A partir del año 300 n.e. la crisis del sistema esclavista en el campo, las oleadas de los llamados pueblos bárbaros o pueblos nororientales, dígase godos, visigodos, ostrogodos, francos, alamanes, hunos y vándalos hicieron posible el derrumbe paulatino del Imperio Romano Occidental hasta su total extinción en el siglo VIII. A partir de este momento, los reinos europeos fundados en el antiguo territorio romano y herederos de sus tradiciones culturales, adoptaron el cristianismo como religión y se vincularon a las poblaciones conquistadas estableciendo relaciones de dominio opuestas al tipo centralizador antiguamente conocido.
Esta forma de descentralización del territorio estaba en función del otorgamiento por parte de los distintos monarcas de grandes extensiones de tierra a sus más allegados súbditos, debido a compromisos políticos y militares con los mismos. Así se establecía un vínculo entre el centro de poder monárquico y la cúspide militar que rodeaba a este. “Esos territorios, recibidos del rey para que los gobernaran, pasaron a ser cada vez más de la propia y absoluta jurisdicción de los señores, que poco a poco empezaron a considerarlos también como su propiedad privada…” 2
A este territorio concedido, y al contrato vitalicio y hereditario por la posesión del mismo se le llamó feudo.
El señor feudal o poseedor del feudo adquiría no solo el territorio en cuestión sino también las riquezas que este poseía y la población que lo habitaba. Dicha población entonces, en pos de la búsqueda de medios de subsistencia establecía un contrato de vasallaje o pleitesía con el dueño de la tierra mediante el cual el mismo autorizaba la utilización del terreno como medio de producción a cambio de un por ciento de los productos del mismo, o de las especies producidas mediante la explotación del mismo; la obligatoriedad de prestar servicios militares al señor feudal en caso de agresión y la plena obediencia a sus designios.
El feudo llegó a consolidarse como “unidad económica, social y política de marcada tendencia a la autonomía y destinada a ser cada vez más un ámbito cerrado”3 , prácticamente autosuficiente al cubrir la mayor parte de las necesidades de los señores feudales y de los campesinos o siervos.
Este tipo de economía natural, por las formas de intercambio que se realizaba, y cerrada, por el grado de aislamiento económico con relación a otros territorios hizo posible que el nivel de descentralización de los reinos europeos en esta etapa fuera cada vez mayor, el poder de los soberanos se hizo cada vez menos eficaz para con sus súbditos y los feudos se convirtieron en microestados, dibujando sobre el mapa europeo un mosaico de territorios independientes entre sí.4
El grado de autonomía del feudo como unidad económica hizo posible también la paulatina desaparición de las ciudades, al perder estas su importancia como centros nodales territoriales y de intercambio comercial. Por tanto en esta etapa la ruralización económica se agudizó y el centro de poder de la economía se concentró en los castillos y ciudadelas feudales, pero sobre todo en conventos y monasterios católicos.
La falta de comunicación entre los distintos territorios feudales trajo consigo la concentración en cada uno de ellos de formas particulares de la producción. En cada feudo, tomando en consideración sobre todo el medio natural en que se encontraba, se desarrolló un determinado modo de la producción vinculado a uno o varios productos de la tierra, estos llegaron, con el paso del tiempo a tipificar el territorio en cuestión y a identificarlo en su relación con otros. Las relaciones de producción se adecuaron al proceso de obtención del producto de cada feudo, lo cual trajo consigo que no solo el producto se convirtiera en artículo identitario sino también las formas de obtención del mismo pasaron a formar parte de las diversas expresiones de la cultura, todo lo cual otorgó características propias que marcaron las diferencias económicas y socioculturales entre uno y otro territorio, distinguiéndose cada uno por las formas identitarias de proyectarse en cuanto a la tradición y las costumbres.
