Desde finales de los sesenta, en los estudios de las ciencias sociales se aceptó que el término “género”, hacía referencia a la desigualdad social entre hombres y mujeres. Posteriormente en la década de los setenta, por el vació en torno al estudio de las mujeres, se da inicio a la construcción e incorporación de un cuerpo teórico capaz de contemplar las relaciones entre hombres y mujeres en todos los ámbitos de la sociedad (discriminación en el trabajo, ausencia de la vida pública, violencia sexual, etc.), mejorar las condiciones de vida de las mujeres, entre otros aspectos (Parella, 2003).
Para el caso de investigaciones sobre migración femenina, los principales motivos para que éstas no hayan sido tomadas en cuenta al construir los marcos teóricos de las migraciones humanas, obedece sobre todo al rol reproductivo que la sociedad les ha asignado, dando por sentado que la migración debe ser masculina (por ubicarse en la esfera de lo público y lo productivo), y la migración femenina, en todo caso, se convierte en solo de acompañamiento (por estar confinadas a lo privado, doméstico y lo reproductivo) (Parella, 2003).
De acuerdo a Marroni (2006), la categoría feminización de la migración nace como una vertiente de los estudios sobre género y migración, que emergen a partir de los ochentas del siglo pasado. Su incorporación a estos estudios se refería inicialmente a la crítica de las concepciones que invisibilizaron a la mujer en los desplazamientos poblacionales internacionales y la transformaban en un apéndice de los movimientos masculinos: como en otros fenómenos el sujeto por excelencia de las migraciones internacionales eran los hombres.
Así, ante el incremento de la migración cuya participación de mujeres tornaba ser más activa, los estudios pusieron de relieve la poca producción desde la perspectiva de género en las teorías migratorias, pues no recogían los factores que las motivaban, limitándose a explicar que las razones de las mujeres para emigrar, eran porque van siguiendo al jefe del hogar como esposas o como hijas; porque se trataba de mujeres jóvenes que son enviadas por sus padres a trabajar a la ciudad como empleadas domésticas o como obreras en las fábricas (Arizpe, 1980, 1989; Trigueros, 1994).
Pese a estos vacíos teóricos en torno a la participación de la mujer en los movimientos migratorios, existen algunas aproximaciones conceptuales, entre las que destacan la visión neoclásica y la estructuralista, las cuales de manera resumida se sustentan en lo siguiente:
Los planteamientos de este paradigma han sido criticados por varias razones: en primer lugar, al estudiar los factores que intervienen en la selectividad de las mujeres migrantes, este enfoque no considera adecuadamente el hecho de que las mujeres no constituyen un grupo homogéneo. Dicha selectividad sólo es tratada en términos de logros educacionales (que afecta indirectamente las tasas de salarios) y en términos de su origen, rural o urbano. Así las diferencias entre mujeres debidas a su pertenencia de clase o sector social, a los momentos de su ciclo de vida, así como a sus antecedentes culturales, entre otras, son en gran parte descartadas en el análisis (Ángeles y Rojas, 2000).
Tal omisión traslada a la crítica siguiente: muchos factores sociales que condicionan la participación en los flujos migratorios, sobre todo de aquellos que influyen en la participación relativa de hombres y mujeres en los mercados laborales en los lugares de origen y de destino, son tratados de manera secundaria.
Y finalmente, en algunos casos en la teoría neoclásica se tiende a tratar a las mujeres como un grupo especial, cuya participación en los flujos de migración requiere explicación, mientras que la masculina no la requieres, pues se asume que tiene pocos problemas y es reducible a tasas diferenciales de salarios (Chant y Radcliffe, 1992).
Si bien, la preocupación estructuralista por comprender las transformaciones en las relaciones y localizaciones de producción ha permitido conocer mejor el papel de las mujeres en estos cambios, también han revelado procesos que apuntan y dan forma a la participación femenina en los flujos migratorios a través del tiempo. Sin embargo, un énfasis sobre la producción significa que las relaciones de reproducción en las cuales las mujeres (y los hombres) están involucradas son marginales dentro de las perspectivas estructuralistas (Chant y Radcliffe, 1992).
Por su parte, Suárez y Zapata (2004) mencionan que Gregorio (1999), encuentra que hay algunos intentos de incluir la perspectiva de género en los estudios sobre la migración y cuando se hace se enriquece el análisis. En primera instancia, propone una diferenciación entre los móviles de la migración masculina y la femenina. Cita a varias autoras que encuentran que los movimientos migratorios de los hombres están mediatizados por causas económicas mientras los femeninos por causas sociales. Entre estos últimos, se encuentra el deseo de independencia, embarazos prematrimoniales, ruptura matrimonial y la viudedad. En estos trabajos se cayó en una dicotomía ampliamente rechazada desde el feminismo por la cual los fenómenos asociados a la mujer caían dentro del ámbito privado y los del hombre en el público.
Las causas de la emigración de las mujeres son en términos cualitativos diferentes, aunque vinculadas a su relación con el sistema sexo-género de la sociedad, por varias razones. En primer lugar, la emigración de las mujeres es distinta por el rol reproductivo asignado. La centralidad del rol reproductivo de la mujer hace que la emigración les sea más difícil, de ahí que sea importante entender cómo es que ellas migran, y/o qué las hace moverse.
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