En sucesivas oportunidades, entre 1974 y 1979, la OPEP (Organización de Productores y Exportadores de Petróleo) instruyó a sus afiliados la reducción de la cantidad producida y el aumento respectivo del precio del petróleo. A pesar de que la OPEP es un Cártel, al tomar esa decisión conjunta, adquirió en la práctica, el carácter de una empresa monopolista. Estas reducciones de las cantidades lanzadas al mercado fueron, inicialmente, del 15%, luego del 20% y finalmente, procedió a reducciones sucesivas del 5%, es decir hubo varias ocasiones en las que la OPEP redujo la producción para elevar el precio. Las ganancias provenientes de estas reducciones fueron tan grandes, que el diccionario económico se vio obligado a introducir en su léxico un nuevo vocablo desconocido hasta entonces: El “Petrodólar”. En todo caso, la OPEP no partió desde cero para llegar a los niveles que permitieron un beneficio económico asombroso, dada que no se trataba de aumentar la cantidad, reduciendo para ello, el precio. Al contrario, las ganancias extraordinarias se obtuvieron sobre la base del incremento de los precios por la aplicación de una política concebida para reducir las cantidades lanzadas al mercado. Lo que nos interesa aquí es el hecho de que estos procesos tuvieron lugar en el espacio que cubre el segmento superior de su curva de Demanda, segmento que, de acuerdo con la teoría y lo diseñado en la gráfica 1, es elástica: un aumento de precios reduce el Ingreso Total. La pregunta que surge de inmediato es: ¿Cómo hizo la OPEP para reducir la producción de petróleo, aumentar el precio y, a pesar de ello, obtener ganancias nunca vistas hasta entonces, después de haber obrado en contra de las disposiciones de los modelos marginalistas actuales? Las razones para que esto sucediera provendrían de varias fuentes perceptivas.
Primero, podría aducirse que la OPEP habría reducido su oferta, aumentado sus precios y, con ello, sus ganancias, debido a que enfrentaba una curva de demanda perfectamente inelástica. Pero la experiencia ha demostrado que la curva mundial de demanda de petróleo no es perfectamente inelástica: al aumento de precios en las diferentes ocasiones, el planeta respondió con una disminución de la demanda de petróleo, acudiendo a diversas modalidades alternativas para ahorrarlo, entre ellas, el incremento progresivo de la producción de automóviles “compactos”.
Segundo, el proceso habría tenido lugar, en el segmento ascendente de su curva de costo medio. En ese segmento, cualquier reducción de Q reduce el costo medio, pero no necesariamente el precio. En este caso quedaría por explicar la simultaneidad de los fenómenos: no sólo hubo reducción de la cantidad, sino que esa reducción se vio acompañada de incrementos sucesivos de precios. En síntesis, para que la OPEP incrementara sus beneficios disminuyendo el volumen de Q y aumentando P, ha debido tomar decisiones que desvirtúan los postulados más importantes del modelo neoclásico en lo que se refiere a las condiciones necesarias y suficientes para maximizar beneficios. Más bien, todo hace suponer que la OPEP, al igual que cualquier otra empresa que opera en un mercado de competencia imperfecta, ha debido aceptar el secreto revelado del precio: es una oferta tentativa que la empresa hace al público para tantear las posibilidades de aumentarlo o de disminuirlo; es decir, que la fijación del precio es dada por la voluntad y la sagacidad de la empresa. Con toda seguridad que descubrieron, mucho antes que Laura Fisher y Jorge Espejo que: El precio de un producto es solo una oferta para probar el pulso del mercado.
Conclusión sobre la Curva de Demanda del Marginalismo neoclásico
Por todo lo expresado y más, podríamos afirmar con David Krepps (“Curso de Microeconomía”, 1995, pg. 238)
“…en el fondo de nuestras mentes vive un supuesto según el cual podemos escribir, para cada posible precio p, la cantidad que demandarán los consumidores en el mercado y que represen-tamos por D(p). Todas estas cosas permanecen en el interior de nuestras mentes y por eso consideramos la curva de Demanda y… suponemos que esta curva tiene pendiente negativa.”
