LA ÉTICA PROFESIONAL DE LOS INVESTIGADORES EN TECNOLOGÍA DE LA INFORMACIÓN

Virginia Morales Sánchez

1.1.2 El proceso de conformación de la investigación científica como una actividad profesional.


La aparición del término “científico” por primera vez, aún como una idea vaga, fue en el siglo XVI, y principios del siglo XVII en Europa [Ben-David, 1984: 12]. Por esos tiempos solía llamársele filósofo natural, filósofo experimental o virtuoso, a quien en su tiempo libre o como ocupación principal realizaba actividades de investigación científica, es decir, pro­ducía conocimiento científico. No obstante, no fue sino hasta el siglo XIX que se acuñó el término “científico” en Inglaterra, mismo que sustituyó a estas denominaciones anteriores [Ben-David, 1984: xii].

La producción de conocimiento científico como una actividad reconocida profesional y so­cialmente, ha recorrido un largo camino histórico, con distintos momentos asociados princi­palmente a las condiciones sociales existentes.
Es evidente que el proceso de institucionalización de la ciencia dio pasos vertiginosos en el periodo renacentista, sobre todo en tres aspectos. El primero tiene que ver con la creación formalizada de colectivos o asociaciones científicas, en su forma de academias de la ciencia en distintas partes de Europa, permitiendo el inicio de la construcción del conjunto de nor­mas y la construcción de un sistema de valores asociados con la ciencia que permitieron su aceptación social.
El reconocimiento social de la ciencia y la tecnología, fue una consecuencia de importancia en la construcción del bien social, manifestada en la gran cantidad de inventos desarrollados para cubrir las necesidades derivadas del crecimiento de las ciudades, las que demandaban servicios urbanos más complejos y en mayor escala [Ben-David, 1984: 60]; el comercio marí­timo demandó la construcción de más y mejores barcos y puertos, lo que hizo que el trabajo de los ingenieros y artesanos tuviera mayor demanda, otorgándoles una nueva y más preciada posición social.
Otro factor detonante del proceso de institucionalización de la ciencia fue la conformación de un incipiente, pero ya formal, sistema de instrucción y enseñanza de la ciencia en la mayor parte de los países europeos. Los círculos intelectuales en Florencia, Roma y Nápoles que aparecieron alrededor del año 1440 y más tarde en París y Londres, con un carácter informal, pues eran grupos conformados por un maestro y sus discípulos, o bien un grupo de intelec­tuales que disfrutaban el patrocinio de algún magnate o un príncipe; que operaban separados de las universidades y en cuyo seno se discutían temas de filosofía, ciencia, literatura y arte; son el antecedente directo de las academias [Ben-David, 1984: 61]. Sin embargo, a pesar de la formalización de la academia de literatura, entre otras, a mediados y finales del siglo XVI, la formalización de las academias en ciencias naturales, no sucedió hasta finales del siglo XVII y en el XVIII.
Para la edificación de los mecanismos de regulación para el acceso y las formas de ejercicio de la actividad científica, existen distintas explicaciones, una de ellas está en la tesis puritana de Merton [1964] en la que atribuye el origen de la ciencia moderna, a los vínculos que se establecieron entre el protestantismo, la filosofía y la ciencia. En la segunda mitad del siglo XVI, filósofos y pedagogos, entre los que se encontraban Peter Ramus, Bernard Palissy en sus inicios, seguidos por Francisco Bacon, Comenius, Samuel Hartlit, entre otros, organizaron el movimiento conocido como la utopía científica, cuyo planteamiento hablaba de una salvación mundana o material que se alcanzaría a través de la ciencia y la tecnología, mediante su efectiva organización y soporte [Ben-David, 1984: 70].
De esta manera muchos de los valores y características que atribuimos a la ciencia, fueron he­redadas del protestantismo, por ejemplo: el utilitarismo y el empirismo [Merton, 1964: 664]. El primero, tiene que ver con la idea puritana del bienestar social, es decir, la búsqueda del bien de muchos, como una meta que hay que tener siempre presente, la ciencia debía ser fomentada y alimentada porque conducía al dominio de la naturaleza mediante la innovación tecnológica; qué cosa más noble que las invenciones tan útiles para la vida y el estado del hombre. El segundo, está relacionado con el pensamiento puritano acerca de que el trabajo sistemático y metódico debe ser una constante en nuestra ocupación, a fin de alejarnos de las distracciones espirituales; qué otra actividad más sistemática y demandante que la experimentación.
Otro resultado del vínculo entre ciencia y protestantismo, fue el impulso que se dio a las aca­demias en el siglo XVII, los filósofos protestantes creían en la valoración social positiva de la ciencia, por lo que retomando el modelo de las academias Italianas, se crearon: La Academia Secretorum Naturae en Italia, la Academia de Lincei fundada en 1603, en Inglaterra la Royal Society fundada en 1662 y en Francia la Academie des Sciences fundada en 1666.