El proceso de homogenización estructural de cada uno de estos feudos concentró el quehacer cotidiano de los mismos en construcciones originales, la población del feudo se identificaba con el territorio en cuestión habitado y lo hacía parte de su quehacer identitario. Es para el siglo XI que se comienza a utilizar por parte de la iglesia católica el término de pays para identificar estas construcciones territoriales con modos de vida originales o únicos. El nivel de homogenización de la sociedad en cada uno de ellos fue estableciendo los límites entre unos y otros, y aunque las fronteras socioculturales entre los mismos no se encontraban preescritas bajo la norma jurídica o administrativa, sí era identificable la diferencia entre los modos culturales de unos y de otros.
La tradición inventada 5 a partir de la cotidianidad fue estableciendo el sistema simbólico mediante el cual se marcaba la desigualdad entre el yo o el mío cultural y social, y el ellos o los suyos culturales y sociales.
El proceso de autorreconocimiento se hizo cada vez más visible en la medida en que la población aumentaba en cada uno de los feudos y las generaciones establecieron modos de la cultura tradicional cada vez más originales e identificados con el territorio que habitaban.
Entre los siglos XII y XIII la rehabilitación del comercio en Europa occidental por efecto del excedente en la agricultura debido a la revolución en el campo de la técnica agrícola feudal, la apertura de las vías comerciales por la reactivación de las relaciones de los reinos occidentales con el Imperio Bizantino, y las cruzadas cristianas como pretexto para la expansión católica hacia el oriente; hicieron posible la aparición de los mercados alrededor de las ciudadelas medievales, floreciendo así el intercambio comercial entre los diversos territorios europeos y reapareciendo las urbes con su función económica primaria: el comercio.
Dichas concentraciones urbanas se asentaron, como se mencionó, alrededor de los centros de poder de los feudos, dígase castillos, ciudadelas, conventos o monasterios. Los mercados abiertos a tenor del intercambio se asentaron a la orillas de las murallas y fueron llamados burgos o portus, y a sus habitantes burgueses o portmans, quienes ya no se dedicaban a las labores agrícolas, sino que se especializaron en el trasiego comercial y la usura.6 Ocurre entonces un proceso de despoblamiento del campo y la migración hacia las nuevas ciudades tras el mejoramiento de la vida y del rompimiento de las cadenas que por virtud del vasallaje se sostenían de la tierra así fue como: “de los siervos de la Edad Media surgieron los vecinos libres de las primeras ciudades…”7
Con el resurgir de las ciudades aparecen los centros nodales o núcleos de los territorios feudales. El poder político y administrativo se concentra en las villas y el germen de una nueva clase social hace entrada en el acontecer histórico de la época: la burguesía.8
El proceso de homogeneización cultural del feudo y la tradición inventada a partir del proceso de la producción no quedan truncos con estas trasformaciones, sino que tienden a fortalecerse. Aunque parezca contradictoria dicha tesis, la misma es producto de la tendencia arraigada por la economía natural cerrada durante tantos años a proteger más que a fortalecer los límites culturales y mercantiles, a la vez que estimulan el intercambio fronterizo y entre los centros nodales de cada uno de los territorios homogéneos.
La apertura al producto foráneo y con ello a la tradición y a la cultura exterior conlleva a un cambio en el establishment. La fortaleza feudal ya no será el centro de la política y la guerra, las operaciones más importantes se trasladarán a sus alrededores; es decir, a sus plazas. Las luchas ya no serán en función de la obtención de la tierra sino en función del control de los mercados, los centros nodales y la infraestructura mercantil.
Es en este contexto que la burguesía impulsa los viajes de descubrimientos geográficos, motivados por el cierre de las rutas comerciales hacia el Oriente posterior a la caída del Imperio Bizantino y el rígido monopolio de las ciudades italianas, amén de la consolidación de las monarquías en Europa y, sobre todo, en la península ibérica.
