Martha Elba Del Río Mendieta
Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego”.
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.
Comité Mexicano para la Conservación del
Patrimonio Industrial
Resumen
En el Valle de Izúcar de Matamoros existen vestigios importantes de dos sistemas de infraestructura hidráulica, el uno es de origen prehispánico y consiste en una serie de “apantles” o “acequias”, como lo denominaron los conquistadores ibéricos, para regar los campos cañeros. El otro es de origen europeo, integrado por un conjunto de acueductos que proveían de agua a las haciendas azucareras para mover los trapiches y moler la caña. Ambos sistemas utilizaban el agua del río Nexapa.
El sistema de acequias sigue en uso y es prueba fehaciente de que en Mesoamérica existió la agricultura de riego. En cuanto a los acueductos, sus imponentes estructuras aún se aprecian en pie, lo mismo que las de algunos cascos de antiguas haciendas que albergaron primitivos trapiches y modernos ingenios, en un lapso temporal que va desde los primeros años del siglo XVI hasta fines del siglo XIX.
Resume
In the Valley of Izucar de Matamoros there are important vestiges of two systems of hydraulic infrastructure, the one is of prehispanic origin and consists of a series of "apantles" or "ditches", as the Iberian conquerors called it, to irrigate the cane fields. The other is of European origin, composed of a set of aqueducts that provided water to the sugar estates to move the trapiches and grind the cane. Both systems used water from the Nexapa River.
The ditch system is still in use and is proof that irrigation agriculture existed in Mesoamerica. As for the aqueducts, their imposing structures are still visible on foot, as are some of the hulls of old haciendas that housed primitive mills and modern mills, in a temporary period that goes from the early years of the 16th century to the end of the century XIX.
Para citar este libro puede utilizar el siguiente formato:
Ramón Rivera Espinosa, Jorge Ramón Gómez Pérez. Libro 1701: “Arqueología industrial y patrimonio”, Biblioteca virtual de Derecho, Economía y Ciencias Sociales (enero 2018). En línea:
//www.eumed.net/2/libros/1701/arqueologia-industrial.html
ISBN-13: 978-84-17211-55-4
Introducción
Este trabajo tiene como objeto de estudio el Patrimonio Industrial Azucarero de una región específica, de modo que es preciso enfatizar las facetas del mismo que se tomarán en cuenta: los vestigios tangibles e intangibles ligados al proceso de siembra, cultivo, cosecha e industrialización de la materia prima caña de azúcar en la región de Izúcar de Matamoros, Puebla, México. Dentro de los primeros se consideran los bienes muebles e inmuebles, en este caso las haciendas, acequias y acueductos. Las tradiciones, usos y costumbres, valores y actitudes, los signos y señales así como el campo léxico-semántico integran el aspecto intangible. Este singular Patrimonio Industrial Azucarero, que inició a mediados del siglo XVI y continúa vigente, posee un auténtico valor histórico y social porque da fe del origen y desarrollo de la agroindustria azucarera en el Valle de Izúcar de Matamoros, Puebla.
Desarrollo
El desarrollo histórico del valle de Matamoros se remonta a tiempos prehispánicos puesto que los naturales fueron los primeros residentes y principales propietarios de las tierras y aguas de la región. Ellos organizaron su economía y su sociedad según un sistema comunal. Más tarde, en el siglo XVI, cuando Hernán Cortés sembró caña de azúcar en las inmediaciones de la hacienda San Juan Bautista Raboso, dio inicio la industria azucarera del futuro Estado de Puebla. Junto con el Conquistador, arribaron al área otros hispanos conquistadores, colonizadores y misioneros. A los nativos se les explotó mediante el sistema de encomiendas, primero, y por medio de la hacienda, después. (Ronfeltd,1975:19).
En octubre de 1520 los invasores españoles al mando de Hernán Cortés aniquilaron a los defensores itzocanos, capitaneados por el valiente guerrero Nahuaiácatl. Tiempo después, en 1528 el emperador Carlos V otorgó a Pedro de Alvarado la encomienda de Izúcar.
