Clara Isabel Pérez Herrero
Las líneas generales de la política en la segunda mitad del siglo XX, en el marco de la mundialización de las relaciones políticas y económicas, se concretaron en una progresiva descentralización del Estado, en la asunción de competencias por parte de entidades locales y políticas públicas destinadas al incremento del bienestar del ciudadano, que a nivel cultural cristalizaron en una democratización de la cultura, en su mercantilización y en la profesionalización del sector. En este contexto, la cultura se convirtió en un bien de consumo, el funcionamiento de las instituciones culturales pasó a evaluarse en térmicos económicos y los usuarios se convirtieron en consumidores. El ámbito museístico no fue ajeno a todo este proceso, los puestos de trabajo se multiplicaron a la vez que lo hacían los equipamientos y se fueron especializando, mientras que los comportamientos y preferencias de los visitantes fueron segmentados, clasificados y analizados en términos de “marketing cultural”, determinando las políticas culturales, la financiación, la programación e incluso el discurso museográfico. Las universidades incorporaron la museología y la gestión del patrimonio en sus planes de estudio y ofertas de postgrado.
La UNESCO, a través de diferentes consejos e instituciones (ICOM, ICCROM, ICOMOS, ICAHM), se encargó de promover la conservación del patrimonio mundial y de organizar las directrices a través de recomendaciones, cartas y convenciones que impulsaron e inspiraron un extenso repertorio legislativo a escala internacional y que se ha materializado en el territorio español en leyes y reglamentos estatales y autonómicos y a nivel local en los Planes Especiales. Se crearon figuras específicas de protección (BIC, BRL, parques culturales, parque naturales, LIC, microreservas, zonas de especial protección...) y se implementaron programas de inventario del patrimonio, líneas de financiación para su conservación y restauración y procedimientos destinados a evaluar y prevenir el impacto de actividades transformadoras del medio sobre el patrimonio natural y cultural. Paralelamente se inició un período de reflexión sobre los museos y las prácticas museísticas que cuestionaron el paradigma tradicional y abrieron nuevos planteamientos sobre el papel de los museos.
La Nueva Museología redefinió la institución museística trasladando el foco de atención desde las colecciones a las personas, del museo al territorio y de la conservación a la pedagogía y a la intervención sociocultural. Estrechamente ligados a este movimiento surgieron nuevas tipologías de museos, que, si bien compartían los principios básicos de los museos tradicionales, ponían el acento en la interacción, la multidisciplinariedad y la disgregación espacial y temporal: los ecomuseos, museos al aire libre, parques culturales, museos-territorio, museos comunitarios, museos vivos... Estas nuevas propuestas de gestión del patrimonio comparten dos características fundamentales: el arraigo local y la participación. La legislación española de museos no reconoce ninguna de las figuras surgidas al albor de la Nueva Museología: a excepción del parque cultural, el resto quedan englobadas en la categoría de museos y colecciones museográficas. Si bien estas nuevas tipologías no parecían tener cabida dentro de la lógica administrativa de la museología tradicional y tampoco en los instrumentos de ordenación territorial, parecían encajar perfectamente en las recomendaciones y medidas para la sostenibilidad recogidas en la Agenda 21, especialmente para el ámbito local (De Varine, 2007).
Este panorama propició la revisión del sector museístico desde el punto de vista del desarrollo económico y social, fomentando enfoques y metodologías de estudio destinados a la captación de públicos, la evaluación de los servicios y la implementación de acciones destinadas a promover la rentabilidad económica y social de los museos y su entorno inmediato. El patrimonio pasó de ser visto como un obstáculo al desarrollo a verse como una fuente de ingresos.
En la última década de siglo y en los umbrales del nuevo, coincidiendo con la etapa de bonanza económica proliferaron los proyectos de museos locales que trataban de adherirse a estas nuevas tendencias espoleados por los programas de ayudas al desarrollo, que desataron la fiebre de la restauración del patrimonio y la creación de equipamientos destinados al fomento del turismo cultural. En el estado español, algunas comunidades autónomas, como Asturias, Aragón y Cataluña pusieron en marcha planes de museos (parques culturales en el caso aragonés), que ordenaron a diferentes niveles territoriales la implantación de dichas instituciones (Prats, 2009). En la mayoría de los casos, la iniciativa de creación de equipamientos museísticos partió de las instituciones locales, incentivadas por los planes estratégicos diseñados por los grupos de acción local y las agencias de promoción del turismo. En ocasiones, las diputaciones provinciales contribuyeron a ordenar este proceso a través de sus museos de referencia que propiciaron la tematización y diferenciación de estos espacios atendiendo a la lógica del especialista basada en las potencialidades y características diferenciadoras del patrimonio en términos de producto de consumo cultural y sin tener en cuenta las inquietudes y problemáticas de las poblaciones locales. El término “equipamiento museístico” no está empleado al azar, si bien los proyectos que acompañaban a las solicitudes de financiación trascendían el mero diseño museográfico y se ocupaban de dotar de contenido museológico a las actuaciones programadas, incluso solían ir acompañados de planes de viabilidad, generalmente las dotaciones se limitaban a la edificación y el montaje expositivo. La realidad de muchos de estos museos es que se han convertido precisamente en lo que no estaban destinados a ser, meros contenedores de colecciones con discursos generalistas, fijos, sin dotación de personal, con asignaciones presupuestarias paupérrimas, sin actividades, con horarios de apertura determinados por la disponibilidad de personal y con escasa o nula participación social. En algunos casos, estos espacios patrimoniales, que eran usados con naturalidad por la población para reunirse o para exponer sus propias producciones culturales, al intervenirse o “musealizarse” se han convertido en espacios sacralizados y su uso se ha restringido por cuestiones de conservación y seguridad de las colecciones, Este ha sido el caso del proyecto de Ecomuseo de Aras de los Olmos que ejemplifica muy bien todo este proceso.
