El mosaico al servicio del cesaropapismo
Recordemos, hagamos un ejercicio de abstracción a través de la Historia para situarnos en el año 395 fecha en la que Teodosio divide el Imperio Romano entre sus dos hijos, y repensemos que por entonces el cristianismo era la única religión oficial. Por tanto, cuando afirmamos que el Imperio Romano pervivió en la zona oriental, territorios heredados por el Augusto Arcadio, hasta el siglo XV – en torno a 1453, fecha en la que este imperio sería conquistado por los turcos-; acaso no podemos olvidar que en el Imperio de Oriente el cristianismo también pervive y lo hace de forma intrínseca a la cultura romana.
La fundación de la ciudad de Constantinopla, en los territorios de la antigua colonia griega llamada Bizancio, llevada a cabo por Constantino en la primera mitad del siglo IV, se nos ofrece, acaso, un precedente directo de la política del emperador Teodorico que comentábamos en líneas anteriores, así como punto de partida para comprender que el siglo IV supuso la decadencia del Imperio Romano. En el siglo V, en torno al 476, Odoacro jefe militar al servicio de Roma, Imperio de Occidente, plantearía una suerte de reconstrucción que fracasaría, confirmando que el Imperio de Occidente no volvería a tener emperadores. Occidente fue objeto de las invasiones germánicas: ostrogodos en Italia, francos en la Galia, visigodos en Hispania y vándalos en el norte de África. Frente a este proceso de descomposición del Imperio de Occidente en el Imperio de Oriente, Imperio Bizantino se legitimaba como depositario de lo romano – en ningún caso empleamos la expresión “lo romano” como sinónimo de romanización, no se trató de una traducción sino antes bien el Imperio de Oriente vivió en una interpretación de la romanización-. Cabría preguntarse si desde el Imperio Bizantino en algún momento se planteó el objetivo de reconstruir el Imperio a partir de la reconquista de la parte occidental. Justiniano personificó este proyecto en el transcurso del siglo VI, agenció los territorios de Italia así como el norte de África lo reconquista de estos territorios trajo consigo que, a mediados del siglo VII, las fronteras más orientales del Imperio Bizantino fueran objeto de incursiones de persas y árabes.
Pues bien, el arte paleocristiano funde las características del arte romano en las del cristianismo primitivo, estas manifestaciones del cristianismo primitivo se van a circunscribir fundamentalmente a la zona occidental, a la zona que quedó bajo el dominio de Augusto Honorio. En paralelo con el paleocristiano, aunque con mayor extensión en el tiempo, el arte bizantino corresponde al Imperio de Oriente con capital en Constantinopla y más tarde en Rávena.
“mira” el mosaico de la Adoración de los Reyes Magos. Basílica de San Apolinar el Nuevo, Rávena (Italia)
El mosaico bizantino a diferencia del romano no se dispone sobre el pavimento sino sobre espacios distinguidos en el interior del templo, y siempre priorizando que a estas imágenes expuestas a través del arte de la musivaria se les pueda rendir culto por ello se localizan en la parte superior del muro de cortina y en las cúpulas; está disposición también se explica a partir del concepto de Jesuralén Celeste que el maestro de obras bizantino debe proyectar en el interior del templo. En este sentido el mosaico se ofrece un recurso para conseguir esos efectos e ilusionismos que la luz produce al incidir en estas teselas de pasta vítrea que constituyen el mosaico bizantino. Es más, el dorado será el color más empleado en las escenas representadas en los mosaicos justamente porque no se tiene la intención de mimetizar o reproducir la realidad terrena, sino que el uso de las teselas doradas consigue situar la escena en un ámbito supraterrenal, en un espacio propio para el representante político y espiritual de un sistema cesaropapista como era el caso de Justiniano. Por otro lado, las escenas son ejemplos de un naturalismo esquemático en la medida en que son imágenes para leer y rendir devoción, en ningún caso estas escenas persiguen la mímesis de la belleza. Se trata de un naturalismo esquemático que nos lleva de lleno a justificar estos mosaicos como el punto de partida del arte medieval en la medida en que emplean el muro como soporte de un mensaje y priorizan el contenido, el argumento que la obra transmite sobre cualquier aspecto estético; en este sentido podemos contemplar que los colores sean planos, que las figuras se delineen, e incluso la incorporación de un simbolismo expreso que en ocasiones incluso se ayuda del texto escrito. Estas mismas características formales serán compartidas por las escenas de la pintura románica.