PRINCIPIOS DE ECONOMÍA VITAL

PRINCIPIOS DE ECONOMÍA VITAL

Mario Blacutt Mendoza (CV)

El Economista como “Científico”

Todo empezó cuando el marginalista tuvo la temeraria idea de que merecía ser llamado “científico” con el mismo rango que los astrofísicos. Gregory Mankiw, continúa con la tradición, pues empieza otro capítulo afirmando que “los economistas tratan de enfocar su campo con la objetividad de un científico” dado que ellos asumen sus tareas tal como lo hacen los físicos teóricos o los biólogos. Dice que eso es así porque ellos, los economistas marginalistas, identifican teorías, coleccionan datos y los analizan  en un intento de verificar o refutar las teorías. Por último, afirma que los economistas “son científicos” porque usan el método científico para sistematizar sus observaciones. Nada habría  que poner de relieve en este asunto, si no fuera porque hay dos áreas que reclaman ser tomadas en cuenta antes de que se le otorgue a cada economista el rango de físico teórico y a sus generalizaciones el poder pronosticador de la Ley de la Evolución.

La Economía Vital
Todas las teorías razonables del conocimiento niegan que el hombre puro exista, el que estría libre de la influencia que sus sentidos y su ideología tienen en la realidad.  Todo ser humano está sometido a esas deformaciones, las que no deforman la realidad, sino la percepción que de ellas tenemos. Pero, la fuerza más deformante es la ideología.  Por ejemplo, cuando la ciencia económica empezó sus primeras tentativas de consolidación, quienes se ocupaban de su estudio, los Mercantilistas, afirmaban que el oro y la plata eran los que conformaban la riqueza de las naciones y el personaje más importante de la sociedad, era el Comerciante, pues él se encargaba de exportar los productos y, a cambio, traer oro y plata.

Con los Clásicos sucedió lo mismo. Durante las guerras napoleónicas, Bonaparte cercó los puertos ingleses para que no pudieran abastecerse de granos. El parlamento inglés votó una ley que prohibía la importación de granos, aun después del embargo napoleónico. En esas circunstancias, Robert Malthus, un gran economista de la época, se opuso a que la Ley de granos continuara y pidió subvenciones para los terratenientes cuyos intereses representaba, aduciendo que ellos eran los verdaderos productores del valor. En cambio, David Ricardo exigió la abolición de la Ley, pues decía que haría más caros los artículos de consumo de los trabajadores, lo que, a su vez, incrementaría los salarios y con ellos, los precios de los bienes producidos por los industriales. Su preferencia estaba a favor de la clase burguesa que ya se consolidaba como tal, en contra de los terratenientes. En todo caso, Ricardo defendía un capitalismo progresista, vencedor en la lucha contra el feudalismo, lleno de iniciativas y liderado por el capitalista que era también empresario.

En la segunda mitad del siglo XIX los marginalistas incluyeron el concepto de “marginalidad” en la Economía, concepto que aún sigue vigente en las diferentes variantes del marginalismo actual. Según este principio, el valor de algo se basa en la valoración que “el consumidor otorga a la última unidad del bien consumido”. Por ejemplo, la primera unidad de pan es más valiosa que la segunda, y ésta, que la tercera… así hasta la última. Lo mismo sucede con el salario: el primer trabajador tiene una productividad mayor que el segundo; la de éste es más alta que la del tercero… y así hasta que la productividad del último trabajador se acerca a cero.

Pues bien, la teoría dice que para estimar el salario de todos los trabajadores de la firma, debe estimarse la productividad del “último de los trabajadores contratados”; ahora bien, sucede que el último de los contratados es, usando la terminología de los marginalistas, el “menos productivo”, por lo tanto el salario que se paga a todos resulta de la multiplicación del “producto marginal” del menos productivo de la empresa, por el precio del bien que se produce; de allí vienen las exorbitantes ganancias que obtienen. Por ejemplo, siguiendo la lógica de los marginalistas, suponiendo que el precio del bien en el mercado es de $10 y si el segundo trabajador contratado tiene una productividad de 30 unidades y el último sólo de 2, entonces el salario para ambos y todos los de la gama intermedia, resulta de la multiplicación de 2 x 10= 20 que correspondería a la productividad del menos productivo.  De esta manera, el trabajador que produce 30 unidades y que debería ganar 300 debe contentarse con los  20 que determina el menos productivo de sus colegas. A esta uniformización del salario, usando como referente al “menos productivo” de los trabajadores, es que se llama “la distribución funcional del Ingreso”. Se supone que gracias a esa distribución se otorga a cada individuo por separado lo que realmente produce en la empresa.

Estas contradicciones son increíbles.

Por estas razones no es posible aceptar la afirmación de Mankiw en el sentido de que los “científicos economistas” sean objetivos y tan libres de la deformación ideológica que “ni un rayo de luna filtrado les ha”.

