BELLAS ARTES Y TRINCHERAS CREATIVAS

BELLAS ARTES Y TRINCHERAS CREATIVAS

José Luis Crespo Fajardo. Coordinador (CV)
Universidad de Cuenca (Ecuador)

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Intervención. Sobre la rue, el espacio púbico y la práctica política

Andrea Corrales Devesa

Resumen:
El texto habla desde una perspectiva crítica y multidisciplinar sobre la cuestión de la intervención -artística, política, social-, hacia una ética y una poética de la misma, utilizando referentes literarios, artísticos, teóricos, poéticos, históricos, experienciales y visuales. Alerta a su vez de las posibles contradicciones que emergen cuando se trabaja tan en el borde entre lo artístico, lo político y lo social desde el marco de las prácticas artísticas contemporáneas inscritas en las inercias institucionales, planteando a su vez la intervención de una manera ampliada y compleja, no exenta de la responsabilidad política que le corresponde en tanto que práctica artística, es decir, práctica performativa y construcción de lo pensable.

Palabras clave: Intervención, performatividad, ficción, activismo, arte político, arte colaborativo.

* * * * *

Los acontecimientos, por definición, son hechos que interrumpen el proceso rutinario y los procedimientos rutinarios; sólo en un mundo en el que nada de importancia sucediera podrían llegar a ser ciertas las previsiones de los futurólogos.

Hannah Arendt. Sobre la violencia

Deberíamos preguntarnos qué debería ser el espacio público, más allá de preguntarse lo que los poderes fácticos quieren que sea.

Félix Duque

Si das una clase de futurología, yo voy.

Goma Base

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            La mayoría de las veces cuando pensamos en hacernos un tatuaje, valoramos una serie de cuestiones relacionadas con la pasta de que disponemos, el lugar que nos gustaría tatuarnos (generalmente seguido de la reflexión acerca de trabajar, puertas cerradas y demás reminiscencias psicomaternas), el dolor que supondrá y, sobretodo, el dibujo que acompañará nuestra vida en adelante, como se suele decir, para siempre.

            La cuestión importante, a priori, se impone por su amplio consenso social: que te mole, que tenga que ver contigo -para que no te canses de él-, que no se te vea mucho para el curro y que te duela lo mínimo posible.

            En realidad, el propio momento de tatuarse es como un no-lugar, desprovisto de su propio significado autónomo y desplazado del ejercicio de lo real. A nivel cognitivo, no existe. Y todo esto en pos de una ficción alienante: que lo que vas a llevar en tu cuerpo se corresponderá idénticamente con la imagen elegida. Que corresponderá con un significante fijo, estático. Que su forma (sus límites) serán los esperados. Siempre. Que el color se trasforme en materia estable, contable, comerciable. Que nuestro cuerpo sea como nos han dicho que es. No más. Y, finalmente,  que el ejercicio del tiempo mire hacia otro lado y que la santa muerte te conceda el indulto.

            Nada más lejos.
           
            Un tatuaje es una intervención.

Intervenir.
(Del lat. intervenīre).
1. tr. Examinar y censurar las cuentas con autoridad suficiente para ello.
2. tr. Controlar o disponer de una cuenta bancaria por mandato o autorización legal.
3. tr. Dicho de una tercera persona: Ofrecer, aceptar o pagar por cuenta del librador o de quien efectúa una transmisión por endoso.
4. tr. Dicho de una autoridad: Dirigir, limitar o suspender el libre ejercicio de actividades o funciones. El Estado de tal país interviene la economía privada o la producción industrial.
5. tr. Espiar, por mandato o autorización legal, una comunicación privada. La Policía intervino los teléfonos. La correspondencia está intervenida.
6. tr. Fiscalizar la administración de una aduana.
7. tr. Dicho del Gobierno de un país de régimen federal: Ejercer funciones propias de los Estados o provincias.
8. tr. Dicho de una o de varias potencias: En las relaciones internacionales, dirigir temporalmente algunos asuntos interiores de otra.
9. tr. Med. Hacer una operación quirúrgica.
10. intr. Tomar parte en un asunto.
11. intr. Dicho de una persona: Interponer su autoridad.
12. intr. Interceder o mediar por alguien.
13. intr. Interponerse entre dos o más que riñen.
14. intr. Sobrevenir, ocurrir, acontecer.

            Hay algo de misticidad en el momento mismo de la tatu-acción. Por una parte, en ese momento en el que la aguja entra en tu cuerpo, todos tus tejidos acuerdan un susto colectivo: la sangre como fluido inevitable del devenir vital clama inflamación, respuesta activa. En pocos minutos tu piel toma las armas, tu corazón se enamora – a modo síndrome de Estocolmo-del verdugo que ejecuta, a la vez que toda tu boca pide agua, y tus manos, algo que agarrar.

            Lógicamente, dentro del sistema económico capitalista -y sus derivas- que se encarnan en nuestras acciones y percepciones ideológicamente construidas, el tatuaje es un bien de consumo más, por lo que las dinámicas de producción son las mismas que para cualquier otro bien de consumo. El tiempo es un valor de cambio, por lo que cuanto antes acabemos mejor. ¿Te duele? Aguanta un poquito.

