CONFLICTOS DE PODER SOBRE EL ESPACIO.    Manual de ordenación territorial a diferentes escalas (II)

CONFLICTOS DE PODER SOBRE EL ESPACIO. Manual de ordenación territorial a diferentes escalas (II)

M. Teresa Ayllón Trujillo (Ed.) (CV)
Universidad Autónoma de San Luis Potosí

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TRANSFORMACIONES DEL ESPACIO MARINO COSTERO EN EL SUR-AUSTRAL DE CHILE. ACTORES, DESARROLLO E INTERVENCIÓN TERRITORIAL

Gonzalo Saavedra Gallo
Alfredo Macías Vázquez

I. INTRODUCCIÓN

En este capítulo damos cuenta de parte de los resultados de una investigación etnográfica y documental acerca de los espacios relacionales entre sociedades litorales de base pesquero artesanal, empresas directamente vinculadas el denominado cluster del salmón o cluster acuícola, y agencias del Estado, en el mar interior del sur-austral chileno -regiones de Chiloé y norte de Aysén-. Dichos espacios relacionales los hemos concebido a partir de tres enfoques teóricos: por una parte, desde la idea de campo desarrollada en la obra de Pierre Bourdieu (1980, 2000), por otra parte, desde la idea de interfaz social propuesta por Norman Long (2007), y por último bajo la concepción posestructuralista que Arturo Escobar ha concebido para la desconstrucción del desarrollo (1996, 2000, 2010). En plano complementario hemos tomado como referencia analítica la concepción neoinstitucionalista que ha inspirado Elinor Ostrom (2000) sobre los dilemas y tensiones en el uso/apropiación de los bienes comunes. En este marco seleccionaremos algunos ámbitos relacionales de ese campo problemático y complejo, y que denominamos campo del desarrollo en el sur-austral de Chile, campo que en la práctica se despliega como interfaces que revelan las intersecciones entre posiciones/acciones de los diversos actores que en él confluyen. Ciertamente en estas interfaces cobran expresión empírica las tensiones y los potenciales conflictos que hacen de este campo un “lugar” caracterizado por matices, heterogeneidades y complejidades.
En particular, a modo analítico e ilustrativo, hemos seleccionado las siguientes intersecciones: 1) las sociedades litorales y el Estado; 2) las sociedades litorales y el mercado; 3) las sociedades litorales en la base social, es decir la base social y sus propias intersecciones. Si bien son combinatorias convencionales los matices y los ejes diferenciadores serán visibles a partir de las especificidades de las interfaces.
A modo de advertencia señalamos que si bien un enfoque de intersecciones y/o de encuentros en la interfaz no termina de superar del todo las formulaciones dicotómicas que, en este caso, tienden a asignar implícitamente unos lugares esenciales a la tradición respecto de lo moderno (y sus expresiones), por otro lado admite una reivindicación hibridacionista que conceptualmente transita en un sentido contrario. Incluso poniendo en entredicho los límites –porosos- del campo, que en tanto proceso social admite la concurrencia de influencias y actores diversos.

El despliegue de los intereses sobre el territorio
Desde mediados de la década de 1990, la industria productora de salmones en cautiverio (abreviada como IS) se expande vertiginosamente por las costas de Chiloé y Patagonia insular occidental. Estas zonas han sido configuradas desde la más remota tradición bordemarina –incluso canoera prehispánica- como espacios de recolección costera y pesca artesanal. Se ha desarrollado allí lo que algunos han denominado una cultura del bordemar (Urbina, 1988; Ther, 2008), que incluye precisamente la recolección de orilla (principalmente de algas), la pesca artesanal (en especial bentónica) e incluso la actividad agrícola campesina. En realidad se trata de una interfaz que marca no solo una transición espacial y productiva sino también una integración en un espacio ecológico de valiosa particularidad (Skewes et al., 2012).
La expansión de la IS ha sido especialmente conflictiva y condicionante de los sistemas pesquero artesanales, bentónicos, demersales y pelágicos. Entre otros factores, a nivel ambiental territorial, porque ocupan –bajo un tipo de privatización soterrada- un mismo espacio o base material (con consecuencias distintas en las localizaciones), porque cambia su composición hidrobiológica (de ese espacio, por ejemplo la columna de agua y el fondo marino), porque deteriora el ecosistema en su conjunto, porque incide negativamente en la fauna nativa generando toda clase de riesgos y alteraciones perversas (incluso alterando su capacidad adaptativa). Esto permite retratar las dificultades y problemáticas que la propia industria ha tenido en su proceso expansivo, en concreto riesgos ambientales, precariedades en los equilibrios ecosistémicos y problemas para visualizar sus propios límites de crecimiento. Socialmente porque tiende a transformar los sistemas y estilos “tradicionales” -algo problemático por definición- al formalizar y precarizar los sistemas de trabajo, porque instala la incertidumbre como componente de la atmósfera económico-cultural local. Desde el punto de vista económico, porque cambia la composición de los ingresos familiares, haciéndolos menos autosubsistentes y más dependientes del circulante, porque tensiona subjetivamente a los hombres pescadores (“¿nos empleamos en la IS o persistimos en ser pescadores?”), porque abre posibilidades a las mujeres de entrar al espacio laboral asalariado (tal como ocurrió en décadas pasadas cuando se instalaron las plantas conserveras en distintos poblados del litoral). Tal vez habría que añadir que la expansión de la IS por el sur-austral chileno, refrenda y retrata el tipo de inserción de la economía chilena en la economía globalizada y transnacional, y por cierto las implicaciones políticas e institucionales así como la “definición” del lugar que en ese proceso cabe a las “comunidades” (inmersas en las antípodas del progreso y la modernización, pero funcionales a ese propósito).
Como luego veremos, lo anterior sólo da cuenta de una dimensión del escenario expansivo salmonero en espacios “tradicionales”, tal vez la más estructural, o macroestructural. Desde una perspectiva intersubjetiva, favorecida en su visibilización, por el uso sostenido de la etnografía, cabe decir que hay puntos de vista y posiciones diversas desde la base social. Hay experiencias que conducen al rechazo y a la confrontación, hay otras que desean la continuidad de la IS y la generación de más puestos de trabajo –desde nuestro punto de vista precarios, sin lugar a dudas, no obstante valorados por las personas (por ejemplo, por las mujeres). Hay posiciones que reconocen las oportunidades que se han abierto y el posible despliegue de estrategias de prosperidad, de respuestas creativas frente a la expansión destructiva de la IS. Hay un largo etcétera. Finalmente hay matices.
Inicialmente la investigación se basó en un trabajo etnográfico en donde se aplicaron registros de campo, entrevistas semi-estructuradas y grupos de discusión. En forma simultánea se trabajó con fuentes documentales, en especial prensa escrita y registros históricos. El trabajo de campo se inicia en diciembre 2011 y concluye, en su primera fase, en marzo 2013.
Como se indica más arriba, el análisis de los casos no remite exclusivamente a la industria salmonera, ciertamente la de mayor impacto a nivel territorial. El contexto también comporta el despliegue de otros proyectos industriales y empresariales, en especial la industria mitilicultora, empresas forestales, pesqueras y en general una amplia gama de pequeñas y medianas industrias y/o empresas de servicio asociadas a la actividad acuícola. Por otro lado, es de notable importancia y significado el despliegue de la política pública a través de los programas que las agencias del Estado o bien privadas con fines públicos han impulsado en el territorio. En especial, en lo que puede inscribirse en las estrategias de desarrollo regional y en el despliegue de acciones orientadas a la optimización económico-institucional de los territorios. La política pública en cuestión se despliega al menos en dos niveles, por una parte, a través de programas sectoriales específicos –por ejemplo de fomento a la microempresa-, y por otra parte, en el marco de instrumentos de planificación y ordenamiento territorial –algunos en escala local y otros en escala regional y bi-regional. Al respecto debe señalarse que el territorio chileno está administrativamente dividido en 15 regiones, desplegadas de norte a sur y organizadas bajo parámetros objetivos .

