Sinuhé Lucas Langrave
Cuenta mi abuela que una vez en Teocuitatlan de Corona, Jalisco cayó una gran tromba que derrumbó las casas. Sin embargo, mucha gente fue feliz porque, arrastrados por el agua, llegaron a sus solares vacas, herramientas, gallinas…
A mi abuela le cayó en el techo una máquina de coser. Mi madre y mis tías fueron muy felices: tenían ropa para vestir. Y cada que me contaban esta historia me parecía que me hablaban de la fundación del mundo.
Para citar este libro puede utilizar el siguiente formato:
Ramón Rivera Espinosa, Jorge Ramón Gómez Pérez. Libro 1701: “Arqueología industrial y patrimonio”, Biblioteca virtual de Derecho, Economía y Ciencias Sociales (enero 2018). En línea:
//www.eumed.net/2/libros/1701/arqueologia-industrial.html
ISBN-13: 978-84-17211-55-4
Introducción
Uno de los objetos que han pasado de generación en generación en el contexto del universo de cultura material de los hogares de nuestro país son las máquinas de coser. Prácticamente ningún otro objeto ha tenido tan peculiar presencia al interior de los hogares mexicanos, los roperos, camas, mesas, sillas, libreros, fotografías, libros, cartas y demás documentos o incluso artículos electrodomésticos no tuvieron la acogida que se puede observar hacia las máquinas de coser cuya huella en la memoria familiar y colectiva es extraordinaria. Las historias más entrañables de la vida familiar se han producido en torno a las máquinas de coser, estos artículos que vieron la luz por vez primera en nuestro país en la segunda mitad del siglo XIX han acompañado fielmente a los actos simbólicos más importantes en la vida de buena parte de los mexicanos, una larga tradición que permitió la supervivencia de estas maquinarias aun cuando las modas promovieron cambios tecnológicos que prácticamente acabaron con los otros enceres domésticos contemporáneos a las máquinas de coser al sustituirlos por otros objetos más modernos. En este sentido, conservar estas maquinarias viene de una larga tradición en la elaboración de vestuarios en nuestro país en donde el papel de la cultura y el vestir tienen fuertes repercusiones identitarias, de hecho podríamos afirmar que las máquinas de coser son de los primeros adelantos tecnológicos que llegaron a nuestro país resultado de esta fiebre de inventos y patentes que se dio por casi todo el mundo resultado del apogeo de la revolución industrial. Éstas demostraron su eficacia productiva insertándose rápidamente en el gusto de la sociedad de la época, pero más importante aún es que dichas maquinarias promovieron la adquisición de inéditos procesos productivos al incorporarlas a los distintos pasos de la elaboración de las prendas como consecuencia se desarrollaron nuevos códigos sociales que favorecieron a distintos cambios en la mentalidad de la época, cuyas resonancias incluso las vivimos día con día.
El arribo de la máquina de coser a nuestro país ya fuera vía adquisición directa por parte de los usuarios que con posibilidades económicas viajaron a otras naciones y adquirieron estos bienes de consumo (circunstancia en la que llegaron las primeras máquinas de coser a México, por allá de la década de los sesentas del siglo XIX y que a pesar del surgimiento de distintos tipos de modalidades de adquisición dicha práctica continuó), o por la llegada de casas comercializadoras de máquinas de coser, ventas por catálogo, e incluso por inversionistas tanto nacionales como extranjeros que montaron negocios encaminados a la introducción en nuestro país de todo tipo de maquinarias y herramientas, trajo consigo cambios sustanciales. En algunos casos las máquinas de coser se toparon, ya sea para sustituir o bien para adherirse, a una profunda tradición de antecedentes milenarios en el vestir, cuyos rastros los ubicamos en diversos contextos de cultura material, como son fragmentos de textiles, así como sus representaciones en códices, pintura mural, escultura, cerámica y diversas manifestaciones plásticas de tiempos precortesianos entre otros. La abrumadora cantidad de estas evidencias pone al descubierto un complejo repertorio de costumbres que en el campo del vestir saca a la luz no sólo el uso de diversas técnicas y conocimientos, sino además el manejo de materiales varios. De igual forma, denota una increíble composición de significados cuyos valores simbólicos formaban parte de la transmisión cultural que se divulgaba de padres a hijos a través de generaciones. Dicho lenguaje resultaba ser tan eficaz como el verbal y era, por lo que sabemos, responsabilidad de las mujeres preservar esta tradición por lo que fue común que semejante actividad se vinculara a deidades netamente femeninas así como a la luna y al agua, entidades todas relacionadas a este mismo género y a la fertilidad como ocurre con el caso de Ixchel deidad maya del tejido para el periodo clásico.
A estas minucias del vestir a las que hacemos referencia se suman todas las técnicas propias de su elaboración, es decir, de los procedimientos técnico-manuales para producir cada prenda. Estas técnicas podían ser tan variadas como los brocados, las gasas, el tejido plano, los bordados y por supuesto las diferentes variantes de telar entre otros, a lo que también hay que incluir los diversos métodos de hilatura, es decir, la confección de los textiles, ya que dentro del proceso productivo de las prendas también se tenían que confeccionar las telas, para lo cual se desarrollaron ingeniosos procedimientos que terminaron por constituir a los primeros especialistas textiles. Lo que permite suponer que la transmisión de la cultura oral era tan importante como la que se daba con el lenguaje simbólico implícito en las tradiciones del vestir. Infinidad de mensajes que no en todos los casos hemos llegado a comprender, se codificaban por los integrantes de dichas sociedades. Por esto, hay que dejar en claro que de ninguna manera se parte de cero en la elaboración de prendas a la llegada de la máquina de coser. De hecho, técnicas usadas en el oriente como el batik, ikat, y el plangi (Lavín y Balassa 2001:32), así como el bordado de occidente ya eran de harto explotadas en nuestro continente previo a la llegada de los conquistadores.
Sin embargo, la transmisión de la cultura vía este medio se vio seriamente afectada a partir de la introducción de nuevos códigos en el vestir, una distinta simbología que apareció por vez primera desde la época colonial. La imposición de nuevas formas del vestir que poco o nada contribuyeron a reforzar los lazos culturales y la memoria social de los conquistados fue parte medular de la famosa imposición cultural. Privar de sentido a los antiguos códigos simbólicos representados en las tradiciones del vestir de las culturas conquistadas no fue una cuestión de suerte, ya que evidencias de todo lo contrario lo refuerzan. La imposición cultural fue más efecto de la labor evangelizadora encargada de las trasformaciones de la mente y el espíritu que aquella atizada por el filo de la espada y la mano dura. Aquí cabe subrayar que es precisamente por exigencia de los religiosos que los indígenas tuvieron que cubrir más sus cuerpos en un proceso que los adaptó a las nuevas formas del vestir y del pensar.
En este sentido, la aparición de las máquinas de coser centurias, más tarde acompañadas de toda una nueva mentalidad mecanicista terminaron por asestar otro duro golpe, ahora a las técnicas ancestrales y a la unidad o cohesión cultural que hasta esa fecha había hecho lo posible por mantenerse indemne. La transferencia de los códigos que promovían la unidad y continuidad de la cultura en muchos casos se vieron afectados a tal grado que el circuito de la transmisión de la cultura (por llamarle de alguna manera) se vio seriamente afectado en una de sus partes más sensibles y por supuesto más evidentes.
