Elena Susana Pont Suárez1
Universidad Autónoma de Guerrero
Introducción
En la ponencia se pretende analizar el cambio del perfil migratorio internacional México-EEUU, con la mayor presencia de las mujeres y cómo esta experiencia ha impactado en la dinámica de las relaciones de género. Para realizar este informe es necesario remontarse a los antecedentes históricos de este fenómeno.
La migración internacional México-EEUU tiene una larga historia, cuyo origen podría considerarse desde inicios del siglo XIX (Verduzco, 2004). Durante ese período hasta nuestros días se han observado cambios significativos en el patrón migratorio en función del sexo, la edad, etnia, composición social.
En los orígenes de este proceso, la migración fue mayoritariamente de origen masculino, adultos, rural, temporal y en general con estas características continuó hasta la finalización del programa Contrato Bracero 1942-1964. Sin embargo, el desarrollo histórico de la migración México- EEUU mostró cambios en el perfil migratorio con la mayor presencia de mujeres y jóvenes. Este hecho ha mostrado que factores como el cambio de residencia, la necesidad del trabajo extradoméstico, la experiencia de una cultura diferente, la lejanía del contexto de salida (Rivera y Lozano, 2009) han condicionado la trayectoria de las relaciones de género.
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Cada uno de estos indicadores está integrado a una dinámica que muestra cómo la movilización territorial condiciona las dinámicas sociales y culturales, motivando cambios en diferentes direcciones en el tiempo, el espacio y la población bajo estudio.
La experiencia migratoria de las mujeres ha cuestionado por una parte, identidades y relaciones de género lo que ha abierto un amplio abanico de prácticas sociales y culturales que son transformadoras o cuestionadoras de esas relaciones. Por la otra, ha posibilitado conocer la incidencia femenina en el fenómeno migratorio.
Antecedentes
La migración de México a EEUU tiene una trayectoria particular que la diferencia de otros procesos similares hacia ese país. Aspectos como la vecindad, el carácter masivo de la misma, así como la continuidad en el tiempo, la distingue de otras experiencias similares. El fenómeno migratorio es parte importante de la historia de ambos países y su dinamismo ha obedecido, en buena medida, a la necesidad de exportar mano de obra, cuando los ciclos económicos o sociales así lo requerían.
“La migración es un cambio de residencia que implica una ruptura de la actividad laboral, social y cultural en el país de origen para intentar reanudarla en el país de destino” (Álvarez de Lara, 2004:81). Las expectativas de las personas migrantes son transformar en ganancias en el lugar receptor lo que cuesta alejarse de su contexto de salida. No obstante, los estudios de la migración muestran que históricamente no ha tenido un desarrollo homogéneo ni lineal, razón por la cual sus resultados no pueden ser generalizables, se tienen que ver en referencia a espacios, tiempos y personas.
Esa diáspora se inició en el siglo XIX (Verduzco: 2004; Durand y Massey: 2003) cuando los trabajadores mexicanos eran contratados para ir a trabajar en la construcción del ferrocarril. En el siglo XX, se distinguen cinco etapas caracterizadas por un movimiento pendular de apertura y cierre de las fronteras según las demandas de mano de obra de EEUU, mediada por períodos de crisis o auge económico (Massey y Durand 2003:47,48).
Una expresión de este proceso fue la firma entre los gobiernos mexicano y americano de un convenio para la contratación de trabajadores agrícolas, necesaria para realizar el trabajo en el campo de aquél país. Este fue el llamado Contrato Bracero que significó la migración legal de aproximadamente cuatro millones y medio de trabajadores mexicanos. Esta migración tuvo la característica de ser masculina, adulta, de origen rural y con carácter temporal, es decir que terminado el período de trabajo regresaban a los lugares de origen en México.
El Programa Bracero tuvo una duración de veinte y dos años, de 1942-1964 que mostró la cara institucional de la migración marcada por el diseño de políticas migratorias desde EEUU. Sin embargo, la migración indocumentada o clandestina siempre ha estado presente en este proceso y se intensificó en los años posteriores a la finalización del mencionado Programa, motivada por la necesidad de superación económica de la población mexicana como por la demanda de los empresarios americanos, que veían la conveniencia de pagar menos salarios y flexibilidad laboral.