En las décadas de los 80 y 90 la implantación de las políticas neoliberales globales comenzaron a socavar el Estado del Bienestar mediante la externalización y la especialización productiva a escala internacional, la desregularización de los mercados, la debilitación del Estado y la ruptura del pacto social, favoreciendo políticas de contratación flexible y precarizada. En los últimos tiempos, estas políticas se han visto agudizadas ante la crisis financiera internacional que ha servido de justificación para la aplicación de las medidas contempladas en los Programas de Ajuste Estructural. (Santos, 2005, 2006). En el ámbito local las consecuencias negativas han tenido un gran alcance debido a la pérdida de competencias de los municipios. La participación ciudadana ha quedado reducida a la mera representación. Mediante el voto, los ciudadanos eligen a quienes deciden por ellos, no toman parte en los procesos de decisión. La crisis y sus consecuencias sociales han provocado un creciente descontento social que reclama nuevas formas de participación ciudadana a todos los niveles. En los albores del cambio de siglo, entre los intelectuales de diferentes disciplinas han ido surgiendo posturas críticas que cuestionan el nuevo orden establecido por las tendencias políticas neoliberales.
Por esas décadas, la Museología Crítica empezó a cuestionar la actividad museística, especialmente en lo referente a los discursos, a la planificación institucional de los museos y al papel de los públicos en los procesos de representación (Lorente, 2006). Según Óscar Navarro (2006), en esta corriente, los museos son concebidos como una construcción social determinada por el marco sociopolítico y económico en el que se desenvuelven estas instituciones. El museo debe convertirse en un espacio para la acción comunicativa, su función es provocar reflexión sobre asuntos que generan controversia en la sociedad actual, explicitar el discurso oculto y fomentar la participación creativa de los públicos. Desde la óptica de la museología crítica, los profesionales se sitúan al mismo nivel que los visitantes. Al contrario que la Nueva Museología, el discurso de la Museología Crítica no parece haber calado en la práctica de los museos locales, sin embargo, a la luz del clima sociopolítico actual, no sería de extrañar que poco a poco los enfoques de los programas museográficos se vean impregnados de este espíritu crítico.
Durante todo este proceso, el concepto de patrimonio ha sufrido una evolución que ha ido enriqueciendo y dotando de valores el significado original vinculado a la idea de legado cultural. Del monumento extraordinario a las manifestaciones culturales cotidianas, del icono nacional a la construcción de la identidad local, del sitio al territorio, de lo singular al conjunto, de lo tangible a lo intangible (Llull, 2005), los adjetivos que tipifican el patrimonio se han ido enriqueciendo con aportaciones de diferentes disciplinas científicas que poco a poco se han ido agregando para configurar una totalidad integrada. Su conceptualización se relaciona, en gran medida con desarrollos teóricos que cuestionan su naturaleza como legado, como construcción ideológica, como sistema de representación (Ciselli, 2011).
Al mismo tiempo que se desarrollaba la legislación relativa a la salvaguarda del patrimonio, se ha dotado al patrimonio de una serie de valores utilitarios (contemplativo, educativo, turístico, económico, social...) que han desencadenado su progresiva instrumentalización, tal y como se ha visto en el ámbito museístico (Ballart, 1997). El patrimonio ha sido protagonista de muchas de las políticas culturales desarrolladas en la última centuria, políticas que han favorecido discursos identitarios nacionales, transnacionales, nacionalistas y localistas, cuestionados en los últimos años por las posturas más críticas dentro de la museología. El discurso ha evolucionado desde la tematización y la universalidad hacia la diversificación y la pluralidad. Actuaciones patrimoniales y grandes museos han servido para cambiar de imagen y “poner en el mapa” ciudades como Bilbao o Valencia (Hernández y Santacana, 2006). En el ámbito de la ordenación urbana en materia de patrimonio, los principales agentes han sido los ayuntamientos, que obligatoriamente debían incluir un Catálogo de Bienes de Relevancia Local en los PGOU. Si bien los Planes de Ordenación Urbana han sido sometidos a exposición pública, la población local raramente ha participado activamente en la selección de los elementos a proteger y mucho menos en la construcción de significados. El criterio de selección ha seguido generalmente las directrices de las leyes autonómicas de patrimonio que por decreto ya establecían la categoría de BRL para elementos patrimoniales concretos, casi siempre bienes inmuebles de carácter cultural (calvarios, pozos de nieve, chimeneas, molinos de viento, edificios religiosos anteriores a 1940, ...).
El concepto de patrimonio ha estado ligado desde sus inicios al valor de identidad. Probablemente este ha sido uno de los valores añadidos que ha jugado el papel más importante en la instrumentalización del patrimonio y en la ordenación del territorio. Prácticamente en todos los textos de los organismos internacionales de referencia resaltan este carácter identitario y destacan el papel protagonista de las comunidades autóctonas que lo custodian como legado. En los planes estratégicos, en los preámbulos legales y en las disposiciones de las ayudas y subvenciones que han servido de guía para la recuperación del patrimonio se ha hecho continua referencia a la necesidad de “concienciación” de dichas comunidades con respecto a ese patrimonio, lo que, en opinión de autores como Victoria Quintero (2011), constituye una contradicción evidente. Por otra parte, la exaltación de conceptos como la diversidad y la pluralidad han multiplicado las identidades a gestionar por las instituciones museísticas (cultural, nacional, religiosa, social, sexual, de género, de especie...). Lo que parece indiscutible es que patrimonio e identidad hunden sus raíces en el pasado, se fundamentan en la realidad del presente y se desarrollan en paralelo durante los procesos de patrimonialización, de ahí la importancia de incluir a la comunidad en dichos procesos.
