Alma Delia Sánchez Rivero1
Ella Fanny Quintal Avilés 2
Universidad Autónoma del Carmen
Resumen
Este trabajo trata sobre la herencia de las mujeres mayas en el contexto de un sistema doble de herencia. De tal forma que, como en el sistema de doble descendencia, las tierras transitarán por la vía masculina y las alhajas por la vía femenina. De ahí el nombre de este trabajo, donde la palabra “heredar” tiene una connotación muy amplía.
Palabras clave: mujer maya, sistema doble de herencia, alhajas, tierras.
Abstract
This work deals with the inheritance of the mayan women in the context of a double inheritance system. This is to say, just like in the double offspring system, the lands will be inherited through the males and the jewelry through the females. This is the reason for the title of this work where the verb “inherit” has a wide meaning.
Keys word: mayan women, double inheritance system, inherit, jewelry, lands.
El contenido de esta ponencia se origina en varias experiencias parciales de investigación. Por asuntos de trabajo, tuvimos la fortuna de estar repetidamente por la ciudad de Valladolid, en el oriente del estado de Yucatán, al aproximarnos a los procesos de producción de los objetos de joyería en oro, identificamos que las consumidoras más importantes eran las mujeres mayas de hinterland, pudimos enterarnos que el mu’jul, conjunto de regalos que la familia del novio hace a la novia, incluía, cuando la situación económica del pretendiente lo permitía, un conjunto de objetos de oro, a saber, cadenas, esclavas (pulseras), aretes y anillos.
Como corolario, pronto nos dimos cuenta, que si los procesos de cambio étnico en la región no son excepcionales, implicando siempre una situación del traje maya, es decir, hipil (huipil), justan y rebozo y transformaciones en la forma de arreglar el peinado, lo último que abandona y sustituye la mujer maya del oriente, es una prenda de joyería: los aretes “heredados” de la madre o recibidos con el mu’jul.
Unos años más tarde, platicando con un señor en un pueblo maya de la misma región de Yucatán, éste nos preguntó a propósito del comportamiento extraño de un paisano suyo: “¿señoritas, cuando se ha visto que los hombres tengan que ver con los animales de patio y gallinas? Eso es cosa de mujeres.”
Finalmente y a propósito de la tenencia de la tierra ejidal en el oriente de Yucatán, nos preguntábamos si no sería que en las familias mayas los hombres heredaban las tierras y las mujeres, las alhajas, remitiéndonos así, a un sistema “doble” de herencia. De tal forma que, como en el sistema de doble descendencia, las tierras transitaban por la vía masculina y las alhajas por la vía femenina. De ahí el nombre de este trabajo, donde la palabra “heredar” tiene una connotación muy amplia. Nos parecía además que la relación alhajas-mujeres mayas ha sido por muchos años clave en la autodefinición identitaria maya femenina.
Dos trabajos sobre testamento en el siglo XVIII y un análisis de la herencia en comunidades mayas a partir de los documentos que integran “Los Títulos de Ebtún” y que cubren de 1560 a 1830, apuntan en conjunto la información siguiente.
1.- Que hasta antes del siglo XVIII, las propiedades del padre o de la madre eran heredadas del colectivo, mul matan, por el conjunto de los hijos e hijas u por parios de ellos y ellas, incluyendo siempre hombres y mujeres. 1
2.- Que hacia el siglo XVIII empieza a generalizarse la costumbre del cetil, o sea, la herencia a partes iguales entre los descendientes hijos e hijas del testador (a).
3.- Que había una “división genérica” de los bienes y propiedades heredados. Esto es, los hombres heredaban objetos y bienes “masculinos” (machetes, hachas, ganado) y las mujeres, bienes y objetos “femeninos” (hipiles, justanes), principalmente. Cuando se trataba de propiedades, había una tendencia a que los hombres heredaban “montes” (K’ax en maya) y las mujeres “solares”.
En relación con lo anterior, Mathew Restall propone que en Ixil, en el siglo XVIII, en algunos casos, se notaba cierta tendencia a que el hijo varón mayor recibiera un legado un tanto más generoso. Si bien Philip Thompson, apunta por otro lado y para la misma época que en Tekantó, nada hacía pensar en la costumbre de la primogenitura2 . Sin embargo, el último autor si encuentra que las hijas y esposas tendían a heredar más frecuentemente apiarios que los hijos.