A este lenguaje netamente visual como es el caso del vestir se incorporaron nuevos símbolos y se perdieron otros o incluso se reforzaron los ya existentes al acoplarse éstos a las nuevas técnicas productivas basadas en la elaboración de prendas en máquinas de coser, inéditas redes conceptuales hacen su aparición en un mundo convulsionado de cambios que se gestaron en todos los órdenes de la vida social como así lo fue la transición de Colonia al Estado Nación y casi de manera simultánea nuestra apertura al capitalismo industrial, hasta llegar a la revolución que se relaciona con otro parteaguas histórico en nuestro país. El efecto tan determinante que tuvo este último evento modificó la composición de los elementos distintivos de la sociedad, en el caso del vestuario, un fenómeno que no se volvería a registrar sino hasta décadas más tarde en que una nueva bonanza económica, nunca a la par a la vivida durante el Porfiriato pero sí de una forma social más justa, entraría en juego.
De esta manera, durante algunos años, la ropa perdió todo sentido de identificación social; los otrora elementos distintivos de la rígida estructura clasista del porfiriato, los “blanco y negro” a que hiciera referencia Don Cosío Villegas, lograron matices alentadores de la democracia. (México en el tiempo 2000:50)
En lo productivo, otro cambio de efectos de igual magnitud se hizo sentir, pero ahora en el ámbito de las relaciones sociales de producción. Las evidencias más antiguas de la división del trabajo, se produjeron en la separación de los roles establecidos por los seres humanos tanto en la elaboración de los textiles como de las prendas, una producción cuya base estructural era la familia. En esta célula productiva o unidad básica se organizaba el trabajo y se redistribuía el resultado del esfuerzo del mismo entre los miembros de ésta.
La producción de dicha cultura material como el caso de los distintos tipos de vestuarios, protegía los estrechos lazos que en lo productivo reproducía y conservaba las relaciones sociales de producción. Al momento del contacto nuevas formas de producción entraron en escena hasta culminar con las promovidas por el capitalismo industrial de la segunda mitad del siglo XIX momento en el que hace su aparición una gran cantidad de maquinarias y herramientas provenientes de este caudal mecanicista que promovió la revolución industrial. Esta transformación o nueva lógica productiva significó un nuevo paradigma que en términos de procesos productivos, promovió la transición de la célula productiva básica (la familia) a la mercantil capitalista industrial.
Esta nueva estructura productiva era diametralmente opuesta a la de nuestras antiguas culturas, dicha transición de los procesos productivos pasa del ámbito de la organización familiar en donde cada sexo cumplía un papel preponderante y la familia era depositaria de la transmisión de los procesos productivos así como poseedora de los medios de producción, a la del capitalismo que es una estructura histórica que implica un nuevo orden social ya que forzosamente involucra el nacimiento de dos clases sociales completamente antagónicas en donde una, la burguesía, es propietaria de los medios de producción mientras que la otra, el proletariado, está exenta de dichos medios. Esta ambivalencia es una de las contradicciones fundamentales entre ambas clases sociales o entre capital y trabajo.
En esta organización social, el modo de producción está capacitado para producir capital, el trabajo al ser usado en este tipo de proceso productivo obtiene un valor superior al del salario con lo cual se genera una plusvalía o plusvalor, esta nueva relación social para producir trajo como consecuencia que la propiedad de los medios de producción dejara de estar exclusivamente en manos del núcleo familiar o comunal para acceder con ello al ámbito de lo privado con lo que se produce el nacimiento y proliferación de los talleres de costura y casas de sastres así como el nacimiento de tiendas departamentales con aéreas exclusivas de venta de prendas. Cambios que quizás pudieran parecer poca cosa pero de no haberse dado esta trasformación a nivel de la forma que tenía el hombre en América para producir, la revolución industrial no se hubiera instalado tan fácil en la organización social y productiva de la época y la inserción al mundo productivo capitalista industrial se hubiera llevado más tiempo. En otras palabras, no sólo hablamos de la forma en que el ser humano se organiza para producir, ya que dichas estructuras productivas responden a todo un esquema mental, sino de toda una formación histórica que padece la sociedad en un momento determinado y que se manifiesta mediante una naturaleza social especifica.
El tránsito de un sistema productivo a otro no es un tema que se pueda tomar a la ligera. La máquina de coser aparece en este momento de transición, en donde por cierto, la presencia del capitalismo industrial y este tipo de máquinas no implicó la extinción de las relaciones para producir prendas al interior de los núcleos familiares mexicanos, debido a que éstas solo coadyuvaron a la inserción de nuevos patrones de producción y consumo. Hasta la fecha siguen coexistiendo ambos sistemas productivos, es así, que incluso en muchos casos la supervivencia de los procesos productivos ancestrales y de las antiguas relaciones sociales de producción incorporan al poco tiempo la máquina de coser a las antiguas tradiciones del vestir.
La anexión de estos bienes de consumo (y a la vez, de producción) para muchas de estas culturas fue tan exitosa que, a la trasmisión de la cultura vía la enseñanza de los códigos propios en el vestir y de la composición de las prendas, se incorporó el aprendizaje del manejo de la máquina de coser, de tal suerte que uno no podía ser aprendido sin el otro. Es así como un bien de consumo nacido por el empuje de tecnologías que despertó el capitalismo industrial, en lugar de sustituir los antiguos métodos de producción de las prendas y de coadyuvar al tránsito de la célula productiva del hogar a la de la planta industrial o fábrica, y convertir a sus usuarios en obreros, como así lo hicieron otras máquinas, en muchos casos apoyó a la continuidad de las tradiciones ancestrales del vestir aportando incluso nuevos tipos de puntadas, que a su vez dieron origen a nuevos diseños tanto de prendas como de motivos decorativos.
La llegada del capitalismo industrial a México sólo se da después de concretada la independencia, es así como la nueva nación abre sus puertas a un nuevo marco económico-productivo y a un sinfín de maquinarias y herramientas. El comienzo de dicho proceso industrializador el cual no estuvo exento de tropiezos está fuertemente vinculado a la industria textil, a pesar de ello la introducción de las máquinas de coser al país, corrió con mejor suerte que otro tipo de maquinarias que esperaron el sueño de los justos en muchas bodegas aduanales hasta hacerse no sólo viejas sino incluso chatarra. Tal trato a las máquinas de coser se debió a que éstas se asociaban a bienes de consumo para los hogares y al parecer los trámites para la introducción al país de este tipo de productos resultaron menos engorrosos, lo que no significó que estas máquinas no fueran usadas para fines productivos fuera del ámbito del hogar, ya que gracias a éstas los talleres de costura y los reconocidos sastres venidos de todas partes del mundo proliferaron en todo el país, como también lo fueron a finales del siglo XIX y principios del XX las grandes tiendas departamentales que contaban con áreas exclusivas dedicadas a la elaboración de prendas.
Ya para 1880 en México era generalizado el uso de máquinas de coser constituyéndose en un artículo de uso común en muchos hogares de nuestra nación, de hecho, es la década en donde se hace más evidente la diversidad de marcas de máquinas de coser. Para estos momentos era usual encontrar anuncios principalmente de máquinas domésticas, este dato concuerda con una placa conmemorativa de la compañía Singer en México que en 1987 festejaba sus cien años, sin embargo, es frecuente encontrarse con máquinas de esta misma empresa anteriores a 1887 e inclusive a 1880 de igual forma existen en abundancia máquinas de diversas compañías cuya temporalidad también antecede a la década de los ochentas del siglo XIX.