Con la llegada de los españoles se alteró el equilibrio ecológico en la región de Izúcar, pues se introdujeron la caña de azúcar y el arroz, los cítricos, el ganado vacuno, equino y caprino. Proliferaron las haciendas cañeras y los acueductos, además, a mediados del siglo XVI se inició la disputa por la propiedad de la tierra y el agua entre los hacendados españoles y las “repúblicas de indios” de la región. El cultivo del arroz, por su parte, permitió el desarrollo del mosquito Anopheles, transmisor del paludismo, que se combatió constantemente fumigando con DDT, sólo hasta que se dejó de cultivar arroz en plantíos inundados, se controló esta terrible fiebre palúdica.
Con respecto a la posesión de aguas y tierras las repúblicas de indios de la región de Izúcar poseían títulos de propiedad otorgados por la Corona española, y con base en ellos fundamentaron sus demandas contra los hacendados españoles que expandieron sus haciendas azucareras mediante la adquisición de mayores extensiones de tierra y la instalación y mejoramiento de su infraestructura física para incrementar producción y ganancia.
En la región de Izúcar de Matamoros Puebla hay ejemplos de dos tecnologías hidráulicas diferentes, la prehispánica y la hispana. La prehispánica está representada por el sistema de acequias y la hispana por los numerosos acueductos construidos por los invasores hispanos a partir del siglo XVI. Tanto las acequias como los acueductos sirven para transportar agua y utilizarla tanto en la agricultura como en la industrialización de la caña. La zona referida se caracteriza por sus sistemas hidráulicos originarios de México, el primero de ellos, en tiempos anteriores a la entrada de los hispanos en el Valle, permitió a los naturales irrigar sus huertas y sembradíos y levantar dos cosechas por año de jitomate, tomate verde, chile, calabaza, maíz y frijol, entre otros. Las acequias son una innovación tecnológica de riego de superficie por gravedad implementada por los mexica en el siglo XV. (Sánchez Cruz, 2004:185-187).
Antaño se consideró que la agricultura en Mesoamérica era de milpa o roza, esta hipótesis fue defendida por Kroeber y se imaginó a las sociedades mesoamericanas como rurales y primitivas. Sin embargo, una nueva generación de antropólogos mesoamericanistas empezó a estudiar las estructuras sociales y económicas de las culturas de Mesoamérica, el crecimiento de las ciudades y los sistemas de producción y distribución.
A principios de la década de los años cuarenta del siglo XX Pedro Armillas presentó las primeras evidencias sólidas sobre la existencia de una agricultura de riego prehispánica, consistentes en materiales etnológicos, arqueológicos y etnográficos. Otros investigadores como William Sanders, Eric Wolf y Ángel Palerm corroboraron esta información con sus hallazgos arqueológicos, de tal modo se pudo establecer la relación entre crecimiento poblacional, formaciones sociopolíticas y los sistemas de agricultura.
Ángel Palerm puso especial empeño en estudiar el sistema lacustre del Valle de México, lo que le permitió identificar cuatro tipos de sistemas hidráulicos, los que a la llegada de los españoles estaban en pleno funcionamiento y expansión.
El primero de dichos sistemas hidráulicos consistía en captar el agua de los manantiales permanentes, que escurrían de las montañas, almacenarla en “cajas” y distribuirla por medio de canales y acequias, regando así una mayor extensión de tierras.
El segundo consistía en aprovechar las aguas de los ríos perennes e intermitentes de una cuenca mediante presas y canales de desviación y redes muy extensas de acequias. De este sistema quedan pocos restos visibles, pero las fuentes documentales ofrecen abundante información al respecto.
Tercero y cuarto sistemas hidráulicos pertenecían propiamente a la zona lacustre y se conformaban por chinampas, calzadas-dique y albarradones; obras de defensa contra inundaciones y trabajos de drenaje; construcción de suelos artificiales para la agricultura y poblamiento; conducción de agua dulce por medio de canales, acequias y acueductos; formación de lagunas y pantanos artificiales.
Ángel Palerm sostiene que todos estos sistemas hidráulicos funcionaron de manera coordinada como una unidad. (Palerm, 1973:77-24).
Una vez realizada la Conquista de México, los conquistadores pasaron a ser colonos; rehabilitaron y continuaron usando estos sistemas hidráulicos, los que complementaron la edificación de haciendas y acueductos europeos, al mismo tiempo que introdujeron nuevos cultivos como el trigo, el arroz y la caña de azúcar; esta última Hernán Cortés la sembró en la región veracruzana de Los Tuxtlas, primero, en Tlaltenango, Morelos, después y, más tarde en Tepeojuma, Puebla.
