¿Qué es lo que pasa hoy día?, ¿qué es lo que pasa ahora? y ¿qué es este «ahora» en cuyo interior nos encontramos unos y otros, y que define el momento en que escribo? Se preguntaba Foucault en su análisis Sobre la Ilustración. Al cual le parece que en el texto de Kant se ve aparecer la cuestión del presente como acontecimiento filosófico (Foucault, 2003, p. 54). Para él, pensar la filosofía como una problematización de una cierta actualidad, caracteriza a la filosofía como el discurso de la modernidad y sobre la modernidad. ¿Cuál es mi actualidad? ¿Cuál es el sentido de esta actualidad? ¿Y qué es lo que hago cuando hablo de esta actualidad? Estas interrogantes son a su parecer la clave sobre la modernidad. A su vez, lanza la hipótesis que el encuentro de Kant abrió la reflexión crítica y la deliberación sobre la historia sobre su actualidad, al vincular esta significación al conocimiento, es lo que se reconoce como el inicio de la actitud de modernidad.1
Regularmente se intenta caracterizar la modernidad por la conciencia de la discontinuidad del tiempo, como una ruptura a la tradición o un cierto sentimiento de novedad, con habitual vértigo de lo que pasa. Es precisamente eso lo que parece decir Baudelaire cuando define la modernidad como “lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente, la mitad del arte, cuya otra mitad es lo eterno y lo inmutable” (Baudelaire, 1976 [1995], p. 92). Pero, así como para él, también como señala Foucault ser moderno no es reconocer y aceptar ese movimiento; por el contrario, es tomar una cierta actitud en relación a ese movimiento perpetuo. Tal vez como un hombre siempre viajando en el gran desierto de los hombres.
Para J. Habermas (1985 [1993]) la modernidad está más allá de estructuras y de ciertas racionalidades, ha señalado como para Max Webber, era evidente la relación no contingente entre modernidad y lo que llamó el racionalismo occidental.2 Pero para él, la modernización del mundo de la vida, no viene determinada solamente por las estructuras de la racionalidad con arreglo a fines. Para los clásicos de la teoría de la sociedad E. Durkheim y G. H. Mead distinguieron más bien los mundos de la vida determinados por un trato, convertido en reflexivo, tradiciones que habían perdido su carácter cuasi natural; por la universalización de las normas de acción y por una generalización de los valores, que, en ámbitos de opción ampliados, desligan la acción comunicativa de contextos estrechamente circunscritos; finalmente, por patrones de socialización que tienden al desarrollo de «identidades del yo» abstractas y que obligan a los sujetos a individuarse. (Cfr. Habermas, 1985 [1993], p. 12). Estas apreciaciones resumen, a grandes rasgos, una buena caracterización de la imagen de la modernidad, que nos ayuda entender nuestra actualidad.
A partir de esta racionalidad occidental se introduce en los años 50s el término técnico “modernización”, elaborado con los medios del funcionalismo sociológico, el concepto se refiere a:
Procesos acumulativos y que se refuerzan mutuamente: a la formación de capital y a la movilización de recursos, al desarrollo de las fuerzas productivas y al incremento de la productividad del trabajo; a la implantación de poderes políticos centralizados y al desarrollo de identidades nacionales; a la difusión de los derechos de participación política, de las formas de vida urbana y de la educación formal; a la secularización de valores y normas, etc. (Habermas, 1985 [1993], p. 12)
Así, cuando se rompen las conexiones internas entre el concepto de modernidad y la comprensión que se obtiene de sí desde el horizonte de la razón occidental, los procesos se relativizan; y la modernización social que seguirá discurriendo autárquicamente, se habrá desprendido de la modernidad cultural y se limitará a ejecutar las leyes funcionales de la economía y del Estado, la ciencia y técnica, que se anudaron para constituir un sistema poco influible. De ahí que según Arnold Gehlen las premisas de la Ilustración ya están muertas y la cultura parece estar cristalizada (Citado en, Habermas, 1985 [1993], p. 13).
La moderna conciencia del tiempo, se le nombra a la filosofía o al pensamiento que se ocupa de la actualidad, también es la “ciencia del tiempo” que, de alguna manera, marcó su entrada con el cuestionamiento ¿qué es la actualidad?, en muchos sentidos la pregunta siempre actual, se vuelca contra sí misma; reformulándose cómo ¿qué es el mundo hoy?, donde el período de la ilustración puede ser señalado como la entrada en la modernidad. Theodor Adorno data su origen hacia 1850 como modernidad cultural, el entramado de discusiones se puede dibujar con algunos de los siguientes autores: Adorno, W. Benjamin, Holderlin, Hegel, Marx, Baudelaire, Nietzsche, Lukács, Merleau-Ponty, Georges Bataille, Derrida y el propio Foucault.