Las Academias del siglo XVII eran verdaderos centros de investigaciones y discusiones cien­tíficas, los más importantes hombres de ciencia del siglo XVII pertenecieron o estuvieron estrechamente vinculados a las labores de éstas: la libre discusión, la búsqueda de la utilidad de la ciencia, las artes industriales, y la divulgación de los nuevos descubrimientos [Azuela, 2002:97].
Estas academias fueron la piedra angular en la construcción de los mecanismos de regulación para el acceso y las formas del ejercicio de la actividad científica, pues cada una en su momento, dictó las directrices del modelo de organización de la actividad científica, pues su prestigió hacía que intelectuales de muy diversas regiones no sólo de Europa, adoptaran los principios dictados desde estos centros de actividad científica.
La importancia que adquirió la ciencia, por el impulso que le dieron las prestigiadas academias europeas, provocó transformaciones en el interior de las universidades europeas como: Halle, Königsberg, Gotinga, Heidelberg, Cambridge, entre otras; en ellas se inició una fuerte promo­ción de la educación basada en la ciencia y las aplicaciones prácticas [Merton, 1964: 676]. A finales del siglo XVIII una vez que Francia se había convertido en el nuevo centro del mundo científico, se creó una nueva estructura educativa y científica que permitió a los intelectuales seculares apoderarse del monopolio intelectual previamente ejercido por el clero, derivando de ello, una nueva organización de la educación y que el gobierno priorizara el suministro de carreras para intelectuales seculares, incluyendo a los científicos. Los establecimientos univer­sitarios franceses tuvieron excelentes laboratorios, que eran complementados por estableci­mientos únicamente dedicados a la investigación como el Instituto, el Observatorio y el Museo de Historia Natural [Ben-David, 1984:94].
Estos acontecimientos, hicieron que la ciencia dejara de estar determinada sólo por las prefe­rencias de la comunidad intelectual, y de quienes la financiaban, para depender también de la organización de la educación superior.

Francia no pudo adaptarse con rapidez a esta nueva demanda de la ciencia, sobre una nueva estructura científica más relacionada con la organización de educación superior, pero en Ale­mania a mediados del siglo XIX se dieron las condiciones para crear esta nueva organización científica, que más tarde fue mejorada en Estados Unidos.
La transformación interna de la ciencia, su organización como actividad, su burocracia interna, su reconocimiento como carrera profesional, se llevaron a cabo en Alemania entre 1825 y 1900 [Ben-David, 1984: 108]. En aquellos momentos, el reto era asegurar el trabajo permanente de la investigación científica, dentro del marco burocrático gubernamental, sin que éste interfiriera con la libertad y espontaneidad de la creación científica; el detonante de todo fue el proceso de organización de la investigación en Alemania y después otros países de Europa Central y Oriental, para lograr esta libertad fue necesario armar protecciones especiales, que consistieron en una nueva organización que diera privilegios especiales de libertad para quienes desarro­llaran investigación científica. Esta organización debía establecerse de tal forma que evitara su transformación en una autocracia o una jerárquica burocracia.
Las innovaciones implicaron la creación de un corporativismo académico, mediante el cual con­trarrestar el despotismo del Estado; las reformas contemplaron la transferencia de la supervisión financiera de las universidades hacia el Estado, así como de la responsabilidad de parte de los exámenes necesarios para ejercer la práctica profesional y las adjudicaciones de la cátedra.
Un segundo mecanismo, fue la creación de estamentos universitarios para la asignación de privilegios y el aseguramiento de la alta calidad de los nombramientos. Así, el requerimien­to para un nombramiento académico fue la Habilitation, que era una contribución origi­nal basada en una investigación independiente. Esta tenía como propósito asegurar que los nombramientos para cátedra pudieran ser para gente competente y altamente motivada en el desarrollo de investigación. Para los profesores universitarios se estableció una compen­sación denominada Privatdozent, la posesión de esta categoría implicaba una remuneración económica obtenida a partir del pago de los estudiantes que se inscriben a su curso, es decir que eran profesores no asalariados.
De estos últimos, aquellos que destacaban eran quienes se perfilaban para profesores asala­riados. En este sentido, el mecanismo para destacar estaba en función de las contribuciones científicas que se hicieran en el campo que se trabajaba, de la opinión pública de la comunidad científica y de estudiantes, la cual era factible de ser ponderada; los estudiantes tenían libertad para elegir sus clases, para asistir o no a ellas, y para transferir créditos de una universidad a otra, el interés de éstos por las clases y el reconocimiento de los maestros de su campo de estudio eran los indicadores considerados para un asenso [Ben-David, 1984: 117-123].
Este tipo de organización en las universidades alemanas fomentó el desarrollo de la investiga­ción científica, al asumir que los maestros podían ser excepcionales científicos, e incorporar como requisito para impartir una cátedra, la realización de actividades de investigación. El hecho de que fuese realizada como una actividad complementaria no remunerada y conside­rada como un mecanismo para el reclutamiento de los académicos impidió, en este periodo, su conformación como una carrera profesionalmente reconocida, así como la consolidación de una organización propia de la actividad científica.
Si bien podía reconocerse la conformación de comunidades científicas por campos de cono­cimiento, a través de las redes interuniversitarias de comunicaciones, los grupos móviles de estudiantes y profesores pertenecientes al campo, éstas estaban desdibujadas, por lo tanto, no podían ser consultadas para determinar el valor de una contribución científica, o el mérito de los colaboradores, o servir como guía para la organización de la formación y la enseñanza en investigación de algún campo dado.