También tenemos el apoyo de los administradores de empresas, quienes declaran que el precio es sólo una propuesta que el empresario hace para ver la reacción de los consumidores y, por prueba-error acertar con el adecuado. Si tomamos esas dos percepciones, llegaremos a la conclusión siguiente, la que podría extenderse a todas las empresas que operan en mercados Imperfectos o Perfectos:
En el mundo real, al que el modelo neoclásico no tiene acceso, no existe la curva de Demanda; por eso es que el empresario puede manipular, simultáneamente, el precio y la cantidad del bien que lanza al mercado.
Cuando lleguemos al capítulo de la Teoría del Valor Conocimiento, veremos que una de las principales tareas del empresario es, precisamente, elegir los precios y las cantidades del bien que lanzará al mercado. Sin embargo, sería muy razonable que tanto en la teoría como en la práctica, la fijación de los precios se basara en el comportamiento de la Curva del Costo Medio en cada uno de los niveles de Q, tal como lo propuso Alfred Marshall.
Indagación Cuarta
El Precio como Valoración Social del Bien en el Monopolio.
Apoyándonos, temporalmente, sobre el postulado del espiritismo neoclásico, de que el precio es la valoración que la sociedad otorga a un bien o servicio, observamos que en el mercado de competencia imperfecta el precio es siempre mayor que el costo marginal, ¿Quiere decir esto que la valoración que la sociedad le otorga al bien que produce el monopolista es mayor que el costo marginal de producirlo, tal como lo declaran los marginalistas actuales? Ante una situación como ésta, la pregunta surge de inmediato: ¿Por qué la sociedad otorgaría siempre al bien producido por el monopolista o por el oligopolista un valor por encima de su costo de oportunidad que, se supone, es igual al costo marginal? ¿Qué virtudes tiene el mercado imperfecto para que el costo marginal sea siempre inferior al valor que la sociedad otorga al bien que se produce, esto es, al precio? Es preciso que algún teórico del marginalismo nos aclare este asunto, pues cada vez que le pregunto a alguno de los que conozco, nunca recibo una respuesta. Por otra parte, los textos tampoco dicen nada al respecto. Todo esto sugiere que el precio no es la valoración que la sociedad otorga al bien; al contrario, la determinación de los precio viene dada por la sagacidad del empresario, en cualquier tipo de mercado, determinación que no se basa en una supuesta curva de demanda, la que, por definición, es una representación mental que ordena precios y cantidades. Si el precio fuera la valoración que la sociedad hace del bien, tal como lo asevera el marginalismo, al ser siempre mayor que el costo marginal, querría decir que el modelo de competencia imperfecta sería muy eficiente, pues siempre produciría a un costo marginal inferior al precio, es decir, a la valoración que la sociedad supuestamente otorga al bien. Por otro lado, aunque se ha dicho que sólo el mercado de libre competencia logra la eficiencia asignativa, sin embargo, en este caso, sería la empresa que opera en el mercado de competencia imperfecta la que ofrecería mucho más que la simple eficiencia asignativa. Al producir por debajo del precio, resultaría que la empresa que opera en mercados de competencia imperfecta serían las más eficientes de cuántas es posible imaginar. Los administradores de empresas, tal como lo vimos, tienen menos problemas sobre el particular. Tomemos como ejemplo a Laura Fisher y Jorge Espejo, quienes escribieron una obra titulada "Mercadotecnia", en la que establecen:
El precio de un producto es solo una oferta para probar el pulso del mercado. Si los clientes aceptan la oferta, el precio asignado es correcto; si la rechazan, debe cambiarse con rapidez. Si el precio es muy elevado, las ventas serán difíciles y también, el producto y la empresa fracasarán.
Por lo anotado, los autores concluyen con la afirmación de que la fijación de precios es la más compleja de las tareas referidas a la administración, tarea que está a cargo de los especialistas en marketing, no del economista. Anotemos bien lo que dicen estos autores y todos los demás profesionales de la administración empresarial: El precio de un producto es solo una oferta para probar el pulso del mercado. Esta afirmación no sólo es cierta, también es Razonable y debería ser aceptada oficialmente; no hay necesidad de esconder hechos. Estas características son las que deberían aprovecharse para establecer un modelo económico en el que participen tanto la empresa privada como el Estado; de esta manera tendríamos una ciencia económica útil en la práctica y no un manojo de abstracciones especulativas que nadie toma en cuenta, pero que sirve para velar los procesos verdaderos.