consiguiente, la moneda una porción de oro ó plata,
acuñada en forma de disco, con un sello que garantiza su
cantidad y calidad. No siendo posible fraccionar esos metales
tanto como exigen los pequeños cambios, que son, por otra parte,
muy frecuentes, se fabrica también moneda de cobre ó bronce, con
el carácter de auxiliar y un valor de convenio, que
excede en mucho al efectivo.
Con la intervención de la moneda al cambio directo ó
permuta, sucede la compra-venta ó cambio indirecto,
llamado así porque uno de los productos que se truecan no se
aplican directamente á las necesidades, y cada operación de
cambio se descompone en dos partes, una para convertir en dinero
los productos que sobran, y otra para emplearlo en la
adquisición de aquellos que hacen falta y han de ser aplicados
al consumo. La circulación, sin embargo, se simplifica y
adquiere gran rapidez con esos procedimientos, para que tenga
lugar la permuta, no basta que el productor encuentra persona
dispuesta á recibir su mercancía; es necesario al mismo tiempo
que á él le convenga tomar la que se le ofrece en cambio, y
todavía la transacción será imposible, estando de acuerdo acerca
de la naturaleza de los artículos, si no coinciden también en
las cantidades que respectivamente poseen y desean. La
moneda evita esas dificultades, porque es un producto que se
recibe sin inconveniente y satisface á la oferta de todos los
otros: en este régimen el industrial ofrece el valor que
pudiéramos llamar de consumo, y el consumidor demanda siempre
con el valor de cambio.
No es menos importante el servicio que presta la moneda siendo
el metro ó tipo común en que se expresan todos los valores, pues
sin ella, para fijar el precio de un producto seria necesario
compararle con todos los restantes. Pero la moneda es al cabo
una mercancía, y como tal se halla expuesta á oscilaciones; su
valor sube ó baja, según la situación que tiene en el mercado,
de suerte que la fijeza que da á los precios no puede ser
absoluta. Este mal es irremediable, porque habiéndose de tomar
un valor para medir los valores, es imposible que la medida sea
inalterable, y los metales preciosos son los que están menos
expuestos á variaciones frecuentes y repentinas.
Como la moneda no se adquiere definitivamente sino para
cambiarla de nuevo, puede ser reemplazada por medio de un signo,
sin valor intrínseco y que le tenga puramente nominal: pero éste
circulará tan sólo en cuanto su representación sea efectiva y se
convierta en moneda á voluntad del que le recibe.
La acción de la oferta y la demanda proporciona á cada país la
cantidad de moneda que necesita, la cual está en razón directa
del valor y el número de los cambios é inversa de la rapidez de
la circulación. Cuando sobra moneda, el oro y la plata se
exportan y se funden, convirtiéndose en objetos de adorno,
muebles, etc., y cuando escasea aquélla, se importan y se acuñan
los metales que sirven para formarla.
La moneda es un producto y un instrumento del cambio; nace,
pues, de la industria, sirve para ella exclusivamente y debiera
ser obtenida por la acción del trabajo privado y libre, como
todos los otros medios económicos. Sin embargo lo común es que
los Gobiernos fabriquen la moneda, y esto quiere justificarse,
alegando que su intervención es necesaria para evitar la
adulteración y la diversidad de las monedas. El Estado no ha
correspondido á esa confianza que inspira, porque él mismo ha
violado frecuentemente las leyes monetarias, y no consigue
tampoco impedir las falsificaciones; la unidad de la moneda
tendría, por otra parte, suficiente garantía en las exigencias
del consumo y en el interés de los fabricantes particulares. Los
Gobiernos están obligados, sin duda alguna, á vigilar la
acuñación y á reprimir los fraudes que en ella se cometan; pero
ese deber no les autoriza para reservarse el monopolio.
Las cuestiones relativas al desgaste de la moneda han de
decidirse, según el principio que para la acuñación se haya
adoptado. Si ésta se halla á cargo del Estado, las monedas
defectuosas deben ser recogidas y completadas á costa del
presupuesto; si la fabricación es libre, la moneda seguirá la
condición de los demás productos, y el quebranto del desgaste le
sufrirán los particulares que de ella hagan uso. (V.
Ley monetaria y
Unidad monetaria
Monopolio.—«Tráfico
abusivo y odioso por el cual una compañía ó un particular vende
exclusivamente mercaderías que deberían ser libres.» Esta
expresiva definición de la Academia (Diccionario de 1837) no
conviene, sin embargo, al sentido económico de la palabra, que
es bastante más extenso. El monopolio es toda restricción de la
oferta ó la demanda, todo obstáculo que impide ó detiene la
libre concurrencia en el mercado; y no siempre es abusivo,
porque esta limitación puede nacer de las mismas condiciones de
la industria, en cuyo caso se dice que el monopolio es
natural, ó de intrigas de los particulares y trabas puestas
por los Gobiernos, que dan origen á los monopolios
artificiales.
Existen monopolios de la primera clase en aquellas producciones
que son únicas, ó se hallan favorecidas por la calidad
excepcional de los agentes naturales ó del trabajo que emplean,
y libres, por lo tanto, de competencia y respeto de la demanda
en aquellas necesidades, que son las únicas ó están poco
generalizadas. Hay monopolio artificial, cuando el poseedor ó
varios poseedores coligados de un articulo se valen del
convenio, de la violencia ó de otro medio cualquiera para
impedir que vayan al mercado más productos que los suyos, cuando
los consumidores restringen violentamente la demanda, y cuando
la ley en una ú otra forma limita el ejercicio de la industria y
la circulación de la riqueza. Estos últimos monopolios tienen un
carácter fiscal, si el Estado se reserva exclusivamente
algunas producciones, la del tabaco, la sal, etc., como recurso
del prosupuesto y se proponen un fin económico, si
consisten en privilegios exenciones y gracias otorgadas á
ciertas industrias, ó en prohibiciones de importación y derechos
protectores, encaminados á favorecer alguna aplicación del
trabajo con daño de las demás.
Los efectos de todo monopolio, cualquiera que sea su origen, son
siempre los mismos; consisten, si es de la oferta, en la escasez
de los productos á que alcanzan, en la elevación de sus precios
y en la limitación consiguiente del consumo; y en la
depreciación de los artículos y la ruina de las industrias que
los producen, si se refiere á la demanda.
Algunos monopolios naturales llegan á desaparecer por los
esfuerzos de la actividad, que, aspirando gozar de ellos,
consigue destruirlos; y en los otros que no pueden evitarse, la
competencia disminuye sus inconvenientes con la invención de
sucedáneos ó artículos similares, ofreciendo los productos á
menor precio ó dotándolos de alguna cualidad que no tienen los
de la industria favorecida. Los monopolios artificiales, que son
una injusticia, no tienen compensación ni defensa alguna, hacen
imposible toda concurrencia y á ellos deben aplicarse los
calificativos de nuestro Diccionario.
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economía política