Hernán Cortés destaca dos cosas notables de Itzocan: su centenar de templos (teocalli) y su sistema de acequias, que aún subsiste. Mandó arrasar los teocalli y edificar en su lugar templos católicos, para combatir la idolatría.
Dado que la caña es un cultivo tropical, en la región de Izúcar hallaron los españoles las condiciones propicias para su cultivo, desarrollo, cosecha e industrialización. De tal modo que muy pronto, en el fértil valle izucarense proliferaron las haciendas cañeras, sustituyendo la caña al nativo algodón; los bosques fueron talados para sembrar la dulce gramínea y los árboles se quemaron en el proceso extractivo del azúcar; las acequias prehispánicas irrigaron los cañaverales; cada hacendado construyó su propio acueducto para mover las ruedas hidráulicas de sus trapiches con agua proveniente de la cuenca del río Nexapa y sus afluentes y estableció así su propia zona de abasto cañera y su trapiche para moler caña. Los siglos XVIII, XIX y XX han sido los más prósperos en la región en cuanto a la producción de azúcar.
Desde el siglo XVI los usos del agua en la región izucarense estuvieron reglamentados por el gobierno virreinal, como consta en las ordenanzas de Juan González de Peñafiel, que datan de 1643, que disponían las dotaciones de agua para las haciendas cañeras, propiedad de españoles, las huertas y campos de indígenas, los pueblos y barrios.
Para zanjar los problemas que surgieron en torno al uso y posesión del agua, en 1635 la Corona española envió a la región al fiscal González de Peñafiel a investigar los fuertes conflictos entre naturales e hispanos. Su sentencia estuvo encaminada a frenar las prácticas de los españoles en detrimento de las comunidades indias, consistentes en tomar más agua de la requerida y almacenarla en jagüeyes, para el cultivo de siembras y crianza de animales. Estableció los surcos de agua, medida antigua del líquido, que correspondería a cada propietario español y a cada comunidad indígena. Esta medida generó “usos y costumbres” entre la población y favoreció la privatización del agua. (Gómez Carpinteiro.2003:13-42).
A lo largo del siglo XIX, el valle de Matamoros se convirtió en una de las regiones productoras de azúcar más importantes de México. Numerosas haciendas cañeras se fundaron, a saber, San Nicolás Tolentino, Espíritu Santo Tatetla (La Galarza), San Juan Colón, San Félix Rijo, San Lucas Matlala, San José Teruel, San Juan Bautista Raboso, San Guillermo Jaltepec, La Magdalena Tepeojuma, Amatitlanes, San José Atencingo, San Cosme y San Damián, San Pedro Mártir Ballinas y San Andrés. Pocas han sido restauradas por sus nuevos propietarios, tal es el caso de La Galarza, propiedad de Bacardí y compañía; la de San José Teruel, la de Rijo y la de San José Atencingo que alberga el complejo agroindustrial del mismo nombre. De varias más sólo quedan en pie algunas edificaciones y de otras únicamente el recuerdo, la referencia oral o el topónimo.
Para procesar la caña dentro de su propiedad, casi todos los hacendados construyeron su propio trapiche. El más grande de todo el valle estaba en Atencingo. Estos rudimentarios ingenios, durante la dictadura porfiriana se modernizaron rápidamente ya que los hacendados introdujeron energía hidráulica, electricidad y nueva maquinaria. Como fuerza de trabajo, cada propietario contó con un grupo de peones, que en muchos casos estaban obligados a vivir y trabajar en la hacienda.
De las antiguas haciendas azucareras quedan en pie los acueductos, los llamados "cascos de hacienda" en cuyo perímetro se edificaron "la casa grande "o de los patrones, la casa de máquinas, la capílla, el cárcamo, las bodegas de y otras construcciones, que son parte del patrimonio cultural tangible de la industria azucarera en Izúcar de Matamoros. El sistema de las acequias prehispánicas sigue intacto y en uso.