            No obstante, al intervenir la piel, se produce un desdoblamiento de realidad, entre lo que pudo ser, es, y podrá ser. Esta intervención que, aunque se pretende estable e inmutable, genera un Aleph de potencialidades que sin duda, en el caso del tatuaje,  tienen que ver con la muerte y con el devenir del cuerpo –de piel para adentro-, y de tu cuerpo entre los cuerpos.

            Pese al intento incansable por parte de l*s profesionales del tatuaje como de l*s aspirantes a la carnicería de conseguir una relación causal aristotélica entre la impresora de tu casa y el grabado a sangre y pus que es el tatuaje, nuestra dermis no nos lo pone demasiado fácil: pues si queremos que esta reflexión tome un cariz pseudo científico, podemos decir que al intervenir nuestro cuerpo a través de las agujas y las tintas, estamos atravesando las varias capas de la epidermis para introducir en la dermis un contenido de tinta, con la intención consciente de generar una imagen perceptible al ojo humano.

            Sin embargo, el tatuaje no es sino el testimonio muerto de un retorcimiento, de una reagrupación epidérmica y epistémica ante una intervención contingente, digamos, un acontecimiento. Su trayectoria como tal es infinita en el tiempo, de hecho, trasciende la propia muerte del cuerpo que lo porta. Es fábrica de resistencia, reagrupación y pliegue constante, puro movimiento.

            Como la ostra genera la perla, el tatuaje se autogenera como prueba de un conflicto constante: en su dimensión más productiva, la imagen que emerge a la superficie de nuestra visión y de nuestra percepción ideológicamente programada (no olvidemos) no es más que la punta del iceberg de una batalla dérmica, orgánica y a la vez, protésica, suspendida en la eternidad del momento actual, de presente eterno que trasciende y nos trasciende como cuerpos finitos. De alguna manera, en el momento en que la tinta se introduce en nuestro organismo, deja de pertenecernos. Tan solo abrimos una puerta. Tan solo damos las condiciones para que se genere un fenómeno.

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            No obstante, partimos de la base clásica, occidental y pija de que poseemos todas las herramientas necesarias (materiales y espirituales) como para hacer del tatuaje una cuestión consciente, excepcional y valorada: tenemos el dinero necesario o podemos conseguirlo, nos entendemos como cuerpos autónomos que no necesitan legalmente la aprobación de ningún otro cuerpo para realizar la intervención, etc.

            En el caso de los mineros de Orwell, sus tatuajes no eran ni vistos ni conceptualizados como tal. Tampoco se entienden como tatuajes los llamados “tatuajes traumáticos”: esto es, aquellas inscripciones que se producen tras una experiencia no deseada, finalmente (un accidente de tráfico, una bomba de metralla…) También así podríamos englobar casi la totalidad de las cicatrices: operaciones, palizas, enfermedad, estrías… “tatuajes de vida” que gustan decir algun*s. Memorias fragmentadas de pequeñas muertes, cementerio de células que cuentan una historia.

            Pero, ¿qué determina los límites conceptuales de estas intervenciones?¿hablamos de lo mismo cuando nos referimos a un tatuaje que a la cicatriz del cáncer de mama que lograste superar a base de operaciones? ¿dónde acaba el tatuaje, esto es, la intervención como generadora de condiciones para que el devenir ocurra, y empieza el trauma de la intervención autoritaria?

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            Nada dura.

            Al final, y sin abandonar las superficies corporales, la reacción y reagrupación de la melanina en relación a las condiciones ambientales a dado lugar tanto a nuevos procesos sociales mundiales como a infinidad de cotidianidades que hacen inevitable la reflexión sobre la variabilidad de las superficies cutáneas, en principio consideradas como estables.

            Debido a condiciones tanto físicas como geográficas o políticas, el color de la piel nunca es el mismo: una se vuelve mucho más morena frente a un neonazi como se emblanquece de manera irremediable cuando forma parte de instituciones de poder. 

            De la misma manera, una obra pictórica (un cuadro, vaya), superficie cutánea por excelencia del Arte con mayúsculas, estático e inmutable, se presenta ahora como una experiencia en constante movimiento: las condiciones circundantes (dónde se expone, bajo qué nombre, momento histórico, olores varios, momentos políticos, personales, etc.) de la misma manera que en lo referido a las variabilidad de los tonos de piel, gestionan el contexto cognitivo en el cual vamos a aprehender dicha experiencia pictórica. Goya no es lo mismo durante la guerra civil que hoy.

            Tanto el cuadro como el grafiti (intervención en la epidermis social) son superficies potencialmente políticas e inevitablemente sujetas a un sinfín de variabilidades.

            Sin embargo, la estaticidad de la percepción de lo intervenido como la relación causal aristotélica de las intervenciones en sí mismas ha sido una de las mayores obsesiones del patio de juegos de la humanidad: la historia del arte.