El flujo migratorio México – EEUU provenía, principalmente, de los estados del sur y centro del país: Jalisco, Michoacán, Guanajuato, Estado de México y Veracruz con 45 por ciento del total; Guerrero, Puebla, Zacatecas, San Luis Potosí, Hidalgo, el Distrito Federal, Oaxaca, Nayarit representaba el 29.6 por ciento (INM, 2005) y ha tenido diferentes dimensiones tal como lo registran algunos autores que trabajan sobre este tema.
“La proporción de mexicanos inmigrantes entre 1961 y 1980 fue de 14 por ciento, mientras que en los años 1941-60 había sido solamente del diez por ciento. Sin embargo, el número de inmigrantes a Estados Unidos entre 1981 y 1990 (sin considerar la legalización del IRCA) ha sido el mayor de los últimos 60 años, ya que desde la década de 1911-20 no se registraba una cifra igual” (Verduzgo, 2004:18)
La masiva población indocumentada en EEUU generó en las esferas oficiales una serie de debates acerca del tema de la legalización. El dilema fue finalmente resueltos con la aprobación de una ley de amnistía para los indocumentados que demostraran haber vivido y trabajado en ese país cinco años antes de 1982. La ley se aprobó en noviembre de 1986 y se llamó Inmigration Reform and Control Act (IRCA). Esta ley incluyó un Programa especial para trabajadores agrícolas temporales (SAW) y contribuyó a la legalización de más de dos millones y medio de indocumentados.
Una característica de este proceso histórico ha sido el cambio del perfil o patrón migratorio. Antes de la década de los 80 la migración se caracterizó por ser mayoritariamente masculina, de origen rural, agrícola, con baja escolaridad y temporal (de ida y vuelta), además de ser básicamente legal. A partir de los 80 se mostró una mayor presencia de las mujeres, que expresó una diversificación laboral, es decir, siguieron predominando los trabajadores agrícolas de origen rural, pero se manifestó una afluencia de mujeres y hombres de origen urbano, de carácter legal pero también ilegal y con mejores niveles de educación.
El perfil migratorio cambió de forma significativa con la implementación en EEUU del Inmigration Reform and Contol Act (IRCA)2 que tuvo una política de legalización en general pero con efectos importantes hacia las mujeres. El IRCA legalizó al 43% de las mujeres y el 15 % de ellas fueron incorporadas al programa de trabajadores agrícolas (Durand y Massey, 2003).
“La presencia de las mujeres en el proceso migratorio es innegable. De acuerdo con la Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica (ENADID 1992 y 1997), 21 y 24 por ciento de los mexicanos que habían vivido o trabajado en Estados Unidos eran mujeres; en los registros de las solicitudes de la aplicación para la ley Simpson-Rodino se identificó que más de 40 por ciento de las legalizaciones por esta vía fueron mujeres; en el Censo de Estados Unidos de l990, donde se muestra un contingente de residentes de origen mexicano, más de 45 por ciento son mujeres” (Woo, 2001:34)
“Los datos anteriores nos indican que existe una subrepresentación de las mujeres en el proceso migratorio, debido, entre otras causas, a la metodología aplicada y a la población estudiada. Por ejemplo, en los datos estadísticos oficiales sobre los indocumentados deportados, solamente de 10 a 15 por ciento son mujeres, según el año observado. Esto realmente no refleja la magnitud de la migración femenina, porque un número considerable de las mujeres cruzan con documentos apócrifos o visas de turistas para evitar los riesgos” (Woo y Morales, 2005:86)
La bibliografía sociológica, antropológica y sociodemográfica sobre el tema de la migración femenina a EEUU sostiene que ha habido una omisión de la presencia de las mismas en el desarrollo histórico de este fenómeno. Es decir, que ha habido una invisibilidad de la presencia de las mujeres en la migración internacional México-EEUU. Esta afirmación se sostiene a partir de la falta de evidencias bibliográficas históricas sobre esta dinámica hasta la década del ochenta, cuando se mostró el cambio del perfil migratorio.