Cuando estos procesos de apropiación están ligados al territorio y a la configuración del paisaje, a medida que nos alejamos en el tiempo, la extrañeza de la población se incrementa de manera proporcional al desconocimiento de las sociedades pasadas, esta extrañeza contribuye en parte a reforzar la identidad a la vez que avanza el proceso de descubrimiento de los valores comunes y diferenciadores. La clave para incorporar los elementos arqueológicos o históricos dispersos por el territorio al patrimonio local consiste en la implicación de las comunidades en los procesos de investigación, conjugando los conocimientos del mundo académico con los de la población local a un mismo nivel, empleando metodologías de investigación activas que prioricen el proceso participativo, como postulan los partidarios de la arqueología comunitaria (Lorenzo, 2006).
Si nos trasladamos al ámbito de lo rural, definido por criterios que conjugan la densidad demográfica, la actividad económica y las características del entorno inmediato, el patrimonio propio de estas áreas comparte rasgos específicos de la “ruralidad”, como su asociación con actividades agroalimentarias o extractivas, su vinculación a la cultura tradicional o su estrecha imbricación con el paisaje y el medio natural, que le aportan contenido y significación (no se entiende la ubicación de una noria sin la presencia de un curso de agua o de una cantera sin piedra o de un colmenar sin pasto). La baja densidad demográfica de las zonas rurales y la débil presión sobre el terreno han propiciado la conservación y la autenticidad de los elementos patrimoniales, a diferencia de lo que ha ocurrido en zonas costeras o urbanas, en las que las transformaciones paisajísticas han sido más agresivas, llegando a alterar completamente la fisonomía del territorio y desarticulando las conexiones entre el patrimonio cultural y el entorno asociado a su creación. En las últimas décadas estas condiciones están cambiando, se ha producido una progresiva terciarización de estas áreas y transformaciones en el terreno ligadas a las energías renovables. Por otra parte, las personas que por su edad mantenían los vínculos con la cultura tradicional y el territorio, van desapareciendo y con ellas todos los conocimientos que aportan significación y valor a los elementos patrimoniales. En algunos lugares, las generaciones más jóvenes, conscientes de esa ruptura han desarrollado proyectos destinados a recopilar informaciones sobre el patrimonio y el territorio, que algunas han materializado en catálogos de custodia, itinerarios temáticos como los realizados por el Collectiu Vall de Vernissa, en la Safor, o mapas de comunidad y audiovisuales en el caso del proyecto “Conociendo Aras” liderado por el Hogar de Aras, en Aras de los Olmos. Estos proyectos han nacido por iniciativa ciudadana, son de carácter voluntario y han recibido ayudas de los programas sociales de las antiguas cajas de ahorro (VOLCAM, Obra Social La Caixa ...)
Con estas premisas pareciera que los ecomuseos y museos de territorio son mecanismo ideal para la gestión del territorio y el desarrollo sostenible en áreas rurales. Por la amplitud conceptual del término, el concepto se puede adaptar de manera diversa en función de las características de las comunidades que lo acogen, del contexto del desarrollo local y de las personalidades de sus promotores, del mismo modo que puede evolucionar al tiempo que la población que lo gestiona (De Varine, 2007).
El modelo de gestión y la propia definición del proyecto varían de uno a otro, así como la entidad territorial. En general, los proyectos de ecomuseo suelen trascender el ámbito municipal, lo que permite una mayor vertebración, mayores recursos y una optimización de los mismos. En cuanto a los motores del proyecto, algunos, como el Ecomuseu de Vall de Vernissa se fundamentan en el voluntariado, otros, como el de Valls d'Aneu, el Ecomuseo del Río Caicena o el de Seixal, cuentan con un equipo técnico que actúa como promotor y mediador (Imagen 1).
El ecomuseo puede contribuir al desarrollo local de diversas maneras: facilitando el conocimiento del territorio y sus potenciales mediante la investigación, construyendo lazos de identidad, creando empleos en programas destinados a la recuperación del patrimonio, potenciando la demanda de bienes locales mediante el valor añadido a los productos y la promoción del turismo cultural, dinamizando la cultura y la economía local a través del empoderamiento de la población y la programación de actividades variadas, posibilitando foros de discusión y debate sobre las estrategias de desarrollo a medio y largo plazo, sirviendo como espacio de diálogo para la resolución de conflictos, creando redes de intercambio con diferentes entidades...
La vertiente pluridisciplinar del ecomuseo y la diversidad de enfoques y tratamientos que permite esta fórmula, favorece una ordenación racional y funcional del territorio acorde con las necesidades, sentimientos e identidades de la comunidad rural. Sin embargo, su plasmación en una realidad concreta no es fácil, existen condicionamientos y tensiones que hay que superar para lograr crear las condiciones óptimas para comenzar el proceso, porque el ecomuseo es sobre todo eso, un proceso (fotos 1 a 4).
