El paisaje como proyección artística
y cultural del ser humano
Julia Rey Pérez
Facultad de Arquitectura. Universidad de Cuenca
Resumen
El objetivo de este texto es ofrecer diversas aproximaciones al concepto de paisaje para poder construir una definición de esta noción en la que este término se manifieste como una proyección artística y cultural del ser humano. El ámbito del arte, la reflexión lingüística, la visión geográfica, las teorías del Movimiento Moderno, los postulados de la Posmodernidad, las consideraciones de la Arquitectura, la componente socioantropológica y las experiencias de figuras del paisajismo son las perspectivas que van a protagonizar estos acercamientos al concepto de paisaje.
Palabras Clave: paisaje, arte, arquitectura, espacio, tiempo
Introducción
El término “paisaje”, desde su origen hasta la actualidad, ha sido utilizado por las más diversas y heterogéneas disciplinas. Geógrafos, biólogos, arquitectos, paisajistas, artistas, urbanistas, pintores, arqueólogos, ingenieros agrícolas, filósofos, antropólogos…, cada uno aborda el paisaje desde la mirada de su propia disciplina, elaborando hipótesis, objetivos, metodologías y propuestas en función de sus códigos conceptuales. Esta situación determina que la palabra “paisaje”, debido a los múltiples campos en los que se emplea, no tenga una clara delimitación epistemológica ni un significado y definición única.
Asimismo es importante mencionar no solo las diferencias conceptuales que existen en torno al término “paisaje” desde la temporalidad, sino también los variados apellidos que se le atribuyen en función del ámbito en que se esté trabajando. En este sentido, se puede hablar de paisaje pictórico, paisaje artealizado, paisaje urbano, paisaje rural, paisaje agrícola, paisaje industrial, paisaje natural, paisaje cultural, paisaje construido, paisaje histórico urbano, paisaje social, paisaje moderno o, desde una perspectiva más actual, paisaje contemporáneo.
No se pretende realizar una revisión histórica de todas las definiciones de paisaje, sino recurrir a aquellas que aportan un contenido teórico útil que permita establecer un nexo conceptual entre el paisaje y el ser humano. En primer lugar, se ha considerado significativo plantear un acercamiento desde el punto de vista de la pintura, ya que es en este ámbito en el que se pueden identificar los orígenes del término. Íntimamente ligado a la perspectiva pictórica se encuentra la aproximación etimológica, que proporciona información acerca de los orígenes del vocablo y sus conexiones semánticas.
Asimismo se ha considerado interesante incorporar la perspectiva geográfica, ya que para la geografía el paisaje es un concepto clave que proporciona unidad e identidad a la misma. Desde una perspectiva más actual se ha acudido a la noción de paisaje considerada por el Movimiento Moderno y sus repercusiones en el arte posmoderno incorporadas desde la intervención artística en el territorio mediante el Land Art y el Earthworks. Por último se desarrollarán tres acercamientos más actuales: la intervención en el paisaje a través de la arquitectura, la perspectiva socioantropológica y el concepto de paisaje construido por un paisajista. En última instancia cabe considerar que la concepción del paisaje como bien susceptible de ser tratado o protegido igualmente se encuentra en la actualidad en el ámbito patrimonial.
1. El paisaje desde la perspectiva artística
Con independencia de los múltiples significados que se le puedan atribuir al término, es de suma importancia comenzar la aproximación a la noción de paisaje desde sus orígenes: el ámbito de la pintura. El término “paisaje” nació en el siglo XVII para designar un tipo específico de pintura –un género–, que, en la actualidad, es rechazado por la propia pintura (Maderuelo, 2005: 9-10). No obstante, a pesar del desinterés que hoy muestra la pintura por el paisaje, de su estrecha relación primitiva queda la indisoluble vinculación que se establece en las nociones de paisaje y contemplación.
Las primeras referencias al paisaje como tal de las que se tiene constancia aparecen hacia el siglo V en China, país en el que, además de la existencia de ciertas palabras referidas a la contemplación del paisaje, surgen géneros en los ámbitos de la literatura, la pintura y la jardinería relacionados con el disfrute y, sobre todo, con la contemplación de la naturaleza. La cultura china reúne las cuatro condiciones fundamentales que establece Agustin Berque para determinar que una civilización posea una cultura paisajística. Estas cuatro condiciones son:
Primera, que en ella se reconozca el uso de una o más palabras para decir “paisaje”; segunda, que exista una literatura (oral o escrita) describiendo paisajes o cantando su belleza; tercera, que existan representaciones pictóricas del paisaje; y cuarta, que posean jardines cultivados por placer (en Maderuelo, 2005:18).