El acontecimiento que formó y organizó a las comunidades científicas fue la fundación en las universidades de los laboratorios para la investigación. Entre 1825 y 1870 en Alemania fue creado deliberadamente el rol de profesor-investigador como resultado de las reformas en las universidades alemanas, pero la aparición de los laboratorios entre 1860 y 1870, provocó un aumento considerable en la realización de investigación organizada, por la propia dinámica interna de los laboratorios la cual dotó de una nueva estructura a la investigación al propor­cionarle nuevas características en cuanto a las actividades, los tiempos y los procedimientos para su realización.
Los laboratorios exigían que toda investigación iniciara con una idea original con implicaciones prácticas, cuya exploración y explotación debían realizarse en corto tiempo, por un grupo de trabajo exclusivo para la tarea y con una dinámica de trabajo intensa y continua [Ben-David, 1984: 126].
Esta forma de trabajo en los laboratorios de las universidades organizó no sólo la investigación, sino también sus procesos de formación y entrenamiento, transformándola en una carrera regular, en la que científicos de un gran número de campos iniciaron desarrollos dentro de una más estrecha gama de problemas, es decir, se inició la concentración y coordinación de esfuerzos durante el proceso de investigación, al hacerse una elección selectiva de problemas de un área para convertirse en investigaciones.
Para 1880 los campos de las ciencias naturales se habían vuelto tan complejos, que fue necesario un mayor número de profesores para cubrir su enseñanza, lo que también implicó un incre­mento en la diversidad de investigaciones abordando diversos problemas del mismo campo debido básicamente, a que la elección de problemas ya no era únicamente producto de los intereses propios de los investigadores, pues desde ese momento ya existía una relación entre los problemas elegidos y las demandas específicas de otras actividades como la industria, los transportes, el comercio, la milicia, entre otras que constituían un verdadero mercado de los productos de la investigación.

Estos mercados de productos de investigación crearon otra variante más de los establecimientos exclusivos para la investigación aplicada: los Institutos de Tecnología. Estos institutos marcaron un nuevo tipo de investigación de laboratorio, no dirigida a la enseñanza. En ellos, los inves­tigadores profesionales no eran profesores, su remuneración era producto exclusivamente de su actividad como investigadores.
Algunos institutos alemanes llegaron a tener el estatus de las universidades, al convertirse en los principales productores de investigación industrial, en los más importantes consumidores del conocimiento científico producido en las universidades. Así, donde un descubrimiento científico nacía, se convertía inmediatamente en una invención de utilidad, la ciencia entró en una relación cercana con la tecnología, a través del entrenamiento científico de ingenieros y de las frecuentes consultas e investigaciones realizadas para la industria [Olea, 2005].
En Estados Unidos se hicieron mejoras al modelo alemán de educación profesional, la escuela de graduados de artes y ciencias y las escuelas profesionales, abarcaron los dos modelos de investiga­ción y de formación en investigación vigentes en el siglo XIX. La primera con la formación tradi­cionalmente reconocida, introduciendo grados de entrenamiento en materias básicas científicas y humanísticas, y la segunda adoptando el modelo de la nueva investigación aplicada o también co­nocida como ciencia orientada a problemas [Ben-David, 1984:139]. La formación en investigación dejó de ser una actividad exclusiva de las universidades y desde el siglo XIX muchos investigadores fueron frecuentemente formados fuera de éstas, en laboratorios o institutos industriales.
Durante los años de formación del sistema científico tecnológico en Estados Unidos, entre 1850 y 1920, hubo otros elementos que organizaron la investigación, entre los que destacan, la descentralización de las universidades y la organización interna de éstas en departamentos.