De acuerdo con Nickel, la hacienda se define como la institución social y económica cuya actividad productora se realiza en el sector agrario, la cual se caracteriza por el dominio ejercido en varios aspectos: los recursos naturales, la fuerza de trabajo y los mercados regionales. La hacienda se puede considerar un complejo agroindustrial autosuficiente y autónomo. Fue la unidad productiva fundamental y la base de la configuración social y económica en un México eminentemente rural. (Nickel, 1988:24).
Según su principal actividad productiva hubo haciendas pulqueras, trigueras, henequeneras, de beneficio de minerales y azucareras, entre otras. Este sistema de haciendas finalizó con la Revolución Mexicana y la posterior reforma agraria.
Durante el Virreinato Izúcar de Matamoros se distinguió por ser una importante región azucarera, de allí que para su estudio, las haciendas se agruparon en cinco zonas, según un criterio geográfico.
En la tercera década del siglo XX, al término de la Revolución Mexicana, entre 1921 y 1938, las haciendas azucareras del valle de Izúcar pasaron a conformar el Sistema Atencingo, propiedad de William O. Jenkins.
Zona 1. Agrupa las haciendas siguientes: La Magdalena Tepeojuma, San José Teruel y EL Espíritu Santo Tatetla.
Zona 2. La conforman las haciendas de: San Juan Colón, San Félix Rijo, San Lucas Matlala y San Pedro Mártir Ballinas.
Zona 3.- La integran las haciendas de: San José Atencingo, San Guillermo Jaltepec y la de San Cosme y San Damián.
Zona 4.- Forman parte de ésta las haciendas de: San Nicolás Tolentino y San Juan Bautista Atotonilco Raboso.
Zona 5.- Dentro de ésta se consideran las haciendas de: Amatitlanes y San Andrés.
A continuación se señalan algunas características y otros datos de las haciendas ya mencionadas.
Hacienda de La Magdalena Tepeojuma.- Fundada a mediados del siglo XVI-- después de que los españoles conquistaran Izúcar-- bajo la advocación de Santa María Magdalena. De acuerdo a la información que menciona Paredes, ésta es una de las más antiguas haciendas azucareras del Valle de Matamoros, ya que la ruta que siguieron los hispanos para ingresar fue la de Huaquechula- Teyuca-Izúcar. (Paredes, 1991: 61). Está situada sobre la carretera Izúcar-Puebla, en la ribera occidental del río Nexapa. (Sánchez, 2007:55-57).
Uno de los capitanes de Hernán Cortés, Diego de Ordaz, casó con Axóchitl, la hija del cacique de Tepeojuma, convirtiéndose así en el encomendero de Tepeojuma.
Entre 1921-1938 fue propiedad de los sucesores de don Sebastián Benito de Mier, quienes la vendieron a Guillermo Jenkins. (Gómez Carpinteiro, 2003:138).
Hacienda de San José Teruel.- Se localiza en las inmediaciones de la población de Teyuca, del lado izquierdo de la carretera Izúcar-Puebla.
Fundada a mediados del el siglo XVI, se piensa que sea la segunda establecida por los españoles en el valle. (Sánchez, 2007:65-68).
En 1924 pasó de las manos de sus antiguos dueños, don Francisco y don Manuel Conde, a las de Guillermo Jenkins. (Gómez Carpinteiro,2003:138).
Hacienda del Espíritu Santo Tatetla.- De acuerdo con Paredes, es una de las tres más antiguas del valle, está ubicada en el poblado de Santa María Tatetla, sobre la carretera Izúcar- Puebla, del lado derecho. En 1600 aparece como dueño don Juan Márquez Amarillas. (AGN, Tierras,571-64).
En 1924 los hermanos Pérez Acedo la vendieron a don Guillermo Jenkins. (Gómez Carpinteiro, 2003:254).
El 20 de noviembre de 1954, el Ingenio Atencingo S. A. vendió a Bacardí y Compañía el casco de la hacienda, para ser sede de la Destilería Bacardí, en La Galarza, Puebla, como hasta la fecha. (tradición oral 2004.). (Sánchez, 2007:74-76).
Hacienda de San Juan Colón.- Aparece en 1613 mencionada como la Hacienda de Los Padres (Von Wobeser, 1989:51). Se ubica en el poblado de Tilapa, que depende políticamente de Izúcar de Matamoros, a un kilómetro del crucero de la carretera Izúcar- Atencingo- Atzala.
