Ana Karina Silveti Ortega*
anakar_so@yahoo.com.mx
Resumen
La investigación plantea la gestión como instrumento para lograr una adecuada conservación del patrimonio; a través de ella, se propone que los Proyectos de Intervención –particularmente los relacionados con el reciclaje de espacios públicos del Patrimonio Industrial– sean efectivos e incluyentes. Conseguirlo presupone adoptar una visión integral que incluya:
1.- La concepción del patrimonio desde lo territorial, como recurso y capital –que bajo la corriente de la sostenibilidad– rescata su valor integrando lo ecológico, lo social, lo económico, lo político y lo local como reflejo de lo global.
2.- La gestión del patrimonio mediante una cadena lógica de intervención que involucra investigación, protección jurídica, intervención física, difusión y didáctica, ya que éstas representan necesidades del patrimonio que requieren ser satisfechas.
3.- La utilización de un diagnóstico especializado e interdisciplinario, asociado a un método como el del Planeamiento Estratégico Situacional, que haga posible el entendimiento de la realidad desde la visión de múltiples actores sociales para generar conocimientos y ejecutar acciones.
4.- El reconocimiento del patrimonio como factor de la calidad de vida, desde la perspectiva de la Teoría de las Necesidades Humanas y del Desarrollo a Escala Humana; toda vez que sus manifestaciones tangibles e intangibles, entendidas como bienes y satisfactores, encierran múltiples valores y contribuyen a la satisfacción de las necesidades humanas en grado óptimo.
Para citar este libro puede utilizar el siguiente formato:
Ramón Rivera Espinosa, Jorge Ramón Gómez Pérez. Libro 1701: “Arqueología industrial y patrimonio”, Biblioteca virtual de Derecho, Economía y Ciencias Sociales (enero 2018). En línea:
//www.eumed.net/2/libros/1701/arqueologia-industrial.html
ISBN-13: 978-84-17211-55-4
Introduccion
En México existen todavía importantes elementos de la cultura industrial, testimonios que, como señala la Carta de Nizhny Tagil (2003), incluyen inmuebles, estructuras arquitectónicas, maquinaria de producción, vías de transporte y comunicación, servicios públicos y sitios relacionados con la industria, así como paisajes modificados por la actividad industrial, todos ellos generados a partir de la Revolución Industrial (segunda mitad del siglo XVIII) hasta la actualidad y que encierran en sí mismos valores históricos, tecnológicos, sociales, arquitectónicos y/o científicos.
Algunas causas han provocado la paulatina destrucción del patrimonio industrial tales como la conclusión de actividades por falta de demanda de ciertos productos, el crecimiento de producción o expansión que hacen a los espacios insuficientes o mal ubicados, funciones que han caído en desuso, manejo de maquinaria obsoleta, falta de recursos económicos, inexistencia de leyes para su protección, cuestiones políticas, actividades productivas generadoras de contaminación, descentralización de actividades industriales, comerciales o de transporte, desinterés, especulación del suelo urbano, deficiente formación académica para construir elementos nuevos sin respeto a las construcciones pasadas y la carencia de conciencia histórica, entre otras más que podemos mencionar. (Terán, 2002). Sin embargo, existe una continua preocupación, tanto de especialistas como de algunos sectores de la sociedad, por encabezar acciones encaminadas a su conservación a través de diferentes proyectos de reciclaje; sobre todo en aquellos espacios considerados como públicos y con potencial de ser nuevamente utilizados y disfrutados por diferentes sectores de la población. Un ejemplo de ello, es el programa “Vías Verdes” promovido por los españoles –y que ha tomado fuerza en nuestro país– gracias al cual, se reciclan los antiguos trazados ferroviarios en desuso para ser utilizados como infraestructura que favorece la práctica de diferentes actividades recreativas, promoviendo el uso de la bicicleta y de medios no motorizados. A la vez que se conserva el medio ambiente, se estimulan actividades socioeconómicas en las zonas, se impulsa el desarrollo local y la recuperación del patrimonio ferroviario.
Podemos afirmar entonces, que el interés por conservar los testimonios del patrimonio industrial, da cuenta de su trascendencia como herencia para las futuras generaciones. Así mismo, las implicaciones que conlleva su entendimiento según las exigencias de la vida actual, conducen a la necesidad de desarrollar proyectos en los que el eje rector es, precisamente, el patrimonio vinculado a quien le da sentido: la gente.