            Y es que, para mantener la linealidad de la literatura historicista, la causalidad se vuelve necesaria. Se inventan toda una serie de “recetas” que permiten generar una ilusión de causalidad inherente a los acontecimientos: casi se construye una narrativa visionaria que nos capacita para advertir las consecuencias de las acciones, teniendo en cuenta las causas que lo provocan.

            Así, entendemos perfectamente que ante el horror de la guerra>la caricatura dadaísta, ante la autoridad  humanista neonazi>la fragmentación del cuerpo.

            Etc.

            Resulta evidente que las condiciones socio-históricas delimitarán nuestro campo cognitivo y sensible, tanto a artistas como a costureras. No obstante, la obsesión historicista por generar un discurso lineal y coherente a través de los acontecimientos del devenir histórico solo puede apoyarse en la ficción o en la exclusión de lo alterno (al discurso). No me detendré en la cuestión de la historia mucho más fundamentalmente porque aunque me parece que ha sido de una importancia capital, hoy por hoy es blanco fácil de toda crítica, sobretodo porque su tiempo ya ha pasado. ¿cómo hablar de historia y de sus procesos de construcción narrativa en un mundo donde los ritmos de asentamiento y aprehensión de los acontecimientos se ha vestido de la más absoluta inmediatez?

            Es fácil hablar de lo que ya ha pasado, porque el presente no se ve (pese a lo que dijeran los de Eskorbuto) 2

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            A la vista de los recientes acontecimientos bélicos protagonizados a dos bandas por el silencio y el automatismo, la cuestión del Intervencionismo (de estado) se nos vuelve a presentar como un eje de reflexión crucial para la sociedad biencomida: muchos años han pasado mientras reflexionábamos, ya no en torno a lo que podríamos llamar “Intervencionismo humanitario”, sino directamente a las enormes desgracias que, como amos del mundo, podríamos acaecer a los países menos privilegiados.  En este caso, no se trata de buscar las maneras de dejar de intervenir en otros países, sino, por lo visto, de intervenir “de manera positiva”. Esto se traduce, fundamentalmente y desde una óptica occidental y española, a promover ciertas actitudes contrarias a la colonización de las Américas y promover también, por otro lado, algo que se podría llamar de nuevo Intervencionismo humanitario, una segunda fase del colonialismo, esta vez y como siempre, centrado en la cuestión económica y moral. Expolio e imposición, la receta de toda la vida.

            Es un hecho que desde la política internacional, las dinámicas de la OTAN y de los países guardianes del llamado orden mundial han ido encaminadas a generar un tipo de intervencionismo caracterizado de “humanitario” donde los derechos humanos se convierten en la excusa perfecta para mantener el sistema capitalista neoliberal a golpe de metralla.

            Los debates que se generaron tras la guerra fría acerca del Intervencionismo, aunque en principio polarizados (soberanistas/intervencionistas) , han acabado imponiéndose por activa o por pasiva: bien mediante invasiones ilegales (Irak) o mediante la intervención por lo bajini clásica de los conflictos en Europa del este (Chechenia, Yugoslavia) pero sobretodo de África (Somalia). El por qué que fueran las mayores potencias mundiales las que pusieran en marcha una vez más los diálogos, en este caso, sobre intervención si o intervención no son evidentes: siempre hay que partir de una situación de poder, tanto para elegir la intervención como para elegir la no intervención.

            ¿Me explico?

            Los países -que ya no lo son, que se podrían decir más bien amalgama de poderes de infinita violencia y poder bélico, custodia falsamente democrática del capitalismo neoliberal- guardan con celo el orden necesario para que los movimientos de capital que sostienen el sistema económico sigan beneficiándonos a los biencomidos. Y lo hacen con violencia.

            Estamos en guerra.

            Pero, ¿cuándo dejamos de estarlo?

            Si nos echamos las manos a la cabeza en cuanto se habla de guerra y de intervencionismo de estado, deberíamos preguntarnos en qué momento no estamos interviniendo cada día con nuestra economía capitalista, nuestras políticas neoliberales y nuestro perpetuado colonialismo encubierto. Y hablo desde todas las capas del ejercicio de los social: el comercio, la alimentación, las formas de relación, las políticas de emigración, el compromiso político…

            Generamos, mediante nuestras intervenciones diarias propuestas por las políticas globalizadoras, las condiciones para que el devenir de la miseria y la falta de recursos haga su trabajo: generar, como mínimo, guerras e injusticias. Es una suerte de tatuaje dirigido: usamos una mala aguja, contaminada de miseria y de explotación para que genere una infección que después utilizaremos en nuestro beneficio, excusa de intervención casi quirúrgica, que ponga de nuevo en marcha los flujos económicos y el terror a distancia de la guerra televisada.

            Ante ello, y para mantener el orden económico mundial, se cambian gobiernos, se producen revueltas, se venden armas, se aniquilan poblaciones enteras, se oculta información, se escriben cantidad de artículos de opinión, documentales ñoños y, por qué no, alguna que otra mani con que lavar nuestras democráticas conciencias / Ante ello, y para mantener el orden económico mundial, creamos supermercados, importamos y exportamos bienes de consumo, trabajamos para personas y entidades que trafican vidas nacionalmente ajenas, abrimos cuentas en nuestros bancos para poner en manos de los que intervienen todo nuestro capital para armas y demás materiales humanitarios, compramos ropa, consumimos y vendemos drogas cuyos beneficios se los embolsarán los señores de la guerra y, por qué no, llevar algún eslogan reivindicativo en  nuestro librillo de papel de fumar (idea brillante de un creativo molongui).