La carencia de una autoridad central que construyera las políticas educativas en Estados Uni¬dos, y la falta de opiniones concertadas de escala nacional para el establecimiento de esquemas de acción en educación superior e investigación, condujo a una fuerte competencia entre universidades, que tenían apoyo estatal y también con las privadas, era necesario demostrar que se estaba a la vanguardia en la enseñanza que se ofrecía, como en laboratorios con que se contaba para la investigación, a fin de mantener su prestigio.
La competencia exigía de las universidades una gran flexibilidad para adaptarse a las innova­ciones y competir por personal, recursos y estudiantes. El elemento interno que permitió esta flexibilidad fue la formación de departamentos que se convirtieron, a principios del siglo XX, en la unidad básica de organización para la investigación en la universidad.
Los departamentos permitieron un cierto grado de igualdad, ya que podían albergar distintos tipos de maestros, otorgándoles una misma categoría disciplinaria; consenso en la toma de decisiones sobre el tipo de investigación que debía desarrollarse en ellos y la formación de unidades independientes de investigación, compuestas por uno o varios maestros y estudiantes de grado; la aparición de subespecialidades; y un incremento del trabajo interdisciplinario, sin afectar el trabajo dentro de la disciplina.
Durante este mismo periodo las comunidades científicas estadounidenses de los diferentes campos del conocimiento, en su forma de asociaciones de profesionales, tomaron gran relevan­cia con relación a las publicaciones, las convenciones, la difusión científica, las innovaciones tecnológicas y el reconocimiento del trabajo individual de sus miembros: se constituyen como formas de cooperativismo cuya finalidad, realmente, es la búsqueda de la diferenciación de los gremios científicos que defienden intereses de clase, ocupación laboral y que representan los intereses de sus agremiados ante el poder político.
En Europa, las corporaciones científicas en forma de asociaciones; colegios o academias, ad­quirieron como funciones: el otorgamiento de títulos de capacidad profesional; garantizar la calidad de los estudios; determinar, incluso, salarios y normas; derecho del trabajo; además de representar los intereses de sus miembros ante el poder político [Pontón, 2000:41].

Finalmente, en la primera década del siglo XX, surgió en Estados Unidos, el concepto de ca­lificación profesional del trabajador en investigación: el título de Ph.D. actualmente conocido como Doctor. Su posesión, confería el reconocimiento de la calificación para ejercer la inves­tigación [Ben-David, 1984: 155].
El principal efecto de la creación del título de Doctor, fue crear un rol profesional; que, creó cierto ethos para los científicos y para sus empleadores. Éste consistió básicamente en que los científicos que recibían el título, adquirían el compromiso de mantenerse al día en cuanto al desarrollo científico; a hacer investigación, y hacer contribuciones para el avance de la cien­cia. El empleador a su vez, aceptaba la obligación implícita de suministrarle las facilidades, el tiempo y la libertad para continuar con más estudios e investigaciones.
Hoy en día, la actividad científica se ejerce siguiendo muchas de las normas y estructuras esta­blecidas a finales del siglo XIX y principios del XX en Estados Unidos. Si bien, en cada país del mundo existen particularidades en su estructura, no se puede negar que el título de doctor es hoy un requisito de calificación; que permite la agrupación de los investigadores en sociedades científicas o profesionales para defender su estatus social y garantizar la continuidad de su disci­plina y la existencia de puestos de trabajo para ellos en universidades, en institutos o laboratorios de investigación. Estos estándares se aplican actualmente en casi todo el mundo y dejan claro el reconocimiento de la ciencia y la investigación científica como una actividad profesional.
En el caso de México, la colonización española delineo el rostro de lo que hoy es nuestro sistema científico, transfiriendo el atraso que España ya tenía con respecto a los otros países europeos en materia de ciencia. La Nueva España al igual que todas las colonias españolas se caracterizó por su orientación a satisfacer las necesidades económicas y productivas de la corona española, por lo que, sólo se hacía transferencia tecnológica y técnica en aquellas áreas de interés para la corona.

