Auschwitz y los horrores perpetrados contra la población civil luego de la segunda guerra no escapan a la esencia humana, pero de alguna forma marcaron un antes y un después en la vida de Europa. Comprender que es y como opera el mal, es para el filósofo americano Richard Bernstein, no solo abordar los espantos del genocidio sino además la construcción del “mal radical”. Centrando en el legado de Kant, Schelling y Arendt, entre otros, Bernstein argumenta que existe una gran dicotomía respecto a la idea del mal. Podemos ver en el ser humano una creación buena destinada a corromperse con el tiempo, o todo lo contrario. Ciertamente, como decía Kant, el hombre no es ni bueno ni malo, sino que se aferra a buenas o malas máximas que condicionan su comportamiento. Son nuestras inclinaciones, creadas por la voluntad personal y no las reglas culturales las que nos llevan a la maldad. Esta disposición no se encuentra determinada causalmente, sino que comprende una naturaleza azarosa. El malo puede ser definido como aquel que sacrifica el orden moral en manos de los incentivos mientras el bueno, desoye los mandatos del deseo personal en pos de la moral; pero agrega Bernstein, no basta con ello. Una persona puede dejar de ser malo y transformarse en bueno, o lo que es más complejo puede manipular la ley a su favor. “Un canalla” puede hacer lo que está escrito en la ley a la vez que una buena persona puede transgredirla para ayudar a los demás. La ley, de ninguna forma, es condición de moral. Esta idea estará presente no solo en la mayoría de los pensadores alemanes de los siglos XIX y XX como Nietzsche y Schopenhauer, sino que sentará las bases para la transformación política del orden ético que posibilitará el Tercer Reich. Ello no significa que Kant, quien abrogaba por una visión panteísta del mundo ético-moral, haya sido responsable de las atrocidades del siglo XX, pero si que su tesis del “willkur” haya sufrido tergiversaciones postmortem.
En su propia definición, el hombre no era ni bueno ni malo por naturaleza, sino que accedía a esas categorías en base a dos conceptos claves, la decisión (orientación) y la volición (predisposición).
Por qué entonces Kant habla de mal radical?. Si bien se adscribe que la voluntad siempre es responsabilidad del individuo, existe una tendencia a que esa voluntad sea corrompida. El mal radical por lo tanto no es un mal de tipo extremo, como si lo puede ser en H. Arendt, sino una predisposición natural que lleva a la corrupción de la voluntad (willkur). Siguiendo este razonamiento, la palabra radical es, en Kant, sinónimo de natural anclada en el hang, propensión.
No se dan grados o estadios para la concreción del mal, sino que éste adquiere un estado absoluto dentro de la vida del hombre. Empero, esa corrupción se explica por la falla en tres aspectos. Fragilidad, impureza y malignidad. La primera categoría se refiere a toda “debilidad” humana en la adopción de las pautas o leyes morales, similar a la tentación. La fragilidad puede ser posible porque los hombres manifiestan una tendencia a mezclar causas morales y amorales en su interior. La impureza, en este contexto, juega un rol importante en la configuración antropológica del hombre. Por último pero no por ello menos importante, la malignidad expresa la falla del sujeto en adoptar las máximas buenas y abrazar las malas.
Bernstein hace una lectura crítica de Kant, argumentando convincentemente que es difícil pensar en la naturaleza del mal como innata, y a la vez hacer responsable al hombre por el ejercicio de su libertad. Una cosa es decir que el hombre es malo y elige ser malo, otra es que es naturalmente malo pero que esa maldad está determinada por su libertad. Lo que es peor aún, si partimos de la base que el mal radical se da porque la voluntad se corrompe frente al deber, no es extraño que sentado en el banquillo de los acusados, Eichmann citara a Kant. ¿Puede una persona haber asesinado a Hitler, quien fue elegido en forma constitucional?, ¿es ese acto bueno?. Según la lógica kantiana, una persona puede usar su voluntad (willkur) para cumplir determinada máxima, en este caso matar a Adolf Hitler. Pero en ese acto, su voluntad se hace mala pues se corrompe frente al deber de no matar al líder de la República. Este es precisamente el punto pendiente que tanto Hegel como Arendt retomarán en sus respectivos escritos.
Con el transcurrir de los capítulos, Bernstein se ocupa del legado hegeliano y su manera contestataria de concebir al mal. Para comprender mejor el tratamiento de Hegel, es necesario mencionar la diferencia entre lo finito y lo infinito. Las personas se pueden considerar como finitos por la limitación de su propio pensamiento mientras que Dios o el más allá es una categoría infinita, ajena a la mente humana. Hegel dice que la reflexión demuestra que Dios y el más allá son construcciones fuera de la mente humana. El hombre crea éstos arquetipos para sí y para otros, por lo tanto su finitud no depende de su acceso a ellos. Este punto es de vital importancia para darse cuenta el lector la diferencia entre la filosofía hegeliana y la kantiana.
