Bajo la perspectiva de análisis de este enfoque, cuyos trabajos iniciales fueron desarrollados por Fernando Cardoso, Enzo Faletto y Anibal Quijano, la estructura social y económica de la sociedad condiciona y explica los fenómenos sociales, por lo que la migración de los países de la región latinoamericana resulta como una consecuencia del propio proceso de desarrollo capitalista de la sociedad (Morejón (1994).
La visión de este enfoque, retoma el método analítico del materialismo dialéctico, que concibe a los fenómenos sociales como procesos históricos, dinámicos y contradictorios. De Marx se extrae la convicción de que a cada modo de producción le corresponde una particular ley de población, y la ley del capitalismo se basa en la tendencia expansiva sobre el resto del mundo del modelo de consumo industrial, provocando desequilibrios regionales que forzan al desplazamiento geográfico de contingentes humanos hacia los puntos focales de desarrollo centros urbanos y/o áreas capitalistas desarrolladas nacionales e internacionales) (Nava, 2000).
En correspondencia con la teoría desarrollada por Marx acerca de la propia capacidad del sistema capitalista de proveer sus necesidades de fuerza de trabajo, consideran que la movilidad es inherente al capitalismo y que la necesidad de centralización del capital y el avance del sistema en las distintas áreas geográficas aún no plenamente capitalistas, destruye las formas de producción pre-existentes, engendra fuerza de trabajo excedente, se profundizan los desequilibrios en las estructuras económicas y todo ello ocasiona la movilidad. Por lo tanto, los trabajadores migrantes son clases subalternas que se enmarcan en las leyes determinadas por el capital.
Al considerar a la estructura productiva y social un lugar central en la determinación de diferentes tipos de migración, la influencia de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción sobre las condiciones de vida y trabajo, son determinantes de la reproducción cualitativa y cuantitativa de los seres humanos (Argüello, 1973; Singer, 1972). Tal influencia sobre la población, “obliga a introducir el estudio de la migración en el análisis de la estructura económica y de sus variaciones, entendida ésta como el conjunto de las relaciones de producción que los individuos establecen entre sí y con los medio de producción, por ello; la causa de la migración en el carácter de la estructura económica de la sociedad, en el conjunto de las relaciones de producción que define a los individuos dentro de una determinada situación de clase, característica que provocaría por un lado que los individuos se vean impulsados a salir de un determinado lugar..., cuya estructura económica no sería capaz de absorberlos” (Fernández, 1975).
En este contexto, por tanto, “la migración constituye un fenómeno estructural, que forma parte de procesos mayores de industrialización, urbanización y producción en el campo, e histórico, puesto que las circunstancias históricas en que se produce le imprimen modalidades particulares” (Arizpe, 1978).
Al respecto Singer (1981), afirma que la existencia de desigualdades regionales puede ser vista como el motor principal de las migraciones internas que acompañan a la industrialización del modelo capitalista, y que los factores clásicos de mano de obra campesino que originan las migraciones por un proceso de industrialización son: a) los que se derivan por el cambio tecnológico, que modifican la división del trabajo y uso de la tierra, desplazando fuerza de trabajo que no encuentran acomodo y son obligados a emigrar de forma masiva; b) los que se presentan por situación de estancamiento, que se dan en zonas pauperizadas en agricultura de subsistencia, en donde la creciente presión sobre la tierra, la elevada tasa de crecimiento poblacional, la desigual distribución de los recursos agrícolas, impiden la absorción productiva de crecientes sectores poblacionales excedentarios que se ven obligados a emigrar, como ejército de reserva (Nava, 2000).
La economía campesina, al estar incapacitada para absorber su propio crecimiento demográfico y al enfrentar el intercambio desigual de productos entre campo y ciudad, que descapitaliza e impide su autosuficiencia, provoca la pobreza, el desempleo y subempleo; generando con ello una masiva migración de personas a zonas más favorecidas.
En la época en que el paradigma histórico estructural tiene auge, México, como muchos países latinoamericanos, tenía un papel de proveedor de materia prima y mano de obra barata para Estados Unidos, convirtiéndose así en un ejemplo típico del condicionamiento externo de los flujos migratorios y su carácter estructural (Nava, 2000).
Si bien es cierto, los aportes de este paradigma han sido objeto de critica, sobre todo si se trata de entender la migración transnacional contemporánea, con una galopante globalización de las economías, en la que existe una flexibilización productiva, laboral, financiera, comercial, etcétera, no se puede soslayar la gran influencia que ejerce la estructura socio-productiva de las regiones, como uno de los principales mecanismos que inducen y perpetúan las migraciones.
Por lo antes expuesto, y como se mencionó en la parte introductoria; los aportes de este modelo servirán como fundamento teórico que dé sustento a la presente investigación, toda vez que parte del estudio de la situación en que se encuentran los factores socioeconómicos donde se desenvuelve el entorno de las comunidades y por tanto, de sus poblaciones; del análisis de la estructura social y económica de la región, del nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, considerados todos estos, como determinantes estructurales para que se origine, se presente y se mantenga el fenómeno migratorio.
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