Restall anota una posible explicación para los casos en que una mujer heredaba un bien “masculino”, por ejemplo, un machete. Se buscaba, según Restall, proveer a la hija soltera con un bien que pudiera aportar como dote de matrimonio. No obstante ante la aparente contradicción de cadenas de corales y rosarios de herederos varones, la explicación del autor ve en el sentido de que las alhajas eran seguramente, percibidas ya en aquella época más bien como dinero, medio de cambio, lo cual las hacía aceptables como herencia tanto de hombres como de mujeres.
El argumento de que pudieran formar parte del mu’jul que un hombre soltero debe entregar a la novia y futura esposa, o más aún a una futura nuera o esposa del hijo, no es presentado por Restall.
Varios etnógrafos de la cultura maya yucateca han ofrecido descripciones de las costumbres en torno al matrimonio en comunidades en los años treinta y cuarenta. Así, Stegerda, para fines de los treinta en Pisté, comunidad del Oriente de Yucatán, nos dice que los presentes que integraban el mu’jul de una novia eran: dos ternos, dos peines (¿peinetas?) dos listones, un espejo, ganchos para el pelo, un par de zapatos, dos pares de medias, seis anillos y una cadena de oro.
Hoy día, si bien cada vez menos, las mujeres mayas que celebran matrimonio según la costumbre, y este es el caso en comunidades maya hablantes del oriente del estado, reciben “soguillas” (cadenas), aretes, esclavas (pulseras) y anillos.
Esta es la razón por la que en las platerías de la ciudad de Valladolid es común ver a dos parejas de adultos y una pareja de jóvenes demandando del patrón artesano precios y formas de pago de la prendas que integran el mu’jul de la muchacha comprometida en matrimonio. Los arreglos entre consuegras puedan tomar su tiempo y es papel de ambas madres llegar a una adecuación satisfactoria entre “oferta y demanda.”
En general, las jóvenes no llegan al compromiso, matrimonial desprovistas de alhajas. Si bien en la niñez suelen acudir a las fiestas y celebraciones religiosas ataviadas con collares de cuentas y caracoles, en la adolescencia reciben muchas ya, según posibilidades económicas de las madres, sus primeros aretes, cadenas, anillos y esclavas. Al casarse, como se vio ya, reciben mu’jul integrado en gran parte por alhajas. Si el marido cuenta con recursos económicos hará también regalos de este tipo a su esposa. Pero sobre todo, los ahorros que provienen de la venta de productos del solar o de artesanías producidas por mujeres, son aún nuestros días convertidos en bienes de oro de uso femenino. Obviamente los “abonos” y los pagos a plazos son inevitables.
El significado que las alhajas tienen para las mujeres mayas, debe ser explícitamente anotado. No se trata de un conjunto al estilo de la sociedad occidental. En el caso de las mujeres mayas, se trata ante todo de una forma de ahorrar, de atesorar bienes que no se devalúan y que constituyen la única solución, vía venta o empeño, de los más graves problemas que recurrentemente enfrentan las familias mayas campesinas debido a la pérdida de cosechas y las enfermedades. No obstante, constituyen también símbolo del estatus de la familia de quien las porta en los bailes y actos ceremoniales de las fiestas comunales. ¿Pero estas alhajas, se “transmiten” o heredan siempre de madres a hijas?
Los trabajos ya citados, sobre herencia en el siglo XVIII, refieren escasamente la herencia de alhajas. Presentan sobre todo los legados en tierras (“montes y solares”, ganado y bienes menores a los hijos, hijas y descendientes principalmente y tiene que ver con la parte de la población maya de las citadas comunidades que poseía un nivel medio y relativamente elevado de vida para la época ¿qué sucede hoy?
Enseguida pasaremos a exponer algunos materiales de campo obtenidos principalmente en dos comunidades mayas del oriente del estado. En ambas viven básicamente maya hablantes, dedicados en gran medida al cultivo de la tierra, a la cría de cerdos y a la producción de artesanías a través del sistema de trabajo a domicilio. El trabajo migratorio a Cancún “completa” la economía familiar.
A diferencia de lo que sucedía hace dos siglos en Ixil y Takantó y hasta hace cincuenta años en las comunidades hinterland vallisoletano, cuando algunas familias mayas tenían tierras de cultivo de su propiedad, hoy en esta región y en general en Yucatán, la única tierra de que disponen los campesinos mayas es la que provee el ejido, insuficiente para todos los hombres adultos de la comunidad si se atienda el sistema de milpa de temporal predominante en la entidad.
Todavía en la actualidad, eventualmente se oye hablar de algún señor maya que tiene un “rancho” donde cultiva la milpa de acuerdo al sistema tradicional que incluye ofrendas a los guardianes del monte a lo largo de todo el ciclo agrícola.
