Una vez establecidas las causas de la baja productividad del trabajador boliviano con relación a los trabajadores de los países desarrollados y expuestas ya las causas fundamentales de los procesos inflacionarios, es preciso hacer un análisis crítico de la mentalidad de nuestros trabajadores. Empezaremos con las deformaciones que percibimos cada día.
La idea del Internacionalismo (no proletario aún) surgió en la primera mitad del siglo pasado, como una idealización de unión entre los pueblos del planeta, a través de una sólida organización civil orientada a lograr avances en los procesos de alcanzar la paz mundial. Esta organización tendría que fundamentarse en instituciones y normas supranacionales; debería ser arbitrada por instancias jurídicas también supra-nacionales. Habría de unificar criterios económicos, estableciendo una política de fronteras abiertas para hacer posible un intercambio comercial fluido y pugnaría por demostrar que todos los pueblos tienen intereses comunes y por lo tanto podían vivir en perfecta armonía. En verdad, la tesis se basaba en una variante de la vieja afirmación del cosmopolitismo, puesto que pretendía la unión idealizada de pueblos enteros, tomando a cada uno de ellos como un trozo de gelatina, homogéneo y armo-nioso dentro de sí mismo.
Como una réplica a estos intentos, surgió el Internacionalismo del Proletariado, que empezó apelando a la solidaridad de las clases trabajadoras, oprimidas por el orden social vigente, y que consideraba que la eliminación de la sociedad de clases era una meta revolucionaria que suprimirá los antagonismos nacionales y el antagonis-mo mundial, a la vez. Esta percepción aparece con los movimientos obreros organi-zados alrededor de 1830. Desde entonces se puede observar que la emigración masiva y la competencia en los mercados mundiales, concuerdan con la propaga-ción de la doctrina socialista de la emancipación de la clase trabajadora.
Hasta las revoluciones de 1848, la idea de una organización internacional se convier-te en un patrimonio común de las ideas revolucionarias de los emigrados políticos de Inglaterra, Bélgica y Suiza. El “Manifiesto del Partido Comunista” aparece en vísperas de la insurrección parisina y aporta una formulación completa del interna-cionalismo proletario. Una de sus afirmaciones declara que los antagonismos nacionales desaparecen cada vez más por el desarrollo de la burguesía, aunque la dictadura del proletariado las hará desaparecer más aún, por lo que se requiere la acción unitaria de los trabajadores del mundo.
En “La Ideología Alemana”, Marx había escrito que la burguesía de cada nación conservaba todavía intereses nacionales particularistas, pero que la gran industria había creado una nueva clase, la que tenía los mismos intereses en todas las nacio-nes, por lo que la nacionalidad habría sido ya anulada. Por supuesto que esa nueva clase era el proletariado. El desarrollo de las revoluciones de 1848 muestran la lucha internacionalizada entre la democracia y el absolutismo, mientras que los teóricos marxistas tachan de opor-tunismo el accionar de la burguesía, la misma que, cuando no podía entrar en componendas con la aristocracia feudal, se circunscribía a los límites de sus respectivas estados. Sólo el proletariado podría enarbolar los colores comunes a todas las banderas, sostenían los teóricos de lo que después se llamaría el Marxismo. La Guerra franco-prusiana revive las tradiciones patrióticas; si hasta entonces no se había rechazado la guerra como un mal “en sí”, ahora se condenaba la guerra como una confirmación de la razón del más fuerte, y se señalaba la renovada vocación pacifista del movimiento obrero.
La experiencia de la Comuna de París divide las visiones antes unitarias de lo que el proletariado debía y podía hacer; por su parte, la depresión económica de 1873 orienta la atención de los trabajadores a los problemas nacionales. Pero, fue enton-ces que nació la idea, como una réplica a los anarquistas, de que los trabajadores deberían convertirse en protagonistas de la lucha política, constituyendo un partido político independiente. La Segunda Internacional puso mayor énfasis en las particu-laridades de los movimientos obreros de los países, especialmente por el desarrollo desigual del sistema capitalista, y consolidó el principio de autonomía en cada uno de ellos. Las recesiones económicas, por otra parte, fortalecieron la necesidad de que los trabajadores volcaran su atención hacia los problemas nacionales.