Las condiciones económicas y políticas, ya fueran estas internas como aquellas que se proyectaron hacia el exterior, sumadas a la pacificación forzada del país, la proliferación de las vías de comunicación por todo el territorio nacional, las conexiones territoriales y comerciales que promovió el crecimiento del ferrocarril durante el gobierno del controvertido general Don Porfirio Díaz (1876-1910), así como el particular empuje que dio el porfiriato a la industrialización del país y a la consolidación de las instituciones bancarias, fueron acciones que sentaron las bases para la democratización de los bienes de consumo en donde figuran las máquinas de coser.
De igual forma, favoreciendo la adquisición de este tipo de productos llega a nuestro país un nuevo modelo o esquema en la adquisición de bienes de consumo mediante pagos de letras, lo que facilitó aún más la entrada de estos enseres a los espacios domésticos de todo el país, debido a que esta forma de comercialización se volvió un recurso común para una sociedad que el grueso de su población contaba con un poder adquisitivo muy limitado. En este sentido la Singer Company es reconocida como la primer corporación fabricante de máquinas de coser que no exigía el pago de sus productos en una sola exhibición, así que fue bien recibida en hogares de gente humilde, además fue posible su comercialización en países no industrializados o en vías de industrialización entre los cuales se encontraba México. Este tipo de ventas, permitió que gente que vivía en casas con techos de palma no sólo tuviera acceso a estas maquinarias sino a la posibilidad de transformar radicalmente su forma de vivir. Periódicos al cambiar el siglo (XIX al XX) se referían a las máquinas de coser Singer 1 como la ‘America’s Chief Contribution to Civilazation’ 2, ‘the Heral of Civilization’3 y ‘The Great Civilizer’ 4. Por lo que esta marca es la más común no sólo en México sino prácticamente en todo el mundo, casi podríamos afirmar que no hay persona en nuestro país que no haya visto alguna, o que algún miembro de nuestra familia sea poseedor de un ejemplar de esta compañía.
(…) los consumidores más ricos y la industria disponían ya de otras modalidades de préstamo; no sólo podían hipotecar sus viviendas, sino que también podían obtener créditos para adquirir pianos, máquinas de coser y, a partir de 1916, automóviles. (Bissell 1999:2)
Otro elemento clave para el éxito de la compañía fue su habilidad para confiar en sus clientes. Mientras que otras compañías exigían el pago completo por adelantado al adquirir una máquina, la compañía Singer se ajustó a los americanos de escasos recursos e inclusive a la gente del tercer mundo más pobre introduciendo el pago a plazos. (…) Ninguna compañía antes de la Singer ofreció este financiamiento fácil a tantos pobres en el mundo. (Ibid.: 3)
A este respecto cabe mencionar que en México al igual que en otros países también se fabricaron máquinas de coser, tal es el caso de la marca Gerber una máquina con gabinete que en su puente aparecen datos como GERBER–CARLISLE Cº MEXICO de igual forma existen varias marcas que no contienen mayores datos más que su nombre, como es el caso de la marca Alfa y Suiza que bien pudieran ser mexicanas y que no aparecen en registros de catálogos de varias partes del mundo. A esta lista de marcas de máquinas de coser hay que sumar Casa Díaz, cuyo fundador el español Constantino Díaz instauró en 1930, una importante armadora o maquiladora de otras marcas, en sus inicios alemanas. Actualmente Casa Díaz trabaja mediante dicho esquema siendo una importante empresa de distribución de diversas marcas.
La máquina de coser es un híbrido cuyos orígenes ya sea por su accionar de pedal o de manivela la colocan en el rango de un objeto que si bien presenta un desarrollo tecnológico complejo que la sitúa a la altura de una máquina, no presenta una fuente de energía inanimada para activarla por lo que en sus inicios su forma de operar es el de una herramienta. En todo caso ello permitió que un adelanto de la revolución industrial como son las máquinas de coser, cuyos orígenes Ingleses podemos rastrear desde 1790 hasta que realmente se hacen eficientes en 1851 en los Estados Unidos con Singer y que llegaron a nuestro país alrededor de la década de los 60 del siglo XIX, pudieran ser adquiridas en nuestro país en zonas en que el sueño de la electrificación sólo fue posible años más tarde, lo que significó que estas maquinarias llegaran a los lugares más recónditos de nuestra nación. Sin embargo la máquina de coser no se mantuvo ajena a estos adelantos de la electricidad, ya que muchos modelos de máquinas de coser incluso para finales del siglo XIX y desde principios del siglo XX contaron con motores que les permitieron ser accionadas mediante la energía eléctrica. Incluso en muchos casos las compañías fabricantes de máquinas de coser pensando en las tendencias de la electrificación diseñaron las áreas específicas en las que más tarde los usuarios, si así lo desearan podrían adaptar los motores adquiridos por separado para hacer de sus máquinas instrumentos de trabajo más veloces y las jornadas de trabajo menos agotadoras.
En el caso concreto de nuestro país el acceso a la electrificación de las máquinas de coser mediante motores externos fue una tecnología que se desarrolló y comercializó incluso durante plena revolución de 1910 por la propia Cía. Mexicana de Luz y fuerza Motriz.
Sólo durante el gobierno de Don Porfirio Díaz ciertas zonas del país se vieron favorecidas por dicho avance eléctrico. En este contexto hacen su aparición o adquieren gran auge medios de comunicación modernos como el Ferrocarril Mexicano, los telégrafos, el automóvil y los primeros teléfonos, entre otros. Junto a estos grandes adelantos el uso de las máquinas de coser llegó a estandarizarse gracias a convenios comerciales con otras naciones que se encontraban en una situación industrial más avanzada que la nuestra. Estas maquinarias en poco tiempo tienen una penetración importante en los gustos de los consumidores mexicanos a medida que finalizaba el siglo XIX y daba comienzos el siglo XX respectivamente. Así mismo, como ya habíamos apuntado favoreciendo esta situación se incorpora de forma exitosa a nuestro sistema económico la creación de un método financiero capaz de fortalecer el comercio nacional, el cual estaba constituido por una de las instituciones capitalistas más importantes: los Bancos. De igual manera, otro acontecimiento de suma importancia para esta época y que afecta directamente a los consumidores de este periodo histórico entra en juego, las estrategias publicitarias tanto de finales del siglo XIX como de principios del XX que hicieron posible orientar los gustos y necesidades de la gente de por aquellas épocas.
Para estos momentos la reproducción de la imagen mediante recursos tecnológicos como la fotografía, litografía, el cinematógrafo y los diversos medios de comunicación impresos entre los que destacan anuncios, carteles y tarjetas; hicieron del siglo XIX un periodo histórico sin precedentes, ya que jamás en la historia de la humanidad se había edificado tal proliferación de imágenes y de mensajes visuales.