El lugar del Estado y la política pública en el sur-austral de Chile
Puede ser más sencillo partir con una alusión al “proyecto” del Estado. Un proyecto modernizador, sin lugar a dudas. Estructural en el sentido convencional (transformación pro-eficiencia), nacional en algún momento del pasado y transnacional en el ahora. Tiene que ver con la transformación cultural post reformas estructurales en Chile (1976) y el reposicionamiento del Estado, desplazado hacia el eje del mercado. O mejor dicho siendo funcional y gerencial de este último. En ese contexto cabe explicar y entender que en las décadas de 1990 y de 2000 los gobiernos democráticos chilenos -al menos formal y limitadamente democráticos- fueron deliberadamente condescendientes con los proyectos de expansión empresarial e industrial, todo ello en el marco de una política de atracción de inversiones, desarrollada bajo el supuesto de que a mayor inversión extranjera mayor crecimiento y en consecuencia la activación de un círculo virtuoso de desarrollo en regiones y territorios estratégicos, históricamente vinculados a sistemas de producción local y economías de base artesanal. Es así que la política del cluster pasa a tener, particularmente en los años 2000, un lugar preponderante en las estrategias de cada región del país, estrategias que precisamente asumieron esa proyección (OCDE Chile 2009). Evidentemente para que ello ocurriera se requería de un consenso a nivel de los sectores directamente implicados en la toma de decisiones, pudiéndose aludir incluso a un consenso tácito con el neoliberalismo enarbolado por la nueva clase política, confrontada en tiempos de la dictadura pero ya en los noventa y en los dos mil identificada y haciendo causa común con un proyecto de sociedad basada en la libertad de mercado y el consumo de masas (Moulian, 2002; Harvey, 2007).
Es en ese marco en el que los grandes proyectos empresariales comienzan a expandirse –desde el punto de vista de la rentabilidad exportadora- por territorios potencialmente prósperos en diversas regiones de Chile. Pues bien, en las regiones de sur-austral (Chiloé, Aysén y Magallanes), la expresión más significativa, cualitativa y cuantitativamente, es el despliegue/desarrollo de la industria acuícola (en particular de salmones en cautiverio) por el borde costero interior de Chiloé (década de 1990) y Aysén (década de 2000), con proyecciones actuales hacia las costas de Magallanes. Dicha expansión, de evidentes consecuencias geoculturales, ocurrió sobre espacios económicos que podríamos denominar, en un sentido limitado, tradicionales. La IS se despliega sobre bordes costeros históricamente apropiados como espacios de pesca artesanal (en especial bentónica), pero ello no implica que sus impactos se limiten a los sistemas marinos, en realidad la noción más adecuada para definir el espacio de incidencia de la IS es el bordemar, aludido más arriba. Y el bordemar es un espacio que productiva y culturalmente integra, en una simbiosis de larga data, la recolección de frutos del mar y la agricultura a pequeña escala. En ese marco, son sistemas económicos que se han configurado de forma integral, aprovechando en un cierto equilibrio ecológico todos los “recursos” disponibles. Ahora bien, en su despliegue histórico, dicho modelo tiende a cambiar y en el flujo modernizante que desde el siglo XIX interpela constantemente al mar interior va propiciando transformaciones relevantes. Se torna cada vez más especializado, aunque también resiste en la economía del hogar, desplegando estrategias de control doméstico para vincularse a un contexto muy cambiante y que ofrece nuevas alternativas de empleo (en la industria). En este sentido Gudeman y Rivera (1990) tienen razón al sostener que el modelo de la economía de la casa (the house) se hibridiza y es capaz de conectarse estratégicamente con ambas lógicas (la doméstica campesina y la que es propia de la corporación empresarial moderna). Ahora bien, lo anterior tampoco debe llevarnos a desconocer que la tensión hacia el mercado y su proyecto instrumental tiende a ser creciente y predominante, y es cada vez más frecuente encontrar casos de familias pescadoras en donde el nexo con el mercado y las empresas es prácticamente total.

Las mentalidades emprendedoras
Por supuesto que el ethos de los emprendedores es la expresión a escala micro de la matriz neoliberal que supuestamente impera en Chile. En especial desde la década de 1990, una vez recuperada formalmente la democracia, las agencias públicas regionales comienzan a implementar y a ofrecer una serie de programas de micro-emprendimiento. En todos ellos se promueve la capacidad individual para asumir desafíos innovadores en el mercado, o bien una asociatividad muy limitada y orientada a la eficiencia productiva y comercial. La promesa consistía en poner de relieve las potencialidades del emprendimiento, como cualidades socialmente diferenciadoras, y en especial como oportunidad para “superar la pobreza”. Si bien se crearon modalidades o figuras administrativas e institucionales propiamente micro-empresariales se trató sobre todo de instalar y de transmitir la idea de una mentalidad emprendedora. Luego, se trataría de impregnar con esa mentalidad a otros modelos de gestión específicos de la pesca artesanal. Por ejemplo, el Área de Manejo y Explotación de Recursos Bentónicos (AMERB) y la concesión de acuicultura. En ese contexto es apreciable que más allá de las arquitecturas normativas, lo que busca internalizarse más profundamente es la mentalidad emprendedora. En realidad estamos hablando de una dinámica de transformación que tiene dos expresiones y/o propósitos muy claros: por un lado, la puesta en escena de un diseño institucional en sintonía con el despliegue de las biografías individuales de prosperidad, y por otro, la configuración sociológica de un tipo de mentalidad acorde a la lógica del mercado.

II. LOS SISTEMAS PESQUERO-ARTESANALES DEL SUR-AUSTRAL DE CHILE: ENCRUCIJADASMODERNIZANTES Y PERSPECTIVAS DE BASE SOCIO-CULTURAL

El sur-austral chileno comprende un territorio vastísimo, socialmente diverso, geográficamente intrincado, climatológicamente extremo y de especial riqueza en cuanto a su biodiversidad. Geoculturalmente se proyecta desde la isla de Chiloé hacia el extremo sur, incluyendo la vertiente cordillerana también denominada Chiloé continental. Lo anterior cobra significación si observamos que, desde los primeros “contactos” con conquistadores, exploradores y misioneros, a principios del siglo XVII, ocurre aquí una reproducción de sistemas de vida en continuo proceso de mestizaje e hibridación (García Canclini 1990, 2000; Hannerz, 1992), en algunos casos con la persistencia de una matriz indígena pero siempre basados en el uso/apropiación tradicional del borde costero y sus recursos, tanto marítimos como agrícolas y madereros.
Nuestro análisis no soslaya la condición mixta, diversa y tal vez híbrida del espacio económico-cultural sur-austral (pesquerías, cultivos agrícolas y actividad forestal). Proponemos entonces tomar como eje de referencia el componente del sistema que, consideramos, mayores constricciones ha enfrentado en los escenarios contemporáneos: el pesquero y/o pesquero artesanal, y entre ellos diferenciando sistemas bentónicos, demersales y pelágicos (los que ciertamente también pueden coexistir en un mismo espacio económico-cultural).
Los sistemas bentónicos, predominantes en gran parte de las costas interiores del sur-austral, están asociados a prácticas de marisquería artesanal con una base de subsistencia que en el curso del tiempo, en especial desde los años ochenta, evolucionó hacia una especialización pro-mercado, nacional e internacional. Actualmente las principales pesquerías bentónicas (erizos, locos, mejillones y almejas) están destinadas a exportación, sobre todo hacia Japón y la Unión Europea. Las pesquerías demersales, por su parte, tuvieron un apogeo a comienzos de los años 1990 cuando, al descubrirse prolíficos caladeros de merluza en la zona de reserva de la pesca artesanal se activa una importante demanda desde el mercado español. En ese contexto muchos grupos de pescadores locales y algunos procedentes de otras latitudes –en plena crisis económica- reconvierten sus prácticas extractivas desde la marisquería hacia la pesca con espineles. Consignemos que prácticamente la totalidad de la merluza extraída en estas latitudes se exporta y sólo una mínima fracción se destina al mercado chileno. En ambos tipos de pesquerías, que suelen definir cierta especialización por caleta, se observa una relación perversa entre mercado y esfuerzo pesquero, condición que ciertamente define los sistemas de pequeña escala en diversas latitudes del planeta (Cunningham and Bostock, 2005).
Desde una perspectiva identitaria es pertinente señalar la predominancia de una configuración económico-cultural chilota, es decir, donde la isla de Chiloé se evidencia como núcleo de una diáspora que instaura un estilo de flujo y translocalización (Appadurai, 1996; Clifford, 1997; Chambers, 1995), que abarca prácticamente todo el área en cuestión. Ciertamente esto no implica desestimar la importancia decisiva del “lugar” en los escenarios analizados (Escobar, 1997). Esta es una zona de marcados arraigos a partir de una historia compartida, en donde el mestizaje entre las tradiciones indígenas -huilliche en especial, aunque también canoeras- y las criollas -de matriz hispánica- implicaron el desarrollo de una vida material bordemarina cuyas expresiones locales se despliegan por todo el archipiélago patagónico. Esa interrelación se proyecta en el tiempo de forma problemática y asimétrica, se estructuran y articulan posiciones que en parte explican las capacidades de respuesta de los actores locales en el marco de los vectores modernizantes aquí aludidos.
Las encrucijadas y las tensiones
Desde hace casi dos décadas los territorios costeros del sur-austral vienen siendo objeto de una expansión acuícola-salmonera sin precedentes (Claude y Oporto, 2000; Blanco 2008, Bustos, 2012), pero también –aunque en menor medida- de la industria cultivadora de mitílidos (Fernández y Giráldez, 2013). Si bien sus habitantes “tradicionales” -pescadores artesanales, recolectores de orilla y familias campesinas del bordemar- coexistieron desde siempre con agentes foráneos que explotaron las bondades de sus bosques y aguas, sólo en las últimas tres décadas el influjo del mercado activa un condicionamiento cultural profundo en su vida económica. En otras palabras, el espacio económico artesanal, local o, si se prefiere, tradicional, ha monetarizado gran parte de sus transacciones, derivando por supuesto en una dinámica basada en el interés por el lucro y el beneficio particular por sobre los fines colectivos. Ahora bien, esto no implica necesariamente que el conjunto de la vida social quede presa de aquella lógica. Ciertamente al menos dos de los cuatro estudios de caso presentados problematizan esta cuestión.
Al despliegue de la industria acuícola, añadimos la presencia de otras empresas tales como las “fábricas” conserveras y las empresas pesqueras. Eso en el ámbito productivo vinculado a los sistemas extractivistas marinos, porque en términos amplios estos litorales han atraído también otro tipo de inversiones. Por ejemplo plantas celulosas y otra serie de empresas medianas y pequeñas vinculadas al cluster acuícola, y desplegadas sobre todo en el eje continental que une Puerto Montt con Chiloé. En realidad lo que tenemos aquí es un vastísimo territorio, que históricamente ha sido decidido desde fuera y desde arriba (Sáenz, 1999), en esa lógica del cluster, muy incidente en el Chile del naciente siglo XXI (Pérez-Alemán, 2005, OCDE Chile 2009, Bustos 2012) y que en su acepción convencional comprende la definición de geografías optimizadas para aprovechar unas vocaciones territoriales y económicas previsualizadas. Se puede hablar de un territorio, subjetivamente y culturalmente diverso, tensionado desde esa diversidad que también se expresa como conflictos por el uso/apropiación diferenciada del espacio-territorio.