En el ámbito occidental, los primeros indicios de apreciación de los valores paisajísticos se remontan al siglo I, cuando los romanos crean jardines y casas de recreo destinadas al ocio y placer sin asignarles utilidad alguna. Ya en sus mosaicos pueden percibirse las primeras apariciones de pinturas de lugares, sin embargo conviene destacar que la cultura romana no designó conscientemente una palabra que se refiriese a lo paisajístico y su contemplación.
En el caso europeo, no es hasta el Renacimiento cuando se construyen conscientemente villas destinadas al recreo y la contemplación. También es en esta época cuando aparecen los primeros escritos en los que se describen lugares relacionados con la contemplación de la naturaleza. El papel jugado por la pintura en este sentido es fundamental, ya que la aparición de la perspectiva óptica, de una parte, y la valoración de los aspectos lumínicos y cromáticos en la pintura, de otro, son factores clave para empezar a contemplar los lugares representados como objetos de placer estético (2005: 13). Con este progreso intelectual se consolida el salto de la esquemática pintura religiosa medieval a la representación de las perspectivas paisajísticas del Renacimiento.
La idea de paisaje se ha ido conformando a lo largo de un amplio periodo de evolución conceptual y aprendizaje perceptivo, cuyos orígenes, en el caso europeo, se remonta a comienzos de siglo XVII, época en la que en Europa puede hablarse ya del paisaje como concepto. Este proceso evolutivo ha supuesto la superación de la representación del paisaje como mero soporte o fondo de historias. Son varios los autores, entre ellos Maderuelo, que consideran la obra Paisaje de dunas cerca de Haarlem de Hendrick Goltzius (fechada en 1603) como el primer dibujo en el que el paisaje se concibe de manera autónoma e independiente y cuyo objetivo es mostrar estéticamente un lugar concreto, exponiendo únicamente lo que se ve a través del ojo humano (2005: 14).
Cuando en el ámbito de la pintura el paisaje deja de ser el soporte de una historia y se convierte en un objeto pictórico en sí mismo, además de transformarse en objeto de contemplación, se le atribuye la noción de belleza como un valor intrínseco. Esta metamorfosis viene a poner de manifiesto los vínculos que se establecen entre, de una parte, el concepto de paisaje y, de otra, lo contemplativo y el placer estético, constituyéndose este último como un nuevo valor añadido en función del momento histórico y pictórico. Con estos atributos –y al margen de factores históricos y culturales– se consolida la mirada del individuo como el factor integrante del significado del paisaje, tanto en sus orígenes como en la actualidad.
Históricamente han sido los geógrafos y los artistas, mediante sus herramientas y representaciones –mapas, pinturas–, los que han mostrado las diferentes visiones paisajistas que tiene el territorio. Sin embargo, cuando el hombre observa directamente su entorno, sin la mediación del mapa o la pintura, surge el paisaje como contemplación. El nacimiento de la contemplación del entorno supone, por tanto, la superación de la concepción funcional del paisaje. Este hecho confirma una de las utilidades que se le atribuye a la pintura: la enseñanza de la mirada. El origen de la conciencia paisajística está unido, pues, a los mapas y a los cuadros que muestran muchas de las cualidades que tiene el territorio como paisaje (2005: 32).
El paisaje definido como lugar ha sido descubierto a través de la pintura. Entendido originariamente como un género pictórico, el paisaje ha sido representado –e interpretado– como el soporte de una historia, primero, y como un objeto autónomo, después, para desembocar finalmente en la apropiación que de él han hecho las corrientes posmodernas como el Land Art o el Earthworks (2005: 37). Sin embargo, la aproximación desde la perspectiva artística al concepto de paisaje como lugar, es resultado de una contemplación con carácter estético y así lo ha demostrado el género pictórico que, desde el siglo XVII hasta el XIX, se ha preocupado por crear una escuela de la mirada que enseñe a distinguir lo que se ve de lo que es innecesario. Esta actitud atribuye una serie de condiciones de calidad vinculada con la sensación de disfrute en la contemplación de un determinado lugar (2005: 38-39).
El problema de esta noción de paisaje es que está fuertemente ligada al concepto pictórico y a la idea de contemplación, y deja fuera el significado que pueda tener para los habitantes de otros ambientes, por ejemplo, el rural. Para el campesino, que no disfruta de la contemplación ni del placer estético que se le ha atribuido, el paisaje está vinculado con el trabajo de la tierra y con su supervivencia, y, por tanto, le resulta imposible establecer cualquier tipo de apreciación estética de la naturaleza.