Desafortunadas experiencias nos indican que los proyectos de intervención del patrimonio se manejan generalmente bajo un esquema de planeación tradicional, en el que el planificador o especialista técnico –en muchas ocasiones al servicio del gobierno-- realiza bajo su perspectiva un diagnóstico, un pronóstico y una propuesta normativa, como solución a la problemática detectada en el diagnóstico; de esta manera se determinan y ejecutan proyectos, dejando a los ciudadanos al margen del proceso. Por tanto, resulta hipotética la concatenación efectiva entre gobierno, especialistas y sociedad, ya que se anulan las opiniones de los ciudadanos, se menosprecia la satisfacción de necesidades de los grupos sociales, o bien, se ignoran los criterios de especialistas y se asumen decisiones unilaterales por parte de las autoridades.
La desarticulación entre actores y el cuidado de intereses particulares, induce a la poca claridad y a la imprecisión en las acciones, en los procedimientos para llevarlas a cabo, en los tiempos y en los recursos disponibles para cumplirlos. ¿Cómo lograr entonces que los proyectos de intervención del patrimonio sean efectivos e incluyentes?
Consideramos que la adecuada conservación del patrimonio se hace posible a través de la gestión, y que ésta incluye acciones, recursos y procedimientos que involucran las necesidades del patrimonio, las necesidades de la sociedad actual y la coparticipación de todos los actores intervinientes. De esta manera, proponemos cuatro principios estratégicos para la gestión de proyectos de intervención, con el propósito de que sirvan como guía a todos los gestores del patrimonio.
Históricamente el concepto de patrimonio ha sufrido transformaciones importantes, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XX, pasando desde su relación con las obras de arte y el coleccionismo, la consideración de los monumentos como obras excepcionales y del patrimonio cultural edificado como conjunto orientado al bienestar social y cultural de los habitantes (en donde se evidencia más lo antropológico que lo estrictamente arquitectónico), hasta su predisposición a lo territorial hacia el siglo XXI.
El entendimiento del patrimonio como territorio, nos permite en la actualidad concebirlo como una realidad espacial en la que confluye un medio físico natural, determinado con todas aquellas manifestaciones materiales e inmateriales producto de la actividad humana, que han sido heredadas y/o que son susceptibles de serlo a las generaciones venideras. El patrimonio, por ende, es un conglomerado de manifestaciones que existieron en el pasado, lo que fundamenta su innegable carga histórica; que existen en el presente, lo que reitera su indudable impacto en la vida actual, y cuya permanencia hace necesaria su trascendencia futura, y, por lo tanto, su indiscutible conservación.
El patrimonio debe ser entendido, además, como recurso y como capital. Cuando el sujeto (individual o colectivo) dispone de las manifestaciones patrimoniales tangibles e intangibles para cubrir ciertas necesidades, se puede considerar al patrimonio como recurso; y cuando éste se asocia a la permanencia de sus manifestaciones tangibles, representadas por bienes (activos) cuyo valor y utilidad producen beneficios económicos, se puede considerar como capital. Tomemos como ejemplo la construcción de una supercarretera de cobro: el dinero obtenido como peaje se puede utilizar para sostener obras de infraestructura agrícola, educativa o de cualquiera otra índole; en este caso, dicha vía es un recurso, o bien, es generadora de recursos económicos. Si una parte proporcional de los mismos se aplican a labores de mejora y mantenimiento de la misma, entonces, el recurso genera capital. Garantizar que dichos bienes sean duraderos, es el propósito de la Conservación.
De acuerdo con lo anterior, el patrimonio se asume como capital cuando, a través de su utilidad, produce ingresos o intereses; cuando es sujeto de lo rentable en una relación costo-beneficio equilibrada, que le otorga, además, un valor especial al ser considerado un recurso no renovable.
Sin embargo, la concepción del patrimonio como recurso y capital no debe reducirse a lo puramente monetario, ya que para la conservación del mismo se reconocen y exaltan otros valores, que le permiten generar beneficios sociales y culturales. Es en la corriente de la sostenibilidad, que encontramos una opción viable para que lo monetario halle su justa dimensión en la esfera patrimonial.