La instrumentalización del territorio
Las costas sur-australes se erigen como imagen de una región prolífica en recursos naturales. Si bien esto podría ser válido para casi todo el país y para otras regiones latinoamericanas, el emplazamiento geocultural y territorial de estas inagotables bondades tiene ciertas particularidades que la diferencian. En primer lugar, la baja densidad demográfica (sobre todo en la región norpatagónica de Aysén), condición que permite situarnos en la imagen de un territorio prístino donde “no vive nadie” –según la expresión del ministro de economía de Bachelet- y que por lo mismo puede ser literalmente explotado y rentabilizado; segundo, la lógica de uso económico-productivo del territorio sur-austral ha sido extractiva, sea por costumbres, por limitaciones geoclimáticas o bien por decisiones estratégicas, privadas y públicas. Chiloé parcialmente es la excepción, pues si bien allí también el extractivismo ha sido una característica muy arraigada, simultáneamente se ha desplegado una cultura agrícola y más recientemente un desarrollo artesanal de la micro-industria local y, en una escala menos local, algunas iniciativas empresariales de conservería y procesamiento de pesquerías. Tercero, la construcción discursiva del sur-austral como un territorio exuberante y en parte mítico (Martinic, 2005; Osorio, 2007). Sostenemos que esa condición identitaria estará presente, con mayor o menor preponderancia, en toda la zona de estudio, condicionando las respuestas locales a los procesos de modernización, y en particular a la expansión de la IS.

III. DINÁMICAS INTERSTICIALES E INTERSECCIONES

A continuación se describen cuatro casos en los cuales, estimamos, es posible problematizar las manifestaciones de las tres intersecciones que hemos seleccionado, 1) la sociedades litorales y el Estado; 2) las sociedades litorales y el mercado; 3) las sociedades litorales en la base social. Los cuatro casos abordados expresan de forma distinta algo más que la fuerza estructural de los vínculos, para adentrarse en las dimensiones intersubjetivas del espacio relacional. Lo intersticial alude aquí a la imposibilidad de reducir el despliegue de la vida social a los diseños estructurales y a sus vectores aparentemente determinantes, mostrando en parte el limitado grado de consistencia en los instrumentos y dispositivos de planificación, y las dinámicas histórico-culturales de los sistemas locales. Si bien son combinatorias convencionales, los matices y los ejes diferenciadores serán visibles a partir de las especificidades de las interfaces. El primer caso refiere al incentivo que desde las agencias sectoriales del Estado se ha venido haciendo a la acuicultura artesanal pero bajo la modalidad microempresarial. Se analiza lo sucedido en la comuna de Cochamó, en el extremo norte de área de estudio. El segundo caso corresponde al análisis de un proceso de diferenciación al interior de un sindicato de pescadores artesanales en Puerto Melinka, comuna de Las Guaitecas –en el límite insular entre Chiloé y la región de Aysén. En este caso se observa una dinámica de articulación al mercado más directa, es decir, en donde la mediación o el incentivo del Estado ha sido formalmente menos patente. El tercer caso refiere a la interfaz que expresa las relaciones, en principio muy tensadas, entre diferentes comunidades de pescadores artesanales. Se muestra aquí cómo ciertas decisiones administrativas -estatales- terminan por socavar modelos y lógicas consuetudinarias del territorio, pero asimismo se da cuenta de la imposibilidad de reducir esas dinámicas sociales al proyecto modernizante de la administración. El cuarto y último caso da cuenta de las relaciones entre las comunidades de pescadores artesanales y el despliegue de la industria productora de salmones en cautiverio. Aquí se explicitan algunos matices que invitan a repensar ese espacio relacional más allá de la visión convencionalmente determinista entre modernización y tradición.