Al finalizar el siglo la competencia social y la publicidad propiciaron una actitud orientada hacia una mayor acumulación y consumo (…) (Barros y Buenrostro, 2003: 61)
Toda esta suerte de lenguajes provenientes del caudal de representaciones destinadas a ser captadas por el sentido de la vista circulaba día con día en periódicos, revistas, carteles, anuncios y tarjetas, los cuales contaban con una gran (…) carga axiológica y semiótica (Ortiz, 2003:18). Estos medios de comunicación pueden considerarse como el antecedente de nuestro actual código visual, no sólo comercial, sino prácticamente de relaciones personales. En esta época existía todo un aparato propagandístico que era en parte subvencionado por el régimen de Díaz. Estas publicaciones estaban destinadas a un determinado público, esto es, a una elite ilustrada que incluía dentro de sus consumidores a altos hombres de negocios y de la vida política, así como a un selecto y nutrido auditorio femenino e incluso hasta infantil.
Un público que, por su ideología de clase y alto poder adquisitivo, se mostraba impaciente por conocer los adelantos y ventajas de la vida moderna desplegados en una serie de bienes que representaban los patrones de vida de los países “civilizados”, modelo ideal a seguir por esas clases ilustradas. Para lograrlo qué mejor que adquirir todas aquellas mercancías y objetos provenientes de tal mundo de prestigio y que se anunciaban con profusión en las páginas de la prensa (Ortiz 2003: 65)
En este sentido la máquina de coser también se vio favorecida por toda esta corriente de propagada de tipio visual tanto en las publicaciones periódicas como en demás medios propagandísticos, ya que fue uno de los bienes de consumo más estandarizados y con mayor prestigio en todo el mundo, por lo que tenemos diversas evidencias de estas prácticas comerciales en nuestro país análogas a las de otras naciones industrializadas.
Para esos momentos existía en nuestro país una importante afluencia de publicaciones periódicas las cuales podían ser semanales, quincenales, mensuales, trisemanales, anuales, diarias, e irregulares. Incluso existían aquellas que se podían combinar, ya sea semanal-bimestral o quincenal-semanal y sólo para el caso de la capital tenemos conocimiento de varios centenares de títulos. Esto nos habla de la preocupación que tenían ciertos sectores de la población por estar lo mejor informados e inclusive a la vanguardia en temas sobre ciencia, tecnología, literatura, historia, geografía, arquitectura, arqueología, tanto de nuestro país como internacional, y por supuesto la tan afamada nota de sociales que hasta la fecha forma parte de innumerables revistas por todo el mundo.
En dichas publicaciones periódicas se puede apreciar un peculiar interés en difundir temas relacionados con técnicas de confección de prendas, en donde aparecen una gran cantidad de patrones para poder elaborar diferentes diseños de vestidos, incluso existen partes que hablan de la forma para elaborar bordados. Este es un tema que llama la atención por la recurrencia con que aparece en gran cantidad de revistas y, aunque no se mencione de manera explícita en muchas de ellas, tales diseños estaban pensados para que las mujeres o sastres las elaboraran en máquinas de coser. Una larga lista de revistas circulaba en nuestro país y un buen número de éstas contaba con tan particular tema.
La relación tan estrecha de estos personajes social y económicamente privilegiados del ochocientos y parte del novecientos mexicano con toda esta información visual fue alimentando complejos y exóticos códigos sociales que buscaban, entre otras cosas, remarcar su distancia con los demás estratos de la sociedad luchando por conservar lo que se llamaba la “correcta distancia social” (…) (High Life 1997:84) De tal suerte que fortalecían esta necesidad, a través de hacer evidente su posición social siguiendo cánones estéticos en el vestir provenientes de Francia, Inglaterra y Estados Unidos que en buena parte eran promovidos por este tipo de publicaciones, ya que cualquier individuo preocupado en estos temas y que quisiera estar a la moda de cualquiera de estos países lo único que necesitaba era consultar estas revistas.
Aparte de que para el siglo XIX y principios del XX las reglas de urbanidad, de buenas costumbres y de los más altos desarrollos científicos, tecnológicos, artísticos y por supuesto de la moda estaban establecidos lejos de nuestras costas.
Lo que hacía ver en primera instancia a Europa y a finales del siglo XIX a los Estados Unidos como ‘cuna de la alta civilización’. A lo cual hay que sumar que estas naciones industrializadas, mediante su publicidad y demás estrategias de mercado, extendían y universalizaban una nueva forma de organización social (el capitalismo industrial) y de todo un universo de bienes de consumo incluidas, desde luego, las máquinas de coser.
Es así como el interés de estas altas esferas de la sociedad mexicana por mostrar afinidades con otros grupos de élite pertenecientes a otras naciones industrializadas se llenaba con la adquisición de bienes de consumo que eran de uso común de otros países en mejor situación que el nuestro (la máquina de coser formó parte de este universo de bienes de consumo de prestigio). Lo cual explica en buena medida, esa necesidad de las clases poderosas y de la naciente clase media mexicanas por mostrar similitudes a las sociedades acomodadas de otros países mediante no sólo el uso común de bienes de consumo sino incluso de costumbres. (Lucas 2009 4-5) Por lo que no es difícil imaginar que los gustos de la época estuvieran dictaminados por la influencia de aquellas latitudes.
(…) el discurso publicitario refleja las aspiraciones de una burguesía urbana en auge y con solvencia económica. Los objetos, usos, modas y costumbres que se promovían, hablaban de gustos refinados, marcadamente afrancesados, aunque la influencia estadounidense se hacía presente a través de estos bienes de consumo, de manera paulatina y ascendente a medida que avanzaba el siglo XX. (Ortiz 2003:69).
Esta especie de encanto por la modernidad, el progreso y la imagen de gran mundo, se trata de representar de manera constante en todos los medios visuales y escritos con el propósito de mostrar a México como parte de los países modernos y civilizados.
De esta manera, se construyó todo un código visual, cuyo objetivo era precisamente exponer a estas minorías sociales como un rasgo común de nuestro país, aun cuando dichas minorías, que aunque poderosas social económica y políticamente hablando, estaban lejos de reflejar la condición de la recién consolidada nación. (Lucas 2009: 5)
Todo este complejo código visual no nace de la nada, ya que para su elaboración se necesitó de una base tecnológica que la pudiera realizar, así como de antecedentes ideológicos gestados por la misma sociedad. Si bien es cierto que las máquinas de coser son un invento relacionado con las faenas propias de la producción de prendas, es indudable que éstas participaron de forma directa en la construcción del intrincado lenguaje visual en donde no sólo se da forma a un ideal de progreso del país en su conjunto, sino que también favorecieron a darle cuerpo a la idea de lo femenino, y a confeccionar la imagen idealizada tanto del hombre como de la mujer. Éstas no sólo participaron en la construcción de nuevos códigos simbólicos capaces de ser captados visualmente. También coadyuvaron a instaurar nuevos patrones de consumo que terminarían por implantar un nuevo modo de vida y un diferente orden social, a lo que hay que agregar su papel determinante en la elaboración de códigos visuales que hicieran evidentes símbolos implícitos en el vestir que definieron la posición social de sus usuarios, ya sea al interior del núcleo familiar o en la monolítica estructura social de por aquellos años. (Ibid.5-6)
En este caso las imágenes publicitarias son fundamentales para entender cómo se construye esta intrincada red de símbolos que, por supuesto, imprimen sentido y orientación a los diversos actores sociales y que se formó gracias al apoyo tecnológico de las máquinas de coser, por lo que se originó (…) un efecto de complicidad entre las imágenes publicitarias de periódicos, revistas y demás representaciones visuales con estos bienes de consumo. Digamos que mientras la publicidad creaba estas necesidades del vestir en el imaginario colectivo, las máquinas de coser transformaban los figurines en algo concreto, es decir, los bosquejos de las prendas tomaban formas en artículos de uso diario dándoles el aspecto que necesitaban y deseaban los usuarios y sólo mediante el uso de esta particular maquinaria se pudo llevar a la práctica lo que la publicidad, en términos de imagen, vendía a la gente. (Ibid.: 7).
