Desde los inicios del medio televisivo, el público infantil ha sido objeto de particular atención de los investigadores por las características especiales que reúne este segmento de población y porque ya se advierte la importancia que la televisión va a adquirir como nuevo agente socializador unido a los tradicionales, familia y escuela. (Núñez, Gómez y Vázquez, 2007).
Al reflexionar sobre los beneficios que brinda la televisión, consideramos oportuno que la familia pudiera ser mediadora en esta actividad que se extiende más allá de la presencia física, y supone un acumulado de tareas que ayuden a lograr lo que se ha llamado una alfabetización audiovisual, propiciando que los educandos adquieran posiciones críticas que beneficien el aprendizaje y a su vez el disfrute que determinaría el progreso de las habilidades del niño en su interacción constante con el medio .
Al respecto de estas tareas que la familia puede llevar a cabo Hogan (2001) hace referencia a:
(Del Río, 2004, p. 300)
A partir de lo antes expuesto retoma la investigadora estos apuntes que le permiten una visión activa y crítica de los programas audiovisuales y de esta intencionalidad en la configuración de un entorno mediático favorables. Este autor también retoma la relevancia de la visión conjunta como influenciadora del juicio del niño sobre la representación de los programas de la televisión, de manera que plantea más adelante que la misma puede “ayudar al niño en la comprensión de los argumentos y mediar en los aspectos potencialmente negativos de los contenidos violentos y agresivos” (Del Río, 2004, p. 301).
En este sentido, podemos plantear que la familia es uno de los agentes mediadores más importantes en la relación del niño con la televisión, tanto en lo referido a los tiempos y dietas de consumo como en los contenidos y posibles beneficios o prejuicios cognitivos y morales que se deriven de dicha relación (Reig, 1995).Pero esta mediación, para obtener beneficios requiere una labor consciente de los padres sobre la relevancia del papel del medio y de su papel como mediadores.
Así, Austin se refiere a la mediación paterna como “la discusión activa del contenido televisivo con el niño” (Del Río, 2004, p.386) de manera que “los padres pueden comentar en qué medida representa la televisión el mundo real (categorización), recomendar o condenar mensajes televisivos (validación), y proveer información adicional para mostrar cómo los mensajes televisivos se pueden aplicar en la vida real (suplementación)” . (Del Río, 2004, p. 291).
La mediación familiar es un procedimiento voluntario que persigue la solución extrajudicial de los conflictos surgidos en su seno, en el cual uno o más profesionales cualificados, imparciales, y sin capacidad para tomar decisiones por las partes asiste a los miembros de una familia en conflicto con la finalidad de posibilitar vías de diálogo y la búsqueda en común del acuerdo. (Baixauli, 2001, p.2).
Al analizar los planteamientos anteriormente expuestos la autora arriba a una idea importante que vale la pena señalar; resaltar el papel de la familia como mediador, persona imparcial y neutral, que adopte un papel activo y relevante que los oriente, ayudándoles en su formación de esta forma se da cumplimiento a la función educativa que debe ejercer la familia en la formación de su hijo. La compañía de padres u otros adultos con el niño al ver el dibujo animado Elpidio Valdés no solo supone que el espacio televisivo tenga una influencia positiva, sino que permitiría la discusión activa del animado que viene a hacer la función mediadora entre padres y niños, aspecto que se tomará en cuenta en esta investigación, en la condiciones de existencia del niño en relación con la televisión.
Una de las instancias desde la que se han generado cambios en la familia y las relaciones familiares es la televisión. La televisión se consume fundamentalmente en el ámbito familiar (Ferres, 1994, p. 133), y su presencia habitual en los hogares ha hecho del consumo televisivo una necesidad primordial, hasta el punto de convertirla en un elemento más de la vida familiar cuyos efectos sobre la misma no dejan de discutirse y examinarse. No debe extrañar, por tanto, que se haya llegado a afirmar que el hogar familiar es el espacio idóneo para el establecimiento de una interacción directa entre los televidentes y la televisión (Caron y Meunier, 1996, pp. 30-49). En el mismo sentido se ha señalado que la familia es el grupo natural para ver televisión, y por tanto, constituye el primer escenario de apropiación del contenido televisivo (Orozco, 1990, p. 150). Así, la familia ha pasado a ser reconocida como una de las principales instituciones de mediación en la acción de consumo infantil de televisión, de modo que no es posible entender de manera rigurosa la relación entre niños y televisión si se obvia el hogar familiar como espacio natural de dicho encuentro (Bringué y Villena, 2000, p. 42). La televisión influye de manera cotidiana en la familia, ya que esta aquella tiene la particularidad de ser externa y, al mismo tiempo, estar dentro del hogar. (Barrios, 1992, p. 20).