En los comienzos del siglo XX, la recesión parecía cosa del pasado y el capitalismo no daba muestras de estar en agonía; esto se refleja en la actitud de los movimientos comunistas de Europa que se concentran no tanto en la necesidad de hacer la revolución, sino, en el compromiso de oponerse a la guerra. Pero los problemas de la estrategia internacional de los obreros no podía resolverse solamente en una oposición a los actos bélicos, había aún la distinción de las diferentes clases de guerra, a saber: colonial, de agresión, de defensa… y continuaba el problema de las nacionalidades. La falta de decisiones sobre estos puntos determina la caída de la Segunda Internacional, sobre todo cuando estalla la Primera Guerra Mundial y cada proletariado apoya a su país en contra de las naciones enemigas, aunque hubo pequeños grupos que lucharon en cada nación para reivindicar las posiciones pacifistas, haciendo llamamientos para la reanudación del movimiento obrero en pos de la neutralidad. Algunos de estos grupos preconizaban la paz inmediata sin compensaciones ni anexiones, reafirmando que no podría existir una paz duradera y efectiva en tanto existiera el capitalismo; era pues necesario convertir la guerra internacional en una guerra civil revolucionaria. De este modo dieron fin con la Segunda Internacional y propusieron una tercera.
La Revolución de octubre indujo a pensar que la seguridad de la misma revolución rusa tenía que sustentarse con la aparición y consolidación de nuevos movimientos revolucionarios en otros países. La Tercera Internacional (KOMINTERN) nace en 1919 como una garantía de que la revolución sería un hecho en todo el planeta, basada en la estrategia propuesta por el “partido mundial de la revolución”, abrién-dose el camino a una posible ósmosis entre los intereses de la revolución de Europa y los intereses estatales de la revolución proletaria en el Poder. Se apela a la “comu-nidad internacional de intereses del proletariado” basada en la condición desigual de los proletariados que habían triunfado en sus respectivos países y de aquéllos que seguían oprimidos por el capitalismo. Así se planteaba la firme coincidencia entre los intereses de la Unión Soviética y los intereses de la revolución mundial. A medida que la ola revolucionaria se agota sin que el proletariado conquiste otra dictadura a favor, la Internacional Comunista considera que su tarea esencial es la defensa y el reforzamiento del primer estado proletario, la URSS. Sobre este marco es que se estructura la doctrina del “Socialismo en un solo país”, con lo que el proletariado de todos los países debe saber que aunque no logren hacer caer el viejo orden social a corto plazo, deben erigirse como baluarte en contra de los planes imperialistas, actuando como centinelas de la primera experiencia socialista.
Con la emergencia de Hitler, la visión doctrinal acerca de la guerra cambia otra vez; ahora se ve la conveniencia de las guerras “justas”, en este caso, frente a la agresión nazi-fascista, pero continúa la coincidencia total entre la política del movimiento obrero internacional y la política exterior de la Unión Soviética, con lo que el movi-miento obrero mundial estará sujeto a los cambios de política de la URSS. Aunque la teoría de la solidaridad proletaria mundial estaba destinada al fracaso desde el momento mismo de su concepción, la identificación de los intereses soviéticos con los movimientos obreros del mundo, es decir, la dependencia de éstos con relación a la política de la URSS fue el factor que puso en evidencia la falacia de la teoría. El pacto soviético-alemán de 1939 sirve para descorrer el velo que cubría la extraña contradicción concretada en la afirmación de que esta vez era necesario evitar una guerra que hasta hacía poco había sido calificada de guerra “justa”. Con esta manipulación tan abierta, la opinión de los proletariados de los otros países que apoyan la participación de sus naciones en la guerra “justa”, no se hace esperar y rechazan persistentemente las cambiantes percepciones de los soviéticos. Sin embargo, otra muestra de una supuesta “adecuación a la realidad cambiante” estaba por venir. Cuando los nazis rompen la tregua, la URSS decide que el movi-miento obrero internacional debe oponerse al fascismo, acudir a la guerra defen-diendo la democracia y formando filas en la lucha de resistencia. Por tercera vez la URSS cambia la percepción del proletariado, para buscar en ellas el apoyo que necesitaba para consolidar, no el movimiento internacional del proletariado, sino el apalancamiento de su propia seguridad. Muy pocas veces se ha visto en la historia un oportunismo tan avieso, envuelto en un manto demagógico tan absurdo.