Caso 1: La captación de semillas de mejillones en el Estuario del Reloncaví. Comuna de Cochamó.
Unos cien kilómetros al sureste de la ciudad de Puerto Montt se emplaza la comuna de Cochamó en la extensa rivera del Estuario del Reloncaví. A diferencia de otros territorios costeros del sur-austral, este espacio congrega proporcionalmente menor población de origen indígena y mayor presencia de familias campesinas de colonos. Este dato es, a nuestro juicio, relevante a la hora de entender porqué en algunos casos el modelo del emprendimiento llega a ser exitoso en algunas localidades y organizaciones del Estuario. El área en cuestión, se transforma a fines de la década de 1990 en uno de los espacios del sur-austral de Chile con mayor potencial productivo para la captación de semillas del mejillón chileno (Mitylus chilensis). Por entonces se abría en España un mercado de exportación de notable dinamismo, situación que se haría aun más intensa producto de la contaminación de los bancos naturales de mejillones en las costas de Galicia a consecuencia del desastre de carguero Prestige en 2002. En ese contexto, dadas las perspectivas, muchos empresarios chilenos y españoles comienzan a instalar cultivos y líneas de captación de semillas de mejillón en Chiloé y Reloncaví. El negocio empezó a funcionar de manera óptima, y en ese marco, desde las agencias del Estado en consonancia con algunas ONGs y programas de desarrollo instalados en fundaciones privadas, comienza una política de incentivo al cultivo de mejillones e indistintamente a la captación de semillas. De forma explícita ese incentivo estuvo marcado desde un principio por el sello del emprendimiento. En nuestra investigación, realizada en 2010 y 2011, en la comuna de Cochamó, pudimos constatar tres respuestas organizacionales al incentivo: uno, la respuesta colectivista-comunitaria, situada en organizaciones de pescadores con fuerte arraigo al territorio y a la comunidad de origen. Dos, la respuesta individualista centrada en la obtención del lucro basado en una articulación funcional pero “independiente” a la cadena de valor (es decir, buscando operar con capital propio). Esta segunda respuesta también se focalizó en sindicatos de pescadores artesanales, pero con una lógica de gerencia económica más que de liderazgo social. Una tercera respuesta refiere a las expresiones mixtas entre las dos anteriores.
A modo ilustrativo, y para debatir sus alcances, reseñaremos la segunda respuesta. De los ocho sindicatos estudiados, dos de ellos derivaron, a partir de los incentivos y de las oportunidades del contexto, en figuras micro-empresariales. En ambos casos se redujo el número de socios (12 en un caso y 7 en otro, para el año 2011), llegando a funcionar como pequeñas gerencias en donde uno o dos dirigentes operaban como gestores y controladores de los negocios y el resto de los socios como trabajadores que proveían la materia prima (semillas de mejillones que luego era vendidas a empresas dedicadas a engorde y exportación del producto final). La reducción en el número de socios tuvo directa relación con la búsqueda de eficiencia productiva y comercial. Uno de estos sindicatos, en la práctica, terminó siendo una gerencia familiar que subcontrataba fuerza de trabajo para labores específicas, como la cosecha de semillas. Particularmente en este caso el proyecto social, en términos de beneficios para la comunidad, fue muy limitado o prácticamente inexistente. A diferencia de lo que sucedió en otras localidades y sindicatos del Estuario o en las islas Guaitecas –reseñado más abajo- lo que aquí ocurre es una atomización mucho más radical del modelo del emprendimiento, decantando en una expresión notoriamente acorde al ethos neoliberal.
Debe apuntarse aquí que en todo el Estuario del Reloncaví, y particularmente en cada uno de los sindicatos presentes en alguno de los ocho poblados costeros, tuvo lugar, desde mediados de la década de 1990 y hasta el presente, una intervención sistemática de las agencias públicas orientada a potenciar las “vocaciones económicas” del territorio, concretamente impulsando el emprendimiento individual y/o la asociatividad limitada a los fines de la microempresa. En la práctica, la concreción del propósito emprendedor en dos de los ocho sindicatos se debe en parte a la intervención en terreno de los agentes que implícita o explícitamente promovieron ese tipo de mentalidad, por ejemplo a partir de capacitaciones programadas pero también a partir de conversaciones sobre el emprendimiento que los/as agentes de la política pública va sosteniendo en y con los territorios. Sin embargo, tampoco debiera sobredimensionarse este éxito localizado del modelo. En realidad su alcance es comparativamente limitado, entre otras cosas porque seis de ocho sindicatos persisten en formas organizacionales de base social, y porque en general las expresiones del modelo tienden a ser –en los casos analizados- escasamente participativas (se reduce el número de socios) y su impacto en la comunidad, como proyecto de base social, tiende a cero.
En realidad, puede concluirse que tanto la interfaz Estado-comunidad como la interfaz mercado-comunidad adquieren expresiones reales y concretas pero como una marcada tendencia atomizante. En cuanto a la primera, en efecto, algunos vecinos y socios de sindicatos son sujeto de intervención vía proyectos o bien vías programas de desarrollo económico local y territorial. Esto ocurrió por ejemplo a través de la Municipalidad de Cochamó –oficina de desarrollo económico- y a través de la asesoría permanente de corporaciones asociadas al Gobierno regional. El último proyecto en ejecutarse en el Estuario (2010-2014), buscó fomentar la trazabilidad en todos los eslabones de la cadena de valor e instalar la gestión de calidad como idea central en la producción/captación/comercialización de semillas. El proyecto, desde el punto de vista de sus ejecutores, ha asumido la decisión de “trabajar con los que tengan la cosa más clara” y estén dispuestos a rentabilizar al máximo la captación de semillas.
En cuanto a las intersecciones en la interfaz comunidad-comunidad, sólo restaría por decir que el caso revela, al igual que en otros, una dinámica evidente de estratificación/articulación interna de las organizaciones (sindicatos). Concretamente en la figura que reseñamos más arriba: los dos sindicatos tienden a funcionar como pequeñas gerencias en donde los directores son muy pocos –y siempre los mismos- y los socios –subordinados- trabajan para ellos, es decir, a sus órdenes. Por cierto, ellos son quienes los subcontratan y/o los habilitan. En otros términos, estamos ante una estratificación de clase.
Posiblemente el contexto de cada experiencia organizacional sea un factor clave para explicar los tipos de respuestas. Así en unas localidades con historia de colonos -como ocurre en Cochamó y en todo el Estuario del Reloncaví- basadas en el esfuerzo familiar por dominar un territorio geográficamente adverso, el modelo individualista resulta atingente a la oportunidad de negocio; mientras que en otras latitudes –como veremos en el caso de Guaitecas, espacio de una tradición colectivista-, la expresión comunitaria (como tendencia) se presenta como la solución al vector mercado. Veamos, a continuación, el caso de Melinka en las Guaitecas.

Caso 2: La trayectoria de un dirigente de pescadores en Puerto Melinka, Archipiélago de Las Guaitecas
En la comuna de Las Guaitecas, en la localidad de Puerto Melinka, poblado insular de economía pesquero artesanal bentónica, habitada originalmente por indígenas canoeros (chonos), despoblada a fines del siglo XVIII y re-habitada a mediados del siglo XIX por pescadores mestizos (indígenas huilliche y chilenos de la isla de Chiloé), constatamos que algunos líderes de pescadores y otras personas sin vinculación directa a las organizaciones sociales locales, emprenden negocios propios para insertar directamente algunas pesquerías en los mercados nacionales y regionales. Esta pequeña localidad, que no alcanza los 1600 habitantes, recibe desde mediados de la década de 1990 un notable influjo del poder comprador de recursos bentónicos y pocos años después, en los 2000, comienzan a propagarse con fuerza los centros de engorde –jaulas- de salmones en cautiverio. Esa época, como se ha indicado más arriba, es la época de la puesta en marcha de varios incentivos estatales al emprendimiento individual. Si bien en Puerto Melinka (Guaitecas) esto no logra implementarse de forma sistemática –entre otras cosas por el alto grado de aislamiento del lugar-, el discurso y las ideas fuerza del modelo micro-empresarial logran permear en determinados sectores de la comunidad. En particular en algunos líderes y dirigentes de pescadores artesanales.
El caso más llamativo, y el que reseñaremos aquí, es el de un dirigente sindical –al que llamaremos Hernán- que desarrolla un próspero emprendimiento turístico –basado en el avistamiento de ballenas azules- y simultáneamente crea una exitosa empresa de prestación de servicios a la industria productora de salmones en cautiverio -en franca expansión por todo el litoral sur-austral de Chile, incluyendo la comuna de las Guaitecas-. A partir de esta circunstancia este líder sindical comienza a capitalizar una trayectoria vital relacionada con el emprendimiento y la conexión con el mercado, pero al mismo tiempo se debilita paulatinamente su acción y presencia en el sindicato. Incluso jugando progresivamente un papel más ambiguo y cuestionado al interior de la organización. Sin embargo hay una cuestión interesante que remarcar, esto es, su notoria prosperidad como emprendedor tuvo una expresión social en la medida en que sus negocios fueron creciendo y favoreciendo a personas de la comunidad, empezando por sus familiares y luego por sus colegas pescadores más cercanos. En la práctica, en el curso de una década, logran consolidarse dos microempresas: En el ámbito acuícola, prestación de servicios de transporte de pasajeros y cabotaje a la IS; y en el ámbito del turismo, hostería y cabañas destinadas a visitantes de servicios públicos y turistas, incluyendo salidas de avistamiento de ballenas en el entorno de las Guaitecas. Cada uno de esos proyectos ha implicado la generación de empleo, formal e informal (u ocasional) para personas de la localidad.
Se activa entonces, en un nivel micro, una dinámica distrital de crecimiento desde abajo y en el abajo o de desarrollo endógeno, incluso a partir de una cierta institucionalización privada pero de base enteramente local (Becattini, 1995; Vázquez Barquero, 1995). El ejemplo ha tendido a replicarse con relativo éxito en la comunidad y en otras del sur-austral, configurando entonces un modelo de prosperidad microempresarial pero que no termina por definirse en la matriz del lucro personal y/o del beneficio individual.
En cuanto la interfaz Estado – comunidad local, constatamos, a nivel etnográfico, que el discurso que desde la agencia pública fomenta el emprendimiento y la articulación emprendedor/mercado, logra calar en determinados actores locales, en especial en dirigentes de pescadores artesanales. Es probable que en el caso descrito la política del emprendimiento –la narrativa pública y privada del emprendimiento- haya sido más un vector cultural, tal vez de innovación, presente como significante en la “atmósfera discursiva” del desarrollo como cuestión de interés local, que un vector desplegado programáticamente a través de un dispositivo específico (por ejemplo, un programa de emprendedores).
Una segunda conclusión, retrata la relación entre el mercado y la comunidad local. Pues bien, genéricamente debe destacarse que la vertiginosa expansión de la IS en la década de 1990 y 2000 contribuyó a dinamizar la economía local en su conjunto. Las consecuencias, favorables y desfavorables son diversas, algunas fueron reseñadas más arriba, sin embargo cabe remarcar aquí aquella expresión que retrata las estrategias de prosperidad (García Canclini, 1990) que los habitantes locales ponen en práctica a partir de una “oportunidad” que ofrece el mercado. El caso de Hernán, aunque emblemático, como señalamos más arriba, no es exclusivo, posiblemente es el más próspero y el de mayor envergadura. Por ejemplo, hay otros prestadores de servicios, y en distintas escalas –desde el pescador que adquirió y acondicionó una vieja furgoneta para transportar pasajeros de las empresas, pasando por la mujeres que ha instalado hospederías, hasta quienes han conseguido créditos bancarios para comprar embarcaciones rápidas y transportar insumos y personas a las jaulas de cultivo. Ahora bien, reconociendo que estos cambios significativos ocurren justamente como respuestas prósperas y creativas por parte de los actores locales, tampoco podemos soslayar otras lecturas que también son evidentes en esta intersección: A) una instrumentalización del territorio y de la fuerza de trabajo, afín a la expansión de la IS, socavando con ello el espacio económico de base ancestral, al menos en parte, B) la destrucción objetiva de parte de ecosistema, C) la resistencia confrontacional frente a la expansión de la IS (lo abordaremos nuevamente).
La tercera conclusión se enmarca en la interface comunidad-comunidad. Básicamente nos interesa destacar que en el caso presentado, se advierte una dinámica de compartir o de socializar esa prosperidad al interior de la comunidad, en particular con los círculos cercanos. Sin embargo, en forma simultánea se advierte otro proceso que, hasta cierto punto, resulta paradójico en tanto advertimos una tendencia de estratificación interna muy marcada. Se destaca entonces el lugar que logra uno de los integrantes en la trama económica de la localidad, luego, su “transfiguración” en un “hombre rico” que, si bien no basa sus negocios en la intermediación de productos de la pesca, termina en un lugar muy “influyente” en la estructura social –producto de la creación de su empresa y de la generación de empleos y oportunidades. Es un prestigio que nos recuerda al gran hombre de Melanesia retratado por Sahlins (1979), pero sobre todo nos obliga a remarcar la noción de diferenciación y estratificación interna al interior de un espacio social donde lo colectivo persiste en la base cultural.