En 1924, doña Herlinda Llera viuda de don Vicente de la Hidalga, vendió a Guillermo Jenkins, las haciendas e ingenios de San Juan Colón, San Félix Rijo y San Lucas Matlala. (Crespo, 1988:829).
Hacienda de San Félix Rijo.-Situada en el poblado de San Félix Rijo, sobre la carretera Izúcar- Cuautla, del lado derecho. Formó parte del patrimonio de doña Herlinda Llera viuda de la Hidalga, quien la vendiese a Guillermo Jenkins en 1924. (Crespo, 1988:829).
Se registra la fecha de 30 de mayo de 1684 como la de su fundación, cuando por Cédula Real, le conceden licencia a don Juan Rijo Briceño para construir un trapiche y moler caña en la región de Izúcar. (AGN, Reales Cédulas, 30-1104-291 vta.)-
Actualmente ha sido restaurada cuidadosamente por su nuevo propietario, quien la adquirió de su anterior dueño, el Gobierno Federal Mexicano, como parte del Fideicomiso Atencingo 80326.
Hacienda de San Lucas Matlala.- En 1600 esta bella hacienda era propiedad del Convento Jesuita de Nuestra Señora de los Ángeles de la ciudad de Puebla., posteriormente lo fue de los frailes dominicos del Convento de Santo Domingo de la ya citada ciudad de Puebla. (Sandoval, 1951:49).
Se localiza en el poblado del mismo nombre al que se accede por un camino de terracería que sale de la carretera que une el poblado de Tlapanalá con San Felipe Tepemaxalco. Hoy día, políticamente pertenece al municipio de Huaquechula.
Como ya se ha dicho en otros párrafos, en 1924, la propietaria doña Herlinda Llera viuda de la Hidalga vendió esta hacienda y su respectivo ingenio a don Guillermo Jenkins, en conjunto, éste adquirió las tres propiedades ya mencionadas las que sumaron una extensión territorial de 35.122 hectáreas de tierra irrigada, cultivable y sembrada de caña.(Crespo, 1988:948).(Sánchez, 2007:98-99).
Hacienda de San Pedro Mártir Ballinas.- Esta hacienda se encuentra completamente en ruinas, primero por la destrucción que hicieron los diversos grupos en pugna durante la Revolución, y después porque se construyó la carretera Izúcar- Cuautla, en la década de los años 60 del siglo XX, con lo que terminó su destrucción. Se sitúa a dos kilómetros del poblado de Rijo, sobre el lado izquierdo de la citada vía, únicamente hay vestigios del templo y otros paredones. Uno de los primeros dueños de que se tienen datos fue el capitán Juan López Ballinas. (Paredes,1991:64).
Hacienda de San Guillermo Xaltepec.-Se localiza en las inmediaciones de la ciudad de Chietla. Aparece documentado en 1600 como dueño del trapíche don Cristóbal de Mendizábal. Posteriormente, los frailes agustinos del convento de Chietla lo adquirieron. En 1924 don José Peláez y de Teresa vendió esta propiedad a William Jenkins.(Sánchez, 2007:130.132).
Hacienda de San Cosme y San Damián.- Las ruinas de ésta se encuentran en el poblado de Don Roque, situado entre Ahuehuetzingo y Chietla.Aparece igualmente señalado en 1600 don Cristóbal de Mnedizábal como propietario con licencia para sembrar caña de azúcar. En 1923 William Jenkins adquirió esta propiedad de sus dueños la Sociedad Peláez y de Teresa.(Sánchez, 2007:141-143).
Hacienda de San Nicolás Tolentino.- Situada entre los pueblos de Matzaco y Ayutla, sus tierras han sido reconocidas desde sus inicios como de las más productivas de la región. Sus primeros propietarios fueron los frailes agustinos de los conventos de Chietla y Chiautla y en 1603 fue adquirida por don Gonzalo Pérez Gil. Durante el Porfiriato fue propiedad de don Sebastián Benito de Mier, yerno de don Porfirio Díaz. En 1924, don William Jenkins compró la hacienda a doña Guadalupe Cuevas de Mier.(Sánchez,2007:144-148).