Stiglitz reafirma la necesidad de una “economía equilibrada” es la respuesta que se debe dar al “fundamentalismo de mercado”. Éste ha tenido como consecuencia las crisis de los EE.UU y de Europa. Recalcó que estos sucesos han supuesto el fin del fundamentalismo de mercado, del mismo modo que la caída del muro de Berlín supuso el final del “socialismo real”. Da ejemplos de países, desde Europa hasta el Este de Asia, cuyo éxito se ha basado en el equilibrio entre mercados, administración y otro tipo de entidades, incluyendo a la economía social.

La Economía Vital
Al contrario de lo que afirma Mankiw, es preciso poner muy claro el hecho de que ninguna ciencia social tiene leyes comparables a las de la Física Teórica; mucho menos la Economía, disciplina que debe bregar con la lucha de intereses económicos, no solo entre grupos humanos o individuos, también entre naciones y regiones en general. Los marginalistas de hoy quieren creer que el hecho de usar las matemáticas para formalizar sus teoremas en su modelo concede a la Economía el mismo nivel de pronóstico que a la biología y, a sus generalizaciones, el rango de la Ley física. De esta manera, quieren ser aceptados en la comunidad científica con los mismos quilates que el astrofísico. Si la Economía fuera una ciencia con la capacidad de pronóstico a la Física, la Bolsa de Valores no existiría, pues todos sabrían que es lo que deberían comprar y qué vender. La existencia de la Bolsa de Valores se debe a la incertidumbre, no a la supuesta capacidad de la Economía de pronosticar con certeza. Sin embargo, hasta los mismos Físicos Teóricos ya han manifestado que no hay una sola ciencia que esté a cubierto de la incertidumbre y que la palabra “Ley” debe ser reemplazada por la expresión “ley probabilística”. Si eso es así en las ciencias verdaderas, qué se puede esperar de la Economía, sobre todo si los marginalistas pretenden estudiar “el comportamiento del individuo” y no de los grupos sociales.

La Ciencia moderna, con la Física Cuántica, como cabecera, acepta que existen varios factores aleatorios intrínsecos en la teoría, factores que eliminan el determinismo, el que era sostenido como verdadero en la mecánica clásica. El indeterminismo nos dice: existe una constante universal, la constante de Planck que marca un límite donde los errores ya no son ni despreciables ni eliminables. Por lo mismo, cuando se pretende establecer la posición y el movimiento de un electrón, ya no se puede afirmar ni suponer lo que sucede entre dos actos de observación del "mismo sistema". Es que la serie de procesos que se realizan entre dos actos de observación no es observable, pues siempre son procesos sujetos a perturbaciones. Estos procesos sólo pueden ser aceptados con cierto rango de probabilidad. Desde que Heisenberg estableciera que la posición de un electrón en el futuro, partiendo de las condiciones iniciales no podía ser determinada, todos los miembros de la comunidad científica mundial, convinieron en que la mecánica cuántica y, con ella, las ciencias físicas y naturales podían generalizar sólo leyes probabilísticas, no determinísticas, tal como sucedía con la mecánica clásica desde las épocas de Newton.

Para resaltar aún más lo que sucede en la observación científica (la verdadera) los científicos dicen que la indeterminación no es inherente sólo al experimento, sino a la teoría misma, la que está limitada por la dimensión estadística. Lo más que se puede conocer son regiones y rangos probables de espacio y de velocidad en los que la probabilidad de que la partícula se encuentre ahí sea alta.

Pero hay algo más; a esto es preciso añadirle el “efecto observador”. Para el economista, el efecto observador es su ideología. El Marginalismo Neoclásico actual es el brazo académico de las corporaciones transnacionales y los portavoces, al estilo de Mankiw o de cualquiera de nuestros “economistas” criollo, son los que repiten como loros lo que los teóricos han hecho e inscrito en los textos sagrados.

Por último, es útil concebir que hay una aleatoriedad que es inherente a la naturaleza misma y que lo más que el científico puede hacer es limitar el escenario donde se expresen los eventuales resultados y calcular probabilidades, lo que significa el fin del determinismo en la ciencia (en la verdadera)

Si estas son las conclusiones a las que han llegado los científicos de verdad, luego de analizar la materia que no tiene libertad de “obrar como le plazca” ¿qué se puede decir de los aprendices de brujos, de aquéllos que afirman la existencia de Leyes económicas vigentes en todo tiempo y espacio? ¿Qué se puede decir de aquéllos que pretenden analizar al individuo para llegar a ese tipo de leyes? Podría decirse de ellos es que intentan ingresar en un grupo al que no fueron invitados y que, a pesar de golpear la puerta con insistencia, no serán aceptados como científicos. Por otra parte, cuando observamos este proceso en el avance de las ciencias naturales, ¡qué grotesco nos parece la tesis del “comportamiento racional del individuo”.