            Ante ello, y para mantener el orden mundial, intervenimos cada día.

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            Finalmente, podemos llegar a pensar -siguiendo el hilo argumental que propongo-, que toda intervención genera. Lo que genera y cómo, de la misma manera que  el tatuaje, deja de pertenecernos en el momento mismo de la propia intervención, forma parte de otro orden de las cosas. De alguna manera, generamos las condiciones para que algo suceda, o no, o todo lo contrario.

Pero.

            Llegad*s a este punto, merece la pena hacer una huelga momentánea, un parón y una reflexión crítica en torno a la idea de intervención. Una reflexión desde la perspectiva de las prácticas artísticas, naturalmente, pero situada: eco, también, de las reconfiguraciones semánticas y sintomáticas a las que somete la actualidad al propio concepto, como todo, permutable.

             Una reflexión cuyo objetivo no sea en pos de una mayor eficacia como siempre agentes legítimos intervinientes (que nuestro mensaje, que nuestro grano de arena genere la perla que deseamos), sino la reflexión como praxis, como ejercicio y fin en sí mismo, como una intervención más dentro de nuestro propio campo de pensamiento, mapa de perlas y granos de arena imbricados.

            Una reflexión, como siempre, desde los afectos/En todos sus sentidos.

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            Parece irremediable que cuando comienza la verborrea habitual sobre arte político, la cuestión de lo público se torna insalvable. ¿Hasta qué punto es político el llamado arte público? ¿son políticas todas las intervenciones? ¿existe una reflexión previa de la cuestión de la intervención? ¿hasta qué punto son efectivas? ¿qué papel juegan las instituciones cuando apoyan este tipo de propuestas? ¿son nuestras estructuras comunicativas igualmente alienantes y autoritarias como aquellas que pretendemos derrocar? ¿qué procesos, qué flujos nos legitiman? ¿qué posición tomamos , finalmente, ante el reparto de lo sensible?

            Existen ríos de tinta acerca de la cuestión del arte público. Huelga decir que me centraré exclusivamente en aquello que más me interesa en referencia al proyecto del que quiero hablar aquí, pero sobretodo en aquello que me provoca conflicto, aquello que chirría dentro de estos discursos tan coherentes que gustamos construir l*s productor*s/investigador*s artístic*s.

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Hay dos significados de la palabra "sujeto": sujeto a algún otro mediante el control y la dependencia, y sujeto y atado a su propia identidad por una conciencia o por el conocimiento de sí. Ambos sentidos sugieren una forma de poder que subyuga y sujeta.

Michel Foucault.

         La cuestión de la subjetivación ligada a las políticas de representación en las imágenes públicas ha sido un tema de enorme importancia desde la crítica cinematográfica feminista y, en general, de todo el pensamiento feminista enraizado en la tradición psicoanalítica y sus relecturas desde el feminismo de los sesentas y setentas.

         Como resonancia, la obra gráfica de Bárbara Kruger se contextualiza en estos términos así como el proyecto sheisn'thismother de huelgadearte & wearenotvictims.
         A través de la ampliación casi monstruosa de las imágenes, tanto en las piezas de Kruger como en sheisn'thismother se pretende una distorsión de las relaciones semánticas del texto-imagen, mostrando, en palabras de Kate Linker, la naturaleza lingüística de la representación.

         A modo de texto terrorista (Barthes), las imágenes interfieren en los procesos de subjetivación del espectador, introduciendo significantes que descentralizan el sujeto clásico del espectáculo mediante una hipervisibilización de posiciones.

         Si bien en todas las imágenes se apela a dos posiciones, por un lado, las bolleras (nosotras) y por otro, tú, el sujeto dominante, el productor de sentido, el Estado, el Hombre, el poder, no se propone de manera anecdótica, pues responde a un objetivo de Intervenir en estos procesos de subjetivación, de manera paralela a la inclusión de referentes identitarios que tengan que ver con una imagen de mujer fuerte, capaz, hija de puta y amenazante.

         Así, se utiliza el recurso cinematográfico de la voz en off o narrador (voz autoritaria que dirige la mirada y la subjetivación de lo narrado) en pos de una contractura semántica: cuando decimos "las bolleras vamos a ser el orgullo de tu patria", añadimos, además de la negativa más propia del trabajo de Kruger, una amenaza de abordaje. Queremos tu patrimonio, y lo vamos a tomar.

         Utilizando el trabajo de Kruger como referente claro a la hora de encauzar las propuestas conceptuales que tienen más que ver con la construcción de las imágenes del proyecto sheisn'hismother, éste se presenta como una reconfiguración de los presupuestos de la autora norteamericana: no sólo se pretende mostrar la ideología que se esconde detrás de las imágenes públicas en relación a la construcción identitaria de "las mujeres", sino que, a modo de responsabilidad política, se apela a la creación de nuevas performatividades: hoy ya no es suficiente mostrar, para eso ya están los documentales ñoños. Hoy queremos generar mundos posibles.