Asimismo, el aprovechamiento de los programas televisivos puede optimizarse a partir de una posición mediadora de la familia: “un padre puede, mediante astutas observaciones y preguntas sobre los mensajes de un medio hacer de un programa mediocre una experiencia de aprendizaje, mientras que un programa maravilloso puede convertirse en una oportunidad de aprendizaje y disfrute malgastada si lo ve un niño sin la compañía de su padre” (Del Río, 2004, p. 301).
La autora reflexiona sobre la familia como institución, la que al sufrir cambios sociales ha traído consigo pérdida de influencia en el seno natural, hasta tal punto que algunas de las funciones tradicionalmente abordadas por esta ahora son desempeñadas por otros agentes o instituciones de socialización.
Plantea Leichter: Lo cierto es que, como sistema abierto y permeable, la familia está sujeta a influencias externas de otros agentes o instituciones que le obligan a “cumplir un rol significante al reforzar, criticar, consolidar y perfeccionar el conocimiento adquirido por sus miembros a través de otras instituciones” (Goig, 2004, p. 3).
Estos elementos, de acuerdo con investigaciones realizadas, garantizan en buena medida saldos positivos de la interacción de los niños con la televisión: “Nuevamente la investigación advierte que los niños que mejor parados salen de su relación con la televisión son (…) aquellos cuyos padres despliegan más estrategias de interacción – triangulación con sus hijos y con la pantalla televisiva” (Del Río, 2004, p. 286).
La relación entre la institución familiar y la televisión se ha cimentado en un amplio número de ámbitos entre los cuales se puede citar la adaptación de la programación televisiva a los ciclos de vida familiar, el desarrollo de contenidos específicos para audiencias familiares, o la adaptación de los ritmos de la vida familiar cotidiana a la programación televisiva. (Goig, 2004, p.3).
Para Orozco, la familia y la escuela, como comunidades primarias de interpretación y aprendizaje, son claves para mediar el papel más invasivo de los medios en las dinámicas cotidianas de los más jóvenes, dejando bien claro que pese a la invasión mediática “ninguna institución social, ni la familia, ni la escuela, ni los medios de comunicación ejercen una influencia monolítica en la sociedad” (Orozco, 2001, p.59) y, por tanto, el proceso de socialización tampoco es producto autónomo de la actividad particular de alguna de ellas; por ejemplo, la familia es la encargada de preservar los valores; la escuela de educar y, finalmente, la televisión y los medios, particularmente los comerciales, de informar y entretener, si bien Orozco advierte que aún sin proponérselo, la televisión, desde su creación, tiene una fuerte injerencia en los procesos educativos. (Franco y González, 2011, p.4).
Estas mediaciones múltiples sujetan a los receptores a una serie de condiciones sociohistóricas específicas que no sólo vuelven complejo el fenómeno, sino también contradictorio, pues entre menos impacto tengan la institución familiar y escolar en los menores, mayor será la importancia de la televisión en sus dinámica, pero también al contrario: a mayor mediación familiar y escolar, menor efecto en la producción de significados que deviene de los medios. Tal como él mismo lo menciona: “La familia, la escuela y la televisión en ocasiones se complementan y refuerzan, pero en otras, por sus condicionamientos concretos, orígenes y diversas posibilidades de realización de sus objetivos, tienden a contradecirse” (Franco y González, 2011, p. 5).Así, la coexistencia compleja, conflictiva y en ocasiones contradictoria de la televisión, la escuela y la familia, como sugiere el autor, provoca (y más ahora que a la pantalla televisiva se le han venido a sumar diversidad de pantallas que no sólo son más pequeñas sino que a la vez son portátiles, personales e interconectadas) que tanto niños como jóvenes sean “sujetos de una múltiple y también conflictiva y contradictoria socialización” (Franco y González, 2011, p. 5). Desde ahí la creciente mediatización de la vida social está provocando diversos cambios y conflictos en las dinámicas familiares y escolares, y Orozco identifica que uno de ellos reside en los “resultados” que se espera de cada institución social; es decir, los más jóvenes constantemente comparan los mensajes emitidos por cada institución con la información que adquieren de los medios, y esto a su vez genera otro conflicto porque modifica “el proceso” de cada institución al poner entredicho sus funciones, ya que los menores adquieren otro tipo de valores que no son los familiares y otro tipo de aprendizajes que no son aprobados por la escuela. (Franco y González, 2011, pp.4-5).
