La etimología de la palabra “bienestar” (del latín bene y stare) nos lleva a repensar el “bien” y el “estar” como un entramado de resignificaciones que es necesario rearmar. Por una parte, “bien” nos remite a diversas expresiones afines, como la bondad, lo bueno, la perfección, todas referentes a lo que es bueno; y ello nos sitúa en la disyuntiva de aceptar si algo es bueno de por sí, o si ese algo participa en “el Bien”. Por otra parte, “estar” alude al vocablo estado —con minúsculas—, en un principio para distinguirlo del Estado, el cual designa el modo de ser de una determinada realidad, o el hecho de hallarse en una determinada situación o de un determinado modo. 1 También puede analizarse en comparación con las ideas del “ser” o del “ser así” y con otros vocablos, como esencia, existencia, ente, hábito, condición, etcétera. “Estar” también alude al concepto de “status”, término empleado en la Edad Media en expresiones como status naturae, “estado de naturaleza”, en la que dicho concepto está ligado a un sentido teológico y antropológico. Para Renato Lazzarini el concepto de status es un antecedente de “situación” (Citado en, Ferrater Mora, 1964, p. 581). Así visto, el sentido que toma es que cada cosa es propiamente su “estado” o su “estar”.
Por lo pronto, hacemos está pequeña descripción para dejar en claro que estamos frente a una conceptualización compleja, que de alguna manera todos parecemos entender pero que sin duda genera muchas preguntas a la hora de realizar un análisis más profundo y adecuado.
¿Cómo podemos estudiar el bienestar? Podemos abordarlo de diversos modos: como un término, una noción, un concepto, una expresión o una propiedad de algo, pero siempre tendremos las múltiples implicaciones que conlleva asumirlo desde una u otra perspectiva. Inicialmente nos enfrentamos a por lo menos dos configuraciones: la objetiva y la lógica. Si por bienestar entendemos un fenómeno mental, nos estamos refiriendo a una mirada subjetiva, y regularmente llevamos su análisis a lo psicológico; si lo consideramos como un “objeto formal” distinto a la expresión y al fenómeno, se puede analizar desde una mirada “objetiva” o formal, a través de la utilización de un enunciado lógico. En nuestra exposición nos inclinaremos por una mirada integral que comprenda ambos aspectos, tanto lo subjetivo como lo objetivo. Lo cual no quiere decir, ni que la psicología carezca de lenguaje lógico, ni que los fenómenos de la mente sean propiamente subjetivos. Sino que, hay plausibilidad más que verdad, remitiéndonos al diálogo de Sócrates en Eutidemo:
En efecto, Critón, así es, plausibilidad más que verdad. Pues no es fácil convencerlos de que los hombres, como todas las demás cosas que están entre dos y participan de ambas, si se encuentran entre una mala y una buena, son mejores que una y peores que la otra; si entre dos cosas buenas, pero con fines que no son los mismos, son peores que ambas, respecto al fin para el cual es útil cada una de las dos cosas de cuya composición resultan; si se encuentran entre dos cosas malas, pero con fines que no son los mismos, sólo éstas son mejores que el uno y el otro de los dos términos de los cuales participan. (Platón, 1987, p. 271)
Un acercamiento más sobre “el Bien” es la perspectiva de lo real, lo cual implica conocer si se le observa como un ente o ser, o una propiedad del ente o ser o si se le ve como un valor. Propiamente dicho, al referirse como valor, inicia la ruptura del mundo moderno, para el cual la naturaleza sólo tiene valor cuando el hombre se lo otorga con el trabajo, al describir, sobre todo, a qué realidad estamos aludiendo: metafísica, física o moral. Considerado como algo real, el Bien ha sido entendido o como Bien en sí mismo o como Bien relativo a otra cosa. Es decir, como bien puro y simple o como bien absoluto. En la concepción aristotélica puede decirse que el bien de cada cosa no es solamente su participación en el Bien absoluto y separado, sino que cada cosa puede tener su bien, esto es, su perfección.