Aras de los Olmos es un municipio de unos cuatrocientos habitantes situado en la comarca de Los Serranos, en el interior de la provincia de Valencia, ya en los límites con las comunidades autónomas de Castilla y Aragón, en España. El término municipal, ocupado en buena parte por masa forestal, ronda los 75 kilómetros cuadrados (foto 2). La economía local se basa en explotaciones agrarias basadas en la trilogía mediterránea y en la cría de ganado porcino, avícola y cunícola, en la apicultura y en la hostelería. La villa de Aras de los Olmos y su aldea, Losilla, se encuentran ubicadas a 6,5 km entre sí, en una amplia llanura flanqueada por montañas y barrancos.
El proyecto de Ecomuseo de Aras de los Olmos se gestó en 2003 por iniciativa de la corporación municipal, que había adquirido una serie de inmuebles en el casco urbano por su alta significación patrimonial, la Casa del Cortijo, propiedad de la familia de Santiago Cubas, que contenía una torre islámica y parte del recinto fortificado que la rodeaba, y el horno comunal, propiedad de tres familias distintas que habían compartido su gestión, aunque permanecía cerrado desde mediados de los años setenta. En el programa electoral, el equipo de gobierno se había comprometido a musealizar 1 la colección arqueológica cedida por Francisco Moreno Mesas. Mediante el programa ENCORP se contrató a dos técnicas para desarrollar un proyecto destinado a captar fondos del programa LEADER PLUS. El proyecto, con el apremio del plazo de presentación, se elaboró sin consulta previa a la población, aunque se presentó públicamente en el marco de una feria comarcal (SERRALTUR), que tuvo lugar en el municipio y posteriormente en una sesión convocada por el ayuntamiento que generó gran expectación, aunque, a pesar de nuestros esfuerzos no generó ningún debate entre los asistentes, probablemente por la dificultad para entender un concepto tan abierto. Ese fue el primer error, no haber planteado un foro de discusión sobre las distintas posibilidades, fórmulas y aplicaciones de un proyecto que se fundamentaba en la participación de la población, y que pretendía hacer de ella su principal actor y destinatario. Con objeto de transmitir mejor la idea de ecomuseo se propuso la organización de una visita al Ecomuseu de Valls d'Aneu, en la comarca dels Pallars, en Lleida, Cataluña, un proyecto que llevaba varios años en funcionamiento con éxito reconocido. La visita no se realizó hasta cinco años después y en vez de convocar un viaje organizado abierto a quienes estuviesen interesados, fue una pequeña delegación del Ayuntamiento quien se desplazó, aunque, el lado positivo fue que esto favoreció el intercambio de ideas con la dirección y el personal técnico del ecomuseo.
El proyecto museológico reproducía con todo detalle el guión proporcionado por Henri Rivière en su definición de ecomuseo, la cual escogimos precisamente por su carácter descriptivo:
“Un espejo en el que esa población se mira, para reconocerse en él, donde busca la explicación del territorio al que está unido, junto al de las poblaciones que le han precedido, en la discontinuidad o continuidad de las generaciones. Un espejo que esa población presenta a sus huéspedes, para hacerse comprender mejor en el respeto a su trabajo, sus comportamientos, su intimidad. Una expresión del hombre y la naturaleza. El hombre es allí interpretado en su medio natural. La naturaleza está en su salvajismo, pero tal y como la sociedad tradicional y la sociedad industrial han adaptado su imagen. Una expresión de tiempo, cuando la explicación remonta hasta la aparición del hombre en la región, se escalona a través de los tiempos prehistóricos e históricos que ha vivido y desemboca en la época actual con una apertura hacia el mañana, sin que por ello el Ecomuseo tome decisiones, sino que juegue, en este caso, un papel de información y de análisis crítico. Una interpretación del espacio. De espacios escogidos, donde el visitante pueda reposar o caminar. Un laboratorio en la medida en que contribuye al estudio histórico y contemporáneo de esa población y de su medio y favorece la formación de especialistas en sus campos respectivos, en cooperación con las organizaciones de investigación que no pertenecen al Ecomuseo. Un conservatorio, en la medida en que ayuda a la preservación y a la valoración de patrimonio natural y cultural de esa población. Una escuela, en la medida en la que asocia a esa población con sus acciones de estudio y protección, en la que incita a un mejor análisis de los problemas de su propio futuro. Este laboratorio, ese conservatorio y esa escuela se inspiran en principios comunes. En el Ecomuseo la diversidad no tiene límites, habida cuenta de las diferencias existentes. La población no se encierra en sí misma sino que recibe y da” (Rivière, 1982).
La misión del ecomuseo se concretó con el siguiente enunciado: El Ecomuseo de Aras de los Olmos será un lugar de encuentro y reflexión sobre la gestión del territorio, desde el pasado para el futuro, un proyecto comunitario, con un espíritu abierto a la colaboración y participación de todos. Pretendemos recuperar la memoria local, diseñar un futuro próspero y respetuoso con el territorio, expandir la idea de territorio y colaborar con otros municipios y entidades en proyectos que tengan como objeto recuperar para el presente cualquier aspecto de la vida tradicional.
El ámbito de actuación del Ecomuseo de Aras de los Olmos, a pesar de su clara vocación comarcal, fue definido por las fronteras administrativas municipales, sin embargo, en el discurso el territorio se define por la concepción de cada momento histórico, de cada ámbito temático, de cada narrador, de cada receptor. Esta aparente contradicción entre el ámbito de actuación y el discurso patrimonial es fácilmente superable creando redes de colaboración o acuerdos puntuales con otros municipios. En el ecomuseo, utilizamos el concepto de territorio como construcción social, así, cuando hablemos de territorio estaremos haciendo referencia a un espacio físico, al medio natural, a un sistema de elementos físicos y humanos, pero también a un conjunto de lugares interconectados por redes o flujos, a un sistema socioecológico. El concepto de paisaje como territorio percibido también tiene un lugar importante en el discurso, puesto que éste se construye en buena medida a partir de testimonios personales. Este planteamiento encaja perfectamente con la ordenación territorial, a partir de la investigación, del discurso expositivo, del diálogo y del análisis de las tensiones entre patrimonio y usos actuales, el ecomuseo puede convertirse en el futuro en un instrumento adecuado para el debate sobre la ordenación del territorio. Algunas de estas tensiones han aparecido en el transcurso de la puesta en valor de los huertos tapiados anejos al casco urbano que comentaremos más adelante.