A la televisión se le han atribuido efectos sobre la vida familiar derivados de su elevada capacidad de persuasión (Van Evra, 1999, p. 150). Estos efectos operarían erosionando las interacciones familiares y empobreciendo la comunicación familiar. Así, se arguye que las familias pasan, en la actualidad, un importante número de horas frente al televisor y que esto ha producido una cierta sustitución de las relaciones interpersonales por las relaciones mediáticas, ya que hay pocas interacciones entre la familia, mientras se está viendo televisión, que no estén relacionadas con la misma (Torres, E.; Conde, E., y Ruiz, C., 2002, p. 124.). Otras variables que tienen que ver con el mayor equipamiento de los hogares repercuten en ello, a saber, la presencia de más de un aparato de televisión en un mismo hogar con la consiguiente visión individual que contribuye al desconocimiento del tiempo que unos y otros pasan delante de la pantalla, así como de los contenidos que están consumiendo (Goig, 2004, p.4).
Ahora bien, la razón de esa menor interacción familiar no sólo es debida a la atención prestada al mensaje televisivo. La tesis fuerte, vinculada a planteamientos hipodérmicos, de que la televisión erosiona las relaciones familiares (Chalvon; Corset; y Souchon, 1982), no ha obtenido un respaldo empírico exento de ambigüedades. En realidad, no se puede afirmar tajantemente que la comunicación familiar haya menguado como consecuencia directa de la difusión de la televisión. El proceso de urbanización, la división del trabajo y los cambios en la estructura social deberían tenerse también en cuenta en cualquier intento de explicar la reducción de la comunicación familiar. De hecho, un buen número de investigaciones ha mostrado que la comunicación familiar puede también enriquecerse en contextos de consumo de televisión, dependiendo del escenario de recepción, estilo de consumo y tipo de uso y mediación del consumo (Alexander, 1990, pp. 211-225). Así pues, el consumo de televisión y la interacción comunicativa familiar no son dimensiones comportamentales mutuamente excluyentes, sino componentes de y concurrentes en una misma dinámica interaccionar. La investigación empírica, por tanto, deberá centrarse en la mediación familiar del consumo infantil de televisión, ya que los estilos familiares y las estrategias de socialización televisiva que los padres ofrezcan en la familia se van a convertir en una variable muy significativa para la educación televisiva de los niños (Alexander, 1990, p. 211). (Goig, 2004, p.5).
Pese a las mediaciones, como se habló párrafos atrás, los mensajes televisivos en muchos casos logran imponerse porque son capaces de ir más allá del “acto de ver televisión”, al volverse insumos y referentes de las relaciones sociales. Este proceso preocupa a Orozco porque sucede de forma tan implícita que muchas de las veces pasa desapercibido, de ahí que sea necesario rescatar cuáles son “los recursos” con los que debe contar cada institución social para generar resistencias (mediaciones) más certeras que permitan no sólo mantener sus funciones sociales (preservar los valores y educar) sino también usar las posibilidades emitidas por la televisión como un insumo para lograr esos mismos fines. (Franco y González, 2011, p.7).
Para esto, aclara Orozco, será necesario entender que la “negociación de significados” no sólo ocurre a nivel institucional, pues lo mismo pasa y sucede con los receptores, ya que éstos también son capaces de mediar individual y culturalmente los significados propuestos por la televisión.
Con ello el receptor, como agente activo, no sólo negocia los significados televisivos sino que también los traslada a otras situaciones sociales, esto le permite “re-apropiar y resignificar “lo visto por televisión en virtud de los fines personales buscados y en relación a los significados comunes que comparten las comunidades de interpretación a las que el receptor pertenece (familia, escuela, barrio, amigos, iglesia y ahora también las redes sociales por internet). (Franco y González, 2011, p.7).
El visionado conjunto de la televisión niños-adultos puede servir de mediación sobre los posibles efectos de la programación. Una correcta actuación del adulto (para lo cual requiere previa formación) puede convertir cualquier efecto de la televisión en positivo. (Fernández, 2006-07, p.20).
La primera tipología sobre comunicación familiar y medios de comunicación fue formulada a principios de los setenta por Chaffee y Mcleod. Basándose en sus estudios, Van Evra (1990), sostuvo la existencia de dos tipos familiares frente a la televisión: a) en primer lugar, las familias orientadas socialmente, que enfatizan el mantenimiento de la armonía y evitan los sentimientos negativos. Exhiben un elevado consumo de televisión, se produce una adopción de los hábitos paternos de consumo televisivo y un mayor consumo de programas agresivos; b) en segundo lugar, las familias orientadas conceptualmente, que enfatizan la expresión de sentimientos y creencias. Entre sus principales características se encuentra un menor consumo de televisión, un mayor grado de selección de programas y un mayor respeto a los hábitos de los demás miembros familiares (Torres; Conde y Ruiz, 1994, p. 130.)