2. El paisaje desde la perspectiva etimológica
Antes de proseguir, resulta conveniente detenerse en los diferentes significados del término según el idioma. En el ámbito anglosajón, el término alemán “Landschaft”, desde el siglo VIII hasta el XV, estaba vinculado con un área definida por unos límites políticos y se identificaba con los terrenos situados alrededor de un pueblo o ciudad (Maderuelo, 2005: 24). Esto pone de manifiesto que la definición alemana de paisaje establece una asociación entre el lugar y sus habitantes, y, por tanto, alude a cuestiones morfológicas y culturales. Según el geógrafo Werther Holzer, de este término deriva el vocablo inglés “Landscape”, quehace referencia a la forma o contorno de la tierra en el sentido de “dar forma a la tierra”, de manera que la forma física (de la tierra) se deben a la acción cultural (del hombre) (en García, 2007).
En el contexto latino, el término para denominar un territorio y sus vistas es el término italiano “paese” y sus derivados “paesetto” y “paesaggio”. En el Renacimiento no existe un término específico para referirse a los fragmentos paisajísticos que sirven de fondo de las representaciones religiosas o profanas y se utiliza el término italiano “paese”. En el caso de la lengua española, Maderuelo –en referencia al libro de Vicente Carducho Diálogos de la Pintura, su defensa, origen, esencia, definición, modos y diferencias (1633)–utiliza la expresión “bellos pedazos de países” para referirse a los espacios que quedaban entre las figuras o que se percibían a lo lejos, lo que evidencia que tampoco en la lengua española existía un término específico para definir esos fragmentos pictóricos (Maderuelo, 2005: 25-27).
Por tanto, desde el punto de vista lingüístico el término latino paisaje se vincula directamente con la contemplación de un territorio acotado –“pedazos”– y valorado estéticamente – “bellos”–, sin entrar en connotaciones humanas o culturales, la cual no incorpora ninguna novedad. Sin embargo, el término alemán sí incorpora al hombre, ya que se refiere al paisaje como el lugar en el que se asienta el individuo, al margen de las connotaciones estéticas del lugar.
El paisaje como lugar, desde la terminología alemana, y como representación de ese lugar, desde la terminología latina, se entienden como conceptos unidos indisolublemente al confirmar que la consideración del entorno como paisaje solo ha sido posible a partir de su representación por parte de los artistas. En el mismo momento en que nace el objeto nace la representación, de la misma manera que la representación hace que nazca el objeto.
3. El paisaje desde la perspectiva geográfica
La visión del paisaje según la terminología alemana e inglesa en las que se vincula el lugar con el individuo y sus acciones culturales es ratificada por la concepción geográfica. La aproximación geográfica aquí expuesta es, en gran medida, deudora de la disertación del maestrado Significados do conceito de paisagem: um debate a través da epistemología da geografía expuesta por el investigador brasileño Demian García.
De acuerdo con Holzer, los primeros en posicionarse en relación a esta cuestión fueron los geógrafos seguidores del naturalista Humboldt (1769-1859), al asociar el paisaje a amplias porciones de espacio que destacaban visualmente por sus características físicas y culturales (en García, 2007). Por otro lado, el geógrafo brasileño Yázigi hace referencia a la escuela regionalista francesa como la primera que, en el inicio del siglo XX, identifica en el paisaje información sobre la organización social del colectivo que lo habita (en García, 2007), lo cual viene a ratificar la vinculación del paisaje con el hombre y su cotidianeidad.
Otra perspectiva interesante la aporta el geógrafo francés Augustin Berque (1942), que se refiere al paisaje como una marca 1 impresa por el hombre en la superficie terrestre y, según él, estas marcas son la condición fundamental para el desarrollo de la existencia y de actividad humanas (en García, 2007). Por su parte, el geógrafo británico Denis Cosgrove (1948-2008) disminuye la escala de acercamiento, vinculando el paisaje con la vida cotidiana del hombre, lo que, según él, aporta múltiples significados e información acerca de nosotros mismos (en García, 2007).
En última instancia, el geógrafo brasileño Milton Santos (1926-2001) identifica las formas del paisaje como la herencia de las sucesivas relaciones que entre el hombre y la naturaleza se han ido desarrollando a lo largo de la historia. Esta apreciación incide en el equilibrio vital que existe entre las formas del pasado y las del presente, equilibrio que se erige de manera transversal y termina dotando al paisaje de transtemporalidad (en García, 2007).