La política de legalización a partir del IRCA que documentó a una proporción significativa de mujeres muestra y es una clara evidencia del proceso migratorio femenino antes de los años ochenta, que pudieron trasladarse por motivos de reunificación familiar pero también eran campesinas ya que el 15% del total fueron incorporadas al programa de trabajadoras agrícolas3 . Autoras como Woo y Poggio (2000:8) analizan las consecuencias de este hecho:
“La invisibilidad de las mujeres en este proceso migratorio ha generado un escaso e inadecuado conocimiento de esta población migrante y de la dinámica del fenómeno de la migración...Los estudios hechos en el lugar de destino, no tuvieron en cuenta específicamente a la mujer; en la mayoría de los casos la migración fue analizada en función del hombre, lo que corresponde al modo de análisis socioeconómico del jefe de familia”.
Una explicación de esta omisión está en que los estudios realizados no se hicieron con una perspectiva de género que proponen visibilizar el papel de la mujer en los procesos, sino que el protagonista principal, tal como señalan las autoras, fue el hombre solo o el hombre y su familia. Esta inclusión en un grupo estereotipado, como miembro dependiente de un grupo o unidad familiar y no con una identidad propia significa para la mujer migrante una serie de restricciones y para la sociedad desaprovechar una diversidad de experiencias y potencial humano necesario para entender la participación femenina en los fenómenos sociales.
El universo de las mujeres migrantes está formado no solo por las que migran sino también por quienes permanecen en los lugares de origen cuidando la familia, la parcela o trabajando para poder mantenerse. Según Woo y Moreno (2005) hay poca investigación sobre las condiciones de estas mujeres pero además no están consideradas como agentes de desarrollo dentro de la aplicación de políticas nacionales o regionales. En el diseño de las políticas públicas es difícil incorporarlas dado que la participación económica femenina queda en el subregistro de las estadísticas, porque las consideran, en las zonas rurales, como fuerza de trabajo no remunerada y, en las urbanas, sólo dedicadas a actividades del sector informal, de ahí que, en el mejor de los casos, este grupo de mujeres quedan registradas como población subinactiva o en la PEI.
Después del IRCA el proceso migratorio femenino ha continuado bajo la modalidad de indocumentadas y de reunificación familiar. Este último se dio como consecuencia de los mecanismos que se instrumentaron para la legalización del varón que posibilitó la incorporación de los familiares directos como esposa, madre, padre e hijos/as.
Las mujeres también emigran
A partir de la década de los ochenta, como ya se ha señalado, se intensifica el proceso de migración de las mujeres mexicanas a EEUU. Los motivos de esta dinámica fueron, en un principio por reunificación familiar, entonces, emigraban con hijos o solas para reunirse con sus familiares, posteriormente se ha manifestado una mayor presencia de mujeres solteras y jóvenes que se movilizan en búsqueda de mejores condiciones económicas para ellas y sus familias que permanecen en los lugares de origen.
La diferencia con las características de la migración antes de los 70 es que aquella era más flexible en el sentido de que el migrante iba y venía, si bien hubo etapas donde la política migratoria estadounidense endurecía sus controles mediante deportaciones de indocumentados, luego había acuerdos entre ambos países y se debilitaban las restricciones. La aprobación de la ley Simpson-Rodin, ha generado políticas restrictivas con acciones concretas como la exigencia de documentos, mayor financiamiento y equipamiento de las patrullas fronterizas, construcción de una maya o muro4 , monitoreo permanente de la frontera. El resultado de la aplicación de esas medidas restrictivas es que si bien la migración indocumentada o clandestina continúa, los migrantes tienden a una mayor permanencia y establecimiento de las familias mexicanas en el país vecino.5
En este contexto de migración internacional son las mujeres, como ya se señaló, quienes han tenido paulatinamente una mayor participación en ese proceso, de origen urbano como rural, se han desplazado de su espacio de origen por diferentes motivos de carácter económico, de reunificación familiar, búsqueda de nuevos horizontes. Por otra parte, también están involucradas en esta diáspora quienes permanecen en sus respectivos territorios con la familia, hijos/as, padres, y/o cuidando, atendiendo las unidades productivas o vivienda.
El universo de la migración femenina es diverso, razón por la cual preferimos referirnos a ellas en plural, ya que ese grupo no es homogéneo, está compuesto por quienes se quedan en los lugares de origen, las que lograron cruzar la frontera, aquellas que fracasan en el intento y las que perdieron la vida en el cruce. Además México tiene una extensa frontera norte con los Estados Unidos y al sur con países centroamericanos como Guatemala, Honduras y El Salvador, desde donde provienen flujos migratorios hacia el interior del país y hacia EEUU.