            Por otra parte, me parece importante establecer un puente, si se quiere, entre la cuestión de la inscripción epidérmica (tatuaje) como en la inscripción o intervención también epidérmica pero referida a la epidermis del cuerpo social: la calle.

            Félix Duque alertaba sobre el peligro de convertir el arte público en un valor de consumo más que, dentro de la sociedad globalizada y multiculti, se dedique a rellenar los espacios que sobran entre edificio y edificio, siempre situado en el mapa del turisteo cultureta, bien en auge hoy por hoy.

            Además, cabe preguntarse, ¿es realmente la calle, hoy por hoy, la epidermis de lo social? ¿nos estamos aventurando y cayendo en el facilismo de la relación sistemática de público/político? ¿existe todavía esa rue del mayo francés que tanto se anhela?

            Creo que es importante trasladar la cuestión antes referida acerca de la idea de intervención en relación al tatuaje y al acontecimiento.

            Cuando hablamos de intervenciones en el espacio público desde el ámbito artístico, hacemos referencia inevitable a cuestiones relativas a la protesta; estamos, de alguna manera, invocando a la política a través de nuestras acciones.

            Bien.

            Creo que ya he dejado bastante claro que las intervenciones se producen desde muchos lugares y que lo que generan rara vez se corresponde a los presupuestos estipulados a priori. Aunque resulta fácil situar la intervención en lo público para que se contamine de aquello que nos gusta llamar “política”, en realidad lo que estamos haciendo es generar una cierta “estética” de arte político. Un cuadro es una intervención tan política o más que lo que podemos imaginar cuando decimos “intervención en el espacio público”. Hay cantidad de obra pictórica que contiene un tremendo contenido político; tal vez no tanto en lo que podríamos llamar el contenido, pero si muchas veces en lo relativo a las estructuras de visión y percepción: muchas veces, la pintura contiene un alto contenido de imaginar más, de imaginar otras formas de ver y de mirar.

            También en mucha obra gráfica, como pueden ser las infografías de Mariko Mori, a menudo tachadas de “anti políticas” o, al menos, de no reflexivas para con el mundo que le rodea, que para mí poseen un potencial político de la misma envergadura que la ciencia ficción: la creación de esos mundos posibles, de otras maneras de soñar.

            A lo que me refiero es a que toda creación, resonancia y resorte que aporte otras maneras de mirar, otros significantes dentro de los sistemas comunicativos (visuales, literarios, legales o de cualquier tipo), son intervenciones que reverberan en el campo de lo real, a través de la performatividad de los campos simbólicos, virtuales, potenciales. Acercarnos exclusivamente al terreno de “lo público” para hacer reales nuestros sueños solo responde a, por un lado, la inercia historicista de generar un modelo, una estética, una moda, al final, que pueda ser introducida fácilmente en la ristra de chorizos que hace de nuestra experiencia la literatura de la Historia y, por otro, nuestro deseo a ver los resultados de nuestra intervención en vida; buscando el camino fácil, sucumbimos a la imposibilidad de pensar-nos más allá de nuestra propia vida.

            Sin embargo, es competencia de tod*s comprender y elegir los contextos cognitivos y de reacción que deseamos para cada intervención. Con esto no me gustaría apelar a un deseo de dominio para con los repliegues socio-políticos que se generan a partir de dichas intervenciones. No. Se trata más bien, y sobre todo en lo relativo a aquellas intervenciones que proponen un reparto más igualitario en la construcción y propuesta de referentes dentro de los sistemas hegemónicos de representación, de buscar aquellos espacios que favorezcan la permeabilidad del discurso que se propone. Una efectividad relativa, vaya.
            De esta manera, y sin perder de vista el proyecto sheisn’thismother y sus propuestas metodológicas en cuanto a intervención se refiere, se trata de una suerte de “suspensión” de los paradigmas de representación y de identificación visual, en este caso, en el espacio público. ¿Por qué en lo público? Porque concretamente en lo referente a la creación de imágenes performativas que se refieren a la construcción identitaria, el papel de la publicidad y las imágenes públicas se torna un camino que clama a gritos un cortocircuito inmediato.

            Se trata, por tanto, de una suspensión entendida como un espacio que da lugar a la descomposición del orden, al replegamiento de la epidermis referencial, al retorcimiento de lo imprevisto en pos de lo Otro, de lo antagónico. Espacios (temporales, visuales y cognitivos) de resistencia (Adorno).

            En este caso, se trata de generar estos espacios en suspenso en lo que tiene que ver tanto con los procesos de subjetivación dentro de las políticas de representación heteropatriarcales como en las imágenes performativas de los cuerpos sexuados (o como ellos gustan llamar, mujeres), especialmente en lo relativo a las potencialidades, al abanico de posibilidades que una mujer puede tener a la hora de enfrentarse a un conflicto, esto es, a la vida pública.