Aún hoy, en el siglo XXI, no muy bien se sabe el resultado final de este proceso de disolución de una modernidad en decadencia o en retirada, no sabemos si las formas del pensamiento han quedado atrapadas por sus propios dispositivos, para terminar agotando el proyecto de la liberación por la estupidez de los propios hombres. Esta decadencia, ligada al propio encierro del concepto moderno de racionalidad, que se asume como un instrumento cognitivo; ligado a un mundo que prioriza la acumulación y la ganancia, que constantemente se moderniza para lograr su cometido. Frente a esta conmoción aun, todavía hoy, Kant nos ilustra, para hacer accesible nuevamente la totalidad de dimensiones de la razón, aún aquellas más ocultas. Por ello, lo único que tenemos a la mano es la propia auto-recreación de la razón.
Hans Robert Jauss señala que el término "moderno" se empleó por primera vez en el siglo V, con el fin de delimitar el presente cristiano, una vez consumado oficialmente el pasado romano-pagano. Y por ello se dice que la Modernidad expresa siempre la conciencia de una época (Citado en, Habermas, 2002, p. 375). Para Habermas la Edad Moderna comienza con el Renacimiento, pero también apunta que "modernos" también se sentían los coetáneos de la época de Carlomagno en el siglo IX y en la época de la Ilustración. Así, la Modernidad del mundo antiguo sólo se diluye con el peso de los ideales de perfección de la ilustración francesa, la concepción del progreso interminable del conocimiento y una mejora eterna social y moral inspirada en los descubrimientos de la ciencia moderna.
Por moderno señala Habermas “ahora se entiende como sólo aquello que expresa objetivamente la actualidad espontáneamente renovada del espíritu de la época” (2002, pp. 375-376). Y a diferencia de la Moda, la Modernidad conserva una relación secreta con lo clásico. Aquí al parecer hay una transformación “dialéctica” porque lo moderno obtiene su fuerza de la autenticidad y de la autoridad de una actualidad pasada, y esta conversión entre actualidad de hoy en la de ayer es al mismo tiempo destructiva y productiva. Y efectivamente es correcta la observación de Jauss, “la propia Modernidad crea para sí misma su clasicismo y a esto es a lo que se ha llamado Modernidad Clásica” (Citado en, Habermas, 2002, p. 376).
Charles Baudelaire (1976 [1995]) a través de su teoría del arte dio nombre a la Modernidad Estética, a la actitud que se asumió frente a la vida y en particular la poesía y el arte. Para Jean Baudrillard (1997[2006]) al plantear su crítica del arte, le da significado a los intercambios imposibles, traza las filigranas del vacío y juega con las reglas de la indiferencia, entonces el arte viene a tomar la esencia y la conciencia de este tipo de Modernidad.3
Evidentemente, las distintas formas de modernidad aluden a esta capacidad del hombre de asirse así mismo frente a sí mismo. No hay punto de fuga, no hay retorno, no hay aparente salida a su estar consciente. Nos encontramos con la razón kantiana pero en medio de una sociedad en constante aceleración, una vida discontinuada, fragmentada, en la cual, las únicas valoraciones son lo transitorio, la rapidez, lo líquido de nuestras emociones, lo efímero y fugaz. Frente a este dinamismo, lo que está quedando atrás, y a su vez delante, es la nostalgia de un presente inexistente y nunca asible.
Si para Theodor Adorno la modernidad es un mito autodestructivo, donde ve en los signos de la destrucción el sello de la autenticidad de la modernidad, Daniel Bell ve una ruptura entre la modernidad cultural y las necesidades del sistema económico. Entonces lo que tenemos frente a los ojos es, tal vez, sólo una Modernidad desilusionada. De ahí que cada vez más la historia de los objetos se encuentre disociada de la historia de nuestra totalidad-mundo. Esto hace posible que las posiciones frente a esta inacabada modernidad, hoy se vuelvan dislocadas y múltiples, ya no hay más una sola conciencia de nuestra época.