De las anteriores reflexiones geográficas deriva una nueva aproximación al paisaje, el cual es visto ahora desde el vínculo indisoluble que se establece entre una cierta porción de territorio (el concepto de lugar se ha restringido un poco más) y las actividades desarrolladas por el colectivo social que lo habita a lo largo del tiempo. Esta idea subraya la evolución permanente y la transformación como cualidades del paisaje.
4. El paisaje desde la perspectiva del Movimiento Moderno
La atención que recibe el paisaje en el seno del Movimiento Moderno se refleja en las directrices promulgadas en la Carta de Atenas redactada en la asamblea del 4º Congreso Internacional de Arquitectura Moderna (CIAM) en 1933. En la introducción de este documento se pone de manifiesto los cambios culturales, sociales y económicos que experimentó la sociedad europea en los inicios del siglo XX debido el proceso de industrialización que desencadenó la llegada de la Modernidad.
“El advenimiento de la era maquinista”, según se define en la Carta de Atenas, tiene como resultados, entre otros, la emigración del campo a la ciudad, la proliferación desenfrenada de la vivienda de masas, la construcción del complejo industrial, es decir, el nacimiento de una metrópoli zonificada en función de la actividad humana 2, los nuevos modos de transporte y comunicación y las nuevas tecnologías constructivas. La aparición del vehículo modificó significativamente las nuevas infraestructuras que promulgaban abiertamente una movilidad sin límites e introducían una novedosa percepción del tiempo y del espacio (Oers, 2003: 9).
Esta acumulación de acontecimientos no solo implicó una revisión de los patrones de comportamiento tanto individuales como colectivos y de la manera de pensar y de actuar, sino que generó un nuevo sistema urbano que transformó rápidamente el paisaje de la ciudad, caracterizado a partir de ahora por la ausencia de zonas verdes, la escasez de instalaciones deportivas y la necesidad de higiene urbana, desde el soleamiento hasta la renovación del aire. Las exigencias incluidas en el apartado segundo, dedicado al esparcimiento, de la Carta de Atenas, asumen claramente estas carencias:
Artº 36. Que todo barrio de habitación disponga en adelante de la superficie verde necesaria para el desarrollo racional de los juegos y deportes de los niños, de los adolescentes y adultos.
Artº 37. Que los islotes insalubres sean demolidos reemplazados por áreas verdes, los barrios colindantes quedarán así saneados
Artº 38. Que estas nuevas superficies verdes, sirvan fines claramente definidos: contener jardines infantiles, escuelas, centros juveniles o todos los edificios de uso común. Ligados finalmente a la habitación.
Artº 39. Que las horas libres semanales se pasen en lugares favorablemente preparados: parques, bosques, campos de deportes, estadios, playas etc. Que se tengan en cuenta los elementos existentes: ríos, bosques, colinas, cerros, valles; lagos, mares. etc.
Tomando como base los valores humanos extraídos de la Carta de Atenas, se pueden obtener los valores del paisaje que se desarrolló en la Modernidad. Este concepto de paisaje se acota en el ámbito de lo urbano, limitándose a parques urbanos y jardines, es decir, lo restringe a lo verde, con carácter estrictamente funcional y vinculado al diseño de áreas recreativas y de placer dirigidas a la expansión del ciudadano y a la obtención de unas determinadas condiciones de higiene.
Conceptualmente, según el arquitecto Iñaki Ábalos, para los modernos el paisaje es la unión indisoluble de lo público con la naturaleza y se constituye como el reducto donde el ciudadano escapa del suburbio residencial, de la torre de viviendas, del centro comercial y de la casa unifamiliar. En definitiva, el paisaje es una manera de huir del magma capitalista. El paisaje urbano moderno se apoya en lo que se conoce como la Ciudad verde de Le Corbusier, protagonizada por los rascacielos que cierran la escenografía de la ciudad, árboles de gran porte en primera línea y pequeñas siluetas de ciudadanos desarrollando múltiples actividades. Esta idea contiene todos los ingredientes que conforman el paisaje de la ciudad moderna: la interacción entre naturaleza y artificio, la vinculación de lo verde con el espacio público y la mezcla de la estética de lo pintoresco con el trazado regulador de los edificios modernos (2005: 11-14).
A pesar de la preocupación de los modernos por incluirlo en el seno de la ciudad, su concepto del paisaje –entendido como lo verde– terminó generando una visión muy reducida de este, ya que lo limitaba a su percepción como objeto contemplativo. El paisaje se mira, se observa y se usa, pero siempre desde la distancia, nunca estableciendo una relación de igualdad y fosilizándolo como una imagen estática que se contempla desde fuera.