Únicamente a través de la utilización de las máquinas de coser se transformaron los bosquejos en prendas y la evolución de esta maquinaria dio la pauta a nuevos y complejos diseños del vestir que ayudaron a su vez a la creación de nuevos códigos. Este tipo de comportamiento impulsó una suerte de retroalimentación que se desarrollaba entre las capacidades tecnológicas de las máquinas de coser y lo que promovía en la sociedad la literatura de consumo, mediante innovadores diseños en las prendas, que en muchos casos iban más allá de las capacidades tecnológicas del momento, de tal suerte que se crearon máquinas que llenaron dichas necesidades. (Ibid. 7-8) Estos mecanismos de retroalimentación entre distintas empresas o industrias productivas no fueron exclusivos de las máquinas de coser y la publicidad debido a que otros productos vinculados a la actividad de coser vía estas maquinarias y con ello las industrias que los producían, se vieron ampliamente beneficiados, por lo que empresas productoras de hilos, agujas, dedales, cintas métricas, aceiteras, aceites para máquinas, un sinfín de aditamentos internos y externos para máquinas de coser, así como planchas, descosedores, encajes y listones fueron productos y giros productivos que se vieron favorecidos por la introducción de este tipo de tecnología, valga la redundancia, de punta. Incluso hasta la industria del juguete se vio beneficiada por el éxito con que las máquinas de coser entraron en la preferencia de los consumidores mexicanos, de hecho de no ser por la presencia de estas maquinarias, el sector de la industria textil no hubiera tenido la importancia que desarrolló ya que la proliferación de las máquinas de coser en todo el territorio nacional pudo sostener la oferta del mercado textil, de otra forma el aumento en la producción de textiles fruto de los adelantos tecnológicos no hubiera tenido salida en un mercado productivo manual.
Así mismo, la presencia de tan distintas maquinarias para las más diversas funciones despertó la imaginación en el campo del vestir, lo que inspiró a su vez nuevos bosquejos: guantes, sombreros, trajes, zapatos, vestidos, calcetines, sombrillas y todo tipo de prendas bordadas se pudo realizar gracias a la máquina de coser. (Ibid.: 8)
Los dueños de las casas editoriales y los productores de máquinas de coser ayudaron, sin querer o en algunos casos conscientes de ello, a la creación de un complejo universo simbólico mediante un nutrido lenguaje publicitario.
De hecho existió un intenso tráfico de publicaciones extranjeras que arribaban a nuestro país, como ejemplo de estos títulos encontramos The Theatre, Journal des Ouvrages de Dames et des Arts Feminins’, La Ilustración Española y Americana, El Mundo Ilustrado, El Correo De Ultramar, Nuevo Mundo, El Mundo Científico, entre muchas otras. Estas publicaciones promovían una moda a todas luces urbana, que hacía lo posible por apartarse de las tradiciones del vestir rural. Sin embargo, la máquina de coser no sólo favoreció a estas creaciones de la élite, sino que también se adaptó rápidamente a las necesidades del vestir de grupos culturales menos favorecidos social y económicamente hablando, por lo que las expresiones populares del vestir no se mantenían al margen de estos adelantos tecnológicos ya que la máquina de coser se adecuó en algunos casos a las creaciones del espíritu de cada tradición cultural, a su forma de confeccionar la tela y sus teñidos y a las representaciones o motivos decorativos de cada expresión social, salvo aquellas culturas que han conservado su tradicional proceso productivo, prácticamente intacto desde antes de la llegada de los españoles. (Ibid.: 8)
De hecho, existían marcas de máquinas diseñadas ex profeso para un determinado público, lo que las hacía variar en precio y diseño. Tal es el caso de las máquinas de coser White destinadas a sectores sociales capaces de subvencionar sus altos costos no sólo en México sino por todo el mundo, o máquinas más accesibles económicamente y de excelente calidad que eran adquiridas por sectores de la sociedad más marginales, como el caso de la marca Singer.
Como ya habíamos mencionado, las máquinas de coser llegan en un primer momento a nuestra nación como un artículo de lujo accesible en principio a aquellos que podían pagar un alto precio por su traslado, posteriormente su adquisición se podía realizar vía previa solicitud de catálogo como los de Sears, Bloomingdale’s, Jordan Marsh y Beiblatt der Fliegenden Blätter, o a través de casas importadoras como es el caso de la casa Boker fundada en 1865 y que surtía no sólo los pedidos de la capital, sino del interior de la nación.
Las compañías de Roberto Boker y Agustín Gutheil eran importantes distribuidoras de máquinas Singer y de otras fabricadas por Raymond y Howe. (Lavin y Balassa 2002:371)
México fue un lugar importante de ventas en esta época, llegando a haber entre 1888 y 1901 aproximadamente siete expendios de máquinas de coser sólo en la capital. (Lavín y Balazza 2002)
Es así como la máquina de coser se convirtió en uno de los más preciados bienes del hogar y poseer un aparato como estos llegó a significar un incuestionable progreso familiar. De hecho, para éstas se contaba con espacios creados ex profeso para su uso diario que en el caso de las clases privilegiadas eran los llamados costureros (Ortiz 2003:384). Así mismo, era común que en muchos de estos hogares bien acomodados los corredores se ocuparan para funciones de costura. Estas maquinarias podían tener múltiples funciones debido a que sus características estéticas las hacían combinar con los muebles más lujosos de la casa. En términos prácticos, éstas se usaron como superficies de planchado, hermosas mesas y delicados escritorios, lo cual se puede apreciar de diversas formas tanto en huellas de uso sobre este mismo material arqueológico (marcas de plancha en las máquinas de coser o de tazas), como la presencia de algunas extensiones de los propios gabinetes de las máquinas que hacen suponer que su función fue dar una superficie más amplia al usuario para distintas tareas que complementaban la labor de coser o para otras que nada tenían que ver con estas cuestiones, otras fuentes de información las hallamos en distintas evidencias de cultura material (las tarjetas publicitarias) debido a que arrojan información de los diferentes usos que tenían las máquinas de coser.
Las máquinas de coser se convirtieron al poco tiempo en artículos invaluables. Si bien es cierto que nuestro país participó en estrategias de consumo y de publicidad (con toda esta carga simbólica y axiológica que vimos con antelación) semejantes a las de otros puntos del orbe, no hay que perder de vista que en México existieron expresiones propias que hicieron que estos bienes de consumo participaran en diversos actos de la vida económica y social de nuestro país.
En el costurero de la señora funcionaba, seguramente, una máquina de coser Singer, “la máquina del siglo XX”; en la biblioteca del señor, una máquina de escribir Remington, y en el cuarto de planchar, la ropa estaba lista “con la rapidez del rayo”, con la plancha “Comodidad”, la cual evitaba “las molestias del sistema antiguo”. (Ibid: 384)
De hecho, en algunos lugares del interior de nuestro país como es el caso de Chiapas, en la década de los años cincuenta y sesenta (según comunicación personal con la Maestra Carmen Escobar Villa Gran Investigadora de la ECIME Culhuacán Enero y Mayo de 2005) era menester ofrecer como regalo de bodas una máquina de coser, incluso llegó a ser parte indispensable de los ritos de cortejo, ya que los hombres conseguían a sus futuras parejas con el apoyo de estas máquinas debido a que se pensaba que estas traerían beneficios económicos y prosperidad al núcleo familiar.