“En el análisis es pertinente considerar el concepto de frontera, entendido como un territorio pero también como un espacio de contradicciones, dado que quien se atreve a cruzar una frontera vive una clase de rompimiento con algunos valores culturales, pero también siente la necesidad de darles continuidad; tiene que adaptarse a nuevas formas de vida y de cultura, lo cual genera un proceso de conflicto que se vive en el nivel individual y social” (INM; 2005:14).
La frontera sur mexicana se caracteriza por sus altos índices de pobreza y marginalidad pero existen algunos municipios que demandan mano de obra agrícola y en los servicios. Allí es donde llegan mujeres extranjeras y también mexicanas que se agrupan en dos grandes grupos, quienes vienen para trabajar de manera temporal (documentadas 6 o indocumentadas) en actividades agrícolas (café, plátano, papaya), otras que se incorporan como empleadas domésticas y las que buscan recursos para financiar su travesía al país del norte7 . En este último grupo se encuentran mujeres que en las ciudades de Hidalgo, Cacahoatán, Puerto Madero y Tapachula desempeñan labores relacionadas con el sexo comercial, son indocumentadas y el ejercicio de la prostitución es la vía para conseguir dinero y seguir el viaje a EEU.
Finalmente están las mujeres transmigrantes o transnacionales, cuya intensidad y volumen ha tenido un aumento considerable en los últimos siete años, las razones de esta movilidad son fundamentalmente de carácter económico y solo 1 de cada 10 mujeres declaró que la motivación es la reunificación familiar. Las mujeres de este grupo migran porque necesitan sostener a sus padres, hijos, por la violencia intrafamiliar o el abandono de su pareja, siendo la mayoría de ellas solteras y menores de 30 años (Rojas, 2005).
Además existe la población indígena que tiene, también, una larga tradición migratoria interna e internacional, aunque esta última es más reciente. Por sus características específicas la migración de las mujeres de diferentes grupos étnicos está marcada por cambios en las comunidades debido a la introducción de los servicios, electricidad, la escolaridad, las comunicaciones, como por los usos y costumbres.
Los estudios de los procesos migratorios con perspectiva de género permiten observar diversos tipos de mujeres de acuerdo con su situación social, sexo, etnias, razas, y de esta manera conocer cómo interpretan y verbalizan sus experiencias a la luz de las condiciones y relaciones de género.
Los trabajos sobre este tema, Mummert (1999, 2005) Woo (2000, 2001, 2008) Ariza (2000), Hernández (2007), y otras han señalado, a partir de investigaciones de campo, que el proceso de transnacionalización ha impactado de una u otra manera en las relaciones de género. Tanto las mujeres que se alejan de su contexto de salida como las que permanecen han asumido nuevos roles relacionados con el cambio del entorno local, familiar, cultural, político y económico.
La bibliografía citada muestra cómo las mujeres que migran asumen decisiones que tienen que ver con la separación de su familia, a veces de sus hijos que las involucran en procesos de autonomía que pueden ser reforzados por las circunstancias del lugar de destino, sería el caso del trabajo extra doméstico que las hace generadoras de ingresos monetarios. Las mujeres que permanecen mientras los hombres se van, específicamente en el medio rural, visibilizan socialmente su participación laboral en el campo donde la economía familiar pasa a ser de su competencia, aún cuando la compartan con otros miembros de la familia. Este proceso ha incrementado las responsabilidades en el trabajo agrícola, resultando lo que algunos autores y autoras llaman la feminización del campo como producto de la migración.
El resultado de estas dinámicas es que la migración impacta en la división del trabajo en el hogar, en los patrones de autoridad y en la construcción de nuevos imaginarios socioculturales, aunque, estos factores no pueden ser generalizables ya que tienen significados diferentes según la experiencia migratoria de salida o permanencia y los contextos locales. Las mujeres implicadas en estos procesos asumen nuevas responsabilidades que no siempre implican reconstrucción de identidades autónomas y de ejercicio equitativo del poder con respecto a los hombres, en las familias y/o comunidades. Lo que se puede verr es el planteamiento inédito de un campo de conflictos, negociación y acuerdos que en algunos casos fortalecen relaciones tradicionales entre los géneros y en otros motivan cambios en los condicionantes culturales que determinan lo que es propio de mujer u hombre.
