Este es un buen momento para recordar que un sistema económico razonable, a diferencia del marginalismo, es descriptiva y normativa al mismo tiempo, por ello, su razón de ser, como una corriente de pensamiento integral, destinada a eliminar la pobreza surge tanto desde el campo de la Economía misma, como de la concepción ética que la sustenta. También es oportuno retomar su postulado de que la lucha por la pobreza y la misión de otorgar a cada individuo la facultad de escoger libremente entre opciones factibles, no sólo es una tarea del Estado, sino que es un objetivo, un imperativo categórico que debe ser cumplido por la trilogía Estado-Empresa-Sociedad Civil. Desde el punto de vista económico, es razonable considerar el hecho de que la exclusión de los grandes estamentos poblacionales signados por la pobreza no hacen sino restar a la nación la capacidad productiva potencial que tiene; por otro lado, pone de relieve que contar con trabajadores sanos física y mentalmente, por un lado, y emocionalmente libres de la incertidumbre que trae la pobreza, por el otro, fortalece la fuerza anímica que un sistema productivo necesita para cumplir con sus metas y objetivos. En pocas palabras: un trabajador sano es mucho más productivo que un enfermo. Lo mismo puede aplicarse a la educación: un trabajador calificado produce más que uno que no lo es, aunque hay muchos teóricos que no entienden el problema de ese modo. Los impuestos también sirven para modificar modelos de consumo; por ejemplo, si quiere que la población fume menos, impondrá un impuesto fuerte a los cigarrillos. El marginalismo, que vive en un mundo en el que se fomenta la existencia del individuo en extremo egoísta y avara, dicen que el impuesto distorsiona el mercado porque le resta eficiencia. Hay quienes dicen más: que los impuestos son inmorales porque son aportes involuntarios y que el Estado comete un robo al fijarlos.