Uno de los enfoques sociológicos que inicia el tratamiento de los valores en la ciencia, es el de Max Weber. En la obra de Weber se encuentra una preocupación por analizar la subjetividad humana y la tendencia del hombre a valorar su propio mundo, lo que le llevo a plantear la necesidad de una epistemología específica para entender los asuntos humanos. Weber se acerca a la subjetividad, dando por supuesto que existe una conciencia que valora, juzga y piensa la realidad.
Para no caer en la irracionalidad, por la aceptación de la subjetividad en los procesos de explicación de la realidad, Weber abraza la racionalidad asumida por los economistas, que consiste en “(...) el supuesto de que el hombre se plantea las estrategias más adecuadas para que sus medios alcancen los fines propuestos del mejor modo posible (...)” [Giner e Yvars, 1983:7]. El problema de la racionalidad de los fines, Weber lo resuelve con la distinción entre racionalidad formal, o meramente instrumental, y racionalidad sustancial, o racionalidad orientada hacia fines éticos generales y más altos.
De esta forma la racionalidad formal, despojada de lo sustancial, carece de una orientación hacia valores éticos trascendentes, por lo que posee un potencial de peligrosidad que no puede pasarse por alto.
De esta manera, toda conducta incluyendo la del científico presupone una dimensión emocional. “(...) La ciencia (la vocación científica o intelectual) posee también un carácter de ligamen emocional a ciertos valores supremos, en su caso, los de la búsqueda racional de la verdad (...)” [Giner e Yvars, 1983:8]. Sin embargo, no por ello la ciencia deja de ser, para el sociólogo alemán, la forma más pura de racionalidad.
Max Weber planteaba un deber ético como elemento formativo del modo de conducción de vida económica racional del capitalismo. Así como la influencia de ciertos ideales religiosos en la formación de una “mentalidad económica”, de un ethos económico, producto de las conexiones de la ética económica moderna con la ética racional del protestantismo ascético [Weber, 2003: 66].
En su obra, La ética protestante y el espíritu capitalista, plantea el ethos característico del capitalismo moderno. A él se refiere cuando describe los principios morales de Benjamín Franklin para los negocios, quien había considerado no como “(...) una simple técnica vital, sino una ética particular, cuya infracción constituye no sólo una estupidez, sino un olvido del deber (...) y que es un verdadero ethos lo que se expresa en ellos (...)” [Weber, 2003: 95].
Weber piensa que el trabajo científico no escapó a estas influencias de la ideología protestante “(...) el trabajo científico, indirectamente influenciado por el protestantismo y el puritanismo, se consideraba (...) como el camino hacia Dios (...)” [Weber, 1967: 206].
Tal reconocimiento indica la posibilidad de que la actividad científica comparte el ethos puritano tal y como lo afirmó después Robert K. Merton. En la llamada tesis puritana presentada en 1938 en su libro Ciencia, tecnología y sociedad en la Inglaterra del siglo XVII, dejó sobreentendido que el grupo de valores prevalecientes en esa época, y más particularmente los que impulsaban la experimentación práctica, eran los principales responsables en la construcción del conocimiento científico. [Richards, 2000].
Así, planteó que “(...) el ethos puritano señalaba el bienestar social, el bien de los muchos, como una meta que hay que tener presente siempre. También en esto los científicos de la época adoptaban un objetivo prescrito por los valores vigentes. La ciencia debía ser fomentada y alimentada porque conducía al dominio de la naturaleza mediante la invención tecnológica (...)” [Merton, 1964, 663].
La propuesta de Merton constituye precisamente otro de los enfoques sociológicos. Con la aparición de la sociología del conocimiento en la década de 1930 como disciplina independiente, se examinan las influencias externas sobre la producción científica, es decir, las relaciones recíprocas entre la ciencia y otras instituciones sociales. Dentro de esta tradición una rama importante de investigación fue la exploración de la influencia de las fuerzas sociales sobre el origen y el desarrollo del conocimiento científico.
Esta nueva forma de mirar la ciencia y su construcción como institución social, resta importancia a los aspectos metodológicos y cognoscitivos, y pone énfasis en las normas de conducta de los investigadores, en las condiciones sociales, en cómo se organiza la actividad y cuáles son los propósitos, medios y fines de los científicos. Merton señala que el prolongado periodo de seguridad relativa en la que se cultivó la ciencia, hasta llevarla a la primera jerarquía en la escala de los valores culturales, llegó a convertir lo instrumental en final, los medios se transformaron en fines. Con esto el científico llegó a considerarse independiente de la sociedad y a considerar a la ciencia como una empresa que se valida a sí misma, que estaba en la sociedad pero no era de ella [Merton, 1964: 637]
El ethos de la ciencia sería un complejo de valores y normas que se consideran obligatorios para el hombre de ciencia. En realidad, resulta ser un análisis de una ciencia idealizada, definida como un sistema social más o menos independiente, y gobernada por cuatro normas institucionales que comprometen a los científicos, porque son técnicamente eficientes y los mejores medios para lograr el fin primordial de hacer avanzar el conocimiento. También porque son considerados como correctos y buenos, lo que los convierte en prescripciones morales.
Dichas normas son:
1) El universalismo que pretende asegurar que el nuevo conocimiento sea evaluado únicamente en términos de criterios objetivos e impersonales. Esta norma es resultado de la tensión en épocas de conflictos internacionales, ya que es incompatible con valores como el etnocentrismo o el nacionalismo y se aferra al principio de democracia, para lograr hacer que se valoren los logros sobresalientes en cualquier plano.
Merton se afanó en explicar las fuerzas que funcionan para mantener el status quo de la ciencia como un marco normativo inherente a la actividad científica, vista como una ciencia pura idealizada que opera únicamente con factores internos, esto es mientras sea totalmente autónoma.
Inspirado en la ideas de Merton, W. O. Hagstrom estudió el ethos de la ciencia, los factores que llevan a que ciertos investigadores sean reconocidos y gocen de prestigio, lo que favorece la publicación de sus resultados de investigación y que reciban financiamiento, lo que a su vez condiciona la selección de problemas y de métodos [Hagstrom, 1965: 103].
En un estudio empírico sobre los académicos, Hagstrom llega a establecer que la motivación sobresaliente de los “científicos puros” es el deseo de reconocimiento de sus compañeros. Este deseo de reconocimiento induce al científico a actuar en concordancia con la norma esencial del comunismo, que significa poner por escrito sus resultados y buscar su publicación en revistas especializadas. La aparición del artículo indica que se han alcanzado los estándares de la comunidad.
Así, el deseo de reconocimiento indujo no sólo la naturaleza de la información ofrecida, sino también la selección del problema, ya que se abordan aquellos inconvenientes cuya solución traerá más reconocimiento y se usaran solo los métodos que hagan aceptable el trabajo entre los colegas. En esta dinámica se hace imperativa la función del sistema de intercambio (la operación del sistema normativo), a fin de lograr interiorizar los valores del ethos científico en toda la comunidad y así preservar el sistema de las influencias corruptas de factores externos, específicamente, premiando la concordancia y castigando la desviación.
Otra forma de asegurar el cumplimiento de las normas, es someter a los futuros científicos a un prolongado proceso de socialización y formación. Para Hagstrom la creación de especialidades es el medio más efectivo para evitar la competencia desleal y la corrupción del sistema de la ciencia. Al existir una competencia por premios limitados, la diferenciación de disciplinas permite el acceso a los científicos a competir en forma más equitativa, y actuar dentro del ethos de la ciencia.
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