Caso 3: La zona contigua entre dos áreas de pesca artesanal del sur-austral de Chile
La “zona contigua” es una figura administrativa contemplada en la Ley General de Pesca y Acuicultura (LGPA), promulgada en 1991. Fue creada con el propósito de dirimir tensiones y potenciales conflictos entre grupos de pescadores artesanales pertenecientes a regiones vecinas (colindantes) y que comparten la explotación de uno o más recursos comunes. Debe especificarse además que en Chile la actividad pesquera artesanal está regionalizada, es decir, los pescadores inscritos en una de las quince regiones que componen administrativamente el territorio nacional sólo están autorizados para extraer recursos en esa región. La única excepción es justamente la zona contigua.
“…podrá extenderse el área de operaciones de los pescadores artesanales a la región contigua a la de su domicilio permanente y base de operaciones, cuando éstos realicen frecuentemente actividades pesqueras en la región contigua. Para establecer esta excepción, se requerirá de la dictación de una resolución de la Subsecretaría, previos informes técnicos debidamente fundamentados de los Consejos Zonales de Pesca que corresponda, con acuerdo de la mayoría de los representantes de la Región contigua del Consejo Zonal respectivo…” (LGPA 1991 Título IV, Art. 50).

En realidad la “zona contigua” intenta morigerar las consecuencias que la política de regionalización ha tenido y tiene en los sistemas pesquero-artesanales. En la base hay una inconsistencia que, evidentemente, refiere al desconocimiento y/o negación (por parte de los administradores y legisladores) de la lógica y de la dinámica histórica –incluso tradicional- que los grupos de pescadores han puesto en escena en el uso/apropiación del espacio marino costero. En efecto, la lógica territorial de la pesca artesanal es longitudinal y paralela a la línea de la costa, y desde el punto de vista ecosistémico los límites administrativos en tierra no son consistentes con las áreas históricas de las capturas. Es muy evidente aquí el contraste entre unas normas que a través de su imposición terminan por socavar y/o sustituir otras normas preexistentes, aunque de seguro, institucionalmente invisibles a los ojos expertos o bien ineficientes y aracaicas (Ostrom, 2000; Berkes, 2009; Pinkerton and Silver, 2011).
En la actualidad sólo una zona contigua se encuentra autorizada en Chile, justamente en la frontera entre Chiloé (región de los Lagos) y Aysén (región de Aysén), es decir en el corazón pesquero-artesanal del sur-austral (ver mapa 2). En 2002, y luego en 2004, se autorizó a 508 buzos mariscadores, inscritos en los registros de Los Lagos, para realizar actividad de extracción de erizos (Loxechinus albus) y almejas (Venus antiqua) y Luga negra (Sarcothalia crispata) en la parte noroeste de Aysén. A continuación veremos que esta figura legal y su implementación -gestionada a través de una “pesca de investigación”- no han estado exentas de tensiones y conflictos, en parte porque la imposición de límites jurídicos termina generando un efecto perverso en todo el sistema, en especial en las interfaces que los pescadores y sus comunidades establecen entre sí.
De acuerdo a estudios arqueológicos y etnohistóricos, los grupos canoeros que habitaron el litoral sur-austral se desplazaron entre la actual zona de Calbuco y los canales de la austral región de Magallanes (Martinic, 2005; Urbina, 2010). Ese temprano nomadismo sería recreado hasta nuestros días por los actuales pescadores artesanales, en particular bentónicos, emplazados tanto en Chiloé como en Aysén. Es más, en todos los relatos que hablan sobre el establecimiento de los principales poblados bentónicos del litoral aysenino (Melinka, Puerto Aguirre, Puerto Aysén) se alude a los lugares de origen de esos primeros migrantes que, sobre todo a principios del siglo XX, comenzaron a darle una fisonomía socialmente más sedentaria al gran archipiélago situado al sur del Golfo de Corcovado. Lo que evidencian esos testimonios es la estrecha conexión, por ejemplo a través de relaciones de parentesco, entre los poblados costeros de Chiloé y Aysén. Los desplazamientos contemporáneos refrendan esta idea de un gran área económico-cultural que, sin embargo, ha sido fracturado invocando una eficiencia administrativa más deseada que real.
Consignemos que hoy en día –y en los últimos quince años- esto ha sido patente, al punto de erigirse una trama del conflicto a partir de ese artificioso límite. Aunque en particular la zona contigua es una medida que permite apaciguar en parte las tensiones que se han suscitado desde fines de la década de 1990, y particularmente durante la primera mitad de los años 2000, ello no ha impedido que afloren las tensiones entre pescadores artesanales de ambas regiones. Ante el reclamo de unos, y el consecuente rechazo de los otros, los primeros invocan derechos históricos en las aguas australes. La expresión concreta de esas tensiones han sido tomas de caminos, cierre forzado de puertos, amenazas de incendio en oficinas públicas, enfrentamientos localizados, entre otros.
Tal vez lo más inquietante en este caso sea el hecho y/o las consecuencias que los acuerdos de 2002 y 2004 no pueden normativizar, ni impedir. En particular las fricciones entre la flota bentónica de Guaitecas –beneficiada con el subsidio compensatorio por admitir a esos 508 buzos en sus costas- y la flota bentónica de Puerto Aguirre y Puerto Aysén, situada bastante más al sur y excluida de las compensaciones. Incluso en algún momento fueron acusadas/os por estos últimos de “vender” el litoral a la gente de Chiloé. Asimismo, aparecen las particularidades relacionales que denotan posiciones críticas respecto de la entrada al litoral de “gente que no tiene historia aquí”. En términos de política cultural podemos evidenciar un recorte de una historia compartida (pero negada por unos), en el marco de su instrumentalización como espacio administrado y que demanda decisiones en orden a mejorar su rentabilidad. La pesca artesanal deja de ser una forma de vida incrustada en culturas ancestrales para resignificarse como un negocio.
Al tiempo que el acuerdo de zona contigua de 2004 está llegando a su ocaso, la experiencia demostró que –al margen del límite marítimo que separa ambas regiones y que fragmenta un área que históricamente fue apropiada como un espacio común- las dinámicas reales de uso/apropiación del espacio marino costero sur-austral son más fuertes que los límites impuestos. Aun así, vista y analizada la transgresión por los especialistas de la Subsecretaría de Pesca, la decisión administrativa no será del todo revertida, pues se ha comenzado a implementar una medida sustitutiva inspirada en una figura similar: un plan de manejo que controle y restringa el acceso de pescadores de ambas regiones al espacio en disputa, en realidad se trata de una nueva forma de administrar la zona contigua o cualquier otro espacio bentónico que congregue a múltiples actores. La inspiración de este nuevo dispositivo administrativo -denominado Planes de Manejo para Recursos Bentónicos en Áreas de Libre Acceso (LGPA Nº 20560/2012)- ha sido, por una parte, el Enfoque Ecosistémico para Pesquerías y Acuicultura (Staples and Funge-Smith, 2009) y el enfoque de los Stakeholders, particularmente declarando la necesidad de avanzar hacia prácticas de co-manejo (Mikalsen and Jentof, 2001; Bennett, 2005; Cunningham, 2005). Ahora bien, al menos hasta aquí, la cuestión de fondo sigue siendo, evidentemente, el supuesto tecno-científico respecto de la hipotética incapacidad de los propios pescadores artesanales para establecer sistemas de regulación exitosos. En realidad es muy nítido el supuesto y el temor experto a la tragedia de los comunes (Hardin, 1968). Según Berkes (2009), uno de los principales problemas que se suscitan en este ámbito alude a la desconfianza del “conocimiento científico” sobre el conocimiento local, imponiendo con ello una severa traba a los acuerdos de co-manejo y no legitimando la validez de esos saberes. Precisamente eso pareciera estar sucediendo en el caso de la nueva estrategia implementada en la zona contigua, ello en tanto la definición jurídica de los Planes de Manejo –y de las mesas participativas- explicita que la “investigación científica” es el criterio base para la toma de decisiones.
Esta breve reseña sobre la zona contigua nos permite concluir que, en la perspectiva relacional Estado- comunidad local, la imposición normativa formal, además de soslayar y contribuir a socavar las institucionalidades consuetudinarias, activa dispositivos de tensión entre los pescadores y en general entre las comunidades. En los últimos años esas tensiones se han expresado de forma diversa, algunas como reacciones violentas o medidas de presión para revertir las decisiones administrativas del Gobierno central, sin embargo, este retrato no deja de ser parcial si consideramos que en las dinámicas de interfaz devienen otra serie de relaciones, discursos, posiciones y negociaciones entre los grupos de pescadores. Es decir, además de esas consecuencias inmediatas susceptibles de entenderse como estructurales, tienen lugar acuerdos dentro de los acuerdos, pero que no están contemplados a nivel de la política pública, por ejemplo relativos al ingreso de los 508 buzos de la región vecina a determinados espacios –justamente reconociendo la dinámica histórica, invisible para la administración-. Aun en el marco de tensiones y conflictos, y teniendo como referencia un conjunto de decisiones objetivas y establecidas por ley, aun así el vasto espacio marino costero llamado zona contigua persiste como espacio social entretejido en relaciones de parentesco, afinidad y vecindad que tienden a desbordar o a tensionar la delimitación administrativa.
Como corolario, cabe destacar que si bien la matriz institucional de raigambre histórica, culturalmente situada y consuetudinariamente constituida, resiste a la imposición (cadastralization, Pinkerton and Silver, 2011), no es posible soslayar el hecho de que en ese proceso esta matriz institucional se erosiona y progresivamente tiende a descomponerse, a desarticularse. En la perspectiva de James Scott (2000) no sólo resiste, bajo distintas expresiones, la base social pescadora artesanal sino que a contrapelo ocurre lo propio, pues el proyecto administrativo despliega estrategias diferenciadas para instalarse en el espacio económico costero.