            Es por esta razón que este proyecto sólo tiene sentido en la calle. Las imágenes, a modo de representación de la ausencia (ausencia de referentes femeninos violentos, poderosos y capaces) se deben contextualizar en el campo del “puñetazo en la cara” (Cristo), que es el lenguaje de la cartelería en la selva que es la puta calle.

            Se trata de intervenciones autoritarias, que no pretenden ir más allá de las estructuras comunicativas establecidas desde el orden heteropatriarcal capitalista, sino introducir nuevos referentes identitarios que cortocircuiten las lógicas de las políticas de representación dominantes, y así, reclamar un espacio de producción de significantes desde la auto-representación y la macarrería.

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            Por otro lado, la cuestión de la legitimación de las miradas. ¿quién soy yo para intervenir? ¿por qué no incentivar una intervención colectiva como much*s artistas hoy se proponen a través del cóctel de la intervención social y las prácticas artísticas, tan de moda en nuestro contexto?

            Es característico del contexto artístico que vivimos en la actualidad, la proliferación de proyectos híbridos que caminan entre la intervención social y las prácticas artísticas.

            Es característica inconfundible de estos proyectos el uso, o mejor, la colaboración con colectivos “marginados”, “oprimidos” u “alternos”, que mediante la visión lúcida del “artista” se construye la obra, en una apuesta por lo colaborativo y la cuestión auto-representacional.
            No obstante, y haciendo alusión clara al arte relacional, no está de más preguntarse hasta qué punto no caemos en la más profusa hipocresía cuando generamos un campo de acción único y dirigido por los capataces artistas, digamos, unos límites legales de acción donde estas personas “oprimidas” puedan moverse, y luego hablamos de colaboracionismo.

            No reconocer de dónde venimos y qué puesto jugamos en la sociedad me parece un error que no debemos tolerar a la ligera, aunque estemos amparados en una institución que legitima nuestros actos tanto legal como artísticamente.

            Se parece demasiado a las ansias revolucionarias que nos pican a los biencomidos europeos cuando hablamos de Chiapas, por poner un ejemplo.

            Cuando entre colegas hablamos de la solidaridad entre los pueblos y de las labores humanitarias, parece haberse consensuado que es una posición colonialista ir a poblados indígenas y decirles lo que tienen que hacer.

            Completamente de acuerdo.

            Ahora, la opción dicotómica que se propone tampoco queda muy lejos de este colonialismo. Cuando, alterados, muchos amigos afines exponen la necesidad de una acción solidaria justa, me quedo boquiabierta.

            “lo que hay que hacer es ir allí, coger un palo y luchar como luchan ellos”.

            Sinceramente, creo que como ciudadana Europea que soy – que luego podemos hablar de si estamos o no de acuerdo en los procesos que me llevan a ser considerada como tal, vale- creo que es de una hipocresía y de una superioridad exacerbante no explotar todas las posibilidades que mi condición supone para el pueblo de Chiapas, por ejemplo.

            ¿Cómo puedo ayudarles mejor, yendo a Chiapas y cogiendo palos o currando un verano entero para conseguir tres mil euros y mandárselo para que ellos hagan lo que ellos crean hacer?

            Pero claro, ante esto hay un evidente contra: ya no podré contarles a mis colegas que estuve en Chiapas luchando por la liberación zapatista. Una auténtica pena.

            Mi posicionamiento respecto a las intervenciones artísticas que tienen que ver con una (in)cierta lucha política van por el mismo camino: creo que no debemos hacernos los molonguis y decir que somos iguales ante un colectivo de presas, una manada de buitres o un grupo de niños gitanos diversos funcionales. No. Somos biencomidas. Hemos estudiado bellas artes (u algún que otro sucedáneo). Leemos bien. Tenemos tiempo, libertad (“””””””) y un gobierno que más o menos permite. No partimos de los mismos lugares.

            Y no visibilizarlo me parece un error insalvable. Esto es lo que soy y quin remei, como decía mi yayo.  No voy a disfrazar mi subjetividad de colectiva porque ya lo es, en tanto que lo que somos lo debemos en su totalidad a la cultura, la sociedad, la familia y demás aparatos ideológicos del Estado: a los colegas, a las conversaciones en los bares, a las resacas creativas, a las incertidumbres amorosas, a la televisión, al deseo no culminado… Ya lo es, y aparentar que todo lo que no sea hecho según estos términos de colaboración es fruto del mal llamado “ego del artista”, exige a gritos una respuesta inmediata.

            Tal vez, en lugar de participar de estas dinámicas, sería bueno luchar por un sistema educativo que permita a todas las personas que lo deseen, independientemente de su nivel económico, de clase, de etnia, etc., llegar a estudiar Bellas Artes como nosotras hemos hecho. Creo que sería más bueno, en lugar de limitarnos a crearles patios de recreo tutelados en el mundo del Arte, intervenir en pos de una integración real, de la construcción autónoma de sus propias intervenciones. Creo que sería más bueno, definitivamente, fomentar una inclusión en el mundo de la legitimación/educación artística, dónde vidas que requieren de tiempo para trabajar y así pagar sus estudios y su vida puedan acceder, donde cuerpos con otras necesidades puedan habitar, hacer suyo el espacio.

