Cuando el gobierno, movido por las quejas de los consumidores de helados, impone un precio máximo en el mercado de helado, los resultados pueden ser dos… el gobierno impone un precio máximo de 4$ el helado. En este caso, como el precio que equilibra la oferta y la demanda (3$) es inferior al precio máximo, éste no es relevante.
Las fuerzas del mercado llevan a la economía al equilibrio, por lo que el precio máximo no tiene consecuencia alguna
Sobre el segundo caso
…el gobierno impone un precio máximo de 2$ el helado. Como el precio de equilibrio de 3$ es superior al precio máximo, éste impone una restricción activa al mercado. Las fuerzas de la oferta y la demanda tienden a llevar el precio al nivel de equilibrio, pero cuando el precio de mercado es igual al máximo, no puede subir más. Por lo tanto, el precio de mercado es igual al precio máximo. A este precio, la cantidad demandada de helado (125 helados en la figura) es superior a la ofrecida (75 helados). Hay una escasez de helado, por lo que algunas personas que quieren comprar helado al precio vigente no pueden.
Por supuesto, Mankiw no dice en qué circunstancias el gobierno se ve obligado a imponer precios máximos. Nosotros lo haremos por él.
En los mercados del mundo real, donde no existe la “Competencia Perfecta”, los monopolistas, a diferencia de lo que dicen los marginalistas de todo cuño, tienen el poder de establecer precios y cantidades al mismo tiempo. En los mercados más comunes, como son los de oligopolio, los ejecutivos de ponen de acuerdo para incrementar los precios y las cantidades, al mismo tiempo. Ese poder hace que la sociedad se encuentre completamente indefensa ante las arbitrariedades de los empresarios. Precisamente, es en estas circunstancias que el Estado interviene para dictar precios máximos, los que no pueden ser sobrepasados legalmente por las empresas. Si no fuera por el Estado, los empresarios expoliarían aún más a la sociedad. Mankiw dice que una imposición de precios máximos causará escasez porque las empresas ofrecerán menos cantidad del bien a ese precio que, por su propia naturaleza, es siempre menor al que los empresarios imponen.
Es en esa declaración que nos damos cuenta de otro asunto: encontramos aquí una de las razones por la que los economistas del vudú insisten en lucubrar sus hipótesis en mercados fantasmas de Competencia Perfecta, en los cuales la “magia de la mano invisible”, en actos de espiritismo compartido, se encargan de solucionar todos los problemas, dado que en ese mercado se supone que “el número de ofertantes es tan inmenso que ninguno de ellos puede por sí solo, modificar el precio de mercado”. Pero sucede que en el mundo real, el número de ofertantes de prácticamente todos los bienes y servicios ofrecidos al mercado no es infinito; las empresas son relativamente pocas, es decir, pueden tomar acuerdos entre ellas para abusar del consumidor, algo que un gobierno consciente de sus obligaciones, no puede permitir.