El patrimonio en tanto territorio, puede manejarse a diferentes escalas. Sin importar la delimitación de dicha escala, ésta representa una porción del medio físico natural, contenedor de manifestaciones tangibles e intangibles del ser humano y con el cual debemos entablar relaciones ecológicas respetuosas. Así mismo, las manifestaciones contenidas en el territorio, representan una dimensión básica de la construcción social y económica con capacidad acumulativa y de conservación de la memoria; es decir, son muestra no sólo de lo económico, sino también de lo histórico y de lo social, y como tal, deben ser valoradas.
De acuerdo con la perspectiva expuesta el patrimonio como territorio rescata el valor de lo local, por ser reflejo de lo global; por contener estructuras sociales que interactúan cotidianamente con los elementos patrimoniales, y por tanto, tienen la capacidad de involucrarse en su manejo; por ser muestra de lo heterogéneo y neutralizar las fuerzas económicas; y por ser un ámbito que puede normarse desde lo municipal.
Concebir territorialmente al patrimonio nos hace entenderlo en su dimensión espacial, de su uso se desprende la interacción con los actores sociales; pero además, si nos valemos de él para satisfacer necesidades se convierte en un elemento capaz de incidir en la calidad de vida de las personas.
El desarrollo incide en las personas, es decir, se origina en los sujetos, los que requieren la satisfacción de necesidades básicas para elevar la calidad de vida; en cambio, el crecimiento se concibe desde los objetos y se ocupa de deseos y aspiraciones para lograr el bienestar.
La calidad de vida según Alguacil (1998/2006) está integrada por cuatro elementos:
El nivel de vida, orientado a la obtención de bienestar, es decir, al consumo y a todo lo relacionado con bienes, cuantitativos y mensurables y aquellos no mensurables derivados de la carencia de calidad ambiental o de seguridad personal.
Los modos de vida, que apuntan a la identidad, expresan valores, patrones culturales, costumbres, conocimientos adquiridos y compartidos a través de la historia y la experiencia común.
Los estilos de vida, que son reflejo de la libertad, de las opciones elegidas individualmente y de la heterogeneidad.
Y el sentido de la vida, que se sustenta en la autonomía crítica y hace al sujeto consciente del nivel, modo y estilo de vida cuando se tiene determinado grado de bienestar, identidad y libertad.
La calidad de vida es, por tanto, el grado óptimo de las necesidades humanas, obtenida a través de la capacidad estimativa, que representa el nivel de conciencia adquirido a través del conocimiento y de los procesos de comunicación, que conducen a la participación y a la acción.
Al afirmar que uno de los fundamentos de la gestión del patrimonio está representado por las necesidades humanas vinculadas a la calidad de vida, asumimos el entendimiento de éstas desde una concepción objetiva-universal y bajo dos de sus perspectivas más notables: La teoría de las necesidades humanas, de Doyal y Gough; y El desarrollo a escala humana, cuyo principal exponente es Max-Neff. De esta manera, las necesidades son universales, básicas y fundamentales porque responden a la esencia humana, su insatisfacción provoca graves daños y forman entre sí un sistema influido por valores. Estas necesidades son nueve: subsistencia, protección, afecto, entendimiento, participación, ocio, creación, identidad y libertad, y son denominadas por Max-Neff como necesidades axiológicas.
Igualmente, es imprescindible precisar que los satisfactores y bienes son diferentes de las necesidades. Los satisfactores son formas inmateriales que requieren las necesidades según el tiempo y el lugar. Son formas de ser, de tener, de hacer y de estar que articulan la manera en que dichas necesidades son experimentadas y satisfechas mediante la exteriorización de los bienes, en un contexto específico. Existen satisfactores violadores o destructores, pseudo-satisfactores, satisfactores inhibidores, singulares y sinérgicos. Por otro lado, los bienes, son elementos materiales, objetos, cosas, artefactos y productos que afectan la eficiencia de un satisfactor.
Consideramos que para desarrollar proyectos de intervención, es necesario entender al patrimonio en función de las necesidades humanas y para ello, es preciso trasladar el trinomio necesidades-satisfactores-bienes a términos patrimoniales; de tal manera, el patrimonio como dimensión territorial involucra manifestaciones materiales e inmateriales producidas por el hombre que son equiparables a los bienes y satisfactores respectivamente.