En otras partes, los hombres que abandonaban a sus esposas o amantes, para no dejarlas desamparadas, les obsequiaban una de estas máquinas, con la promesa de ofrecerles una segura fuente de trabajo, un medio de subsistencia a través de la elaboración de prendas.
La posesión de uno de estos bienes de consumo y el dominio en la confección de prendas significó un gran logro en el ascenso de la rígida estructura social mexicana Chiapaneca y de otros estados, ya que aprender corte y confección era considerado como toda una carrera profesional y las mujeres de estructura social más humilde pasaban de ser simples campesinas a costureras. Posición que a los ojos de la sociedad, ofrecía autonomía y seguridad en términos económicos a sus poseedoras y a sus familias. Este tipo de instrucción fue tan prestigioso en dicho estado sureño que en los sectores sociales de mayor alcurnia no faltaba quién se dedicara a esta actividad, que aparte podía resultar muy lucrativa. La burguesía dedicada a la alta costura se formaba fuera del país, en naciones como Francia y Estados Unidos, potencias que estaban como comúnmente se dice: a la moda.
Las altas esferas de la sociedad Chiapaneca eran afectas a los concursos que organizaba la compañía Singer en donde convocaba a reconocidas modistas de alcurnia. A dicho evento asistía la crema y nata de la sociedad del estado, suceso al que desde luego se acompañaba de una gran comilona y en el cual se presentaban, a manera de exposición, los diseños más novedosos y que reflejaban el último grito de la moda que se presentaba en Europa y los Estados Unidos. Estos diseños se montaban en muñequitas articuladas de plástico un poco más grandes que las actuales ‘Barbies’ las cuales a su vez se ponían en aparadores para que todo el mundo las pudiera apreciar. A la ganadora de tan singular contienda se le obsequiaba uno de los modelos más modernos de máquinas de coser, que eran otorgados por la compañía Singer. (Maestra Carmen Escobar Villa Gran Investigadora de la ECIME Culhuacán Enero y mayo de 2005).
El nexo entre máquina de coser y mujer desarrolló una relación sumamente importante debido a que este tipo de cultura material proporcionó a sus usuarias una cierta autonomía nunca antes experimentada por el género femenino de nuestro país, tanto económica como a los ojos de la sociedad. Dicha relación se puede considerar, a mi manera de ver, como el preámbulo a condiciones si no más igualitarias entre hombres y mujeres, si de mayores oportunidades para éstas, las cuales se vieron reflejadas hasta entrada la década de los veintes. El papel de la máquina de coser es tan decisivo que puede considerarse que el uso de estos bienes de consumo por parte de las mujeres fue la primer oportunidad para ser autosuficientes al tener un negocio dentro de sus propios hogares que no levantara dudas a la escandalosa y estricta moral de la época sobre la reputación de aquellas féminas que se veían en la necesidad de tener que salir a trabajar fuera de sus casas, situación que en muchos casos no desperdiciaron y que dieron la pauta a los primeros negocios femeninos fuera de los conocidos giros relacionados con la venta de frutas y legumbres, por lo que incluso esta relación mujer-máquina de coser es susceptible de ser atendida desde los estudios de género como es el caso del gremio de costureras el cual se constituyó como un nuevo sector dentro de la población obrera, y que desarrolló una organización que velara por sus necesidades e intereses: el sindicato de costureras.
Las máquinas de coser fueron un apreciado bien familiar que no se limitó a las grandes familias acomodadas de la época. Éstas cosieron infinidad de prendas para las más diversas ocasiones: fiestas, carnavales, bodas, bautizos, primeras comuniones, trajes de día y de noche, para comidas de campo, entre muchas otras y para los más disímbolos estratos sociales.
Las máquinas de coser contaban con una publicidad propia que funcionaba mediante el apoyo de medios propagandísticos basados en el manejo de imágenes de figuras simbólicas a través de la construcción de retratos de mujeres en relación con la máquina de coser, lo que significó un binomio prácticamente irreductible en las labores del vestir a pesar de que existían una gran cantidad de sastres. Dentro del hogar éstas se vieron circunscritas al ámbito de lo femenino.
No así los talleres de costura a los que asistía la gente de alcurnia, en los cuales era común la participación de los hombres, incluso venidos desde Francia u otras naciones, debido a que era bien visto y hasta se consideraba un signo de prestigio ser atendido por uno de estos renombrados sastres.
En este tipo de propagandas era común valerse de las tarjetas como mecanismo de comercialización, así como de diversas revistas. Las imágenes publicitarias utilizadas por lo regular involucran a la máquina de coser en multitud de significados como hacedoras de sueños, como alentadoras de la esperanza familiar además arrojan connotaciones de ser las más veloces y eficientes, las exclusivas para la élite, las más modernas, las más fáciles de usar, incluso hasta para los niños, el regalo de bodas ideal, entre muchos otros. De hecho parte de la publicidad que manejó la compañía Singer fue anunciar su producto décadas más tarde como ‘la facilita’.
Después de los aires de independencia que se vivieron en el país, tenemos referencias importantes de cómo acostumbraba vestir la gente. Por ejemplo aquellas de La Marquesa Calderón de la Barca, quien nos describe los despliegues de lujo del período del imperio de Maximiliano, en donde las féminas portaban complicados vestidos que hacían de sus dueñas verdaderas contorsionistas al soportar la presión del corsé, que para ajustarse obligaba en muchos casos desarrollar la operación en el piso donde se tenía que hacer presión con el pie sobre la espalda de estas delicadas damiselas para ajustar tan torturante prenda lo cual llevó, no en pocas ocasiones, al estallamiento de vísceras y la estrangulación y desplazamiento de uno que otro órgano, esta moda también se impuso en las clases sociales de gran pompa durante buena parte de finales del siglo XIX.
La imagen de la mujer mexicana de las encumbradas esferas de la sociedad del siglo XIX y principios del siglo XX se delineaba a partir de cánones estéticos provenientes de este universo simbólico, derivado de las publicaciones periódicas.
Diversos fueron los atuendos que se usaron por los habitantes del diecinueve mexicano hasta principios del siglo XX. Sin embargo, podemos aseverar que el objetivo de todos estos, para el caso de las clases sociales que podían subvencionarse semejantes gustos, era dar al usuario un aire de prestigio y distinción, así como de participar de mensajes simbólicos que sólo se podían codificar siendo parte de dicha sociedad.
(…) el abanico sirvió no sólo de adorno, sino como una forma de telégrafo amoroso, pues cerrarlo, abrirlo o llevárselo a la cara tenía un significado que conocían los iniciados.(Barros, Buen Rostro 2003:62)
Inclusive llegó a ser tal la necesidad de reconocimiento social que estos grandes potentados gustaban de hacer de conocimiento público la elegancia y buenas costumbres, tanto de hijas como de esposas, lo que significó para estos hombres de la alta sociedad un medio más para obtener prestigio. Es precisamente con estas costumbres que se construye nuestra actual visión de la mujer objeto, imagen femenina que por cierto se logró gracias a las capacidades técnicas de la máquina de coser y a todos los símbolos que se pudieron construir con dichos aportes tecnológicos vinculados a la publicidad.