Después de este ejercicio de recopilación y resumen sobre el internacionalismo proletario, es necesario pasar una pequeña revista a la interpretación del trotskismo que los dirigentes de los trabajadores tenían acerca del internacionalismo. Para eso, tomaron los cargos más importantes de lo que se llama la Central Obrera Boliviana (COB) en el año 1952.
Los ideólogos trotskistas de la COB han asumido un papel mesiánico con relación al proletariado mundial y, al parecer, se han auto impuesto la sagrada tarea de “unir los intereses de los trabajadores del planeta” a cualquier precio, aún al precio de desconocer lo que sucede en la realidad. En efecto, en su mesianismo auto impuesto reemplazan la realidad con supuestos subjetivos, para estructurar una sistemática avanzada en pos de la redención final. Entre otras cosas, asumen, por ejemplo, que los intereses del proletariado estadounidense son los mismos que los intereses del proletariado nacional y, que, por lo tanto, ambos deberían “luchar en contra de sus burguesías” para establecer definitivamente la revolución mundial. Muy seriecitos en sus papeles de salvadores del planeta, no parece importarles que el proletario estadounidense, al haber logrado ya un salario que le permite satisfacer adecuada-mente sus necesidades básicas, no está en contra del sistema en el que viven, sino que su lucha se expresa en la necesidad de mejorar su posición en el statu quo. Por otra parte, el haber pasado la barrera de la pobreza le ha otorgado una actitud sumamente individualista, opuesta completamente al espíritu gregario exigido por los procesos de lucha conjunta en pos de objetivos comunes. En este curso de acon-tecimientos, es una terrible ingenuidad pedir a los proletarios del mundo industriali-zado la mínima solidaridad con los proletariados de los países en desarrollo como el nuestro, si los primeros se dirigen a sus puestos de trabajo, manejando sus propios automóviles, mientras que los segundos ni siquiera han consolidado todavía el con-trato colectivo. Por otra parte, hay una franca contradicción entre la percepción de los izquierdistas internacionalistas de nuestro país, trotskistas, con la que sostienen sus homólogos de las naciones con regímenes socialistas. En efecto, los primeros postulan que los empresarios de los países ricos pueden pagar sueldos muy altos a sus trabajadores, debido a la explotación que se hace de los obreros de las naciones subdesarrolladas, sobre la base de salarios muy bajos, mientras que los últimos afirmaban que las burguesías de los países ricos se hacían cada vez más ricas con la explotación de las naciones pobres, como naciones. Esta diferencia que parecería ser intrascendente, es, sin embargo, una diferencia de fondo, puesto que para los ideólogos del izquierdismo internacional criollo, trotskistas, los excedentes de la explotación surge únicamente del trabajo asalariado, mientras que para los teóricos socialistas originales, ese excedente surge de la explotación que se hace al país en general, es decir, a los burgueses y a los proletarios nacionales por igual. Por esta razón es que para los unos, el proceso de liberación se refiere al país en cuestión; en tanto que para los criollos internacionalistas, el proceso de liberación se refiere a los asalariados. Estas visiones inciden grandemente en el contenido y en la forma en que habrán de desarrollarse las supuestas revoluciones libertarias, procesos de liberación que entronizarán a los proletarios al rango de dictadores-liberadores (cualquier cosa que eso signifique) Pero hay algo más, si bien el proletariado nacio-nal no produce más del 30% del Ingreso Nacional, hay en Bolivia otra agrupación que es la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos cuyos intere-ses y objetivos nao siempre fueron idénticos a los de la COB.
En eumed.net: |
1647 - Investigaciones socioambientales, educativas y humanísticas para el medio rural Por: Miguel Ángel Sámano Rentería y Ramón Rivera Espinosa. (Coordinadores) Este libro es producto del trabajo desarrollado por un grupo interdisciplinario de investigadores integrantes del Instituto de Investigaciones Socioambientales, Educativas y Humanísticas para el Medio Rural (IISEHMER). Libro gratis |
15 al 28 de febrero |
|
Desafíos de las empresas del siglo XXI | |
15 al 29 de marzo |
|
La Educación en el siglo XXI |