Desde una perspectiva de la llamada economía de la felicidad, Rojas (2009) señala que si el bienestar se ve como una experiencia de vida se puede analizar desde tres diferentes planos: desde una experiencia cognitiva, afectiva y hedonista, experiencias que pueden presentarse en distintos grados o intensidades; las cuales cumplen ciertas funciones evolutivas muy importantes. Además, la experiencia cognitiva se manifiesta a través de logros y fracasos, ésta se evidencia a través del disfrute y el sufrimiento relacionados con los afectos, emociones y estados de ánimo; y la experiencia hedonista implicaría el uso de los sentidos como una experiencia sensorial, que se manifiesta en los placeres y dolores. Esta forma de ver el bienestar pareciera enmarcarse en una visión dicotómica, donde pueden encontrarse, en cada plano, efectos positivos o negativos que atraviesan constantemente la vida de las personas.
El concepto de calidad de vida, parece ser algo ambiguo, indirectamente medible, dinámico, multidisciplinar y heterogéneo, donde existen componentes objetivos y subjetivos (Pena-Trapero, 2009). Por lo regular, en distintos estudios, se busca analizar las condiciones objetivas particulares de los individuos donde se desarrolla su vida junto con sus propias apreciaciones sobre un determinado conjunto de variables y componentes.
Uno de los enfoques, seguido por el Consejo Económico de Japón de 1973, sobre el bienestar es aquel que busca la satisfacción de necesidades del individuo, conocido como “consumo ampliado”, que parte del consumo privado de las familias, en términos de una contabilidad nacional centrada en el consumo, donde se van añadiendo el consumo de los servicios gratuitos individualizables, financiado por las empresas y las transferencias en especie ligadas al consumo o la reducción de precios de bienes y/o servicios (Pena-Trapero, 2009, p. 304).
Desde la perspectiva de los indicadores sociales el bienestar social es “la igualdad de oportunidades extendida a todos los bienes, materiales e inmateriales, que se consideran socialmente deseables” (INE [España],1991, citado en García Martínez, 15-17 de noviembre, 2000, p. 48), entre sus múltiples intentos de acotar el término, se han distinguido diversos niveles de observación, desde la actividad y producción como PIB; como calidad de vida; donde se integran aspectos civiles y sociales como la libertad, la participación y el bienestar total.
El bienestar se puede identificar como un estado individual caracterizado por aspectos tales como el sentido de coherencia, satisfacción con la vida, fortaleza y resistencia. Se trata de un constructo complejo ya que no sólo incluye estos aspectos, además, es influenciado por aspectos cognitivos, emocionales y comportamentales, así como; por características individuales y factores medio ambientales tales como edad, género y la cultura (Omar, Paris, de Souza Aguiar, da Silva Almeida, y Peña del Pino, 2009, pp. 70-71). Esta caracterización muestra la complejidad del concepto bienestar en términos de su amplitud y profundidad de los aspectos inherentes a una determinada concepción de la vida y del mundo. Diversas evidencias empíricas han mostrado la asociación entre el bienestar y resilencia, el afrontamiento del estrés, la inteligencia emocional y los valores personales, lo que de alguna manera explica la complejidad para su estudio.
El bienestar subjetivo o hedonista es referido a “los juicios acerca de la satisfacción en general, y con el trabajo, la escuela o la familia en particular, que surgen de la evaluación que las personas hacen de sus vidas” (Diener, Oishi & Lucas, 2003, citados en, Omar et al., 2009). Desde esta mirada se asocia el bienestar con el placer y la felicidad, en dependencia de los aspectos culturales que rodean el espacio particular del análisis. Además, diversos especialistas coinciden en otorgar al bienestar subjetivo dos dimensiones: la cognitiva y la emocional, que parecen complementar la percepción de juicios a largo y corto plazo, simultáneamente.
El bienestar psicológico o eudaimonia se concibe como “el esfuerzo por la perfección que representa la realización del propio potencial” (Lent, 2004, citado en, Omar et al., 2009, p. 71). En esta perspectiva sobresale la teoría de Ryff y Singer (1998), quienes sostienen seis dimensiones independientes de los valores culturales en la valoración de la forma como se ha vivido: autonomía, crecimiento personal, auto aceptación, propósitos en la vida, dominio del ambiente y relaciones positivas con los demás (Ryff, 1995).
Los hallazgos sobre las concepciones del bienestar permite decir que es necesario considerar aspectos individuales y a la vez contextuales de una determinada sociedad, no ignorar lo que las personas desean y sienten, pero tampoco olvidar la conformación social que el sistema social impregna. Tenemos que aceptar que se necesita otra mirada a la complejidad del bienestar.
Básicamente se han utilizado tres enfoques diferentes para medir el bienestar social: el enfoque puramente económico, el basado en las funciones de utilidad y el realizado a través de los indicadores sociales (Pena-Trapero, 2009, p. 302).
Dentro del enfoque económico, como se ha podido observar, no todos los elementos o dimensiones sobre el bienestar se pueden medir si pensamos económicamente. Los valores asociados al bienestar de tipo monetario no se mueven en idéntica dirección, tampoco es posible asumir una única medida sobre el bienestar.
El enfoque a través de las funciones de utilidad, reconoce el bienestar social “relacionado con la satisfacción de las necesidades, tanto individuales como colectivas” (Pena-Trapero, 2009, p. 304), aseverando que si podemos medir el grado de utilidad proporcionado por los bienes y servicios puestos a disposición de los individuos y de la sociedad, se puede construir un instrumento adecuado a los fines que estamos buscando. En este sentido, las funciones de utilidad serán los medios precisos para medir el bienestar individual y social. Sin embargo, la decisión sobre qué medios, se deben utilizar, sigue siendo un pendiente en el análisis de la realidad.
El enfoque de los indicadores sociales como instrumento de la medición del bienestar social parte de la idea de que “éste es un concepto multifacético –multidimensional- que sólo puede abarcarse descomponiéndolo en diversas zonas cuya integración debería de cubrir su totalidad” (Pena-Trapero, 2009, p. 307), a cada parte del rompecabezas se añade un perfil o medida estadística adecuada que funciona como un indicador social. Este enfoque nos permite reconocer una red de entramados relacionales asociados al bienestar.
Los principios básicos que se asumen al realizar un análisis desde el enfoque del bienestar subjetivo, se pueden resumir en seis principios propuestos por Mariano Rojas (2009):
Se trata de un enfoque centrado en la persona y el cuerpo; la cual vive, siente y juzga frente a la construcción de sus valores enmarcados o inherentes a la sociedad en la que vive y de la cual participa, de tal forma que, evidentemente, la historia propia y su contexto trastocan su percepción y vivencias.
Los principios del análisis del bienestar subjetivo implican un reconocimiento a las personas, en la medida que se asume que tienen la capacidad de valorar su propia experiencia y, además, son capaces de entender las relaciones sociales más allá de la enajenación mercantilista y evidentemente tendría que incluirse esta última consideración en cualquier intento de medir o analizar el bienestar, sin ignorar el contexto de la experiencia humana.