Resulta primordial detener la mirada y tratar de comprender las peculiaridades del proceso que convierte a los jóvenes ingresantes en graduados universitarios. El mismo, es “un recorrido generalmente sinuoso, zigzagueante, con avances y retrocesos producto de la presencia de barreras que obstaculizan el aprendizaje y el rendimiento académico” (Araujo, 2008: 7) manifestándose a través de fenómenos comola deserción, la baja tasa de graduación y la prolongación de los estudios más allá del tiempo formalmente previsto por los planes de estudio.
En este recorrido, en esta experiencia estudiantil que más que la expresión lineal de una racionalidad conciente, constituye el producto recursivo de dudas, temores, equivocaciones y pasiones (Malinowski, 2008), los estudiantes emprenden un doble aprendizaje. Por un lado, un aprendizaje específico, propio de la cultura disciplinar a la que se está ingresando y por otro un aprendizaje general que involucra las características de la universidad como institución y que implica construir el ‘oficio de estudiante universitario’. De esta manera, en este ‘aprender a ser estudiante’ parece que cada alumno va transitando una serie de momentos que -con tiempos diferentes y sin significar una suerte de evolución natural- le permiten paulatinamente ir apropiándose de las reglas de juego de la propia universidad. Malinowski (2008), retomando los estudios de Alain Coulon en Francia, señala tres etapas que prosiguen a la entrada a la universidad: 1) un tiempo de extrañamiento, que supone la inserción a un ámbito desconocido y la ruptura con las normas y costumbres anteriores, propias del mundo que acaba de abandonar; 2) un tiempo de aprendizaje, que implica un proceso de adaptación a las nuevas pautas institucionales y el descubrimiento de las ambigüedades entre las antiguas y las nuevas reglas; y 3) un tiempo de afiliación, en el que el estudiante logra dominar las nuevas reglas de juego e interpretar los significados institucionales. Así, afiliarse consiste en apropiarse de las características multidimensionales -tanto administrativas como cognitivas- de la institución universitaria y en edificar un conjunto de referentes en el seno del mundo universitario. En este arduo proceso de construcción del oficio de estudiante, la fase de afiliación juega un papel importante en la múltiple trama de factores que obstaculizan o facilitan la permanencia en la universidad, debiéndose detener la mirada en la propia institución y en cómo su cultura puede estar reforzando el extrañamiento o contribuyendo a la afiliación. Lograr la afiliación institucional, es decir, llegar a comprender los dispositivos formales que estructuran la vida universitaria desde el punto de vista administrativo, supone todo un aprendizaje por parte de los estudiantes en el cual, a medida que van ‘conociendo’ las reglas institucionales del mundo universitario, ellos mismos se van ‘reconociendo’ como parte de ese nuevo universo, incorporando sus prácticas y forjándose un ‘habitus de estudiante’ que se constituirá en principio orientador de sus acciones. En este sentido, el habitus, entendido como una disposición a actuar, percibir, pensar y sentir de determinada manera (Bourdieu, 1987, 1988, 2003), se irá construyendo paulatinamente en las interacciones que el alumno establezca con la institución, en general; y con un campo de conocimiento específico, en particular. Es decir, transitar por la universidad exige no sólo afiliarse a la institución sino, además, lograr una afiliación cognitiva o intelectual que tiene que ver con lo que se espera de un estudiante, con las exigencias que profesores y demás actores de la institución plantean para conferir dicho estatus. En palabras de Coulon (Coulon, 1997, citado por Malinowski, 2008, pp. 807), afiliarse al mundo universitario desde el punto de vista intelectual sería “saber identificar el trabajo no pedido explícitamente, saber reconocerlo y saber cuándo cumplirlo […] comprender los códigos del trabajo intelectual, cristalizados en un conjunto de reglas a menudo informales e implícitas”. Se trata, por tanto, de aprender a ser estudiante en el marco de las características propias de una disciplina que exige “la adquisición y el dominio paulatino de conocimientos, habilidades, valores y pautas de actuación de carácter especializado materializados en un curriculum” (Araujo, S. y Corrado, R., 2008: 220). Como sostiene Burton Clark (1983) “cada disciplina tiene una tradición de conocimientos -categorías de pensamiento- y códigos de conducta relacionado […] en cada campo hay una forma de vida a la cual son inducidos gradualmente los nuevos miembros” (p.118). Se trata de un proceso de socialización en el que los futuros miembros de una comunidad académica van construyendo progresivamente su sentimiento de pertenencia, de identidad y compromiso personal con la misma. De esta manera, ingresar a una carrera particular, en nuestro caso Ingeniería de Sistemas, significa comenzar a transitar un ambiente cultural específico en el que se comparten determinadas creencias en torno a problemas, teorías, y metodologías; se erigen ídolos y se posee un vocabulario común y un grado de desarrollo, estructuración e integración simbólica particular. Como sostiene Becher (2001) cada disciplina tiene una identidad reconocible y atributos culturales particulares que deben ser adquiridos por aquellos que pretenden formar parte de la misma. Así, los ‘iniciados’ inmiscuidos en un folklore y un código de prácticas aceptadas o requeridas que condicionan la manera de ver el mundo, deben lograr apropiarse de las tradiciones, costumbres y prácticas, de los principios morales y normas de conducta, de las formas lingüísticas y simbólicas de comunicación, de los significados compartidos. Sin embargo, adquirir esos capitales cultural, social y simbólico específicos del campo disciplinar no es tarea sencilla.
De esta manera, abordar el aprendizaje en la universidadexige considerar “el entrecruzamiento particular entre una institución que establece normas, símbolos de identificación y finalidades que tienden a la integración y cohesión institucional, y otra fuerza que tiende a la dispersión y la diferencia a partir de la presencia de disciplinas que difieren en la naturaleza del conocimiento con el que trabajan” (Araujo, 2008: 27). Pero además, requiere contemplar la construcción del oficio de estudiante más allá de las fronteras de la universidad (Vélez, 2005). En el caso de la carrera de Ingeniería de Sistemas, y teniendo en cuenta que la casi totalidad de los estudiantes no es de Tandil, es necesario considerar ciertas variables que traspasan los límites de la universidad. En este sentido, hay que considerar otro tipo de aprendizajes que deben emprender los estudiantes y que tiene que ver con el aprender a vivir en una ciudad diferente a la de origen, solos, lejos de los afectos y de los lugares conocidos.
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