¿Podemos justificar el manierismo en la arquitectura de Juan de Herrera para El Escorial de Felipe II?
El contexto socio-político de los reinos que integran la península Ibérica a principios del siglo XVI se ofrece un factor prioritario para comprender la idiosincrasia del Renacimiento Español. Mientras en Roma ya han concluido las grandes obras de Leonardo, Miguel Ángel y Rafael, el heredero de las coronas de Castilla, Aragón, Navarra y Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Carlos I (1516-1556) encargará en 1527 el diseño de su palacio en España, nos referimos al Palacio de Carlos V, a un arquitecto formado en Italia capaz de realizarlo según el estilo italiano. Frente a esta circunstancia en Baeza y Úbeda se formulan encargos a Berruguete y Vandelvira, justamente, por su estilo a la española. Por tanto, en la primera mitad del siglo XVI conviven dos estilos en España: a la española o Plateresco; y el estilo italiano. La arquitectura palaciega de Guadalajara, la Universidad de Salamanca, Úbeda y Baeza son buen ejemplo del arte a la española; mientras que de estilo italiano tenemos el Palacio de Carlos V en el recinto de la Alhambra.
Los profesores Víctor Nieto Alcaide, Fernando Checa y Alfredo. J. Morales, en Arquitectura del Renacimiento en España (1488-1599) sostienen que a consecuencia del patrocinio regio, sobre todo el de Felipe II, la arquitectura española del siglo XVI abandonó progresivamente todo residuo goticista y decorativo, es con la gran fábrica del Monasterio cuando se consigue de manera definitiva la implantación del clasicismo en nuestro país1 . Por tanto, nuestra carta de presentación del Escorial va a ser esta: obra de Felipe II, hijo de Carlos V. Justifiquemos esta catalogación, veamos qué tiene el Escorial de obra del Renacimiento o bien del Manierismo. Las fechas en torno a la cual se proyecta y finalmente se funda, 1559-1565, localizan esta obra dentro del siglo XVI, por tanto en una cronología del último Renacimiento, plenamente Manierista.
Recordemos que en Italia la segunda mitad del siglo XVI conlleva Manierismo, es decir el Renacimiento se está abandonando para acoger un estilo que gana en expresividad antes que en naturalismo idealizado. Ahora bien, ¿cómo podemos observar la expresividad en una arquitectura? Esta cuestión podría resultar especialmente subjetiva, pero sin lugar a dudas ante El Escorial todos afirmamos: símbolo de la Contrarreforma, de la austeridad que preconizaba la España contrarreformista de Felipe II. Este consenso bien nos puede servir para validar la categoría artística de la expresividad en esta arquitectura. Dicho esto, El Escorial tiene expresividad como podemos describir a partir de la sobriedad y matemática proporción que rige en sus muros. En relación con esta proporción matemática está la “traza universal” que legitimó Juan Bautista de Toledo al definir su proyecto para El Escorial como un rectángulo dividido en dos partes, y sobre éstas la basílica como elemento triunfante. Frente a esta proporción matemática la obra ofrece una lectura simbólica: la planta de El Escorial simboliza la figura de una parrilla. La parrilla era el atributo más representativo del santo al que se le dedica la obra: San Lorenzo. La victoria de las tropas de Felipe II se explica por la interposición de este santo, una interpretación propia de los dogmas de la Contrarreforma.
Tras la muerte de Juan Bautista de Toledo, El Escorial mantiene de su proyecto la impronta rectangular/matemática de la planta, pero en el diseño proyectado para la basílica y el palacio real se llevan a cabo significativos cambios obra de Juan de Herrera. Juan de Herrara incluirá algunos elementos del lenguaje más clásico como es el caso del predominio del capital dórico, pero en ocasiones con función meramente decorativa.
Juan de Herrera rediseñará el ábside o cabecera de la basílica, este espacio lo concibió como un ámbito cortesano, un lugar exclusivo para el rey y la reina de ahí la decoración del interior del mismo con mármoles rojos y la comunicación de esta zona con las habitaciones de los monarcas (las habitaciones se sitúan a derecha e izquierda del altar mayor). Este espacio define el privilegio del rey de ver sin ser visto. Así mismo, no podemos olvidar que la basílica de El Escorial es una iglesia funeraria, bajo el presbiterio se localizan los sepulcros de la familia real; la cúpula central, sobre tambor, simboliza la función funeraria de este templo. El espacio centralizado se resuelve a través de una planta de cruz griega.
El palacio de Felipe II se articula, al igual que buena parte del conjunto de espacios de El Escorial, conforme a un sistema de patios perfectamente simétricos y ordenados matemáticamente, en este caso las habitaciones se articulan en torno a un gran patio. No debemos pensar en este gran patio como una arquitectura ceremonial, como sí se concebirá Versalles siglos más tarde, sino que en El Escorial la distinción del rey se consigue a partir de su ocultación. Felipe II a diferencia de otros monarcas de la época crea su imagen de magnánimo a partir de su retiro e inaccesibilidad. Esta idea regia fue captada por la arquitectura de Juan de Herrera para El Escorial y contribuye a justificar el carácter simbólico-político del conjunto y en última instancia supone una clave de Manierismo.
“mira” el exterior del Monasterio de San Lorenzo del Escorial de Juan de Herrera (Madrid)
1 NIETO ALCAIDE, V.; CHECA, F.: El Renacimiento. Formación y crisis del modelo clásico. Madrid: Ediciones Istmo, 1989.