En 1989, Huston y Wright describieron cuatro estilos de mediación familiar del consumo infantil de televisión en función de las variables de estímulo (implicación en la elección) y control frente a la televisión:
En este tipo de familias hay un alto nivel de discriminación y selección de los programas, la covisión es frecuente y el consumo es menor que en los tipos anteriores. (Goig, 2004, p.7).
A principios de los noventa, Van der Voort, Nikken y Van Lil (1992) elaboraban una triple tipología de estilos de mediación familiar del consumo de televisión entre niños y adolescentes. A finales de la misma década, Abelman y Pettey en Estados Unidos, y Pindado (1998) en nuestro país, defendían propuestas muy similares. Estos investigadores han señalado la existencia de tres modelos parentales de mediación familiar del consumo de televisión: a) la mediación restrictiva, consistente en el establecimiento de normas, limitaciones y restricciones; b) la mediación orientadora o evaluativa, que utiliza la covisión y la discusión y crítica de los contenidos televisivos como estrategia de control; y por último, c) la mediación desenfocada o desfocalizada, en la que se realiza covisión y discusión ante los medios pero se permite un consumo elevado de televisión y no se realiza orientación ni evaluación. (Goig, 2004, p.7).
Unos años después, en la revisión efectuada por Dorr y Rabin (1995), se establecía que las reacciones de los padres ante los medios audiovisuales responden a tres repertorios básicos: a) establecimiento de reglas prohibiendo contenidos, b) establecimiento de reglas en relación con el tiempo que se dedica a ver televisión, y c) establecimiento de prerrequisitos o condiciones para ver televisión. En ese sentido, como han señalado Huston y Wright, las principales estrategias de los padres consisten en prohibir determinados programas y limitar el tiempo de consumo. Estos comportamientos son mucho más habituales que el uso de recompensas, la covisión y la facilitación del consumo de programas de tipo formativo. (Goig, 2004, p.8).
Caron y Meunier, basándose en Dorr y Rabin, han postulado la importancia del contexto doméstico y las características familiares en la dinámica de la interacción con los medios, y han propuesto una tipología de tres estilos o modelos de mediación familiar del consumo infantil de televisión: a) la mediación restrictiva, que se basa en el establecimiento de reglas rigurosas; b) la mediación proactiva, que se interpreta como un esfuerzo de traducción que los padres realizan para ayudar a los niños a interpretar los mensajes televisivos; y por último, c) la mediación implícita, estrechamente vinculada con el contexto específico de cada familia. (Goig, 2004, p.8).
Más recientemente y en nuestro contexto, Vílchez ha propuesto una tipología cualitativa de cuatro modelos de mediación familiar del consumo infantil de televisión basándose en los espacios creados por la intersección de dos ejes de ordenadas: el primero formado por los polos actividad versus pasividad, y el segundo formado por los polos permisividad versus autoridad. Así, los cuatro estilos de mediación serían: a) didácticos, que quedarían encuadrados en el espacio activos y permisivos y se caracterizarían por ser selectivos, razonadores y comunicativos; b) rigoristas, englobados en el espacio definido por los polos activos y autoritarios, sería un modelo anti televisión, moralizante y extremista; c) cómodos, en el cuadrante de pasividad y permisividad, se caracterizarían por ser diletantes y ausentes; y d) paternales, en el espacio de la pasividad y la autoridad, este estilo se correspondería con las familias protectoras . (Goig, 2004, p.8).
Por conclusión, Orozco (2001) quiere dejar bien en claro que ningún receptor se enfrenta con la “mente vacía” a la televisión, como se pensaba (y aún se piensa) en otras corrientes teóricas de la comunicación. Los retos que deja el autor en este ensayo (y al que él mismo ha dado respuesta en diversas investigaciones) son que más que pensar en los efectos se debe indagar en la comprensión de “cómo y por qué el receptor resiste o rechaza los significados que tienen a ser hegemónicos”, y también “hasta qué punto las modificaciones en las prácticas de una institución, principalmente familia y escuela, en su relación con el receptor facilitan o empujan a modificaciones en la relación que éste sostiene con la televisión” (p.70). Finalmente, lo que busca Orozco a lo largo del ensayo es buscar las bases sólidas para el diseño de estrategias y políticas de educación y comunicación tendientes a fortalecer la capacidad crítica de niños y jóvenes frente a la televisión. (Franco y González, 2011, p.21).
La autora tiene afinidad con los resultados antes expuestos por el Goig (2004) ya que hace referencia a que se observa, en la actualidad, la presencia de conductas permisivas en las familias, en cuanto al consumo de programas televisivos en escolares de forma indiscriminada: tanto en los destinados al público infantil como al adulto, y esto, lógicamente, afecta la formación de estos estudiantes.