Un campesino-taxista, comentaba que su abuelito tenía un rancho que repartió en vida entre todos sus hijos. Sin embargo, la presión de la ganadería comercial sobre las tierras de milpa de autoconsumo resultó en la venta de los terrenos heredados pasando así dichas tierras a engrosar las propiedades y pastizales de ricos ganaderos locales. Hoy el nieto es ejidatario y por temporadas, taxistas, en Cancún.
La baja de rendimiento de las milpas y el auge de la ganadería en el oriente han convertido a la inmensa mayoría de los campesinos en ejidatarios, arrendatarios o jornaleros. Ya no hay terreno para heredar a los hijos y nietos por igual.
Así en Chacmis, las tierras parceladas del ejido se ocupaban a partir de una lógica que hace colindar los terrenos de hermanos y primos, práctica que evoca la antigua costumbre, mul matán, que refieren los documentos de Ixil para principios del siglo XVIII. Si bien las milpas son responsabilidad de cada padre con sus hijos solteros o recién casados, el tener las tierras en las proximidades de los parientes cercanos ofrece quizá la seguridad de que cualquier eventualidad será resuelta en familia. También agrupaciones para obtener créditos agrícolas acuerpan en un primer momento a parientes.
A la muerte del ejidatario, uno de los hijos heredará la parcela. Pero ¿quién? Repartir 26 has. Entre tres o cuatro hijos varones es absurdo dadas las condiciones en que se lleva a cabo el trabajo del milpero en Yucatán. En Chacmis, la evidencia parece apuntar a que el b’T’up, quien hereda al padre.
¿Quién es el h’tup? En lengua maya yucateca tal palabra designa al benjamín, al hijo más pequeño. El diccionario Cordemex da además del significado de hijo o hija más pequeño (a) de un hombre o de una mujer, lo siguiente: Ah-T’up, literalmente “el más-joven”, o “el-más-pequeño”, el más inteligente o más fuerte de un grupo de dioses, probablemente de la lluvia, el Dops más importante entre los yumil k’axo’ob, el que da órdenes. 3
Hugo García Valencia, en su trabajo sobre estrategias de residencia en San Miguel Aguazuelos, Veracruz, presenta el caso de la herencia que recae en el xocoyote, el más pequeño de los hermanos, el hijo menor.
Pero veamos en Yucatán, la situación de los h’tupob, heredando de sus padres a partir del caso de Kaanlá. Empezaremos por las formas de residencia. Para esta zona del oriente, se ha documentado que después de la ceremonia de matrimonio, o los recién casados pasan por lo general a vivir a casa de los padres del novio (virilocalidad). Hasta hace algunos años. Como parte de los arreglos prematrimoniales, los padres de la pareja acordaban la duración del haancab, o trabajo de la casa del yerno en la casa del suegro, lo que daba lugar a una etapa de residencia uxorilocal, previa a la residencia posterior, virilocal. Hoy, en Kannlá, el haancab ha prácticamente desaparecido, dándose esta residencia temporal uxorilocal cuando “los padres del novio no aceptan a la nuera”. De todas formas, la norma y estadística apuntan a un periodo de residencia virilocal que suele concluir cuando la pareja tiene a su primer hijo. Actualmente en esta comunidad es cada vez más frecuente que los hijos que viven principalmente del trabajo migratorio pendular a Cancún, busquen una residencia neolocal desde el momento del matrimonio, mudándose a vivir una parte de la localidad conocida como Tumben Caj o Tumben Kuxtal, pueblo nuevo, vida nueva.
En síntesis, tenemos que los hijos casados van abandonando poco a poco la casa paterna. Las hijas casi siempre salen del hogar desde el momento del matrimonio. En las familias que tiene en la población solares grandes, suele suceder que el padre distribuya porciones del mismo entre los hijos e hijas reservando la casa principal para el h’tup. Tenemos así, que con el casamiento de hijos e hijas la pareja fundadora de la casa tiende a quedarse sólo con el hijo o la hija más pequeña (o).
García Valencia argumenta que es el temor a los posibles y a veces reales “avances” sexuales del padre hacia sus nueras e hijas lo que lleva a un lado a la final residencia neolocal de los hijos casados mayores y al desmembramiento de la casa cuando muere a la madre y existen hijas o nietas jóvenes. No sucede tal situación con el h’tup pues cuando llega al matrimonio el padre suele tener edad avanzada por lo que no constituye un peligro para la nuera.