En la escena del gran teatro del mundo señalaría Kant (1784/2005b), en Ideas para una historia universal en clave cosmopolita, no parece que sea posible una historia de la humanidad conforme a un plan, sobre todo por la imprudencia y la pedantería del hombre, ya que no se comporta en sus aspiraciones ni como animal ni como ser racional. La separación que hizo la administración especializada de las ciencias, la moral y las artes, mantiene encerradas sus funciones vitales alejadas del mundo, tal vez por ello, Habermas lo denuncia, como la renuncia del hombre al proyecto de la Modernidad (Habermas, 2002, p. 398). Sin embargo, esta ruptura también trajo nuevos descubrimientos, como la subjetividad descentrada, liberada de la cognición y del maleficio divino, a su vez, las nuevas formas de trabajo y rentabilidad provocan nuevas impregnaciones de un mundo que a pesar de la pretensión de conocerlo sigue siendo desconocido.
Al identificar y analizar el debate sobre el desarrollo y sus diversas estrategias, vemos las diferentes posiciones políticas y los diversos intereses económicos, entrelazados en la toma de ciertas posturas y decisiones, por las muy variadas regiones del mundo.
Desde la mirada de Aldo Ferrer (2010), quien reconoce los aportes de Raúl Prebisch sobre sus diversos enfoques, resaltan las ideas y las problemáticas que deben ser la preocupación principal de los estudios del desarrollo. En primer lugar las asimetrías entre progreso y los niveles de bienestar, la inviabilidad de un sistema planetario desregulado y el cambio radical del orden mundial. Evidentemente las ideas centrales siguen vigentes.
Los centros industrializados que poseen alta tecnología buscan conformar e imponer su racionalidad. Distribuyen y divulgan la mayoría de las visiones del orden mundial, funcionales a sus propios intereses. Sin duda, sigue hoy más vigente la proclama, la rebelión contra el pensamiento único. El desarrollo actual de algunas economías llamadas periféricas muestra la atinada razón que tenía Prebisch, es posible una relación simétrica no subordinada con los centros de poder y, sin duda, también es hoy el conocimiento el gran instrumento del desarrollo, pero no es el único.
La globalización está aquí, entre nosotros, como un sistema de redes financieras, comerciales y como una red de poder político, que se va profundizando a través del uso de ciencia y tecnología. Mega-empresarios, gobiernos y ejércitos conjugan una nueva elite de poder y dinero. Al gestionar el conocimiento e incorporarlo al entorno económico y social, se reorganiza el Estado y las instituciones que le rodean, pero sobre todo se reorganiza el trabajo. Discrepando, con la visión de Ferrer en el sentido que el desarrollo siempre tiene lugar en un espacio nacional, porque se abrieron las barreras nacionales, el desarrollo ahora se diversifica, se desregula de fronteras nacionales y locales, convive al mismo tiempo con subdesarrollo y miseria. En todas partes observamos, casi juntos, edificios modernos, a su lado, casas derrumbándose, espacios con todos los servicios públicos frente a lugares sin servicio alguno, el contraste siempre cercano.
En su periodo actual, el centro del sistema no está en un lugar fijo, se mueve a la velocidad de los sistemas informáticos y, evidentemente, el mundo del dinero trajo consigo un vacío teórico del pensamiento no sólo a nivel céntrico sino también de la periferia, dejamos de pensar el mundo por creernos que ya todo estaba definido por un supra-sistema invencible. De tal forma que lo que hoy está en juego, no sólo es el crecimiento económico de un determinado país sino la vida humana aspectos como las guerras, la destrucción del medio ambiente condicionan la existencia de la humanidad. Sin duda, siguen vigentes los principales postulados de Prebisch, y más allá de que es necesaria una cierta densidad nacional a través de: combatir la desigualdad, mejorar la cohesión social, definir mejor los liderazgos y mantener cierta estabilidad institucional, se requieren nuevas ideas y nuevas formas de organización de la sociedad, las cuales apenas se intuyen en las diversas regiones del mundo como una irradiación de nuevas esperanzas.
Pese a los varios milenios de ensayo-error, de probar distintas políticas económicas en diversos países del mundo e incluso a pesar de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación o los diversos avances científicos, de la premiación de varios economistas con premios Nobel y títulos nobiliarios, lo cierto es que, aún hoy, no existe una teoría completa sobre la dinámica económica, la teoría neoclásica sigue siendo una herramienta inadecuada para prescribir políticas que induzcan al desarrollo (Douglass, 1993). Tampoco se pueden explicar de forma simple las diferencias entre prosperidad y pobreza en el mundo.
Con el tiempo, evidentemente, se produce un aprendizaje de los humanos, como bien lo señala Douglass sobre la conformación de las instituciones. Más allá de cómo se determinan sus preferencias y cómo se trasmite ese aprendizaje, de una generación a otra, lo que este proceso conlleva es un aprendizaje en las formas de dominación de los otros, para eso, el ser humano ha construido instituciones, de ahí el gran riesgo. El aprendizaje no es bueno por sí mismo, requiere de la ética de quienes conforman esas instituciones.