5. El paisaje desde la perspectiva de la posmodernidad
El punto álgido del paisaje como representación pictórica tuvo lugar con el Impresionismo y el Romanticismo. Sin embargo la llegada de la Modernidad, primero, y de las Vanguardias, después, supuso el declive de su representación. La vinculación entre el arte y el paisaje fue recuperada por el Land Art y el Earthworks, exponentes artísticos de la Posmodernidad, como reacción al olvido que este había sufrido con la llegada de la Modernidad.
En los años sesenta, con la aparición del Land Art o el Earthworks, el arte modifica significativamente su relación con el paisaje y reelabora un nuevo concepto. Aparece la tercera dimensión, lo que supone el desplazamiento del paisaje del lienzo al propio territorio. A partir de ese momento, la interacción entre individuo y paisaje no solo se desarrollará a través de la contemplación, mediante la mirada estética heredada del Renacimiento, sino que el territorio se configura como soporte y fuente de inspiración del arte, transformándose de esta manera en paisaje. Es lo que Alain Roger define como artealización in situ del territorio (Roger, 2007: 21).
A partir de ahora el paisaje, desde el punto de vista artístico, deja de ser un espacio limitado en dos dimensiones, para ser el protagonista de una nueva corriente protagonizada por artistas como Jhon Cage, Isamu Noguchi, Richard Long, Walter de María, Robert Morris o Robert Smithson, y que se caracteriza por la incorporación de la acción humana en la construcción del Paisaje Artealizado (Maderuelo, 2008: 17).
El grupo de artistas vinculados con esta nueva forma de concebir el paisaje incorpora nuevos valores al contenido teórico: el paisaje es el territorio intervenido por el hombre desde el punto de vista artístico. Esta intervención construye una determinada imagen estética del paisaje que se transforma con el paso del tiempo, incorporándose la temporalidad como valor en la construcción antrópica del paisaje.
Con esta mirada se supera la distancia de la contemplación estática para incluir el movimiento y el desplazamiento al lugar como nueva lectura dinámica del paisaje. El Land Art o el Earthworks implica un salto de las galerías al propio territorio para mostrar las capacidades artísticas del lugar que, aunque necesita de la mirada del hombre para su existencia, no está pensado para el disfrute humano.
6. El paisaje desde la perspectiva arquitectónica actual
A partir de los años setenta se produce una recuperación del paisaje, pero alejándose de los postulados heredados –y más bien limitados– de la Modernidad. En Europa y tomando como referencia a Francia, hasta hace relativamente poco, el trabajo relacionado con la ordenación y gestión del territorio, con la protección e intervención de jardines históricos o con el diseño de parques y jardines, era ejecutado por el paisajista, resultando de escaso interés para la Arquitectura, bien por una cuestión pedagógica o por una ausencia de motivación. Aproximadamente desde hace una década, los arquitectos comienzan a implicarse en lo relacionado con la ordenación y gestión del territorio y con la intervención en el espacio público de la ciudad, desde herramientas como el Proyecto urbano o el Arte público.
Profesionales como Ábalos plantean una reflexión muy interesante acerca de las relaciones actuales que se desarrollan entre la arquitectura y el paisaje. Ábalos pone de manifiesto que el contexto político, económico, social, demográfico, cultural y técnico ha ido evolucionando conformando una nueva realidad que, en determinadas ocasiones, puede resultar confusa, diluyéndose los límites interdisciplinares. Esta realidad cultural requiere un conocimiento del paisaje de una manera amplia e íntegra, por lo que es necesario desarrollar nuevas técnicas de aproximación, análisis y comprensión (Ábalos, 2005: 38) 3.
En este contexto, el paisaje deja de considerarse como un mero objeto de contemplación y pasa a entenderse como intercambio y soporte de lo humano. El paisaje pasa, pues, de ser objeto a sujeto 4, y se vincula con el lugar del espacio público de la sociedad contemporánea. En palabras del propio Ábalos,
El paisaje ya no es ese bonito fondo sobre el que destacaban bellos objetos escultóricos llamados arquitectura, sino el lugar donde puede instalarse una nueva relación entre los no humanos y los humanos: un foro cósmico desde el que redescribir toda la herencia recibida (2005: 143).
El paisaje contemporáneo es ese lugar en el que –desde el diálogo entre hombre y naturaleza– se relacionan los nuevos valores y sensibilidades de la sociedad contemporánea en proceso de gestación, con el patrimonio natural (Ábalos, 2005: 116). Construir ese lugar, entendido como paisaje, es considerado por Ábalos como la construcción del espacio público contemporáneo 5.