Hacienda de San Juan Raboso.- Se localiza al sur de Izúcar de Matamoros, y era famosa por la fertilidad de sus campos y por los ricos hacendados dueños del ingenio de Raboso y sus administradores, quienes en conjunto hicieron progresar esta hermosa y señorial hacienda. Don Antonio de Herrera la fundó en 1591 con el nombre de San Juan Atotonilco, y a partir de 1646 pasó a manos de don Alonso Raboso de la Plaza, quien cambió el nombre a San Juan Raboso. En 1935 doña María Gambú viuda de Maurer la vendió a William Jenkins. (Sánchez, 2007: 159-161).
Hacienda de San José Atencingo.-Data de 1705 la primera información de este antiguo trapiche, aparece como su propietario don Nicolás Torres Castillo y Merlín. (AGN, Tierras,225-2-158).
Sede del Complejo Agroindustrial Atencingo instituido en 1921 por Guillermo Jenkins, quien lo adquirió, en 1924 de sus antiguos propietarios la familia Díaz Rubín, herederos de don Ángel Díaz Rubín. (Crespo, 1988:286).
Desde el punto de vista de la geografía histórica de la caña de azúcar, el valle de Matamoros es una zona adyacente a los fértiles y bien ubicados valles de Cuautla y Cuernavaca, que durante siglos fueron la principal región cañera de México. (Crespo, 1988: 38).
Durante el gobierno de Porfirio Díaz, se hacía mención del Estado de Morelos como el primer productor mundial de azúcar ya que contaba con numerosas factorías azucareras. Hoy día, de aquella bonanza sólo quedan dos ingenios en operación: Emiliano Zapata (Zacatepec) y La Abeja (Casasano). La producción cañera de las tierras limítrofes con el Estado de Puebla se industrializa en Atencingo, ya que han quedado dentro de la zona de abasto respectiva y los productores cañeros morelenses reciben avío y asistencia técnica del Departamento de Campo del propio ingenio.
Jenkins reconstruyó Atencingo para que fuese el ingenio central del valle, el que operó bajo la razón social de Compañía Civil e Industrial de Atencingo; los demás ingenios fueron desmantelados y su equipo enviado a Atencingo.
Desde su fundación a la fecha, Atencingo ha sido y es el ingenio más productivo y moderno, no sólo de México, también de América Latina, reconocido como el mejor indiscutiblemente por su capacidad instalada de molienda—9,500 toneladas diarias—y sus instalaciones fabriles; por las condiciones geográficas de su región, la tecnología agrícola implementada en su zona de abasto, por el rendimiento de materia prima por hectárea y de sacarosa en caña obtenida en fábrica, y las características de su sistema de regadío. A todo lo anterior hay que sumar las facilidades de comunicación con otros lugares.
En la tercera y cuarta décadas del siglo XX, los campesinos demandaron el reparto de tierras propiedad del industrial estadounidense. Ante las presiones de los agraristas, en 1938, el presidente Cárdenas decretó la expropiación del complejo agroindustrial de Jenkins para formar el enorme ejido colectivo de Atencingo y una sociedad cooperativa ejidal para su administración como zona productora de caña de azúcar.
Los supuestos beneficiarios serían trabajadores de Jenkins, quienes como “ejidatarios” continuarían sembrando caña para seguir abasteciendo el molino que éste aún mantuvo. La decisión del presidente fue favorable para Jenkins, pues se aseguró que su complejo no fuera desbaratado y el agua siguió destinándose para la producción de azúcar, además se generó una nueva categoría política en la región: los ejidos colectivos, cada uno de ellos tomó su nombre de la antigua ex hacienda correspondiente, cuyos terrenos recibieron en dotación.
El día 14 de abril de 1947 se constituye la empresa Ingenio Atencingo Sociedad Anónima, la misma que adquirió los nueve cascos de las haciendas antes mencionadas a la Compañía Civil e Industrial de Atencingo, el 15 de mayo del mismo año, exceptuando la zona de protección decretada en la dotación ejidal.
Actualmente, el ingenio Atencingo es propiedad de Grupo Zucarmex, una empresa privada.