Para la filosofía kantiana, la buena voluntad puede ser llamada algo bueno sin restricción, entonces el Bien moral aparece como el Bien sumo. El salto de la razón teórica a la razón práctica y, el hecho, que las grandes afirmaciones metafísicas de Kant sean postulados de esta última razón, pueden dar elementos para explicar la peculiar relación que hay entre el Bien metafísico y el Bien moral. Para Kant, en su tercer principio de Ideas para una historia universal en clave cosmopolita (1784)señala:
La naturaleza ha querido que el hombre extraiga por completo de sí mismo todo aquello que sobrepasa la estructuración mecánica de su existencia animal y que no participe de otra felicidad o perfección que la que él mismo, libre del instinto, se haya procurado por medio de la propia razón. (Kant, 1784/2005a, p. 36)
Se diría entonces que a la Naturaleza no le ha importado en absoluto que el hombre viva bien, sino que se vaya abriendo camino para hacerse digno, por medio de su comportamiento, de la vida y del bienestar. Y he aquí la razón del antagonismo como la indisociable sociabilidad de los hombres, esto es, el que su inclinación a vivir en sociedad sea inseparable de una hostilidad que amenaza constantemente por disolver esa sociedad.
Si hacemos un análisis literal del significado de la palabra “bien”, se le puede ver como un adverbio de modo, como un superlativo relativo y comparativo. Igualmente puede ser leído como un adverbio de cantidad en relación con un determinado valor, adverbio que pone también un énfasis en la carencia de valor. También se explica como una “conjunción distributiva o disyuntiva o como un adjetivo invariable, o a su vez a un sentido concesivo, también, como un complemento sin preposición o como verbo irregular, como un infinitivo o gerundio en una construcción típica del castellano” (Seco, 1998, p. 81). Es decir, que también desde la literalidad el propio concepto asume su complejidad. Un diagrama general se puede observar en la Ilustración 4.
Sin embargo, a efecto de rearmar lo dicho hasta aquí, formulemos un primer planteamiento: “el Bien” puede tomar al menos dos formas; es algo que está a la vez dentro y fuera de nosotros. Es decir, es a un tiempo inmanente y trascendente, dialécticamente hablando, lo que rompe la frontera entre la subjetividad y la objetividad. A lo que está dentro de nosotros lo nombramos como aquello que sentimos, pensamos y deseamos. Lo que está fuera de nosotros lo llamamos Naturaleza (lo otro o los otros), también dialécticamente, porque ya sabemos que nosotros mismos formamos parte de ella. Si unimos estos aspectos a la idea de “estar” con relación a una persona o a un grupo, o a una comunidad o sociedad determinada, a un cierto tiempo histórico y a una determinada manera de ver la vida, entonces ya podemos ver un primer armazón que tal vez más bien parezca un pequeño hilo conductor a través del concepto de bienestar que no pretende agotar los problemas que suscita, ni tampoco poner de relieve todas las dificultades que presenta su concepción. Esto, si acaso, apenas significa ideas primarias que preceden en el orden de las razones a toda dilucidación acerca del bienestar. Ahora bien, desde un análisis de la filosofía política, el bien y el estar, han sido palabras que han tomado diversos significados, desde las ideas de Sócrates sobre el placer y el bien, a las ideas sobre las estructuras sociales, las construcciones políticas del Estado, la concepción de ciudadanía y las nuevas acepciones sobre los significados culturales.
1 Puede emplearse “estado” para traducir la categoría aristotélica χάσχειν como “echado”, “sentado”. Esta categoría es traducida también por “situación” o “postura”. Podría asimismo emplearse “estado” para traducir la categoría aristotélica como “cortado”. Ésta es asimismo traducida como “pasión”. Esta posibilidad de usar el mismo término para traducir varias categorías, indica que hay diferentes modos de “estado” o, más precisamente, varios modos de “estar” (véase Ferrater, 1964: 581).