García Valencia sugiere también que es este potencial rol sexual del padre respecto a las nueras e hijas lo que explica la existencia de mujeres viudas presidiendo casas, pues éstas no se desmoronan cuando desaparece el padre, pero sí cuando muere la madre pues las hijas solteras pasan a vivir con algún otro pariente en casa donde haya una mujer casada. Así, en Kaanlá encontramos más viudas que viudos presidiendo casas. Información recogida en esta comunidad apunta a lo siguiente:
Cuando el padre tiene un solar de buen tamaño, suele ir heredándola en vida a hijos e hijas conforme éstos (as) van contrayendo matrimonio y respetando ocasionalmente la costumbre antigua del cetil.
Se reconoce como norma que el h’tup es quien hereda la casa del padre (o la madre) con todo lo que tiene derecho.
Esto último siempre y cuando su comportamiento hacia los padres lo haga merecedor del legado. “… el h’tup es el que hereda o por derecho, siempre y cuando se haga merecedor de esta herencia…” estando al cuidado de la madre viuda o del padre anciano.
Pero volvamos con las mujeres a través del tema de las madres y la esposa del h’tup. Lison Talosonana, en un trabajo sobre la casa en Galicia, nos presenta la “suerte” de la esposa del primogénito que hereda la propiedad. Junto con éste tendrá que sobrellevar las cargas de ser menor de edad en casa de los suegros y dócil servicio de la suegra. Al final, sin embargo, heredará el estatus de dueña u señora de la casa, con el fallecimiento de la suegra o sea demasiado grande para atender la casa.
Acontece algo parecido con la esposa del h’tup. En más de una comunidad maya del oriente yucateco es frecuente oír las quejas de las nueras en relación con las exigencias de la madre del marido. De hecho, si bien todavía se escucha a mujeres decir que “pasaron del poder de su padre al poder de su marido”, en realidad la nuera que se queda en casa de los suegros, se queda en los dominios de la suegra.
Ya vimos que los presentes del mu’jul pasan de la familia del novio a la de la novia. Sin embargo, quienes hacen arreglos y cabildean acerca de los montos son las consuegras y quienes básicamente entregan parte de los regalos a la novia son las suegras. Por eso, una señora nos respondió cuando le pregunta “¿…a ti que te dieron cuando te casaste? “a mí, mi suegra no me dio nada,… es que no me casé, solo me fui con mi marido…”.
Las alhajas del mu’jul pasan así con el matrimonio, de manos de una mujer a otra: de la suegra a la nuera. Pasan también de manos de una mujer a las de otra cuando la madre les da a sus jóvenes hijas sus primeras alhajas para lucir cuando “sale” a bailar la vaquería o asiste vestida de terno al gremio. La mujer trabajadora y con “buena mano” para cría de animales y cultivo de hortícolas y con habilidad en la máquina de coser, adquiere de poquito en poquito pequeño tesoro para las emergencias familiares.
Y sin embargo, en Kaanlá, informan que las alhajas son del esposo, aunque sea la mujer quien las porta y las guarda. Pero ¿cómo arrebatarle a la esposa, lo que ella sabe suyo y guarda en su propio cuerpo o en lugares secretos? Es ella quien decide en momentos críticos para la casa y sus miembros si vende o empeña. Y es ella también quien puede, al menos en teoría, integrar sus alhajas al mu’jul de la futura esposa de algún hijo.
Por eso quizá, son los aretes aquella prenda de la indumentaria maya femenina, lo último que desaparece del cuerpo de la mujer cuando ésta decide abandonar el emblema más obvio de su identidad maya. Sigue usando sus alhajas mayas porque las obtuvo en momentos clave de su definición genérica: en la adolescencia de su madre, con el matrimonio, de la madre de su esposo.
Bibliografía
Diccionario maya-CORDEMEX,
Ediciones CORDEMEX, Mérida, Yucatán, 1980.
Garcia Valencia, Enrique Hugo
San Miguel Aguazuelos: estrategias de residencia
Ed. Comisión Estatal Conmemorativa del V Centenario del Encuentro de Dos Mundos. Gobierno del Estado de Veracruz, 1991.
Restall, Matthew,
The maya world. Yucatec Culture and Society, 1550-1850,
Stanford University Press, Stanford, California, 1997.
Roys Loveland, Ralph
The Titles of Ebtun
AMS, Press, Universidad de Texas, 1939.
Thompson, Philip
The times law reports and commercial cases
Times Publishing Company, Universidad de Michigan, 1908.
Villa Rojas, Alfonso,
Estudios etnológicos de los mayas,
Instituto de Investigaciones Antropológicas, UNAM, México, D.F. 1995.