Las manifestaciones materiales o tangibles del patrimonio: edificios, estructuras, monumentos arquitectónicos, espacios públicos, complejos, grupos de edificios, sitios arqueológicos, paisajes urbanos, barrios, panoramas, bienes muebles, archivos (Bumbaru, 2007) entre otros elementos físicos, son bienes que afectan la eficiencia de los satisfactores por la carga axiológica (valores) que tienen.
Las manifestaciones inmateriales o intangibles del patrimonio: tradiciones culturales y espirituales, música, literatura, cuentos, danza, gastronomía, teatro, artes visuales, costumbres personales (Carta ICOMOS de Ename, 2005), festivales religiosos y de artesanos, actividades tradicionales, eventos asociados a la vida de los habitantes y sus colectividades (Bumbaru, 2007), entre otros elementos no físicos, son satisfactores de las necesidades, al representar formas intangibles de ser, tener, hacer y estar, con carácter cultural e histórico, es decir, formas que varían según el tiempo, el espacio y la sociedad.
Las necesidades, como ya hemos expresado, son inmutables porque responden a la esencia humana; por tanto, asumimos como tales, las nueve necesidades axiológicas planteadas por Max-Neff; de modo que, tanto las manifestaciones intangibles del patrimonio como las tangibles (bienes), deben orientarse a la satisfacción óptima de dichas necesidades, para alcanzar en consecuencia la calidad de vida.
En términos patrimoniales, el nivel óptimo de satisfacción de las necesidades se logra, cuando el sujeto haciendo uso de su capacidad estimativa, es decir, de la conciencia sobre su nivel, modo y estilo de vida, elige los mejores satisfactores (manifestaciones intangibles) y bienes (manifestaciones tangibles) con base en la calidad y cantidad de los valores que poseen.
Para elegir se requiere inicialmente reconocer y contrastar; por eso, para reconocer los valores de las manifestaciones intangibles del patrimonio (satisfactores) es preciso analizar sus características, es decir, los objetos (bienes), los sujetos (individuales o colectivos) y los atributos (cualidades) que les son inherentes. De este modo, se pueden asociar a los satisfactores ciertos valores en relación a los bienes en él involucrados, así como atribuirles directamente valores, producto de la interacción bienes-sujetos-atributos. Se debe cuidar, además, que los satisfactores no sean inhibidores, pseudo-satisfactores, ni destructores o violadores.
Por otro lado, para distinguir los valores (sean arquitectónicos, estéticos, de uso, históricos, etc.) de las manifestaciones tangibles del patrimonio (bienes) se requiere de un diagnóstico elaborado por especialistas, que permita identificarlos.
Podemos afirmar, además, que el patrimonio es polivalente, ya que está determinado por manifestaciones tangibles e intangibles que encierran múltiples valores. Dichas manifestaciones tienen la virtud de ser sinérgicas, ya que inciden favorablemente en distintas necesidades humanas; por ello, la probabilidad de que sean elegidas para funcionar simultáneamente como bienes y satisfactores es mayor, a comparación de otras con características no patrimoniales.
En consecuencia, perfilamos al patrimonio como factor de la calidad de vida, ya que gracias a sus manifestaciones tangibles e intangibles, entendidas como bienes y satisfactores que encierran múltiples valores, contribuyen a la satisfacción de las necesidades humanas en grado óptimo. En este sentido, la calidad de vida es un proceso que lleva inherente el desarrollo del ser humano; el bienestar en relación a los bienes; la identidad como expresión axiológica y de significados; la libertad de los sujetos para la participación, el reconocimiento y la elección; y la autonomía crítica y capacidad estimativa que hacen conscientes a los sujetos del proceso y los mueve a la acción.
Es necesario reconocer que la sociedad le da sentido al patrimonio. Es a través de la relación sociedad-patrimonio, que se construye temporalmente la identidad socio-espacial. Apoyados en el Interaccionismo simbólico (Valera & Pol, 1994), podemos afirmar que las manifestaciones que conforman el patrimonio son productos temporales de la interacción social, en las que el diálogo simbólico deviene en identidad. Los actores sociales se apropian de los espacios cuando se identifican simbólicamente con ellos o cuando los transforman mediante su actuar; de esta manera los espacios se convierten en lugares que acumulan significados, los cuales son utilizados por los individuos para crear vínculos emocionales y de pertenencia.
Las interpretaciones que los actores sociales hacen de la realidad, impulsan a buscar esquemas incluyentes que permitan comprender las significaciones, a fin de generar acciones adecuadas que contribuyan a resolver la compleja problemática que envuelve lo patrimonial, apostando además, por el trinomio espacio-participación-apropiación que ha generado –según Valera y Pol– resultados positivos cuando hay participación real de los actores sociales.