Caso 4: Las comunidades pesquero artesanales frente a la expansión de la industria productora de salmones en cautiverio
El análisis de este espacio relacional nos obliga a constatar las consecuencias e implicaciones que la expansión, crisis y el progresivo repunte que la Industria Salmonera ha tenido en los sistemas de pesca artesanal del sur-austral. Asimismo, nos impele a observar su incidencia en las decisiones expertas sobre el ordenamiento (zonificación) del borde costero en la región de Aysén. Partamos reseñando la dinámica expansiva que en los últimos veinte años ha tenido la IS en la zona en cuestión.
La expansión del cultivo de salmones en Chile no se explica exclusivamente por las fuerzas del mercado o producto de las inversiones privadas. En realidad podría hablarse de una simbiosis entre iniciativas privadas y estatales. De hecho entre 1969 y 1995, se desarrollan varios programas de cooperación con agencias internacionales –como la Japan International Cooperation Agency, JICA- a objeto de transferir tecnología y formar capital humano (Fundación Chile 1990). En esta misma línea, entre 1981 y 1984, agencias gubernamentales realizan estudios para “determinar la viabilidad económica y la factibilidad técnica del cultivo confinado de especies salmonídeas, lo que dio inicio a un proceso de adaptación de las técnicas utilizadas en Estados Unidos y en países escandinavos” (Claude y Oporto 2000: 8). En 1988 los resultados eran concretos: mejoraba la productividad y se incrementaban las asesorías técnicas a la empresa privada. En 1995 se crea el Instituto Tecnológico del Salmón (INTESAL), con importantes aportes estatales a través de la Corporación de Fomento de la Producción (CORFO).
Durante las últimas dos décadas, en consonancia con el interés expresado en las iniciativas reseñadas, los distintos gobiernos que se han sucedido en el poder han priorizado en su política de desarrollo territorial el crecimiento de la IS, como cluster estratégico para la zona sur-austral (Pérez-Alemán, 2005; OCDE Chile 2009). Ahora bien, la clave de esta decisión ha sido asegurar a los inversionistas un clima de estabilidad política, flexibilidad laboral y unas mínimas restricciones para expandir centros de cultivo en uno de los ecosistemas más prístinos del hemisferio sur.
A fines de los años noventa el cultivo de salmones era un negocio de tal magnitud y prosperidad, que prácticamente la totalidad del borde costero interior de la isla de Chiloé, el Estuario de Reloncaví y gran parte del entorno de la ciudad de Puerto Montt, estaban saturados de centros de engorde. En ese marco se proyectó una segunda fase expansiva, y es así como en la década de 2000 comienzan a proliferar las jaulas de cultivo en los canales y fiordos ayseninos, sobre todo en zonas aledañas a Puerto Melinka, Puerto Cisnes y a Puerto Chacabuco. Debe destacarse además que el marco legal de la acuicultura industrial, contenido en la LGPA, ha sido un instrumento de gestión administrativa fundamental, pues da toda clase de facilidades y garantías a los inversionistas. Reflejo de lo anterior es la mega-concesión del archipiélago de Chiloé en los años noventa y de los archipiélagos de Aisén en la década de 2000.
Si bien no hubo una demanda explícita y sostenida por parte de los pescadores artesanales, ni de Chiloé ni de Aysén, respecto de las concesiones solicitadas por la IS, y en general respecto de su expansión, ello no impidió que a principios de la década de 2000 se iniciara un ambicioso proceso de zonificación y microzonificación del borde costero de la región de Aysén. En realidad, al margen de la presión de algunos ambientalistas, las autoridades del Gobierno Regional advirtieron que de no establecerse normas claras y comunes, el borde costero regional podría en el mediano plazo padecer una saturación similar a la de la isla de Chiloé. En ese contexto, se decidió instalar una mesa de trabajo que congregara a todos los actores con intereses litoraleños. Pues bien, en el curso de dos años la mesa –con asesoría técnica de la Agencia Alemana de Cooperación Técnica, GTZ (Deutsche Gesellschaft für
Technische Zusammenarbeit)- propuso una distinción de áreas en todo el borde costero de Aysén, dejando prácticamente la mitad del archipiélago como zona apta para actividades de acuicultura (AAA), unas 500.000 hectáreas. Más allá de que en Chile no existe una ley de ordenamiento territorial, y más allá de las suspicacias y críticas que desató esa propuesta inicial (no reconocía cabalmente las zonas históricas de uso pesquero-artesanal) es indudable que favoreció significativamente los intereses privados y un horizonte de crecimiento prácticamente ilimitado.
Hasta mediados de 2007, sostenidamente la IS registró indicadores económicos muy favorables. Por ejemplo entre 1990 y 2000 las exportaciones netas de salmón cultivado se multiplicaron por cinco, pasando de 26.000 a 271.500 toneladas (CORFO 2002), para llegar en 2005 a las 383.700 toneladas (SalmonChile 2007). Si en 1995 las exportaciones de salmones y truchas ascendían a 489 millones de dólares, para 2005 esa cifra llegó a los 1.721 millones de dólares. Después de Noruega, Chile ha sido, desde 1995, el segundo productor mundial de salmones y su objetivo a mediano plazo era convertirse en el primero. Cabe destacar además la importancia estructural comparativa que la producción de salmones y truchas llegó a tener en los años previos a la crisis. Rodrigo Infante, entonces presidente de SalmonChile, sostenía que las exportaciones de Salmón representaban un 30% del PIB total de las regiones de Los Lagos y Aysén, además de un 75% de sus exportaciones (Infante, 2008). No obstante, a partir de 2008 la situación cambiaría dramáticamente y la conjunción de dos factores explica la debacle. Por una parte, la crisis financiera de 2007 y 2008 obliga a bajar las expectativas de crecimiento pero, sobre todo, como segundo factor, sobreviene una crisis sanitaria interna. En el marco de la obsesión por competir y crecer, la salmonicultura chilena comienza a ser afectada por una serie de enfermedades asociadas a las condiciones de producción que intentan optimizar rendimientos bajando costos y estándares ambientales. Una de esas enfermedades, la Anemia Infecciosa del Salmón o virus ISA, afectó a la especie Salmón Atlántico, una de las principales en todos los centros de cultivo. La crisis tuvo tal impacto que en los ciclos inmediatos se registra una caída de la producción cercana al 50% mientras el empleo asociado cae en el orden del 60%.
Lo reseñado, además de dar cuenta de la magnitud que ha tenido la IS en la zona sur-austral, deja en evidencia que su principal criterio de regulación ha sido el mercado, lo que ciertamente ha derivado en un modelo de crecimiento perverso con escasa capacidad de control sobre sus consecuencias. No estamos aquí demasiado lejos del cuadro más pesimista que nos retrataba hace algunos años la sociología del riesgo, en el marco de la crisis ecológica y de producción en la Europa de la modernidad tardía (Bauman, 1996; Beck, 1997, 1999; Giddens, 1999). En una reciente investigación, Beatriz Bustos (2012) ha evidenciado el fracaso de la matriz público-institucional para articular el conocimiento científico en la resolución y manejo de la crisis producida con la propagación del ISA en Chiloé. Asimismo ha llamado la atención sobre la incapacidad de la propia comunidad científica para instalar el tema (de la sustenatibilidad) en la agenda público-privada.
Simultáneamente la dimensión expansiva de la IS –expresada en indicadores estadísticos como en una progresiva transformación modernizante del espacio local y del territorio- implica también unos impactos y unas respuestas localizadas en la vivencia subjetiva e intersubjetiva de unos actores cuya vida social y económico-cultural se ha ido construyendo “desde siempre” en ese espacio local y en esa territorialidad y, por qué no decirlo, en el arraigo de ciertas tradiciones que no por dinámicas son indiferentes a tan vigorosa avanzada transnacional. En otras palabras, los sistemas pesquero-artesanales en toda la costa sur-austral reconocen y re-elaboran, desde la subjetividad reflexiva/imaginativa de sus habitantes, tanto las consecuencias objetivas de la expansión de la IS como los significados y las perspectivas que para ellos/as implica en sus propios sistemas de vida y de reproducción material.
En términos amplios, a modo de caracterización, estos sistemas pesquero-artesanales son diversos y heterogéneos: algunos son de base bentónica (como Puerto Melinka y Quellón), la mayoría especializados en la extracción de erizos (Loxechinus albus), almejas (Venus antiqua, Gari solida), algas –lugas roja y negra- (Gigartina skottsbergii y Sarcothalia crispata), mejillones (Mytilus chilensis), entre otras especies. Otros de marcado predominio demersal (como Puerto Cisnes y en general como toda la costa continental), en particular especializados en capturas de merluza austral (Merluccius australis) y en menor medida congrio (Genypterus sp) y otras especies eventuales. Encontrando además, particularmente en Chiloé, una importante flota pelágica pero que en muchos casos opera con capitales empresariales. Como se ha indicado más arriba, la composición económico-productiva de estos sistemas pesquero-artesanales tiende a ser mixta. Observamos por ejemplo una integración con actividades de agricultura campesina (Chiloé, Calbuco, Reloncaví), también una relación estrecha –extractiva, por cierto- con el bosque nativo (costa aysenina), y en todos los casos una creciente importancia y presencia de las industrias pesquera y sobre todo salmonera.
