Una de las características de la tipología del boliviano es que alberga en su psique dos sentimientos contrapuestos y, sin embargo, constitutivos de una misma unidad: la humildad y la soberbia. Al analizar ambas actitudes, considero que la humildad es el sentimiento de subestima con que nos evaluamos a nosotros mismos como individuos o como grupos humanos, y que se convierte en un complejo de inferioridad. Afirmo que la soberbia es la insana satisfacción de humillar a los que se considera “inferiores”, comportamiento que incluye ser, al mismo tiempo, insoportablemente servil con el “superior”. El sentido de humildad ha sido impuesto a los pueblos originarios con la intención de que no se atrevieran a levantarse contra el invasor. De este modo, la subestima de la personalidad ha sido considerada como una virtud y el trato despreciativo y despótico que recibían y reciben, como un derecho natural del conquistador.
No es mi intención reabrir viejas pústulas de nuestra historia, pero sí es la de apuntar la vertiente pretérita de donde surge la frustración y la rabia, convertidas en un franco revanchismo histórico que impulsan las acciones de los dirigentes más exaltados de los pueblos indígenas. Esas fuentes, donde hirvieron la soberbia y la arrogancia, vertidoras de los presentes ardores objetivados, constituyen una explicación histórica de las actitudes revanchistas, aunque de ninguna manera se mutan en justificadoras del odio con que esos dirigentes miran a todo lo que no es indio, sin distinguir que en esas épocas otros eran los tiempos y que ahora, por lo menos en la mayoría de nosotros, otras somos las gentes. Pero algo queda: el modo tan soez de tratar a los pueblos indígenas, aún en el presente, modo en el que fermentan el menosprecio y la altanería, ha propiciado el desdén y la repulsa de parte del Indio por todo lo que parezca, suene o huela a blanco, con lo que la vieja humildad se ha convertido en una agresiva soberbia.
A pesar de ello, hay una gran diferencia entre la soberbia del “Indio” y aquélla que efervece en el alma de nuestras élites blancoides: la del indio es una actitud defen-siva, una contestación que surge de la necesidad de luchar contra complejos de humildad y subestima, las que tanto daño le han hecho en el pasado. En síntesis, es un acto de defensa en contra de sus denostadores, aquellos que le han tratado de un modo tan perverso. La otra, la que proviene de algunas élites blancoides, no tiene una razón aparente de existir, puesto que el Indio nunca les ha hecho ningún mal en la historia; más bien ha proporcionado mano de obra prácticamente gratis a las generaciones pasadas. El desprecio de algunos blancoides hacia el Indio no tiene pues raíces históricas y, por lo tanto, no sólo es injustificable, sino también, inexplicable a la par. Por ello es que, en un acto de reflexión verdaderamente huma-na, es imperativo apelar a nuestra condición de personas solidarias y dejemos a los europeos y estadounidenses la estulticia de creer que son superiores, pero no cometamos el error de pretender imitarlos. Como un recordatorio de lo expresado, he aquí un pequeño consejo a los soberbios de todas las razas:
La feroz prevención escrita por el Dante a la entrada de su infierno, Dejad aquí toda esperanza”, cambia, para que a la puerta del templo de la vida leas con reverencia, la nueva cláusula que la misma vida os adelanta: Dejad aquí, hermano mío, toda arrogancia.
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