Conclusiones
Este escrito es una primera aproximación al estudio del tema del impacto de la migración femenina en las relaciones de género, en el cual el análisis social e histórico permite identificar, diferencias en las experiencias, construcción de identidades, condiciones de vida, motivaciones, estrategias, situaciones de desventaja y discriminación.
En el texto se plantean una serie de ideas producto del trabajo de diferentes autoras/autores, que se han tomado como ejes para una investigación concreta sobre el tema en el estado de Guerrero, México.
La participación de las mujeres en el proceso histórico de la migración a EEUU, ha implicado cambios importantes en el patrón migratorio. En términos generales, su participación ha impactado en los contextos de salida como de llegada, y es en las relaciones de género en la familia, la comunidad o el mundo laboral donde destacan procesos de transformación subjetiva como de patrones socioculturales. Es en este sentido que analizar el fenómeno de la migración desde las relaciones de género implica abrir un campo de estudio muy amplio que involucra a las familias, la comunidad, redes sociales, mercado laboral y la reconstrucción de imaginarios. La experiencia femenina de la migración permite abordar, procesos culturales y contenidos diferentes en las transformaciones de las relaciones de género.
La información compartida con diversos autores y autoras muestra la necesidad de realizar investigaciones en estos temas con el propósito de visibilizar la participación de las mujeres en el fenómeno migratorio. Así se ha podido observar que las mujeres migrantes han sido capaces de transformar los procesos migratorios, a pesar de ello, se les sigue considerando sujetos pasivos en vez de ser contempladas como sujetos sociales activos, es decir, portadoras de una problemática específica y, por tanto, con necesidades y demandas propias.
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1Centro de Investigación y Posgrado en Estudios Socioterritoriales, Sede Acapulco. Universidad Autónoma de Guerrero, Guerrero, México. E-mail: susanapont@gmail.com;
2 Esta ley se conoce como Simpson-Rodin por quienes fueron sus mentores y tuvo una duración aproximada de veinte años.
3 Se manejan algunas cifras para el período 1960-1970, las cuales señalan que el 34% de la migrantes mexicanas trabajaron en el sector servicio, fundamentalmente servicio doméstico; el 28% en la industria textil, el 17% en la agricultura y el 21% como profesionista y burócrata (Pedraza-Bailey, 1985:111-113 en Poggio y Woo, 2000).
4 Un ejemplo de estas acciones es la Operación Gatekeeper entre California y Baja California.
5 En este proceso un factor importante han sido las condiciones estructurales del país de origen, México, donde la crisis económica de los años ochenta fue un detonador en los cambios migratorios que se caracterizó por un mayor volumen del flujo y una tendencia a aumentar la permanencia en los Estados Unidos (Verduzco, 2004).
6 La excepción a esta regla es la de trabajadoras agrícolas guatemaltecas, quienes, en su mayoría, entran al territorio mexicano con un permiso expedido por las autoridades migratorias mexicanas. Este permiso, denominado Forma Migratoria para Visitantes Agrícolas, sólo es concedido a las trabajadoras y a los trabajadores de Guatemala para laborar de manera temporal en el estado de Chiapas (Rojas, 2005).
7 En una encuesta realizada a 162 mujeres trabajadoras migrantes por el Colegio de la Frontera Sur, en 1999, se encontró que la edad promedio era de 25 años; el grado de escolaridad, de tercero de primaria; cerca de la mitad declaró no saber leer ni escribir; 84 por ciento dijo venir a trabajar, 10 por ciento a buscar trabajo y cinco por ciento señaló ser acompañante. 95 por ciento provenía de Guatemala, Honduras y El Salvador; 75 por ciento eran menores de 30 años; 25 por ciento estaba casada o vivía en unión libre; sólo 13 por ciento viajaba con sus hijos y alrededor de 40 por ciento era madre de niños y niñas menores de cinco años; sólo 10 por ciento dijo que su motivación del viaje era la reunificación familiar (Rojas, 2005).