Este último aspecto revela en parte la complejidad del escenario. En primer lugar porque los sistemas “tradicionales” del bordemar, incluyendo por supuesto a la pesca artesanal, se encuentran inmersos en dinámicas de interrelación permanente con otros actores económicos e institucionales (empresas, intermediarios, agencias públicas, ONGs, universidades, etc.); y en segundo lugar porque esas dinámicas suponen interrelaciones que, a la par de unas capacidades de resistencia creativa (García Canclini, 1990; Barkin, 2002), negociación (Long, 2007) y reinvención de los proyectos modernizantes (Escobar, 1996, 2000), también implican procesos de descomposición estructural, articulación, occidentalización y subordinación a los “propósitos” expansivos del capital (Godelier, 1990; Comas, 1997). Sin desconocer que un mercado altamente liberalizado, como ocurre en Chile, actúa como vector disolvente de sistemas de producción local, advertimos que la cuestión no se reduce al determinismo estructural; más bien constatamos –especialmente en la tensión comunidad de pescadores/empresas salmoneras- una diversidad relacional cuya complejidad estriba, entre otros factores, en la capacidad local para consolidar respuestas económicas y ambientales –es decir, políticas- frente al avance modernizador y en las dificultades para establecer acuerdos basados en un entendimiento comunicacional entre actores locales y externos (Berkes, 2009). Cabe subrayar, asimismo, que las flotas pesquero-artesanales han ido cambiando sus configuraciones internas, evidenciando la internalización de lógicas que -en un esquema convencional- asociaríamos a la racionalidad mercantil, pero que, sin embargo, tienden a estar cada vez más presentes en el sistema (Galván y Pascual, 1996; Florido del Corral, 2003, 2008). Es evidente que el modelo dicotómico, y/o modernizante clásico, resulta insuficiente para observar los escenarios contemporáneos de la pesca artesanal. Nuestra experiencia etnográfica en el sur-austral de Chile, revela tanto la diversidad de expresiones pesquero-artesanales, en el sentido tradicional, como la complejidad también variable de sus vinculaciones con el mercado, con las instituciones en general y con otros actores locales de su entorno.
En las estadías etnográficas realizadas a Puerto Melinka y a Quellón (2006 y 2007) y a Puerto Cisnes, luego a Calbuco y nuevamente a Quellón (2012), constatamos una diversidad de posiciones condicionadas por el tipo de relación que las personas entrevistadas han tenido con las salmoneras. Estas posiciones discursivas varían en tres niveles, entre la crítica moderada y la radical; y en otro registro, entre la valoración favorable y la valoración relativa. En todos los casos hay un importante condicionamiento según quién reflexiona y desde qué experiencias con la IS. En la crítica moderada se reconoce la generación de empleo al tiempo que se advierte la contaminación, visión que se radicaliza al añadir el problema de la pérdida de espacios y el escaso aporte a las economías locales. Por otra parte, las valoraciones favorables destacan la generación de empleo y la aparición de nuevas oportunidades. En este sentido se aprecia una visión optimista que tiende a subordinar lo negativo a las posibilidades que la IS abre en este tipo de espacios económicos.
De forma muy sintética interesa destacar que en este espacio relacional ocurren respuestas que evidencian concretamente esa capacidad de reformulación del proyecto modernizante. Por ejemplo, como se aludió en el caso 2, la creación de empresas locales que prestan servicios a la IS (transporte, hospedería, comercio, mantención de equipamiento, etc.), la mayoría de esas microempresas son lideradas por personas que son o eran pescadores, tal vez con más capacidad de capitalización. Lo interesante es que esos emprendimientos generan empleo a nivel local. Un segundo ejemplo, es el impacto, sin lugar a dudas muy valorado localmente, en el empleo femenino. Es un empleo en condiciones precarias pero que ha redefinido en parte la posición de la mujer en estos sitios (convencionalmente vinculada al espacio doméstico). Un tercer ejemplo, son las estrategias que los mismos pescadores que se emplean en la IS despliegan para combinar –a partir de sus propias decisiones- ambas actividades: pesca artesanal y trabajo en salmoneras. En cierto modo, observamos esa tensión y vinculación permanente entre la lógica económica de la casa (the house) y la corporación (the corporation), en la reproducción de la base, del fundamento de la vida rural (Gudeman y Rivera, 1990).
En el análisis del material empírico, llama nuestra atención una capacidad reflexiva crítica de la población local respecto a las consecuencias y el significado de la expansión radical de la IS por todo el sur-austral. Por otra parte, aparejada a esa reflexividad local, una recurrente tendencia a imaginar soluciones y/o alternativas al problema de la expansión (espacial) de la IS. Esto lo hemos constatado en todas las localidades en donde realizamos trabajo de campo. Planteadas como futuros deseados y factibles, las principales alternativas señaladas en las entrevistas pueden agruparse en las siguientes proyecciones: 1) De diversificación extractiva, pues hoy la tendencia es monoextractiva, en parte por la constricción mercantil y las restricciones administrativas; 2) De procesamiento o conservería, por cierto son recurrentes las experiencias artesanales en todas las localidades pero están fuera de normativa sanitaria; 3) De capacidad comercializadora, en donde observamos una fuerte presencia de intermediarios y de estratificación organizacional (dirigentes que se hacen intermediarios, tal como vemos en los casos 1 y 2); 4) De consolidación de las áreas de manejo, fórmula administrativa impuesta por SUBPESCA pero reformulada desde las prácticas locales y, en algunos casos, desde los usos consuetudinarios; 5) De actividades turísticas, con muy pocas iniciativas vigentes; 6) De cultivos artesanales, en el caso de los mitílidos hay algunas experiencias exitosas en Chiloé y en el Estuario del Reloncaví.
Aun cuando ninguna de estas “respuestas” demande acciones directas sobre la expansión de la IS, en todos los casos constituyen parte de escenarios imaginados como alternativos a su predominio, y más aún en todas esas proyecciones observamos también las prácticas del presente. Es decir, son respuestas, dinámicas relacionales, que ya están ocurriendo pero que en este caso se imaginan como escenario de futuro, en otras palabras se proyecta su construcción con lo mejor del presente. Asimismo prevalece una visión que compatibiliza, en un mismo horizonte de futuro, una industria regulada desde el Estado y un desarrollo integral de los sistemas de pesca artesanal.
Proyecciones de esta naturaleza tienden a coincidir en todas las localidades del sur austral que se han visto interpeladas por los grandes procesos de expansión empresarial e industrial, sobre todo de salmoneras, dando cuenta de saberes pesqueros (Ther, 2008) y de capacidades e inteligencias culturales locales (Saavedra y Macías, 2012) desaprovechadas, soslayadas e incluso negadas –como yo los advertíamos- por los sistemas expertos instalados en el Estado, y que por el contrario tienden a fomentar la desregulación y la transferencia de dispositivos y figuras de gestión que no siempre coinciden con las formas de habitar los espacios marino-costeros preexistentes –y persistentes- en los territorios.
Luego de exponer los principales aspectos asociados a la relación entre comunidades del sur-austral de Chile e industria salmonera, cabe destacar que la concurrencia del Estado o del aparato público es imprescindible, en particular porque crea las condiciones, a nivel territorial y jurídico-institucional, para que el despliegue y la expansión acuícola industrial sea posible. De tal manera que en la interfaz Estado-comunidad observamos con nitidez un vector estructural condicionante: la privatización y la concesión del espacio tradicional en beneficio directo de las empresas. En cuanto a la interfaz mercado-comunidad las expresiones remiten a respuestas o a la activación de dinámicas relacionales específicas. En particular hemos reseñado las posiciones críticas respecto de los impactos socio-territoriales percibidos como negativos por los actores locales pero también su revés favorable (generación de empleo), asimismo hemos aludido a los futuros imaginados, futuros que sin embargo remiten también al presente y posiblemente al pasado. En este marco, apreciamos que la expansión de la industria no necesariamente se vive como una calamidad ni tampoco de forma pasiva. Hay ciertamente una capacidad de reformular e incluso de aprovechar culturalmente –desde la lógica local- ese proceso de expansión transnacional. En ese marco, sin desconocer la capacidad “destructiva” del capitalismo transnacional, la interfaz revela un espacio de resistencia creativa.