Conclusiones
Esta es una primera aproximación al Patrimonio Industrial Azucarero de Izúcar de Matamoros, Pue. Es sólo el inicio de una profunda y ardua labor de rescate que debe emprenderse para hacer el levantamiento topográfico de haciendas, acequias y acueductos; de documentar mediante consulta de archivos y tomas fotográficas los restos de antiguas edificaciones, que dan testimonio del nacimiento y desarrollo de la que quizá sea la primera agroindustria mexicana. A continuación habrá que promover el reconocimiento de tales elementos como Patrimonio Cultural del municipio, del estado, de la nación y si es posible, de la Humanidad, con el fin de preservarlo para el conocimiento y difusión entre las generaciones actuales y las venideras.
Sostengo que el sistema prehispánico de regadío facilitó la introducción de un nuevo cultivo, la caña de azucar, puesto que por medio de las acequias el agua llegaba al pie de las parcelas, detalle este que, aunado a las características del clima, la riqueza de los suelos y la cercanía con puntos clave del virreinato, favoreció la siembra, cultivo, cosecha, industrialización y venta del azúcar producido en esta feraz región compartida con el vecino Estado de Morelos; asimismo, representó un considerable ahorro de inversión para los nuevos empresarios europeos. No ocurrió lo mismo con el Estado de Veracruz, cuyo auge como productor cañero-azucarero tuvo lugar en el siglo XX, si bien su inicio tuvo lugar a mediados del siglo XVI, en la región de Xalapa, Coatepec y Córdoba, pero dependiendo siempre del régimen pluvial.
Con la introducción de la caña de azúcar como materia prima y del arroz como cultivo alterno para las tierras en barbecho; y con la la consecuente tala del bosque caducifolio propio de la región izucarense, se alteró el paisaje natural y el ecosistema. Actualmente, sólo a las orillas del río Nexapa se puede admirar un poco de la vegetación originaria.
Para el desarrollo agrícola del valle de Izúcar ha sido de suma importancia el sistema de acequias, pues ya desde tiempos prehispánicos permitió sostener una considerable densidad de población al garantizar el alimento: frijol, maíz, chile, calabaza y árboles frutales nativos del suelo mexicano, así como el cultivo de una materia prima nativa, el algodón, utilizado en la elaboración artesanal de prendas de vestir, datos que constan en la Matrícula de Tributos.
Antaño las acequias no únicamente irrigaban las parcelas, también dotaban de agua corriente a las familias, pues al pie de las casas pasaba el vital líquido, en su trayecto hacia los campos y las huertas. Las cajas de agua, los filtros, los desarenadores y las compuertas, regulaban el flujo y el reparto adecuado del mismo. Los pobladores se referían tanto a la "acequia grande" como a la "acequia chiquita", así como al célebre "callejón del partidor", donde se hacía y aún se hace la distribución de aguas por turno, para los diferentes barrios. Hoy día siguen irrigando campos y huertas por gravedad, como en el pasado, aunque, en su fluir, el agua arrastra una considerable cantidad de basura, la que contamina el preciado líquido y provoca taponamientos y desbordes, por lo que es necesario hacer consciencia en la población para evitar esos problemas.
Con respecto a los acueductos, éstos pueden admirarse como las colosales e impresionantes obras arquitectónicas que son, en recorridos turísticos guiados por personas conocedoras de su historia, tal como se hace con el célebre acueducto de Querétaro, o el del padre Tembleque. Lo mismo aplica para las haciendas, ya tenemos el caso de la de Rijo, que ha sido restaurada y funciona como hotel, centro vacacional y de eventos varios; la de la Galarza, o la de San José Teruel; no obstante, las otras que aún aguardan su momento de restauración-conservación, pueden formar parte de un proyecto turístico que yo denomino "la ruta del azúcar". Todo lo anterior requiere de un proceso de investigación y de concentración de datos para difundirlos entre los posibles y futuros visitantes, generando así ingresos para contribuir a su conservación.
Finalmente, el acervo intangible requiere trato aparte, dada la compleja naturaleza del mismo. Es por eso que lo dejaremos para desarrollarlo en otro momento y en otro proyecto investigativo, con una fundamentación sólida, que considere tanto la investigación de archivo como el trabajo de campo, que permita más tarde, integrarlo en su totalidad al Patrimonio Industrial Azucarero izucarense.
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Recibido: Enero 2018 Aceptado: Enero 2018 Publicado: Enero 2018