En Hegel el mal es la negación de lo infinito cuando el hombre se hace consciente de sí mismo. El hombre se hace malo si permanece en la “esfera del deseo”, pero si no lo hace debe abandonarse a la naturaleza. Por ese motivo, la humanidad existe en estado de ruptura con el mundo exterior (conocido también como schmerz o aflicción), estado que sólo puede ser mantenido por la elección individual del propio deseo. Desde el momento que no puede cuestionar su posición en el mundo, el animal no es malo. El hombre, por el contrario, adquiere maldad cuando come del árbol del bien y el mal. Éste último, según Hegel, reside en la singularización del sujeto; he aquí la paradoja. Si el hombre no se separa de lo infinito, entonces queda atado a la bestialidad. En tanto hombre, se hace malo pero es gracias a ello que puede superarse en un estadio superior de conocimiento. El mal no queda anulado, sino mitigado dentro del espíritu del hombre.
El libro puede dividirse en tres partes centrales, la primera dedicada a la relación entre la libertad y mal. En esta sección, Bernstein hace una concienzuda revisión de los idealistas, Kant, Hegel y Schelling. En la segunda parte, se hace foco en la “psicología moral del mal” de la mano de dos grandes pensadores como Nietzsche y Freud. La posición de estos dos grandes intelectuales versa en comprender la conexión de los valores culturales con la moral. Por último, la lectura de Levinas, Jonas y Arendt nos sirve para elucidar que ha pasado después de Auschwitz. ¿Cómo podemos explicar por Kant algo que sucedió mucho tiempo después?. Bernstein no se equivoca cuando afirma que aunque nos esmeremos, ni Kant menos Schelling podrían haber presagiado lo que fueron los campos de exterminio nazis, sólo quienes se ocuparon de dicho dilema pueden dar testimonio de las omisiones éticas que llevaron a tal desastre.
Bernstein presenta un trabajo de revisión claro sobre los diversos tratamientos que han hecho los filósofos alemanes sobre el mal. Sus conclusiones pueden ser dos, la primera y escondida en su texto es, Auschwitz sólo podría haber sido posible gracias a relativismo moral de la filosofía germana. Segundo, nuestra concepción del mal está construida en cimientos débiles, la mayoría de ellos prejuicios que nos llevan a condenar aquello que no comprendemos, o a demonizarlo. En las secciones subsiguientes, Bernstein examina a Nietzsche, Freud, Levinas, Arendt, y Jonas. Cada uno de ellos con una visión diferente, pero unidos por un argumento común. La dificultad del pensamiento humano para definir y comprender al mal. Desde Arendt hasta Schelling, pasando por Jonas o Levinas, hemos aprendido que el mal puede ser representado en los actos prácticos del hombre, en la mayoría de los casos actos egoístas tendientes a maximizar el goce personal. A un mal radical se le yuxtapone un mal banal, caracterizado por la falta de pensamiento crítico y la superficialidad. Bernstein, acertadamente, retoma la discusión sobre la intencionalidad que el mal despierta como la única solución posible a aprender las lecciones encriptadas en la historia. No hay que subestimar la influencia ni nuestra propensión al mal, cada acto trágico requiere esfuerzos particulares para comprender las circunstancias y alcances de ese evento. Tanto Arendt, como Jonas han estado perplejos por hechos históricos cometidos por hombres, que en calidad de hombres, ameritan pensar nuevamente el sentido de la responsabilidad moral.
Si bien el libro se presenta como un aporte claro al estudio del fenómeno, descansa sobre una contradicción. Berel Lang argumentó que no se puede decir que Auschwitz sea un ejemplo de maldad extrema. En principio, porque el mal se constituye como una categoría extra humana nacida de la especulación. Hablar de una historia del mal es banalizarlo. El pasado está compuesto por hechos, los cuales se interpretan de tal o cual forma, a veces hasta formar construcciones ideológicas como la memoria. Si queremos aprender de los errores u horrores morales como Auschwitz u otras violaciones a los derechos humanos, debemos crear una historia basada en hechos reales, cometidos por personas reales. Todo mal es siempre absoluto, irreductible a las variables del hombre por lo tanto permanece fuera de la historia. No puede darse un mal menor a otro; el mal es siempre extremo en su génesis. Al conferirles a los genocidios el aura de la maldad extrema, estamos implícitamente demonizando hechos perpetrados por seres humanos, repudiables y condenables desde la ley secular. La paradoja señalada por Lang que Bernstein no puede resolver, es que, si Auschwitz representa al mal radical entonces no es punible desde el punto de vista legal, y si lo es, entonces es sólo una cuestión de tiempo que vuelva a repetirse. Auschwitz como hecho histórico tiene una causa que conlleva a una consecuencia. Por ese motivo, Lang advierte que todo hecho registrado en un pasado, por más honorífico que pudiera parecer y dadas ciertas condiciones, vuelve a repetirse a lo largo del tiempo. Por el contrario, si Auschwitz fuese un producto del mal extremo, entonces no habría responsables sobre lo sucedido. Si el mal habita en todos, entonces no habita en nadie.
Referencias
Lang, B. 1999. The Future of Holocaust, between history and memory. Ithaca, Cornell University Press.