IV. COMENTARIO A MODO DE CONCLUSIÓN

Los cuatro casos reseñados dan cuenta las interfaces entre Estado-mercado y comunidad (o sociedad litoral) en el sur-austral de Chile. En los cuatro apreciamos que el proyecto modernizante tardío, en cualquiera de sus expresiones, no agota la capacidad de respuesta ni de reformulación creativa de la base social, esto aun considerando que el capitalismo transnacional es un vector con un enorme potencial destructivo pues socava y erosiona las formas de vida y/o los sistemas económicos locales. Puntualmente hemos retratado que en la intersección contemporánea pesca artesanal -o sistema localizado costero- /Estado, vemos en el nivel macro o en la definición estructural, la tensión/contradicción entre la lógica reproductiva de la comunidad y la lógica modernizante e instrumental productivista pro-mercado que impulsa la agencia pública.
Como expresiones concretas hicimos alusión, en los dos primeros casos (Cochamó y Guaitecas), a la promoción de las mentalidades y prácticas de emprendimiento, pero también a su internalización en los territorios. En este marco, observamos lo que podríamos denominar “respuesta de emprendimiento”, es decir, individuos o grupos organizados que asumen el discurso de la microempresa y modelan (o re-modelan) su proyecto vital en función de ese referente. En general lo hemos advertido y observado en todas las localidades/comunidades en las que trabajamos desde 1998. No es el modelo predominante pero sí es significativo que en todas las comunidades tenga una expresión concreta.
Una segunda expresión no alude directamente a una interfaz con el mercado, pero sí entre Estado y comunidades, y a la reproducción de las tensiones entre las comunidades. Es aquí donde apreciamos que el proyecto modernizante es institucionalmente complejo al observar la imposición de cuerpos normativos bajo el supuesto que en los territorios no existen o no son eficientes en la administración de los recursos comunes. La zona contigua, como dispositivo administrativo macro refleja lo anterior. Pero no sólo la zona contigua, probablemente la microempresa –en su composición jurídica exigida a los interesados- y algunas fórmulas de co-manejo también representan o reproducen la misma inconsistencia, idéntica negación de los saberes locales.
Un cuarto caso -considerando a los dos primeros como parte del mismo enfoque-, hizo alusión al territorio amenazado. En particular desde el proyecto expansivo de la IS en colusión con el Estado. Pudimos constatar que aun frente a la fuerza expansiva-destructiva de la IS, en la interfaz comunidad o en donde la comunidad se relaciona con este proyecto, tienen lugar respuestas y resistencias creativas, capaces de reformular y de resignificar el proceso, el destino supuestamente catastrófico de la comunidad frente al avance del capital. La pregunta queda abierta: ¿cuáles son los límites de esta capacidad de respuesta, de esta capacidad de resistencia creativa?
En términos más amplios y teóricos, sostenemos que en los cuatro casos reseñados subyace una tensión no resuelta en los enfoques del desarrollo –concepto siempre en entredicho y controversial-. En efecto, por un lado, cabe la posibilidad de tomar como punto de partida la modernidad que se desborda (en el sentido señalado por Appadurai) o bien partir de la tradición –situada en el lugar- que se construye como alternativa a la modernidad (más o menos en los términos del deconstructivismo escobariano). Ambas tienen consecuencias políticas claras, y en varios sentidos dan lugar a posibilidades de construir futuros imaginados. Sin embargo, sostenemos que todavía es posible ir más allá de un debate que tendencialmente deviene más en lo epistemológico que en lo antropológico -que ciertamente emerge en el espacio etnográfico y que antecede a la propia teoría-. Se trataría entonces de avanzar hacia un enfoque sintético desde una perspectiva ontológica, que parta de los modos de vida. El posdesarrollo lo declara también de esta forma, no obstante tiende a la dicotomía, dificultando el reconocimiento y la generación de estrategias de “desarrollo” que vinculen, por ejemplo, conjuntamente a sectores rurales y urbanos, que vinculen patrones de producción y de consumo teniendo en cuenta las “nuevas” configuraciones de los espacios económicos que insistimos –con limitaciones evidentes- en denominar “tradicionales”. En otras palabras, los bienes comunes “tradicionales” tienen valor no sólo intrínsecamente en el ámbito de la cultura local, también lo tienen porque hay un mercado que les da valor. La cuestión importante es analizar qué mediaciones –e hibridaciones- se construyen entre los dos ámbitos, en qué medida responde a una lógica relacional desde lo común o a una lógica privada/estatal.

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