Además, los esfuerzos científicos en España, no son visibles sino hasta el siglo XVIII. Felipe V, rey de España aprobó por real decreto el 17 de abril de 1711, la creación del Real Cuerpo de de Ingenieros Militares, que constituyó el primer cuerpo técnico-científico al servicio de la corona española. En 1768 se establece una nueva Ordenanza que permitió el pase de los ingenieros militares a América, estableciendo que estos debían permanecer un mínimo de cinco años en América antes de solicitar su regreso a la península, destinándose al virreinato de la Nueva España un total de 47 ingenieros militares entre 1761 y 1780.
Hasta la primera década del siglo XIX se mantuvo esta dinámica además de incorporar la labor de los ingenieros con las del Real Seminario de Minería. Entre las actividades realizadas por lo ingenieros militares en la nueva España se hallaban los reconocimientos territoriales, para una cartografía más exacta, la construcción de obras públicas como las obras del desagüe del Valle de México, las fuentes con grifos para abastecimiento de agua potable a la población y desde luego las construcciones arquitectónicas que perfilaron el rostro no sólo de la ahora ciudad de México, sino de muchos otros estados del territorio nacional [Moncada, 1992: 45-49].
La actividad técnico-científica del siglo XIX se vio muy afectada por la crisis económica pos­terior a la guerra. El Acta Constitutiva de la Federación de 1824 no contenía más que una referencia a la educación en su artículo 13. No fue sino hasta 1833 que se da el primer Decreto que reforma la Ley de Instrucción Pública en la Enseñanza Agrícola y Minera, el cual tuvo por objeto establecer la Escuela Nacional de Ingenieros, y su anexa, la Escuela Práctica de Laboreo de Minas y Metalurgia; la Escuela Nacional de Agricultura con su anexa la Hacienda-Escuela de Enseñanza Práctica [Mendoza, 1981:29].
En ese mismo año, también se crea la Dirección General de Instrucción Pública que suprime la Universidad de México con el fin de dejar en manos del Gobierno el control de la adminis­tración de todos los establecimientos públicos de enseñanza, así como de sus fondos públicos; nombrar profesores, reglamentar la enseñanza para otorgar grados y para designar los libros elementales de enseñanza, y procurar su dotación y con obligación de presentar un informe anual a las Cámaras sobre el estado de la instrucción pública.
En 1942 se crea la Dirección General de Instrucción Primaria, cuyo antecedente fue la Com­pañía Lancasteriana, promoviendo escuelas a lo largo del territorio nacional. Así mismo se introdujo la enseñanza de la pedagogía en la Escuela Nacional Secundaria, dándole el carácter de escuela Normal en 1875. Lo propio se hizo en la Escuela Preparatoria en 1880. En el área técnica en 1856 se crea la Escuela Industrial de Artes y Oficios. Sin duda la creación del Mi­nisterio de Justicia e Instrucción Pública en 1861, creó las bases para la reglamentación y la conformación de los niveles educativos en México.
Las sucesivas Leyes orgánicas de instrucción pública fueron incorporando las modalidades de los niveles y grados de la educación pública hasta quedar estructurados como los conocemos hoy en educación básica, media superior y superior. De igual forma los antecedentes de la hoy conocida Secretaría de Educación Pública fundada en 1921, se hallan con la creación en 1902 del Consejo Superior de Educación Pública y la posterior Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes en 1905 .
El trabajo de investigación era de tipo marginal al interior de las instituciones y desarrollado por aquellos maestros que se incorporaban a la Universidad Autónoma Nacional de México (UNAM), reconstituida en 1929, o a alguna otra escuela de educación superior precedente al Instituto Politécnico Nacional (IPN), eran generalmente profesionistas que habían ido al extranjero a realizar estudios de posgrado y que ya como catedráticos creaban grupos de in­vestigación con estudiantes.
El gobierno Cardenista se vio en la necesidad de impulsar la formación de investigadores y creó en 1935 el Consejo Nacional de Educación Superior y la Investigación Científica, asignándole la tarea de estudiar las necesidades de país en estos rubros y de transformar o proyectar la creaión de los establecimientos de educación superior y de los institutos u otros establecimientos de investigación que necesitara el país.
En 1950 se crea el Instituto Nacional de Investigación Científica el cual crea un padrón del per­sonal científico y un inventario de las investigaciones auspiciadas por el gobierno federal. Para 1961 éste es reestructurado adjudicándoles tareas como la asignación de becas a estudiantes para estudios en el extranjero y la entrega de reconocimientos a investigadores destacados. Finalmente en 1970 se crea el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología cuyo fin es la instrumentación, ejecu­ción y evaluación de la política nacional de ciencia y tecnología [Mendoza, 1981:69-128]. A groso modo éstos son los antecedentes de la red institucional de ciencia y tecnología en México.

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