El proceso de consolidación monárquica trae consigo el desplazamiento del poder fraccionado de la nobleza feudal hacia la centralización efectiva de los reyes y príncipes del viejo continente. En esencia “el poder real, apoyándose en los habitantes de las ciudades, quebrantó el poderío de la nobleza feudal y estableció grandes monarquías, basadas esencialmente en el principio nacional y en cuyo seno se desarrollaron las naciones europeas modernas…”9
A partir de que la estructura territorial del feudo entra en franca crisis existencial por el desplazamiento de las fronteras en función de la centralización a nivel nacional, comienza en Europa, en el siglo XV, el proceso de construcción de los estados nacionales, que, bajo la apariencia del cetro de la realeza, es la forma que adopta la ya consolidada burguesía comercial para establecer su poder al lado de las monarquías tradicionales.
Sin embargo, no en todos los territorios europeos el proceso se origina de la misma manera. Mientras que en la península ibérica se realiza a través de las uniones matrimoniales en el seno de la nobleza y la reconquista de los territorios musulmanes, en Inglaterra se manifiesta, entre otros aspectos, a través el rompimiento con la Iglesia Católica Occidental y la implementación en la isla británica de un nuevo tipo de iglesia: la anglicana. En Alemania e Italia la situación de la formación de los estados nacionales no se hace efectiva hasta cuatro siglos después debido, fundamentalmente, a la posición estratégica que disfrutan los feudos de estos territorios y a la búsqueda por parte de las burguesías de mecanismos menos comprometidos con los poderes de la nobleza y el clero.
El proceso de construcción de los estados nacionales europeos, aunque afectó en la medida de lo territorial a la unidad básica feudal en detrimento de las fronteras de la misma, no tuvo incidencias catastróficas a la hora de analizar el impacto de estos en el orden de lo económico y lo sociocultural.10
Desde el punto de vista económico, el producto identitario de la región feudal permaneció formando parte de la tradición regional y además, en la medida de su importancia en el mercado internacional, se fue identificando con la simbología detentada por la burguesía comercial, favoreciendo la representatividad del estado nación al cual pertenece. Lo mismo sucedió con la parte del proceso de la producción que marcó identitariamente una región feudal, este fue convertido en la medida de lo conveniente en parte de la tradición ya no regional ni local, sino nacional; y las fronteras en el imaginario colectivo acerca del proceso de la producción quedan inmersas en un estado de laxitud temporal mediante el cual es poco verificable en qué dimensión espacial estas terminan y comienzan otras.
Desde el punto de vista sociocultural permanecen los elementos particulares de cada región feudal, a los cuales se agregan aquellos que convergen propiciando la construcción del estado nación.
Sin embargo, a partir del siglo XVII, el tema del estado nación burgués y su contraposición a la descentralización feudal se vio afectado por la toma del poder político de una parte del burguesía europea. Ello trae como consecuencia un proceso de aceleración de los cambios en términos territoriales y, sobre todo un proceso de reestructuración de la producción al concentrarse la misma en las áreas urbanas y aplicarse para ella nuevas técnicas que van a dar, en gran medida, al traste con los elementos identificativos de las regiones feudales.
Es, a partir de ese siglo, que las regiones europeas se definen en función de la reestructuración del proceso de producción y de la concentración del capital. Mientras en el campo sobreviven formas de vasallaje tradicionales, en las ciudades la relación entre la burguesía y el naciente proletariado trae consigo que la concentración de la producción urbana vaya en franco crecimiento y que aparezca por este siglo la urbe como centro nodal de la producción en relación con el crecimiento acelerado del comercio.
“…En la Edad Media…el Estado no se basaba en uniones gentilicias, sino en uniones locales…el Estado se dividía en varios territorios aislados…Solo el nuevo período de la historia (aproximadamente desde el siglo XVII) se caracteriza por la fusión de todas las regiones…pero no fueron los nexos gentilicios…y ni siquiera su continuación ni su generalización los que motivaron esta fusión, sino el haberse intensificado el intercambio entre las regiones, el haber crecido gradualmente la circulación de mercancías, el haberse concentrado los pequeños mercados locales en un solo mercado…” 11
Así, la subordinación de la producción agrícola a la producción urbana cambia el panorama de las regiones feudales al ubicar un núcleo de llegada y partida de la producción fuera del espacio rural y, contradictoriamente, en el centro del mismo. A la vez, la producción que emerge del espacio urbano es destinada al intercambio in situ solo en las proporciones que demanda la región, se desplaza hacia las regiones adyacentes en la media de las proporciones y en inmensas proporciones hacia los centros del poder político y económico.