Para garantizar la coherencia en el desarrollo del proyecto se establecieron una serie de criterios a tener en cuenta: en la puesta en valor del patrimonio se priorizaría la preservación de la autenticidad de los bienes patrimoniales, lo que significa intervenir sin alterar, recuperar las técnicas tradicionales y los conocimientos asociados a ellas, y en la medida de lo posible, facilitar la participación de los expertos locales en los procesos de rehabilitación, bien como trabajadores, o como asesores. Documentar previamente, realizar investigaciones previas a cualquier acción sobre el patrimonio. Realizar las intervenciones bajo la premisa de poner en funcionamiento, si es posible, el original, aunque con fines distintos, especialmente en lo relativo al patrimonio inmaterial, cuya única oportunidad de preservación es su uso. Interpretar, no describir, desarrollar estrategias de comunicación que construyan discursos significativos y siempre que sea posible, proporcionar experiencias vivenciales compartidas entre la comunidad y los visitantes.
El discurso del Ecomuseo de Aras de los Olmos combina un enfoque general centrado en los usos del territorio en el pasado con enfoques más particulares centrados en historias familiares vinculadas a elementos patrimoniales específicos, como el obrador de cera o el horno comunal. Se pretende de este modo potenciar la identidad local e incitar a la reflexión mediante dos discursos paralelos que resaltan los rasgos comunes de la cultura tradicional y los rasgos específicos del municipio. Creemos que estas opciones han sido bien recibidas por la población local, que rápidamente se identificó con ellos. Hay que aclarar que cuando nos referimos a la comunidad hablamos tanto de residentes como de no residentes, que perciben el patrimonio desde distancias muy diferentes.
El Ecomuseo de Aras de los Olmos cuenta con una colección permanente integrada por fondos arqueológicos y etnológicos, procedentes de depósitos y donaciones particulares. Sin embargo, aunque no se descarta el ingreso de futuras donaciones, dado el sentimiento de afectividad inherente a las colecciones familiares, siguiendo el modelo canadiense, se optó por priorizar una política de gestión de fondos basada en el inventario de colecciones particulares, la cesión de piezas en calidad de préstamos temporales y los acuerdos de custodia del patrimonio. Con este tipo de gestión pretendemos involucrar a areños y losillanos en la marcha del proyecto, asumiendo la responsabilidad sobre las colecciones y participando activamente en el inventario y catalogación del patrimonio local. Es una manera de integrar a la población en el proyecto, puesto que se incita a su participación, colaborando en la elaboración de contenidos del ecomuseo, en la realización de las exposiciones a través del préstamo de fondos y en la toma de decisiones sobre la gestión del mismo. Por otra parte, esta fórmula permite conocer la realidad de los bienes patrimoniales del municipio, resulta adecuada para sortear dificultades relacionadas con la escasez de instalaciones y personal y supone un alivio para el ayuntamiento, principal responsable financiero del mismo hasta el momento. La implementación ideal para esta política de gestión de fondos sería colgar la base de datos de inventario en la red, con una programación capaz de hacerla accesible a los participantes y al público en general con distintos niveles de interacción.
La fórmula de participación empleada en el montaje de las exposiciones del obrador de cera y del horno comunal, fue la más extendida en proyectos similares de ámbito local (López, Elola y García, 2011): un sector de la población con conocimientos sobre el tema (apicultores/as y mujeres usuarias del horno) participaron como informantes, como depositarios de los objetos y como supervisores del discurso, aunque éste fue estructurado por nosotras. En la inauguración presentaron ellos mismos la exposición y ocasionalmente han guiado alguna visita especial. En el caso de la exposición Hornos de Pan Cocer, las tareas se extendieron a la conservación y restauración de los objetos. En otros casos, como la rehabilitación de los huertos tapiados, la participación se ha traducido en contratos de períodos más o menos largos para la puesta en valor del elemento patrimonial. Esta es sin duda la modalidad más apreciada por la comunidad, pues han visto que el patrimonio puede constituir una fuente de ocupación, si no permanente, al menos complementaria. El reto es capacitar a los residentes para liderar o desarrollar proyectos respetuosos con el entorno patrimonial que proporcionen alguna rentabilidad económica directa o indirecta. En este sentido, la investigación activa y participativa en igualdad de condiciones es fundamental para su empoderamiento.
El programa de actuaciones presentado al LEADER PLUS consistía en la creación de un centro de interpretación del ecomuseo en la casa del cortijo, con una zona de recepción en la planta baja, una exposición sobre el territorio protagonizada por la colección arqueológica en el primer piso, un espacio con recursos didácticos en la cambra y una exposición sobre la apicultura en La Serranía, en el obrador de cera, donde se conservaba la prensa, el horno y los cocioles. El centro de interpretación se articulaba, mediante la musealización del casco urbano, con una radial en el horno comunal donde se instaló una exposición sobre los hornos de pan cocer y que a su vez se prolongaba en Losilla con una ruta por las eras y pajares. El objetivo era crear ejes temáticos que se proyectaran desde las exposiciones al territorio, conectando elementos patrimoniales y paisajes relacionados entre sí y creando discursos múltiples organizados en torno a la idea de sedimentación cultural.