En la segunda mitad del siglo XIX predominaba la idea de que la mujer, por medio de su prestancia, de sus adornos y de su indumentaria, otorgaba prestigio al hombre y era el vivo ejemplo de su éxito económico, criterio vigente entre la llamada “gente de pelo.” (México en el Tiempo 2000:41)
Los hábitos del vestir fueron cambiando a lo largo del siglo XIX y de la primera década del XX sobre todo en lo que se refiere a las composiciones del vestuario femenino, ya que para las modas masculinas de la élite no hubo muchas variaciones.
Es precisamente durante el Porfiriato que los establecimientos dedicados al comercio de telas, encajes y demás artículos para coser y bordar proliferaron por todo el país. Para finales del XIX se crea el concepto de los grandes almacenes, antecesores de nuestras actuales tiendas departamentales, los cuales entre muchas cosas (por decirlo de alguna manera) vendían un determinado modelo económico, ya que estos cumplen un papel decisivo en la instauración de la naciente sociedad de consumo propia del capitalismo industrial. Este tipio de contextos son cruciales, ya que permiten tener un acercamiento a la forma en que nuestro país se adaptó y adoptó los procesos productivos del capitalismo, procesos de cambio, de consumo, así como el uso de nuevas tecnologías, entre otros, que nos pueden explicar cómo nuestro país se insertó a un movimiento que tuvo resonancias continentales y saber cómo fueron estas experiencias primigenias.
Las máquinas de coser, ya sea como una mercancía que llegaba a los hogares o bien en su carácter de maquinaría en los tallares de costura o en estas grandes tiendas departamentales, (…) apoyaron a la transformación de la mentalidad del siglo XIX y parte del XX, por lo que su presencia ayudó a conformar todo un modo de vida. Los cambios de las relaciones sociales de producción, no se encuentran al margen de los intrincados códigos visuales que sólo se pudieron construir con estas máquinas. De hecho, podríamos concluir que la llegada de cambios profundos en los modelos preestablecidos de los modos y relaciones sociales de producción, trajo aparejados cambios en la estructura simbólica. Hasta que llegó un momento en que: pensar en una casa sin máquina de coser era como privarse de cualquier artículo de primera necesidad dentro del hogar, ya que la presencia de éstas aseguraba la fabricación y arreglo de las prendas y permitía a sus poseedoras acceder a todo ese universo de mensajes implícitos en el vestir que sólo se podía construir con estas maquinarias. (Lucas 2009: 9)
Hombres, mujeres y niños participaron de manera activa en la creación y refuerzo de dichos mensajes visuales que se aplicaban a la vida cotidiana, pero que provenían de los medios impresos que en su mayoría eran extranjeros, así como de fotografías y demás artículos publicitarios: trajes de bodas, primeras comuniones, bautizos, vestidos de luto, disfraces de carnavales, ropa para los diversos eventos sociales o para las diversas actividades y horarios en que esta sociedad se reunía para sus sesiones de trabajo o momentos de esparcimiento, son testimonio de estos mensajes implícitos en el vestir, a los cuales hay que sumarles los símbolos propios de cada género, ya que tanto hombres como mujeres participaban de estos códigos. (Ibid: 9-10)
La presencia de mecanismos de mercadotecnia es un factor decisivo en los procesos de elección y gusto de la sociedad decimonónica y de principios del XX, por lo que es posible realizar un análisis para establecer las posibles construcciones y redes simbólicas que los fabricantes de máquinas de coser y publicistas crean entorno a estos bienes de consumo. La complejidad de las redes de significación aplicados a la publicidad de las máquinas de coser nos presenta un universo simbólico extraordinariamente rico en donde los códigos visuales aparecen rodeados de múltiples lecturas que en términos generales nos delinean las expectativas de vida y anhelos de una sociedad, o mejor dicho de una parte de ésta en franco desarrollo, que se verá desalentada en sus aspiraciones con la irrupción del proceso revolucionario.
El amplio universo de tipos y marcas de máquinas de coser que se dieron cita en nuestro país implicó una competencia comercial, que dejó rastros en diversos medios de publicidad que permitieron a los consumidores de la segunda mitad del siglo XIX y de la primera del siglo XX la posibilidad de elegir entre una marca y otra. Dicha actividad comercial ha dejado evidencias de esta práctica de mercadotecnia en nuestro país análoga a la de otras naciones.
La presencia de un sin fin de marcas, así como la gran variedad de modelos que presentaba cada compañía, aunado a actividades comerciales que estimulaban al público para su adquisición se pudo verificar con la existencia de una rica mercadotecnia muy desarrollada y con un alto contenido simbólico que incluso fue partícipe de prácticas desleales. Con ello los consumidores mexicanos de distintas clases sociales participaron en tendencias de consumo análogas a las de otros países capitalistas y en consecuencia tuvieron acceso a instrumentos de trabajo como las máquinas de coser.
Todos los cambios de mentalidad a los que dio pie la máquina de coser con el apoyo de la publicidad impresa parten de un solo concepto: el símbolo. La función de los símbolos se establece a partir de que éstos no hacen referencia a sí mismos sino a otra cosa y su presencia es imprescindible, ya que a través de ellos construimos el mundo. Los símbolos tienen la capacidad de ser cualquier cosa, ya sea tangible o intangible y se pueden representar mediante los más diversos mecanismos. El mensaje implícito en los mismos, puede ser codificado por cualquier individuo que conozca de antemano o que comparta dicho código cultural.
Existe todo un acervo simbólico que se trasmite al momento de socializar y que es adquirido desde las etapas más tempranas del ser humano. No es una condición biológica, sino más bien su origen debe buscarse en el ámbito de lo cultural. Éste tipo de conocimiento, en su mayoría, es socialmente adquirido y el vínculo de éste con el infante puede ser mediante los padres en primera instancia, así como a través de los maestros. (Lucas 2009: 11)
De tal suerte que desde la niñez, los individuos aprenden a relacionarse con los símbolos y en el caso del vestir éstos adquieren una gran relevancia en eventos tales como bautizos, primeras comuniones o festivos, por lo que era común la elaboración de trajes especiales para los distintos actos o ceremonias sociales en los que participaban. Por tal motivo, la máquina de coser no sólo hacía uniones de tela sino que dotó de prendas específicas a los hechos simbólicos de esta sociedad, en pocas palabras sin las prendas que confeccionaron estas máquinas, no se hubiera dado ni extendido de la manera en que lo hizo aquel sistema de símbolos. De igual forma, existía todo un código visual fomentado por las clases privilegiadas en el que los niños también estaban a la moda portando trajes que sólo se podían adquirir si se pertenecía a estos rimbombantes grupos sociales. Moda que en muchos de los casos también venía de Europa o Estados Unidos, tal es el ejemplo de los Famosos trajes de marineritos que tanto usaron los niños de esta época. Algunos ritos de paso infantiles como lo son los bautizos, confirmaciones o los tan sonados quince años que aunque más recientes, representan, al igual que los anteriores, una etapa crucial en la vida de las personas, al introducirlas en diversos actos simbólicos de la sociedad que las establece, las pone en marcha y las preserva en cada nueva generación. Así, no es difícil encontrar a los impúberes en ritos que los preparan para su futura inserción en la sociedad. En este sentido la máquina de coser siempre estuvo presente en los eventos de mayor trascendencia de estas sociedades y asistió con sus propios símbolos a eventos que también contaban con su propia carga simbólica. (Ibid: 11-12)
Todas las sociedades humanas, sean pasadas o presentes, dan sentido a su existencia a través de una construcción global del mundo. Esta búsqueda de sentido mediante esquemas conceptuales, los cuales por supuesto son simbólicos, hace que cada actor social cumpla un rol determinado en su estructura social, por lo que podríamos afirmar que incluso existe un lenguaje simbólico a partir de las características propias de cada género.