            Creo que sería más bueno, sin duda, pensar en la inclusión de estas personas en estos términos y generar, más allá de nuestros egos, las condiciones óptimas materiales para que más gente pueda cambiar las lógicas de representación, hacerlas suyas, incluirse dentro del imaginario social de manera autónoma, sin proyectos pseudoartísticos que maquinen, y que, en el fondo, temen perder su parcela de poder. No deberíamos aplanar diferencias que existen y son reales, sino luchar contra ellas de la manera más eficiente, intervenir honestamente,  situándonos sin romanticismos.

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Además, sospechosamente, estas prácticas se ven apoyadas por las instituciones artísticas y estatales en su totalidad.

            Llegadas a este punto, sería interesante reflexionar la cuestión de las intervenciones en términos de legalidad, de apoyo institucional y de eficacia política.

            Para empezar, no me posicionaré en los términos clásicos de “toda institución anula el potencial revolucionario de cualquier obra”, primeramente porque la cuestión revolucionaria no me interesa demasiado (revolución en tanto que vuelta a empezar con procesos autoritarios, de lucha de clases), pero también y sobre todo porque considero que las estrategias han de marcarse en relación con unos objetivos y nadie mejor que tú para valorar en estos menesteres. No hay receta para esto.

            No obstante, cabe remarcar que, de la misma manera que un amarillo no es el mismo al lado de un azul que de un beige, los contextos instituciones influyen en la misma medida. No es “anulación” sino, tal vez, configuración de un determinado lenguaje y no de otro.

            Pero insisto que es una cuestión de estrategias.

            Ahora:

            En términos de legalidades, a mi me resulta de una eficacia absoluta el uso del devenir legal  a modo de alarma de lo que pica a nivel social o de lo que se pretende que performemos. De la misma manera que el actual espectáculo mediático acerca de las operaciones de cambio de sexo –cuyo debate gira en torno a si se debería bajar la edad en la que los aspirantes pueden elegir su sexo- nos anuncian los cambios propuestos para la actualización del DSM, la dimensión performativa de la jurisdicción debe suponernos, al menos, una brújula con un radio de acción más o menos fiable.
            No es un secreto esta fiebre por el artivismo que las instituciones se contagian desde hace ya un tiempito. Esta fervor que convierte casi cualquier espacio en espacios autorizados por la institución Arte hace que cada vez el mundo reglado se expanda a nivel territorial. Si bien es un buen ejemplo, siempre, Santiago Sierra, creo que podemos englobar casi todas las prácticas artísticas que, amparadas en la institución, se autoproclaman políticas y que suponen una intervención en el espacio público. Una vez es “instalada” la obra, este espacio, otrora generadora del devenir de la selva de lo público, se convierte en un “espacio artístico”, con sus protocolos de acción, su dimensión preformativa y cómo no, su vigilancia (cabe mencionar lo curioso que es encontrarte a un segurata en una casa “okupa” como la Tabakalera).

            De nuevo la pregunta. ¿es el arte público, político? ¿en qué medida cumple sus objetivos en tanto que tal? ¿qué demonios está pasando?

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La cuestión de relacionar siempre y sin remedio el arte público con el arte político y viceversa se presenta, entonces, como una cuestión fundamental a problematizar.

            ¿Es el espacio público hogar irremediable del arte político? ¿cómo definir estos conceptos, público y político sin ventilarme toda la historia de aquell*s que dedicaron su vida a esbozar, apenas, algunas líneas?

            Sin miedo, supongo.

            Nuestra mirada es aquello con mayor capacidad para intervenir, para ser intervenida, a través de un cuadro, una peli o un beso. Definitivamente, la intervención no vive exclusivamente en el territorio de “lo público”.

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            Vivimos en un mundo donde parece que las opciones políticas se nos han acabado. Un mundo donde, a través de las estructuras promovidas por interfaces políticas como Facebook, solo permiten la opción del “like”. Tal vez el arte lleve demasiado tiempo jugando a la sociología y a revestirse de cientificismo para poder así, a modo de parodia, hacerse más verdad, olvidándose trágicamente de generar nuevos lenguajes, nuevas maneras de imaginar más allá, contribuyendo de manera pobre a la construcción de lo social. Más bien, engordando los anales de lo que ya es verdad, legítimo, en lugar de imaginar lo que podría llegar a ser.

            Así se nos presenta una sociedad que manifiesta su “malestar” de manera abstracta, huérfana, incapaz de pensar y de pensarse más allá de sus propias estructuras.