Así mismo, si mediante la participación de la sociedad se asegura a priori la apropiación de las acciones propuestas en los proyectos de intervención, se contribuirá a la aceptación colectiva del significado de dichas acciones, lo que facilitará su ejecución y seguimiento.
Tanto el reconocimiento como la elección de satisfactores (manifestaciones intangibles del patrimonio) y bienes (manifestaciones tangibles del patrimonio) dependen de los sujetos (individuales o colectivos), por eso, cuando se trata de proyectos de intervención del patrimonio, esto nos remite a la participación de múltiples actores sociales (especialistas, autoridades y sociedad civil).
Como acto social, la participación define a la ciudadanía, la cual ejercita su libertad y controla el poder político haciendo uso de sus derechos para con ello involucrarse activamente en la realización del bien común. La gobernabilidad y la equidad se logran cuando se trabaja en la búsqueda de un equilibrio participativo, de modo que participación y representación, deben actuar armónicamente como medios para alcanzar la democracia.
La participación ciudadana es fundamental para resolver problemas de orden público, es conciencia y proceso para acceder a la información, al diseño, ejecución, control y evaluación de acciones legitimadas por todos. La democracia involucra a todos los actores sociales en la toma de decisiones, porque reconoce en ellos, la capacidad para comprender y manifestar sus necesidades y aspiraciones sin importar su grado académico, ideología, costumbres, etc.
La participación es una necesidad axiológica que propicia el desarrollo humano, por tanto, con su satisfacción en grado óptimo, se contribuye a elevar la calidad de vida de los ciudadanos.
La complejidad de los proyectos de intervención, se debe en gran parte a los múltiples y diversos actores que establecen relaciones sociales dinámicas y conflictivas con el patrimonio. Por tanto, proponemos que dichos proyectos incluyan la participación de especialistas, ciudadanos, autoridades y todos aquellos actores sociales afectados, de modo que no sea trabajo exclusivo ni de especialistas, ni de autoridades, el reconocimiento y la elección de bienes (manifestaciones tangibles) y satisfactores (manifestaciones intangibles) que permitan su conservación, a fin de que de esta manera, se contribuya realmente al desarrollo social y a mejorar la calidad de vida de los ciudadanos. Todo esto apunta, además, a una valoración participativa del patrimonio que hará posible el orden de las intervenciones a cualquier escala; promoviendo el equilibrio entre participación y representación para la toma de decisiones, con lo cual se fomentará además la democracia y la ciudadanía.
Los proyectos de intervención del patrimonio demandan ser planeados desde un esquema que considere la realidad, siempre sujeta a cambios e incertidumbres, así como la injerencia de diversos actores sociales. Para lograrlo, es preciso valernos de la planeación estratégica que permite construir y transformar el futuro de forma voluntaria, consciente e intencional, a través del conocimiento de nuestra realidad presente y de las experiencias vividas en el pasado; esto incluye considerar la forma en que los distintos actores entienden la realidad, para actuar en consecuencia. Lo estratégico está, por tanto, ligado a la acción, y ésta, al logro de nuestros fines.
El planeamiento estratégico situacional, según Carlos Matus, se orienta al estudio de los problemas públicos, en los que se manifiesta un juego de conflictos y cooperación entre múltiples actores, y en donde se involucran tanto lo político, como lo económico y lo social; es por ello, que consideramos a dicho enfoque teórico de la planeación estratégica, como el más conveniente para abordar a los proyectos de intervención del patrimonio. Bajo esta óptica la situación es el centro de la planeación y se realiza de acuerdo con un proceso interactivo y dinámico que consta de cuatro momentos en los que median el conocimiento (momento explicativo, normativo–prescriptivo y estratégico) y la acción (momento táctico–operacional).
La situación es la realidad conformada por las explicaciones que cada actor hace a partir de su interacción con ella; por tanto, para entender la realidad y abordar sus problemas, hace falta conocer las explicaciones de cada actor, para de ahí, establecer estrategias que nos lleven a la acción.