Estas actuaciones se realizaron en dos fases en los años 2003 y 2006, y con financiación complementaria procedente de ayudas de la Dirección General de Patrimonio Cultural Valenciano, de la Diputación de Valencia y de Turismo, ya que la cantidad finalmente concedida por el LEADER PLUS no cubría los gastos. Posteriormente, durante los años comprendidos entre 2006 y 2011 se realizó un estudio sobre los huertos tapiados del Regajo, anejos al casco urbano, y se rehabilitaron a través de dos talleres de empleo que actuaron sobre muros, puertas y canalizaciones. Con fondos provenientes del Plan de Confianza de la Generalitat Valenciana se completaron las actuaciones anteriores, rehabilitando las balsas, partidores, lavaderos y musealizando el espacio mediante la instalación de señalética similar a la del casco urbano. Con el fin de recuperar el uso y facilitar su mantenimiento, se promovieron acuerdos de custodia a través de la Fundación El Olmo, se redactó un borrador de reglamento por parte del grupo de medio ambiente y se restituyó la Junta de Riego, compuesta por los regantes y presidida por el ayuntamiento, pues el agua de riego proviene del sobrante de la fuente de la ermita de Santa Catalina, que también abastece al pueblo de agua potable.
Durante esos años y los posteriores se gestaron diversas propuestas de actuación, que no llegaron a desarrollarse, en parte por falta de financiación y también porque los esfuerzos se concentraron en la recuperación de los huertos tapiados y en la propuesta de intervención arqueológica en el Castillejo de la Muela, proyectos que han requerido varios años y diversos programas para ponerse en marcha. Algunas de esas propuestas que todavía no se han llevado a cabo, partieron de iniciativas particulares, como la de César Cortés, que se ofreció a recuperar la herrería familiar mediante exhibiciones puntuales. Otras recogieron inquietudes surgidas durante el desarrollo del proyecto, como la puesta en funcionamiento del horno una vez al mes para realizar talleres de panadería, repostería y gastronomía tradicional por parte de las mujeres que participaron en la realización de la exposición; la señalización de las rutas de trashumancia apícola y la instalación de un colmenar en colaboración con los apicultores locales para explicar en vivo la evolución de dicha actividad. En Losilla, la creación de un archivo de la memoria mediante dotación de equipamiento técnico y museográfico que permitiera el registro, digitalización y catalogación de fotografías y entrevistas para la realización de exposiciones temporales por parte de la Asociación de Losilla, que ya venía realizando esta tarea desde años anteriores, o la recuperación colectiva de las eras y pajares de la aldea. En el proyecto museológico se contemplaba también la realización de un catálogo de bienes de relevancia local mediante la organización de jornadas teórico prácticas en colaboración con entidades de investigación orientadas a la formación de la población local y estudiantes universitarios. En todos los casos estas propuestas buscaban crear sinergias con diversos colectivos locales y dinamizar el ecomuseo a través de una programación de actividades periódicas.
En la priorización de las propuestas han intervenido diversos factores: las presiones de determinados colectivos, como el grupo de medio ambiente del consejo local El Brollador, que manifestó en reiteradas ocasiones el interés por la puesta en valor de los huertos tapiados, el interés del Ayuntamiento por instalar en uno de los huertos públicos la escultura del olmo de la plaza, el símbolo identitario del municipio, muerto por causa de una epidemia de grafiosis que acabó con todos los olmos del pueblo, la oportunidad de solicitar los talleres de empleo y la idoneidad de las actuaciones. Esta última cuestión es la que ha marcado generalmente el orden de las actuaciones: la oportunidad de financiación, lo cual se entiende perfectamente, puesto que en un municipio rural de interior con recursos escasos, es muy difícil acceder a otro tipo de recursos que no sean los procedentes de la administración. La ventaja de tener claras unas líneas de acción a medio y largo plazo con proyectos variados es que permite aprovechar las oportunidades cuando se presentan. El hecho de depender de subvenciones con plazos de ejecución ha determinado en gran medida que se valoraran los tiempos y resultados y no los procesos, a pesar de que en un ecomuseo, el éxito tiene mucho que ver con el proceso, pues enriquece y amplía los beneficios.
A lo largo de estos diez años de trayectoria han aflorado diversas tensiones que en mayor o menor medida han limitado o modelado el desarrollo del proyecto con respecto a la forma que se concibió originariamente. Estas tensiones son consecuencia de la diferente perspectiva que tenemos sobre los valores de uso y de representación del patrimonio de los diferentes actores y agentes implicados (técnicos, administraciones e instituciones, comunidad no residente, residentes y propietarios o usufructarios). Para los primeros, el valor de representación se considera prioritario, puesto que el patrimonio es concebido como testimonio del pasado, de prácticas y modos de vida desaparecidos y su valor de uso es educativo. Para las administraciones, a estos valores se suma el económico y social, ya que el coste de las inversiones debe rentabilizarse en términos socioeconómicos y en última instancia, políticos. Para la comunidad no residente el valor identitario o representativo es mayor, incrementado por la distancia que supone el alejamiento de su lugar de origen. Para los propietarios, el valor de uso es fundamental, pues constituye la base de su realidad actual, afecta directamente a su cotidianidad y también lo es el valor de propiedad, que a menudo se ve amenazada por los proyectos de valorización que imponen restricciones a sus dueños genuinos.