* * *

No cumple al poeta decir lo que ha pasado, sino el tipo de cosa que podría pasar

Aristóteles  

            Dentro de la teoría literaria actual, predominantemente posmoderna, se parte de la base de la imposibilidad de representar o hacer referencia al mundo real, pues todo es pura interpretación. Y se entiende este “imposible” no como horizonte de lo que podría llegar a ser. No. Vivimos en un tiempo que se contenta con su propio malestar…

Toda ficción crea un mundo semánticamente distinto al mundo real, creado específicamente por cada texto de ficción y al que sólo se puede acceder precisamente a través de dicho texto. Así, una obra de ficción puede alterar o eliminar algunas de las leyes físicas imperantes en el mundo real (como sucede en la ciencia ficción o en la novela fantástica), o bien conservarlas y construir un mundo cercano -si no idéntico- al real (como sucede en la novela realista). 3

            Desde el terreno de las luchas por las libertades sexuales, y más concretamente en el activismo queer norteamericano de finales de los ochenta y principios de los noventa, se ha llevado a cabo un desplazamiento de las estrategias de lucha que han tenido una relación de ida y venida con las nuevas teorías feministas (más bien feministas lesbianas) recién llegadas a la academia, hoy bautizadas como teoría queer.
            Este desplazamiento estratégico, a mi modo de ver, tiene que ver fundamentalmente con lo relativo a las políticas identitarias y a sus consecuentes resonancias en las luchas sociales del momento.

            Si bien desde un posicionamiento feminista esencialista, más propio de las décadas de los setenta y ochenta, se proponían ciertas formas de organización que tenían más que ver con agrupaciones identitarias que partían de la genitalidad más que de otra cosa, es en el estallido del activismo queer cuando Judith Butler apelaba a un activismo desde las políticas coalicionistas y de pastiche: esto es, el derrocamiento del lenguaje hegemónico a través de la multiplicación. En este caso, si bien se pretendía derrocar el orden heterosexista, en el cual solo existían las identidades femeninas y masculinas (ambas, heteronormativas), las nuevas estrategias se presentaban ya no como un deseo de destruir estas categorías, sino apropiárselas y multiplicarlas: así, ante la categoría esencialista y cerrada “mujer”, aparecían una cantidad de multiplicidades identitarias maravillosas como la butch (lesbiana camionera) o la femme (lesbiana superfemenina), ahora también identidades transitorias como los drag Kings (performances de masculinidad), las trans, las marikonas, etc.  A través de esta multiplicación, la categoría mujer se convierte en un pastiche más, arrebatándole en cetro de categoría dominante ligada a unas características físicas y económicas concretas.

[…] problematizar el género no mediante maniobras que sueñen con un más allá utópico , sino movilizando, confundiendo subversivamente y multiplicando aquellas categorías constitutivas que intentan preservar el género en el sitio que le corresponde al presentarse como las ilusiones que crean la identidad. 4

            Es en esta línea de pensamiento y de acción política que se sitúa la idea de intervención y la práctica activista del proyecto sheisn’thismother: a partir de la multiplicación de identidades. Hoy, y ante las políticas de representación que se enmarcan dentro de las dinámicas institucionales de la “violencia de género”, se procede a introducir nuevos referentes que tengan que ver con unos referentes positivos en tanto que mujeres capaces, potencialmente peligrosas y virtualmente violentas. De esta manera, se huye de las iniciativas feministas fascistas que se basan en la censura de aquello que no quieren ver. Sí, yo también rabio cuando veo anuncios que utilizan a las mujeres para vender productos que nos encarcelan bajo el régimen de la estética, pero el camino de la censura política, por bienintencionados que sean los valores de fondo, solo llevan al fascismo. Aunque sea feminista. Y si no fijémonos en nuestras amigas francesas de “Ni putas ni sumisas”…

            Multiplicación de códigos, multiplicación de subjetividades que los generan. Multiplicación de posibilidades, de ficciones, de imposibles, de espacios de inflexión poética donde la nada ocurra 5. De intervenciones más allá de la hipocresía humanitaria o pseudo-social, desde una subjetividad situada y visibilizada.

Notas:

1. Este texto está especialmente inspirado por el I congreso de estética y política, estructurado a través del pensamiento del filósofo francés Jàcques Rancière, durante el 23, 24 y 25 de Marzo en Valencia, al que tuve el placer de asistir.
2. Eskorbuto. “Cerebros destruidos”
http://www.youtube.com/watch?v=Bw8DOW2XL44
3. La teoría de los mundos posibles, según Wikipedia.
4. BUTLER, J.: El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad,Paidós Studio, 2007, Barcelona, p.99
5. Rogelio López Cuenca. Du calme-Stiker. 1994

Bibliografía:

ARENDT, H: Sobre la violencia, Alianza Editorial,  Madrid.2008
BUTLER, J: El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad, Paidós Studio, 2007, Barcelona
FERNANDEZ QUESADA, B: Nuevos lugares de intención. Intervenciones artísticas en el espacio urbano como una de las salidas a los circuitos convencionales: Estados Unidos 1965-1995. Tesis doctoral de la Universidad Complutense de Madrid. Departamento de pintura.
HERÁNDEL, F: Historia de la OTAN. De la guerra fría al intervencionismo humanitario,  Holgado, Ed. Catarata,  Madrid , 2000
ROSLER, M: Imágenes públicas. La función política de la imagen. Jesús Carrillo (Ed)  Gustavo Gili,  Barcelona, 2007
SARTORI, G : Elementos de teoría política, Alianza Editorial, Madrid, 2005
VVAA: I Congreso Internacional de Estética & Política. UPV. Valencia. 23,24 y 25 de Marzo. 2011