Esta nueva manera de trabajar frente al paisaje y construyendo paisaje, es desarrollada por un único profesional, el cual interviene en el paisaje enfrentándose a él de manera íntegra, visualizándolo como un todo 6. Ábalos denomina a esta práctica “la arquitectura del paisaje”. Por tanto, considera la arquitectura del paisaje como la disciplina para trabajar en la construcción del espacio público contemporáneo 7, entendiendo esta como la tarea más compleja y sutil, más requerida de inventiva, conocimiento técnico y preparación cultural de cuantas puedan proponerse al arquitecto (Ábalos, 2005: 48). Según él,
el paisaje […] supone operaciones selectivas de transformación del medio físico natural para adecuarlo al uso y la experiencia estética humanas, las cuales implican una composición híbrida de elementos naturales y artificiales actuando como un todo (Ábalos, 2005: 40).
Esta definición de paisaje lleva implícito la afirmación de que el paisaje se construye, es decir, es un constructo; y, en consecuencia, reivindica el proyecto como instrumento, entendido este como la acción de proyectar la cultura en el espacio público contemporáneo (Ábalos, 2005: 42).
7. El paisaje desde la perspectiva social
El geógrafo Joan Nogué define el paisaje como cultura, concepción derivada, en cierto modo, de la idea de que el paisaje es la fisonomía característica que revela una porción de espacio concreta –una región– y la distingue de otras. Para él, el paisaje es un elemento vivo, dinámico y en continua transformación. La esencia del paisaje está conformada por la trilogía paisaje-cultura-región, o lo que es lo mismo: paisaje-identidad-lugar (2007: 374).
En el texto “La valoración cultural del paisaje en lacontemporaneidad” 8, Nogué hace referencia al paisaje como una construcción sociocultural en la que la sociedad encuentra, en un determinado lugar/espacio, su proyección cultural desde la dimensión física y perceptiva. De ahí el concepto de paisaje como representación social, entendiendo que la cristalización de las relaciones sociedad-naturaleza en la región desde el pasado, el presente y el futuro, le otorgan un carácter que la hace única e irrepetible. En sus propias palabras, el paisaje es:
la proyección cultural de una sociedad en un espacio determinado […] con dos dimensiones intrínsecamente relacionadas: una física, material y objetiva y otra perceptiva, cultural y subjetiva […]. Puede interpretarse como un dinámico código de símbolos que nos habla de la cultura de su pasado, de su presente y también la de su futuro (Nogué, 2009: 11).
Si el paisaje es en parte el conjunto de elementos físicos que lo conforman (morfología del terreno, flora, fauna y acción antrópica), estos tienen una materialidad propia y pueden ser –o no– observados. La mirada del observador está condicionada por su bagaje cultural y la proyecta sobre el paisaje de manera consciente o intuitiva. La sistematización de esos elementos culturales es lo que permite al hombre evocar o darle un significado –y no otro– al paisaje que contempla, lo que le posibilita incluso la creación de símbolos a partir del propio paisaje. Esta atribución cultural al paisaje desde la perspectiva social explica por qué el paisaje ha tenido siempre un papel relevante en la formación, consolidación, y mantenimiento de la identidad territorial.
8. El paisaje según la mirada del paisajista brasileño Roberto Burle Marx
A lo largo de su trayectoria vital y profesional, la preocupación o el objetivo de Burle Marx no fue tanto establecer un concepto de paisaje como trabajar en su construcción mediante la realización de jardines privados, plazas, paseos, espacios públicos o grandes parques metropolitanos. En sus conferencias desarrolla la idea de la existencia de dos tipos de paisaje: el “paisaje natural”, el ya existente, y el paisaje antropizado e intervenido, que él denomina “paisaje construido” y que se caracteriza por las modificaciones que ha sufrido debido a las necesidades del hombre a lo largo de la historia (transporte, alimentación, cultivo, vivienda…). Esta concepción, por un lado, acota la noción de paisaje a la interacción naturaleza-hombre, pero, por otro, posibilita interpretarla de manera amplia.
Burle Marx defiende que el paisaje es indivisible y continúo, si bien acepta que existan ciertas áreas con unas características comunes (morfológicas, estéticas, sociales, culturales o científicas) que permiten entenderlas como áreas autónomas dentro de la totalidad del paisaje (Burle, 1976: 127). Esta visión excluye el juicio estético, ya que para él son paisaje todos aquellos paisajes derivados de la acción antrópica, desde los más bellos hasta lo más degradados.