Un ejemplo del caos en el neoclasicismo
Veamos un ejemplo del caos, trasladado del campo de la ciencia natural a la economía. Imaginemos un inmenso cubo de vidrio en el que hay cien millones de pelotas de pingpong azules y cien millones de color rojo, rebotando sin parar y mezclándose a la deriva. El número de permutaciones o de arreglos que describan todos los posibles movimientos, posiciones y mezclas será espantosamente grande, pero será finito. Bajo el supuesto de que cada pelotita puede moverse indefinidamente, tendremos doscientos millones de elementos en plena acción.

Podemos concebir uno de los arreglos teóricos: los cien millones de pelotitas azules juntas en un mismo lado del cubo y los cien millones de rojas al otro lado. Para que esa división de los dos conjuntos sea observada, tendríamos que haber sido testigos de innumerables arreglos de las pelotitas, lo que nos habría llevado tal vez siglos. Y conste que el ejemplo está simplificado, puesto que al suponer un cubo de vidrio en el cual las pelotitas de mueven, hemos identificado un sistema cerrado. Es decir, ajeno a la influencia externa, algo que no es posible en el mundo real. Pero, aun tratándose de un sistema cerrado podemos intuir que habrá un número escandalosamente grande de interacciones entre ellos, lo que complicará el estado de cosas. De acuerdo con esas premisas, reflexionemos sobre la tarea de establecer el lugar, la dirección, el impacto y la interacción de esos doscientos  elementos en un momento dado. Reflexionemos sobre lo mismo, pero tratando de prever todas esas permutaciones para el próximo minuto… hora… día…. con toda seguridad que la tecnología tendrá que avanzar a marchas forzadas para que podamos prever los arreglos que se concretarán sólo en el próximo minuto.

Ahora bien, supongamos que cada una de esas pelotitas es un ser humano y que, en consecuencia, se mueve de acuerdo con sus propios intereses. Supongamos también que el cubo de vidrio es un país. Tratemos de pedirle a la computadora que nos pronostique el comportamiento de cada uno de los doscientos millones de seres humanos durante diez horas; una semana… ¿Terríficamente difícil verdad?
Pues bien, los modelos marginalistas otorgan a la ciencia económica una gran tarea:

Analizar el comportamiento, no de los 200 millones de bolas de pingpong en el cubo de cristal, sino el de ¡cada persona de las 1400 millones  que existen en la China! No; no estoy bromeando; a esa manera de imaginar una sociedad es que denominan “El Individualismo Metodológico”, cuyos principios son dados por la corriente austriaca. El Individualismo Metodológico, según Hayek, es un método para el que los fenómenos y procesos sociales son, en principio, explicables por el comportamiento individual. En ese comportamiento se incluye sus objetivos, sus creencias y, en general, sus acciones. Dicen que la sociedad es sólo el agregado  de los individuos.

También dicen que cada uno de los 7500 millones de habitantes del planeta es un “individuo soberano” y que es preciso formular, para cada uno, sus funciones de utilidad como consumidor. ¿Qué significa esto?

Se supone que una curva de indiferencia es una función de utilidad para un individuo y un par de bienes, del total de los que consume: X y Y. ahora bien; de acuerdo con los individualistas, será preciso formular una curva de indiferencia no sólo para cada individuo, sino también para todos y cada uno de los bienes que consume. Esto significa que, si en los EE.UU hay 250 millones de habitantes, cada uno de los cuales consume un promedio de 5000 diferentes clases de bienes y servicios en un año, será necesario  diseñar 250 000 000 x 5000 = 1 250.000 000 000¡ Esto sin tomar en cuenta los cambios que cada consumidor realiza en sus pautas de consumo, debido a la modificación de sus ingresos, el cambio de sus gustos y los nuevos bienes y servicios que el empresario lanza al mercado. Las lucubraciones del espiritismo marginalista son muestras de  locura. Locura plena y efervescente. Locura renal, cerebral y linfática. Locura de manicomio.

Este inmenso reduccionismo es de por sí, impresionante; pero hay más. Sus defensores niegan que el grupo humano tenga capacidad para tomar decisiones, puesto que éstas serían individuales. El grupo no sería un organismo, sino una  masa inerte.  Con esta perspectiva, los marginalistas conforman un modelo pleno de contradicciones formales y, además,  aumentan innecesariamente el grado de entropía en una sociedad. En su deseo de organizarla “racionalmente” por medio de “las fuerzas del mercado”, incrementan la anarquía de las variables económicas hasta el máximo. Los teóricos marginalistas generalizan las “Leyes de la Ciencia Económica”, asegurando que son ciertas en todo tiempo y espacio; el grado de locura no tiene límite