Los proyectos de intervención del patrimonio, requieren de un diagnóstico previo, propio de la planeación tradicional, sin embargo, éste sólo representa una herramienta que –junto con la apreciación situacional de otros actores– nos ayudará en el proceso de la planeación. El diagnóstico, como investigación de la realidad que se observa, tiene valor al estar fundamentado en conocimientos científicos; no obstante, representa en cierta medida, la visión parcial de un actor: la del especialista o grupo de especialistas.
Si consideramos que en los proyectos de intervención del patrimonio intervienen múltiples actores sociales, resulta necesaria entonces la apreciación situacional; es decir, diferenciar las explicaciones, que de la realidad, hacen los distintos actores sociales. De esta manera, el diagnóstico se convierte, según Matus, en la materia prima que puede usar un actor social para elaborar su apreciación situacional. Así, diagnóstico y apreciación situacional, nos conducen a la generación de planes.
El planeamiento estratégico situacional fluctúa entonces, entre diversas situaciones y cada una de ellas se desarrolla a partir de un momento explicativo (apreciación situacional), uno normativo (direccionalidad), uno estratégico (viabilidad) y uno táctico-operacional (cálculo que precede y preside la acción) para conformar, entre todos, un sistema oportuno y eficaz de toma de decisiones y resoluciones que resulta de gran utilidad para el manejo de los proyectos de intervención del patrimonio.
A sabiendas de la complejidad que encierra este método, sintetizaremos esquemáticamente las fases que lo integran, con el propósito de que el gestor del patrimonio se interese en conocerlo a profundidad para aplicarlo a los proyectos de intervención.1
Bajo este enfoque, los proyectos de intervención del patrimonio se considerarán instrumentos de gestión del patrimonio cuya finalidad es la conservación, y se apoyarán en el planeamiento estratégico situacional para lograrla.
Por otro lado, en un marco de planeación y apoyados en las consideraciones de Bermúdez et al. (2004), podemos afirmar que la gestión del patrimonio involucra dos tipos de acciones complementarias entre sí: las regulares, aquellas que se realizan independientemente del tiempo, o bien, que son periódicas, como licencias, permisos, declaraciones, etcétera; y las irregulares, también denominadas proyectos, acotados temporalmente.
De acuerdo con lo ya expuesto, entendemos al proyecto de intervención del patrimonio, como un conjunto de actividades y tareas diseñadas con el propósito de generar productos cuyas acciones, pretendidamente positivas sobre el patrimonio, contribuyen a resolver problemas y satisfacer necesidades. Esto involucra actores, acciones y resultados o productos, y tiene como parámetros, un objetivo, un plazo y un coste. El objetivo es el punto de partida y el hilo conductor de los resultados; en medio de ellos, encontramos a los recursos (humanos, materiales, económicos) que junto con el plazo, determinan el resultado de acuerdo al objetivo planteado.
Otras variables que influyen de manera determinante en el proceso son el director, el equipo de trabajo y los grupos de interés. Éstos últimos se integran por: personas afectadas, beneficiarios (internos y externos), proveedores (de materiales y servicios, contratistas y consultores) y promotores (financiador, director, evaluadores, auditores).
Concebimos, además, el manejo de las acciones, recursos y procedimientos que utiliza la gestión del patrimonio, en distintos niveles que integran una cadena lógica de intervención (Bermúdez et al., 2004). Dicha cadena, implica una serie de fases sucesivas centradas –en las que consideramos– son necesidades del patrimonio; por lo tanto, éste requiere ser investigado, protegido legal o jurídicamente, intervenido físicamente, para su difusión o sometimiento a procesos didácticos.
En conclusión, los proyectos de intervención del patrimonio demandarán:
Establecido el plan, los especialistas analizarán con las autoridades si es viable tanto en el aspecto político como en el económico, de igual manera se considerará la viabilidad económica y organizativa de los proyectos y la subsecuente ejecución de acciones.
Si se detectan acciones inviables inicialmente se deberá elegir una de las siguientes posiciones de acuerdo a la situación objetivo:
1.-Aceptarlas, esto implica limitarse a lo que en ese momento es viable.
2.- Superarlas, es decir, construir la viabilidad necesaria aplicando alguna de las siguientes estrategias de cooperación: negociación (ceder parte del interés en beneficio del resultado esperado); cooptación (actores sociales inclinan la voluntad de otros hacia la propia posición); conflicto (dirimir intereses encontrados).
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Recibido: Enero 2018 Aceptado: Enero 2018 Publicado: Enero 2018