Las tensiones entre patrimonio y propiedad no son una novedad, la preservación de los bienes patrimoniales genera problemas a sus propietarios, puesto que sus intereses particulares no necesariamente su coincidentes con su conservación, bien por los usos a los que se destina, por el esfuerzo que conlleva la falta de adecuación a las comodidades de la tecnología actual o por el coste de mantenimiento. La declaración patrimonial de un bien o paraje suele ir acompañada de restricciones para sus propietarios, que muchas veces consideran una violación de su derecho de propiedad, quizás por esta razón se insiste tanto en la necesidad de sensibilización en los discursos patrimoniales. En proyectos locales como el de Aras de los Olmos, la sensibilización debe ir orientada en ambos sentidos. El instrumento fundamental es el diálogo y la manera más efectiva de fomentarlo es la participación en todas las fases del proyecto, especialmente en aquellas que requieren la toma de decisiones.
Cuando se emprendió la rehabilitación de los huertos tapiados, se enviaron cartas certificadas a todos los propietarios solicitando permiso para realizar la intervención en los muros perimetrales que lindaban con los callejones. No se realizó una exposición previa de todo el proyecto ni se dieron más detalles que los imprescindibles, ni se informó de las implicaciones de la actuación a medio y largo plazo. Los propietarios accedieron sin ser conscientes de las restricciones que se les impondrían en decisiones como el uso de materiales para las reparaciones, el empleo de maquinaria de gran tamaño o los cambios en los accesos en algunas de las parcelas, o los medios para el aprovisionamiento de agua. Por ejemplo, en algunas parcelas, los propietarios que seguían cultivando los huertos habían instalado bidones, uralitas y otros dispositivos para recoger el agua de lluvia. En alguna de las reuniones del consejo de medio ambiente, en las que no participan los propietarios y que está compuesto en su mayoría por no residentes o residentes de fin de semana, se propuso instar a dichos propietarios a retirar los montajes porque “afeaban el paisaje”. Al explicarles su utilidad decidieron en vez de ello, recomendar su disimulo. El estudio histórico previo se debía haber complementado con una investigación paralela sobre las implicaciones que tendría la rehabilitación sobre otros ámbitos.
El sistema de riego parte de un manantial natural ubicado en la Muela de Santa Catalina, una acequia originalmente de tierra que fue encajada con ladrillo y cemento en los años 50. Esta acequia transcurre en la mayor parte de su recorrido por el camino de la Santa, que lleva a la ermita desde el pueblo (Imagen 3). Un tramo del camino había sido ampliado en época reciente para dar paso a los camiones de transporte a las granjas circundantes. Recuperar la acequia suponía cambiar el peralte de la carretera e incrementaba considerablemente el coste. En los tramos finales, la acequia transcurría entre parcelas de cultivo, al dejar de usarse se labró y su reapertura provocaba conflicto con los propietarios de las parcelas. En este caso el ayuntamiento evitó la confrontación con los vecinos y se decidió entubar ese último tramo, con un incremento mucho mayor del coste inicial. La insuficiencia de agua, una de las cuestiones por las que se echaron a perder los huertos, sigue siendo el principal motivo de confrontación en la recién creada Junta de Riego.
El valor patrimonial que impulsó las intervenciones se ha visto superado a medida que se desarrollaba el proyecto, por el valor de uso. La toma de decisiones no ha sido equilibrada en ningún momento, todas las medidas destinadas a favorecer el mantenimiento y conservación del elemento patrimonial han respondido a presiones de distintos grupos de intereses, entre los cuales no se ha producido un diálogo en busca de consenso. La confrontación no se considera un instrumento para la búsqueda de consenso por el poder político, sino como un peligro que amenaza su estabilidad, lo que plantea la necesidad de buscar nuevas vías para la gestión del proyecto, más cercanas a las de los museos comunitarios.
Una de las problemáticas detectadas en los diferentes diagnósticos estructurales de la comarca que precedieron la elaboración del proyecto era precisamente el individualismo causado por la desestructuración social del medio rural. En las comunidades tradicionales, las relaciones se apoyaban en la comunidad, las actividades del campo requerían de la colaboración de todos, y existían formas de relación que implicaban servicios mutuos “a tornadía” o actos festivos como “las gachas” que invitaban a compartir la comida y la conversación. Si bien esto no evitaba los conflictos, el sentido de comunidad influía a la hora de buscar soluciones consensuadas. Actualmente se ha perdido ese sentido de comunidad, y esta falta de percepción a menudo provoca conflictos cuando se trata de conjugar intereses aparentemente contrapuestos como los de propietarios de granjas y hosteleros en temporada alta debido al aroma de los purines, o la destrucción de caminos debido al uso de maquinaria pesada, o las molestias provocadas por un asentamiento de colmenas para senderistas o para los propietarios de campos de mandarinas por la polinización, o los efectos que provoca la excavación de un pozo en los niveles freáticos, cuando no el vandalismo contra la propiedad pública o privada. Este es uno de los retos pendientes del Ecomuseo de Aras de los Olmos si se pretende conseguir los objetivos originales del proyecto. Restaurar patrimonio no basta, recuperar la identidad mediante el rescate de la memoria colectiva puede ayudar pero siempre que se empleen metodologías de investigación que propicien la colaboración y la participación y generen nuevos mecanismos y espacios de interacción para recuperar el sentido de comunidad.
