Es el ente-en-sí; una especie de autista ontológico en la sociedad, arquetipo de las grandes mayorías poblacionales de las naciones subdesarrolladas. Su constitución psicológica está estructurada por una sola obsesión: satisfacer sus necesidades esenciales; por ello es que, en la práctica, no percibe las cosas con el cálculo astuto, sino con la urgencia del estómago. Con el Hombre obsesivo no es posible hablar de alguna elección racional, v.g, “entre más horas de trabajo o más ocio”, pues lo único que quiere es ganar lo que pueda para saciar su hambre y, en su caso, la de su familia, aceptando cualquier condición que le imponga. Desgraciadamente, su pobreza extrema es tal que tampoco le ha permitido desarrollar su iniciativa ni su talento en la adquisición de habilidades y destrezas exigidas por el mercado de trabajo. Con él no existe el supuesto desempleo voluntario de los neoclásicos; al contrario, todo se reduce a trabajar en lo que pueda y por lo que sea. Él conforma una parte significativa de la población mundial, la que es excluida en el análisis del modelo neoclásico, mientras que las empresas lo segregan de sus respectivas agendas de producción, puesto que no constituyen una “demanda efectiva” ni una mano de obra calificada. Tanto para el modelo como para las empresas, este personaje simplemente no existe. La causa más común de las políticas económicas bien intencionadas, se debe al desconocimiento de las prioridades que tiene el Homo obsesivo, el que, con su hambre a cuestas, es el gran marginado de la actual Economía-Vudú. En efecto, con la tajante declaración en sentido de que la “Economía nada tiene que ver con la distribución del ingreso”, los nigromantes de la tasa de beneficio han marginado por completo por lo menos al 40% de la población mundial, es decir al Homo obsesivo en su totalidad. La verdad es que no debería ser así, puesto que en los países subdesarrollados, la demanda potencial de este sujeto económico es muy grande. En efecto, la ejecución de una adecuada política de ingresos, haría que ese porcentaje de la población de cada país se insertara en el mercado, no para demandar celulares ni grabadoras, sino para adquirir artículos de primera necesidad, lo que lo convierte en un gran aliado de los empresarios nacionales, que producen, precisamente, esta clase de bienes.