No obstante, dentro del paisaje construido, identifica otro tipo de paisaje, que viene definido por una necesidad estética –que no es lujo ni despilfarro– que resulta necesaria para el hombre y que él atribuye a la razón ética de la propia civilización (Burle, 1954: 24). Para él, el paisaje construido refleja el pensamiento estético que ha caracterizado las diversas épocas de una civilización, si bien es cierto que es más fácil reconocer esta estética en otras manifestaciones artísticas coetáneas del paisaje. Asimismo, el paisaje construido se convierte en el espejo de la sociedad que lo habita, de modo que en él puede identificarse incluso el orden social de dicha sociedad. En palabras de Burle Marx,
Nao há exagero em se afirmar que a história do jardín (isto é, da paisagem construìda) corresponde à história dos ideais éticos e estéticos da época correspondente (Burle, 1954: 24).
Burle Marx identifica en el paisaje de cada país el resultado de la interferencia consciente de su civilización en el ámbito físico/natural para transformarlo en paisaje construido. La antropización del paisaje materializa los conceptos éticos (religiosos y políticos) y estéticos (formas, materiales, estilos) contenidos en la cultura de cada colectivo. No obstante, es el medio ecológico el que condiciona la relación entre la arquitectura y el paisaje construido (Burle, 1954: 25). En resumen, y recurriendo a una de las frases predilectas de Burle Marx, “o jardim é natureza organizada pelo homem e para o homem” (Burle, 1954: 26).
Esta visión antrópica del paisaje construido atribuye un nuevo valor –fundamentalmente estético– al concepto del paisaje, ya que este, según Burle Marx, es el reflejo de los valores éticos, estéticos, sociales y culturales de la sociedad que lo habita, lo que sitúa al individuo como elemento inherente en la construcción de este. En definitiva, el paisaje construido es la imagen del tiempo del hombre, imagen que se conforma con los materiales que componen dicho paisaje y que está en armonía con las demás expresiones artísticas del momento (Leenhardt, 2006:95).
9. Hacia una definición propia de paisaje
Una vez analizadas las diversas aproximaciones al concepto de paisaje, cada una de las cuales, desde su propia perspectiva, aporta información para definir el ámbito de trabajo, procede establecer una definición propia de paisaje. Como punto de partida puede considerarse que el paisaje, como entidad física, es el lugar exterior ilimitado e indivisible, modificado o no por el hombre, pero susceptible de ser ocupado o transformado por él, de manera natural o antrópica, en cualquier momento, pero este lugar, para existir, necesita el requisito indispensable del observador. Esta cualidad de continua transformación significa entender el paisaje como un proceso dinámico que se construye diariamente.
Esta consideración –en la línea de Burle Marx– contempla dos tipos de paisaje. De una parte, el “paisaje natural”, entendido como la extensión de territorio o la porción de superficie terrestre ilimitada e indivisible donde el hombre no ha intervenido y, de otra, el paisaje construido, que incluye todas aquellas porciones de la superficie terrestre en las que, por cualquier motivo, el hombre ha intervenido. No todos los “paisajes construidos” reúnen las mismas condiciones de habitabilidad y disfrute 9 para el hombre, ya que el resultado de la interacción del individuo con el territorio es muy diverso en función de sus objetivos, lo que determina la construcción de paisajes con distintas cualidades y calidades.
En el caso del paisaje construido, la mirada del hombre, impregnada de sus valores culturales, identifica los elementos –naturales o culturales, materiales o inmateriales– que componen el paisaje y las diversas relaciones que entre ellos se establecen. Las características específicas de orden estético, ambiental, social, artístico, económico, histórico, científico o natural, que se reconozcan en determinadas zonas del paisaje, permitirán atribuirle el apellido correspondiente a cada uno de los fragmentos que lo componen 10. No obstante, en un mismo paisaje pueden convivir todos los elementos/valores mencionados o, por el contrario, uno de ellos puede destacar y convertirse en el valor singular que caracteriza la totalidad.
El paisaje construido es el resultado de acción humana, definición que lleva implícita la proyección de la cultura particular de cada sociedad en el paisaje. Por ello, se entiende que ese territorio o ese lugar exterior intervenido por el hombre termina convirtiéndose en su espejo. Siguiendo las palabras de Burle Marx, el paisaje construido es un reflejo del hombre con todos sus valores estéticos y éticos, una imagen de su tiempo y una radiografía de su evolución a lo largo del tiempo, con todas las connotaciones positivas y negativas que esto implica.