Gracias a él y como mecanismo de reproducción del mismo, la publicidad echó mano de tal código difundiendo imágenes simbólicas, tanto de hombres como de mujeres o creando otras. (Lucas 2009: 12) dichas estrategias publicitarias son las responsables en buena medida de que las máquinas de coser, aparte de zurcir todos estos diseños, buscaran desarrollar nuevas capacidades tecnológicas para confeccionar bosquejos alejados incluso del plano de la realidad. Ya en el plano de lo real (…) la máquina de coser procuró a estos hombres y mujeres de diversos atuendos los cuales eran una especie de emblemas que llevaba el portador, ya sea para hacer referencia al nivel que ocupaban éstos en la estructura social, o para denotar oficios, o cierto tipo de filiaciones entre otros. (Ibid.: 17)
La vida pública para el ochocientos y novecientos mexicano, como ya se ha mencionado, estaba repleta de simbolismos en el vestir, al traje de uso diario se sumaban los correspondientes al día de campo, trajes de gala o los rigurosos atavíos de luto, comidas, cenas, bailes y demás eventos sociales como lo era practicar algún deporte o desarrollar alguna actividad, lo que significó no sólo la creación de prendas adecuadas a tales eventos o actividades, sino de todo un minucioso sistema de mensajes cuya disposición presentaba una lógica interna para la estructuración de configuraciones simbólicas. (Ibid: 19-20)
Las sociedades humanas, aparte del lenguaje verbal y del lenguaje corporal utilizan para comunicarse un lenguaje social formado por signos y símbolos que se vehicula por medio de los objetos. La ropa y los adornos personales son una de las formas más universales de este lenguaje social que los individuos utilizan para expresar como son, cómo viven, cómo se sienten o como quieren que los demás interpreten el lugar que ocupan dentro del grupo (Ballart 2002: 83)
La relación tan estrecha del mal llamado sexo débil con estos bienes de consumo también se hizo patente en infinidad de relaciones simbólicas, desde el nivel de asociar la máquina de coser con la mujer, hasta toda una iconografía riquísima que se construyó gracias al vínculo que se desarrolló entre las estrategias publicitarias de diversas compañías, así como del sistema de marketing de las distintas casas productoras de máquinas de coser.
El tratar de reconstruir lo que aconteció a nivel simbólico durante la segunda mitad del siglo XIX y la primer década del XX, no sólo lleva a realizar una aproximación al carácter simbólico del mundo de los adultos que se pudo construir gracias a los aportes técnicos de las máquinas de coser y a la mercadotecnia de este momento ya que de igual forma es posible atender el aspecto lúdico como posible trasmisor del patrimonio simbólico que compartían los habitantes de dicho momento histórico destinado principalmente a los infantes como potenciales consumidores de dichas máquinas. Estas estrategias de mercado por parte de las diversas compañías de máquinas de coser, en especial de la Singer, utilizaron los recursos del juego para trasmitir o poner en contacto aquel universo sígnico en el cual se trataba de involucrar a los infantes, para que pudieran reconocer los códigos simbólicos en el vestuario, pero sobre todo para tratar de incidir con el tiempo en los gustos de un público que con los años se insertaría en esa economía de consumo. Este aspecto se constituyó como una estrategia de mercadotecnia a largo plazo para capturar a un futuro público consumidor. Por lo que la creación tanto de juguetes como la atención que brindaron estas compañías al juego en sí mismo con alcances didácticos, tenía como fin involucrar a los infantes en prácticas asociadas a insertarlos en la cultura del consumo.
Por lo que los formatos de máquinas de coser de uso infantil fueron tan importantes que (…) las nuevas generaciones de antaño se relacionaban con éstas desde la más tierna infancia y mediante el papel didáctico del juego los infantes se ponían en contacto no sólo con el objeto en cuestión, sino con un sistema productivo al que tarde o temprano se incorporarían, con todo un universo simbólico por descubrir y posteriormente por reproducir. Este aprendizaje se daba a través del orden que guardaba la ropa no sólo en el juguete, sino en su propio cuerpo aprendiendo además los códigos en el vestir de cada sexo, para posteriormente extender esta asociación en primera instancia a los miembros de su familia, y lo que es más importante, con los demás seres de su especie ajenos a su núcleo familiar, haciendo de una experiencia netamente lúdica, una instrucción social que facilitaba la aprehensión de estos códigos o redes simbólicas. (Lucas 2009: 21).
La existencia de tantas máquinas de coser ya sea en juguete o en formato para adultos que incluso se conservan en la actualidad, se debe a que mientras las demás maquinarias entraban en un proceso de desuso por los motivos que fuere; las máquinas de coser de la temporalidad que nos interesa continuaron con su vida productiva y hasta la fecha lo siguen haciendo principalmente en las zonas rurales sin importar qué tan alejadas estén de cualquier fuente de energía, ya que la mayoría de éstas sólo necesitan del trabajo humano para funcionar. Este dato es valioso ya que pocos mecanismos caseros e industriales tienen esta virtud. Otro motivo por el cual siguen siendo importantes en nuestro país es que son parte fundamental en la elaboración de prendas y constituyen una pieza clave en la instrucción femenina así como en la trasmisión de la cultura.
Si bien es cierto que las máquinas de coser llegan a México por vez primera como un producto de lujo accesibles en principio sólo a estos grandes potentados, con el paso del tiempo éstas se convierten en un artículo de primera necesidad y al alcance de sectores más amplios de la población, debido a que buena parte de la producción de prendas se llevaba a cabo en casa y el paso de lo manual a lo mecánico resultó atractivo al reducirse el tiempo y el esfuerzo físico considerablemente. Este tipo de evidencias de cultura material evolucionan a partir de las necesidades de vestir de la gente y la introducción de un nuevo modelo implicó innovadoras y eficaces formas de confeccionar la ropa. Dichos avances tecnológicos se reflejaban y aún lo hacen en la moda de la época pasada y presente, fomentando así la producción de una gran variedad de prendas y con ello de una intrincada red de símbolos. En síntesis, las máquinas de coser ayudaron a construir la visión del mundo de los habitantes de buena parte del siglo XIX y XX mexicano, por lo que su estudio, conservación y difusión, tanto de este tipo de maquinarias como de los medios publicitarios en que se apoyó esta industria, es vital en la medida en que las máquinas de coser son las responsables, tanto de forma directa como indirectamente, de la realización de nuevos códigos visuales que en parte son la plataforma sobre la cual hemos cimentado no sólo nuestras estrategias actuales de mercado, sino de nuestra actual forma de relacionarnos los unos con los otros. Amén de que para muchos es el único bien familiar que ha pasado de una generación a otra, y por lo general es el único testimonio con el que se cuenta de la memoria del pasado familiar.
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Recibido: Enero 2018 Aceptado: Enero 2018 Publicado: Enero 2018