Sea cual sea la forma que asuman las instituciones, son una imposición de quienes tienen el poder de instaurarlas, que modula las normas de personas y organizaciones, que a su vez definen la orientación de los incentivos y en particular de la promoción o inhibición de las economías. Si como asegura North C. Douglass, la organización política es la que define y hace valer los derechos de propiedad. De alguna manera regula los acuerdos en el mercado político y, esto, es mucho más complejo que una simple transacción económica. Además, esta interacción, conforma la evolución institucional de una economía, entonces los “jugadores” evidentemente querrán definir la forma y la esencia de la organización política. Por lo tanto, no se puede ver o analizar por separado a las organizaciones políticas de las económicas o sociales, todas en su conjunto influyen en la orientación general no sólo de la economía sino de la sociedad en su conjunto.
Ahora bien, si es cierto que los esquemas mentales que desarrollan los jugadores de alguna manera conforman el sistema de retribuciones e incentivos, evidentemente la orientación de las instituciones tiene que ver con la forma de influir sobre los imaginarios, ideas y creencias de las personas, lo que acarrea un problema mayor; se pasó a usar la ciencia y tecnología para producir sueños y fantasías que jamás se concretarán en un desarrollo económico ni bienestar para las personas. El problema principal es que con ello se impulsa el dominio de nuestras racionalidades.
Entonces, si a través de la herencia cultural se reducen las divergencias, si las estructuras de creencias son transformadas por las instituciones, sin que exista la garantía de mayor crecimiento económico; se produce una relación intrínseca alimentada desde quienes dirigen las instituciones más influyentes, como ahora son los medios masivos de comunicación e información, trajo consigo un cambio en la prioridad sobre las organizaciones que se deben construir. Por eso, en términos políticos, se influye más no en la conformación formal de congresos y partidos políticos, sino en la formación de ideas e imaginarios a través de los medios de comunicación masivos para que esas organizaciones formales decidan en función de la opinión construida o en la dependencia de la trayectoria, como lo describe North D. para describir la influencia del pasado sobre el presente y el futuro (Véase Douglass, 1993). Estos son algunos de los riegos del enfoque institucional-cognoscitivo en su búsqueda de mejorar el desarrollo económico se vuelve contra sí mismo y justifica una nueva forma de apropiación por la nueva economía política.
1 Por actitud, Foucault quiere decir un modo de relación con respecto a la actualidad; una elección voluntaria que hacen algunos; en fin, una manera de pensar y de sentir, una manera también de actuar y de conducirse que, simultáneamente, marca una pertenencia y se presenta como una tarea. Un poco, sin duda, como eso que los griegos llamaban un ethos. Y consecuentemente, más que querer distinguir el «período moderno» de otras épocas «premoderna» o «postmoderna», Foucault cree que sería mejor averiguar cómo la actitud de modernidad, desde que se formó, se ha encontrado en lucha con actitudes de «contramodernidad» (Foucault, 2003, p. 81).
2 Como “racional” Max Weber describió aquel proceso del desencantamiento que condujo en Europa a que del desmoronamiento de imágenes religiosas del mundo resultara una cultura profana. Las ciencias experimentales modernas, con las artes convertidas en autónomas y las teorías sobre la moral y el derecho fundadas en principios, se desarrollaron aquí esferas culturales de valor que posibilitaron procesos de aprendizaje de acuerdo en cada caso con la diferente legalidad interna de los problemas teóricos, estéticos y práctico-morales (Citado en, Habermas, 1985 [1993], p. 11).
3 Para Baudrillard, al referirse al arte en la pintura es, en cierto modo, “la forma estética simplificada del intercambio imposible. Tanto es así, que el discurso que mejor podría dar cuenta de ella sería aquel en el cual no hay nada que decir. El equivalente de un objeto que no es un objeto. Pero un objeto que no es un objeto no es justamente nada, es un objeto que no cesa de obsesionar con su inmanencia, con su presencia vacía e inmaterial. Todo el problema reside en materializar esta nada en los confines de la nada, trazar la filigrana del vacío en los confines del vacío, jugar según las reglas misteriosas de indiferencia en los confines de la indiferencia. El arte nunca es el reflejo mecánico de condiciones positivas o negativas del mundo: es su ilusión exacerbada, su espejo hiperbólico. En un mundo consagrado a la indiferencia, el arte no puede más que acrecentarla” (Baudrillard, 1997[2006], pp. 18-19).