Y así como la sociedad y sus valores se van transformando a lo largo del tiempo, de la misma manera el paisaje construido se va modificando y construyendo lentamente, de modo que las intervenciones más recientes se superponen a las marcas que la acción del hombre ha ido dejando a lo largo del tiempo. Esta concepción supone que el paisaje construido, y a la vez heredado, lleva implícito las nociones de cambio y dinamismo, lo que viene, pues, a determinar que el tiempo y el proceso de gestación en su construcción sean cualidades inherentes a esta concepción del paisaje.
Considerar el paisaje construido como una proyección cultural del hombre hace que el individuo, ya colectiva, ya individualmente, se identifique con él al margen de cuestiones estéticas o patrimoniales. El vínculo entre el individuo y el paisaje/lugar se refuerza mediante la experiencia y el resultado de esta interacción individuo-paisaje es una construcción mental con la que el individuo se identifica. Estos vínculos varían en función de la experiencia, por tanto habrá tantos “paisajes construidos” como experiencias individuales o colectivas.
En resumen, la noción de paisaje que se puede extraer de este breve recorrido por diferentes etapas históricas o artísticas es el siguiente: el paisaje es aquel lugar ilimitado e indivisible que, debido a la actuación intensa y continua del individuo sobre él, expresa los valores de la sociedad que lo ha ido construyendo a lo largo del tiempo, construcción paulatina que le otorga un carácter de proceso dinámico, lo que, a su vez, determina que las diversas transformaciones experimentadas como resultado de la incesante interacción del individuo sean consideradas una cualidad inherente a esta consideración del paisaje construido. Esta concepción no solo incluye los paisajes heredados sino también los recientes.
Notas:
1. Por marca se entiende toda alteración producida por el individuo en el territorio
2. El artº 77 de la Carta de Atenas indica las cuatro funciones que conforman las bases del urbanismo: habitar, trabajar, recrearse (horas libres) y circular.
3. Según Ábalos, para abordar el paisaje actual se necesitan nuevas técnicas de representación y analíticas de sistemas dinámicos (flujos térmicos, termográficos, virtual…), no sujetas a conceptos estáticos. El camino sería unificar en una misma planimetría las miradas de un arquitecto, un biólogo, un artista, un geólogo, un agricultor, un historiador, un arqueólogo o un turista, lo cual implica elaborar una cartografía que responda a diferentes tiempos -como otro factor analítico- y a escalas de cada una de estas miradas, para así poder consolidar las formas de pensar y proyectar un paisaje que no esté limitado por los antiguos saberes ni tomen como base los valores humanos extraídos de la Carta de Atenas (Ábalos, 2005: 69).
4. Un ejemplo de esta superación del paisaje como objeto se puede observar en las prácticas artísticas contemporáneas, las cuales son igualmente responsables de la transformación del paisaje en espacio público. La fotografía, las performance, las instalaciones y el Earthworks son miradas plásticas que marcan lugares ejerciendo una función educadora y provocadora de una nueva mirada (Ábalos, 2005: 83).
5. En la ciudad contemporánea lo público no se ubica en los espacios relacionados con la representación política o religiosa, sino que se reubica en áreas urbanas con un claro perfil paisajístico incorporando lo natural como un valor contemporáneo asociado a lo público. En la actualidad, frente al bombardeo continuo de información, las nuevas sociedades plurales, compleja en usos y sistemas de socialización requieren nuevos espacios donde identificarse, mezclarse y encontrarse (Ábalos, 2005:79).
6. Esta actitud supera la práctica de la arquitectura como síntesis de la tradición dualista (vacío-paisajista / lleno-arquitecto) heredada de la Modernidad.
7. Ábalos entiende el espacio público no solo como el lugar donde los humanos se realizan colectivamente (polis griega), sino el lugar donde se re-construye el foro contemporáneo, donde el hombre y la naturaleza se encuentran, se reconocen, se mezclan y se aceptan (Ábalos, 2005: 83).
8. Este texto de Nogué se trata de la introducción de la publicación El paisaje en la cultura contemporánea, coordinada por el mismo Nogué.
9. Un paisaje portuario, un paisaje industrial o un paisaje degradado (vertederos, traseras de ciudades, etc.) son asimismo resultado de la interacción del hombre con el territorio, pero se definen como lugares ausentes de calidad habitable.
10. Estos aspectos se han visto en los apartados anteriores. Puede ser estético o no, puede incorporar la naturaleza o prescindir de ella, puede tener un espesor histórico y temporal significativo o constituirse como un paisaje espontáneo y efímero. Cada caso tiene su apellido, pero todos son paisajes construidos, porque en todas las ocasiones es el hombre quien lo construye y quien lo experimenta, bien desde la contemplación o desde la participación.
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