En general, se admite que la mejor manera de proteger y conservar el patrimonio es mantenerlo en uso, especialmente en lo que se refiere a las actividades tradicionales que implican conocimientos y habilidades específicas. Sin embargo, la regulación del sector alimentario e industrial, especialmente en lo que se refiere a la seguridad e higiene en el trabajo, está pensada para unos estándares que siguen la lógica tecnológica actual. Esto provoca grandes problemas a la hora de poner en uso elementos patrimoniales que no encajan en estas tipologías. Cuando nos propusimos la posibilidad de poner en marcha el horno comunal, observamos que no cumplía ninguno de los requisitos de la normativa. No es posible recuperar la actividad del horno con fines comerciales porque supondría realizar profundas reformas estructurales, tampoco encaja el sistema de compensaciones tradicional con el sistema fiscal vigente. Solo podemos ponerlo en marcha con fines no comerciales, lúdicos y didácticos. En el caso de la instalación del colmenar ocurre lo mismo: se necesita una licencia, medidas de seguridad, y los asentamientos están sujetos a regulación. Todo esto complica y encarece la puesta en valor del patrimonio y ha supuesto el cierre de almazaras, hornos y molinos que seguían produciendo por métodos tradicionales, sin embargo no por ello debemos dejar de buscar modos alternativos de hacerlo.
La participación ciudadana ha encontrado dos barreras: la desconfianza hacia la administración por parte de la comunidad y el miedo de la administración por la confrontación. Para superar estas reticencias es fundamental la figura de mediador/a que facilite herramientas para trabajar y decidir conjuntamente (Imagen 4).
Tras diez años de funcionamiento, el ecomuseo ha realizado de manera continuada intervenciones en el patrimonio local. Esas intervenciones han seguido unas líneas generales definidas por el proyecto inicial, que trasladaba las recomendaciones impulsadas por organismos internacionales. Los conflictos generados en los procesos de puesta en valor se han resuelto sobre la marcha, en ocasiones con diálogo entre las partes, recurriendo a la experimentación para evaluar consecuencias. También se han evitado confrontaciones por miedo al coste político o social, poniendo de manifiesto que cada proyecto implica diferentes actores con distintos intereses y que es importante presentarlos y discutirlos con antelación. Las decisiones sobre los elementos patrimoniales a proteger han sido institucionales, la comunidad no ha intervenido. Determinados colectivos han impulsado investigaciones sobre el territorio por iniciativa propia y respondiendo a sus propias inquietudes aunque no relacionan su investigación con el concepto de ecomuseo, quizás porque no ha calado entre la población, pero eso, en realidad solo nos importa a aquellos que impulsamos el proyecto, lo interesante es que surjan iniciativas y que se produzcan sinergias. Para que esto ocurra es importante la figura del mediador. Hay una gran cantidad de proyectos e intereses personales o grupales que no cristalizan por esta falta de sinergia.
La participación en los procesos de investigación y en la creación de exposiciones ha significado siempre la transferencia de conocimientos en un único sentido, no se ha propiciado el intercambio con metodologías de aprendizaje, las propuestas que lo contemplaban no se han llevado a cabo por falta de recursos. Hay un sector importante de la población (los jóvenes) que ha quedado excluido.
Es importante impulsar proyectos de investigación sobre el territorio, sobre el mundo rural que conecten con las problemáticas actuales, que ofrezcan visiones diacrónicas, que sean pluridisciplinares y que desarrollen metodologías participativas, con especialistas que formen a la población para desarrollar proyectos conjuntos, al mismo nivel. El municipio tiene convenios con la Universidad de Valencia, es una oportunidad única para poner en marcha estas prácticas. También se extienden las redes de colaboración con otros museos y se han mantenido contactos con ecomuseos de otras comarcas valencianas. Prácticamente en todas las disciplinas se pueden plantear proyectos de este tipo, la cuestión es si los actores (instituciones y comunidad) tienen la voluntad de emprenderlos conjuntamente.
Aparte del documento del proyecto y las consultas técnicas realizadas puntualmente, el ecomuseo no ha tenido un órgano gestor. La ausencia de dirección técnica o una figura gestora del proyecto que colaborara con la comunidad, ha supuesto un freno importante para la dinamización del ecomuseo tal y como se había planteado inicialmente. Impulsar y facilitar la participación requiere mediación, coordinación y competencias reales para la toma de decisiones. La cuestión es que para un municipio de cuatrocientos habitantes es difícil contratar técnicos, suelen compartirlos con otros municipios. De hecho, generalmente los ecomuseos que tienen un equipo técnico suelen ser de ámbito comarcal, con presupuestos más elevados.
Una alternativa a la gestión municipal es crear un órgano gestor del ecomuseo integrado por representantes de diferentes asociaciones o colectivos y de la fundación a modo de los museos comunitarios, que sirva como creador y receptor de propuestas, coordine las colaboraciones con los técnicos, con instituciones universidades y museos, con particulares y los diferentes proyectos. Este modelo de gestión no significa que se deje de depender de la financiación pública, pero a través de las diferentes asociaciones se puede trabajar en paralelo en diferentes proyectos y acceder a otros fondos. Por otra parte la negociación con los propietarios del patrimonio podría ser mucho más fluida. Para que sea exitoso este sistema de gestión, requiere formación previa. La educación orientada a la acción participativa es la clave para construir las bases de un ecomuseo real.
En Aras de los Olmos hay recursos para crear el ecomuseo, para colaborar, para actuar sobre el patrimonio y para transformar la realidad actual en sentido positivo. La elección de convertirse en actores y controlar los cambios corresponde a la comunidad. Si el ecomuseo es la fórmula elegida para la ordenación del territorio, ellos son el motor.
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