En este período para Europa se define la región centrada o nucleada, que va a ser la forma primaria que adoptará el espacio regional en pos de la modernidad y de la primigenia constitución territorial del estado nación moderno.
1 Es determinante en la fundamentación de este epígrafe la consulta íntegra de: Pirenne, Henry. Historia Económica y Social de la Edad Media. Fondo de Cultura Económica. México. 1941.
2 Romero, José Luis. La Edad Media. Fondo de Cultura Económica. México. 1963. Pág. 47
3 Romero, José Luis. La Edad Media. Fondo de Cultura Económica. México. 1963. Pág. 48
4 Engles acota lo anterior cuando clasifica los diferentes tipos de Estado a lo largo de la historia y la forma en que estos mantuvieron el poder político: “Lo mismo sucede en el Estado feudal de la Edad Media, donde el poder político se distribuyó según la propiedad territorial”. Ver en: Engels, Federico. El origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado. Marx, Carlos y Federico Engels. Obras Escogidas en Dos Tomos. Editorial Progreso. Moscú. 1955. Tomo II. Pág. 319
5 “Terence Ranger y Eric Hobsbawm dedicaron su excelente libro La Invención de la Tradición al análisis, con hechos concretos, de cómo se fabrican tradiciones y ceremonias, supuestamente muy antiguas, con el fin de lograr la cohesión de sociedades compuestas por grupos étnicos diferentes que de otra manera no tendrían nada común que reivindicar en su pasado histórico.” Citado de: Santa Cabrera, Boris. El Estado-nación: la polémica filosófica y socio política en torno a su viabilidad y perspectivas en el contexto de la globalización. Tesis para Optar por el Grado de Doctor en Ciencias Filosóficas. Universidad Central “Marta Abreu” de Las Villas. Facultad de Ciencias Sociales. Departamento de Marxismo. Santa Clara. 2008
6 Ver en: Engels, Federico. Del Socialismo utópico al Socialismo científico. Marx, Carlos y Federico Engels. Obras Escogidas en Dos Tomos. Editorial Progreso. Moscú. 1955. Tomo II. Pp. 139-140
7 Ver en: Marx, Carlos y Federico Engels. Manifiesto del Partido Comunista. Marx, Carlos y Federico Engels. Obras Escogidas en Dos Tomos. Editorial Progreso. Moscú. 1955. Tomo I. Pág. 20
8 Marrero, Leví. Historia Antigua y Medieval. Editorial Minerva. Obispo 530. La Habana. 1943. Pp. 406-417
9 Engels, F. Introducción a la Dialéctica de la Naturaleza. Marx, Carlos y Federico Engels. Obras Escogidas en Dos Tomos. Editorial Progreso. Moscú. 1955. Tomo II. pág. 55
10 De hecho, Engels acota que el éxito de los estados nacionales europeos estriba también en la diversidad inherente a los mismos en cuanto a formas de la producción y de la cultura se refiere, todo lo cual tiene su origen en el principio de la desarticulación política y económica acontecida durante el feudalismo. Ver en: Engels, Federico. El origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado. Marx, Carlos y Federico Engels. Obras Escogidas en Dos Tomos. Editorial Progreso. Moscú. 1955. Tomo II. Pág. 303-304
11 Lenin, V.I. Quienes son los “amigos del pueblo” y como luchan contra los socialdemócratas. Tomo 1.Obras Completas. Editorial Progreso. Moscú. 1984. Pp. 159-160.