El fundamento psicológico del patrimonio lo asumió Sigmund Freud (1948) en el Ensayo: El porvenir de una ilusión. [Se incluye la cita completa]
En lo que se refiere a las restricciones que sólo afectan a determinadas clases sociales, la situación se nos muestra claramente y no ha sido nunca un secreto para nadie. Es de suponer que estas clases postergadas envidiarían a las favorecidas sus privilegios y harán todo lo posible por liberarse del incremento especial de privación que sobre ellas pesa. […] es comprensible que ellos oprimidos desarrollen una intensa hostilidad contra la civilización que ellos mismos sostienen con su trabajo, pero de cuyos bienes no participan sino muy poco.
El testimonio de Freud es revelador. Confirma, que cuando una sociedad no es capaz de lograr la satisfacción se desarrollará una hostilidad contra la sociedad que los mismos oprimidos sostienen. Simón Rodríguez ofrece una conclusión similar:
Si usted desea, como lo creo, que mi trabajo y los gastos no se pierdan, emprenda su escuela con INDIOS! Bien merecen los dueños del país, —los que mantienen el gobierno y la iglesia con su dinero, y a los particulares con su Trabajo, que enseñen a sus hijos… de Blanquitos, poco o nada podrá usted esperar. (T. II. 6)
Freud continúa analizando la identificación de las clases oprimidas con la clase que oprime y explota. Argumenta: «La satisfacción que el arte [La cultura] procura a los participantes de una civilización es muy distinta aunque, por lo general, permanece inasequible a las masas, absorbidas por el trabajo agotador y poco preparadas por la educación» La única referencia obtenida en la INTERNET sobre la relación entre patrimonio cultural, psicología y pobreza, se ubicó en la experiencia que Graciela A. Mota (2009) realizó en la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de México como Coordinadora del Programa titulado: «Psicología Política en torno al Patrimonio Cultural y Cívico como Combate a la Pobreza».
Objetivo:
Desarrollo y fortalecimiento de grupos locales estratégicos, para impulsar la revitalización de los espacios patrimoniales, como un proceso de apropiación colectiva e historización (sic) del espacio público abierto combinada con la aplicación del modelo de economía cultural e innovación del conocimiento.
Pierre Boudieu (1990) desarrolló el concepto innovador: el habitus, como la generación de prácticas que están limitadas por las condiciones sociales que las soportan. El punto en el que convergen la sociedad y el individuo, como producto de una empresa de aprendizaje, utilizada en todos los campos sociales para ejercer control. El habitus vendría siendo la posición del agente dentro de la estructura de una clase social, donde el individuo contribuye a su producción mediante el sistema de relaciones entre iguales. No es un simple estilo de vida que se deriva de pertenecer a una clase sino que implica la totalidad de los actos y pensamientos, pues es la base para la toma de decisiones. Habitus de clase es la base de todas las acciones. Es el pilar que conforma el conjunto de conductas y juicios aprendidos aunque pareciese lo «natural», como llama Bourdieu a los gestos, gustos, lenguaje. Las personas de una clase comparten los mismos gustos porque se encuentran en un mismo habitus social. Según Bourdieu estas afinidades colectivas no deberían ser antagónicas con lo que asume una posición diferente a la interpretación marxista de la sociedad.
En, Sociología y cultura, Pierre Bourdieu (1990) expone la insuficiencia de la teoría marxista de clases:
Clase: Conjunto de agentes que ocupan posiciones semejantes y que, situados en condiciones semejantes y sometidas a condiciones semejantes, tienen todas las probabilidades de tener disposiciones e intereses semejantes y de producir, por tanto, prácticas y tomas de posición semejantes.
Bourdieu solventa la dificultad cuando entiende por clase: «Clases en el papel», no siendo para Bourdieu en realidad una clase; una clase actual, en el sentido de grupo y de grupo movilizado para la lucha. Bourdieu habla de una clase probable en tanto conjunto de agentes que pondrían menos obstáculos a las empresas de movilización que cualquier otro compuesto de agentes.
La conceptualización de Bourdieu contradice la interpretación de Feud:
Esta identificación de los oprimidos con la clase que los oprime y los explota no es, sin embargo, más que un fragmento de una amplia totalidad, pues, además, los oprimidos pueden sentirse afectivamente, ligados a los opresores y, a pesar de su hostilidad, ver en sus amos su ideal.
Gran parte de los escritos sobre la pobreza se refieren a la integración de los pobres. Estos escritos aceptan la teoría de la marginalidad por la cual la sociedad está dividida en: marginados por exceso ¾los que tienen y disfrutan de bienes económicos¾ y marginados por defecto: ¾los que no tienen ni disfrutan de los bienes¾. Esta teoría popularizó el término de la marginalidad y de los marginados, pero carece de fundamento porque los pobres no están excluidos sino que participan, sostienen y están integrados al sistema y, por su estatus de pobreza, reducidos a una relación territorialidad: barios, villas miseria, chabolas, fabelas. Los pobres exigen un proceso histórico alternativo que denuncie la educación sumisa opuesta a la educación liberadora, al cristianismo mojigato frente al cristianismo adulto vivido con autenticidad.
Para Vasilachis Gialdino (2000) la pobreza requiere de un planteamiento teórico–metodológico de la cultura y por lo tanto del patrimonio. Una nueva metaepistemología:
…la perspectiva que estamos planteando emerge como replanteo profundo del abordaje de la alteridad en el ámbito cotidiano. Una visión que otorga al otro, y particularmente al “pobre”, un “reconocimiento básico”, respecto al “dar cuenta del sentido, significado y razonabilidad de su acción [del pobre] pero más aún una apreciación clave respecto a las características y validez de este conocimiento.
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