Ya había señalado que la cultura griega había penetrado en el mundo judío y la había seducido, sobre todo a la población más privilegiada, empero aunque la población más rica y culta admiraba y aceptaba la cultura griega, las clases con mayores ingresos nunca son mayoría en las sociedades, el grueso de la población mantenía su identidad con la tradición y los valores del judaísmo, por lo que solamente se requería la chispa que iniciara el enfrentamiento final entre Helenismo y Judaísmo, esa chispa inició entre el 168 ó 167 a.e.c. con la prohibición de las prácticas judías. Los antecedentes iniciaron alrededor del 175 a.e.c., cuando un judío de alto linaje llamado Jasón, ofreció al monarca seléucida recién coronado Antíoco IV, una gran suma de dinero para ser el sumo sacerdote del templo de Jerusalén, unos años después en el 172 otro sacerdote de nombre Menelao siguió el ejemplo de Jasón y también sobornó al monarca logrando ser sumo sacerdote, las tensiones entre los grupos seguidores de ambos sacerdotes estuvieron a punto de estallar, pero la prudencia de los seguidores de Jasón fue lo suficiente para contenerlos al no querer contrariar a Antíoco.
Debido a los continuos enfrentamientos entre Tolomeos y Seléucidas por obtener el control de la zona y el hecho de que el reino seléucida se había convertido en vasallo de los romanos, Antíoco en el 169, inició una campaña en contra de Egipto que resultó fatal para sus intereses, al grado que llegó un rumor que Antíoco había fallecido, los seguidores de Jasón aprovecharon e iniciaron una guerra civil para recuperar el control del sumo sacerdocio, pero Antíoco no había fallecido solo había fracasado y al darse cuenta de los enfrentamientos en Jerusalén, decidió intervenir y saquear el templo como consuelo de su derrota en Egipto y la necesidad de tener recursos para pagar a los romanos. Un año después en el 168 a.e.c., los seléucidas establecieron de manera permanente su presencia en Jerusalén y de pronto en el 167 en lo que hoy sería diciembre y kislev en el calendario hebreo, los invasores iniciaron una persecución religiosa prohibiendo las costumbres judías, no podían observar los mandamientos, realizar circuncisiones, estudiar o poseer una Torah, observar el Shabat y otras fiestas, así como la nueva obligación de adorar a los ídolos de los invasores y construir sus altares (Levine, 2011, págs. 244 - 249). Tolerar al invasor, convivir con ellos, negociar e inclusive imitar su forma de vida era aceptable para la mayoría, pero atentar contra su propia identidad y el medio de cohesión que los había mantenido unidos durante casi 1500 años era lo último que podían soportar, la chispa de la rebelión incendió la yesca del nacionalismo judío en el 166 a.e.c. e inició la guerra, la organización de esta iniciativa y defensa del judaísmo estuvo a cargo del sacerdote Matatías y sus cinco hijos, llamados los Macabeos y un grupo religioso tradicional conocido como los Hasidim, predecesores de los fariseos y no relacionados con los modernos Hasidim (Jewish Virtual Library, 2000).
Las batallas en contra de los seléucidas fueron a favor de los Macabeos quienes confiscaban las armas y expandían sus fuerzas de ataque, Bright nos cuenta que afortunadamente para los judíos, Antíoco estaba en el 165 a.e.c. en una campaña contra el Imperio Parto, quienes desde el 250 a.e.c. habían iniciado la guerra a los Seléucidas por la toma de Mesopotamia, y los combates se habían endurecido por lo que Antíoco no podía enviar su principal ejército, pero aún así envío una fuerza considerable. Judas Macabeo con un plan estratégico tomó ventaja con el factor sorpresa, atacando el campamento enemigo cuando parte de sus fuerzas estaban ausentes. Al año siguiente en el 164, los seléucidas arremeten con una fuerza mayor, pero es probable que fuera un ejército improvisado por lo que justo en la frontera reciben una derrota aplastante. Los Macabeos entusiasmados con sus triunfos, en el 164 a.e.c. en el mes judío de Kislev, alrededor del diciembre del calendario gregoriano, tres años después del inicio de la persecución religiosa, culminó la revolución cuando las tropas de Judá Macabeo atacaron por sorpresa la guarnición en Jerusalén, capturaron la ciudad, purificaron el templo y restituyeron las actividades religiosas, el triunfo y la liberación del templo aún se celebra con la fiesta de Jánuca, además de que la línea de sumos sacerdotes fue reemplazada por la familia de los Macabeos, iniciando la dinastía conocida como Hasmoneos, nombre de la familia de sus ancestros (Bright, 2003, pág. 548).
Jánuca es la fiesta judía de las luces que dura ocho días, iniciando el día 25 del mes judío de Kislev, es después del pesaj o la pascua que celebra el éxodo, la fiesta más conocida del judaísmo, no por el simbolismo religioso ni la solemnidad que puede caracterizar a otras celebraciones, tampoco tiene la alegría de purim, sino que se conoce por la gran proximidad con la navidad cristiana y el paralelismo que existe al hacer regalos a los niños, muchos judíos celebran la Jacunavidad mezclando costumbres judías con cristianas. Como algunos han señalado, lo más irónico de esta fiesta, es que tiene su raíz en una revolución en contra de la asimilación y el intento de supresión de las costumbres judías, pero a la larga, se ha convertido en la más asimilada de las fiestas judías convirtiéndose en una fiesta secular en el calendario hebreo. (Jewish Virtual Library, 2000). En Jánuca se celebra la liberación y dedicación de nueva cuenta del templo, pero en específico y de acuerdo a la tradición, lo que se celebra es que al momento de volver a instaurar el servicio judío en el templo, solo había un poco de aceite que no había sido contaminado por los griegos para encender las luces en el templo, el aceite solamente alcanzaría para un día, pero fue suficiente para estar encendido durante ocho días, por eso la fiesta tiene esa duración en días y se conmemora el milagro de las luces, encendiendo una vela diaria hasta completar las ocho en una especie de candelabro llamado Janukia, el cual contiene espacio para nueve velas, una para cada día y otra adicional para el encendido de las demás.