INTRODUCCIÓN A LA ADMINISTRACIÓN: PARADIGMAS EN LAS ORGANIZACIONES

Ricardo Juan Daniel Zalazar (CV)
ricardozalazar9@gmail.com

7.2.3.  Racionalidad y racionalidad limitada

El cambio de paradigmas que hemos propuesto como eje temático de nuestras unidades, nos remite a nuevas definiciones en la concepción del hombre, sostenidas en aspectos nodales. Un ejemplo de ello son las propuestas hechas tanto Frederick Taylor, como Elton Mayo, que hacen eje en las motivaciones humanas tras el “hombre económico” y el “hombre social”.

El nuevo paradigma propuesto por Simon, que hace énfasis en las características del proceso decisorio, define al “hombre administrativo”, antítesis de la racionalidad clásica concebidas por Taylor y Fayol.

El planteo sobre la racionalidad limitada del hombre administrativo adquiere varios significados a la vez. Por una parte comienza como crítica a los supuestos de racionalidad objetiva y maximización en la toma de decisiones; por el otro, dirige su mirada hacia los aspectos “no racionales” que suponen, en última instancia una revisión tanto del proceso de toma de decisiones individual como del organizativo. Según Simon mientras la concepción del “hombre económico” se basa en supuestos de maximización,  es decir, elige la mejor alternativa de entre todas las que tiene a su alcance, el “hombre administrativo”, restringido en sus capacidades computacionales busca un camino satisfactorio o “lo bastante bueno” . En su búsqueda, el “hombre administrativo” no sólo carece de la capacidad de maximizar el resultado de sus procesos decisorios, sino también su probable optimización; queda entonces, la opción de poder satisfacer sus anhelos y deseos personales.

La racionalidad objetiva ha estado presente en las organizaciones bajo la teoría económica de la utilidad subjetiva.  Ella ha ideado la existencia de un decisor racional, cuyas capacidades computacionales le permiten optar por la mejor elección de una entre tantas alternativas que le vienen dadas, se han asignado todas las probabilidades subjetivas y se han examinado todas sus preferencias.
En este enfoque de la racionalidad se indica cómo deberían tomarse las decisiones, dividiendo el proceso en sus tres partes componentes: las alternativas de acción, las consecuencias y las satisfacciones derivadas de las consecuencias. Bajo esta perspectiva, una decisión es racional si maximiza unos determinados valores en una situación dada.
Esta perspectiva se vincula con la visión “olímpica” de la racionalidad, derivada de los modelos matemáticos de decisión. Estos modelos asumen que el decisor contempla, en una visión amplia, todo cuanto encuentra delante de él. Entiende el espectro de opciones alternativas que le son abiertas, no sólo en ese momento sino en el panorama entero del futuro. Entiende las consecuencias de cada una de las estrategias disponibles de, por lo menos hasta el punto de ser capaz de asignar una distribución de probabilidad conjunta a los futuros estados del universo.

De un modo crítico, Simon postula que la abstracción matemática hace de una decisión un juego de niños en las que dadas un conjunto de premisas, estas se resuelven merced a un conjunto de reglas y métodos, que simplifica y acota e demasía la realidad decisoria. Por otro lado las premisas surgen como un dato pero jamás dice cómo se originan.

Por el contrario, la racionalidad objetiva es muy difícil de alcanzar pues los individuos no pueden conocer todas las alternativas, no pueden predecir todas las consecuencias y normalmente no evalúan perfectamente todas las satisfacciones derivadas de estas consecuencias. En consecuencia, resulta imposible para un sólo individuo alcanzar cualquier grado de racionalidad pues el número de alternativas es tan grande y la información que tendría que analizar es tan amplia, que restringe toda  aproximación a la racionalidad objetiva.

De este modo, los límites de la racionalidad han sido descubiertos y derivados de la incapacidad de la mente humana para conseguir en una decisión todos aquellos aspectos de valor, conocimiento y comportamiento que podrían ser relevantes.  Con la racionalidad limitada, se enfatiza en las limitaciones cognitivas del decisor racional, su capacidad de información, de cálculo y de previsión de las consecuencias.

Reconocer la limitaciones a la racionalidad conlleva a proponer otra clase de modelo decisorio basado en las ciencias cognitivas. El mismo autor especifica detalladamente las causas de los límites de la racionalidad. En primer lugar, desmitifica el lugar de los procesos cognoscitivos, sosteniendo que todo proceso de razonamiento se basa en axiomas inducidos a partir de observaciones y postulados simples cuyas reglas de inferencia no son productos de la razón, sino que en buena medida se hallan impresos de información y datos simbólica esencialmente simbólicos.

El reconocimiento de los límites a la racionalidad suponen una crítica a la teoría económica de la utilidad subjetiva, fundada en un modelo “olímpico” de la racionalidad. Como dice Simon,

“…se trata de un hombre heroico que realiza elecciones comprensivas en un universo integrado. Es reflejo de la mente de Dios, pero no la del hombre”.

Reconocer la limitaciones a la racionalidad conlleva a proponer otra clase de modelo decisorio basado en las ciencias cognitivas. De aquí se distinguen dos clases de perspectivas sobre la racionalidad:

 

Entre ambas perspectivas se inserta la noción de “ambiente psicológico” (que luego ampliaremos). Aquí, la realidad decisoria del proceso decisorio describe a un individuo que decide en el marco de un ambiente psicológico dado,  aceptando premisas que simplifican sus posibilidades de elección. El ambiente psicológico sería determinado tanto por las necesidades y metas del decisor como por su sistema de percepción, que provee de las fuentes de información, cálculo y conocimiento del decisor.

De este modo hallamos una nueva fuente de limitaciones a la racionalidad, determinada por los comportamientos asociados a cada tipo de ambiente. Quien decide orienta sus conductas a fin de lograr adaptarse en un ambiente psicológico dado, fuertemente enmarcado en estímulos externos. El ambiente externo actúa como disparador del proceso decisorio. Por tanto la racionalidad adquiere un carácter subjetivo y la decisión se enmarcaría en un modelo de estímulo y respuesta.

El hombre, entonces, es visto principalmente como un sistema que procesa información de su medio ambiente, en el cual trata de conseguir ciertos objetivos guiado por el principio de la satisfacción.

Entonces, la subjetividad como esencia del percibir, las limitaciones cognitivas y la inclusión de aspectos no racionales en el decisor provocan una simplificación de su mundo percibido, aspectos estos que crean el contexto y son premisa de la acción de decidir. Aquí Simon traza la distinción entre un hombre ideal y otro real, justificando, de otro modo la racionalidad limitada del decisor. Son características del decisor ideal:

 

Sin embargo, ello no es realizable dado que el ser humano detenta un saber fragmentario de la realidad y una capacidad limitada de anticipación de consecuencias futuras, de modo que en los hechos, solo es capaz de generar un pequeño número de alternativas acompañadas de cierta capacidad de previsión a futuro de sus elecciones.

Según Simon, mientras el “hombre económico” es capaz de tratar con el mundo real en toda su complejidad, el “hombre administrativo” trata con un mundo simplificado, determinado por la lectura de causas y consecuencias breves y sencillas.

La racionalidad limitada conlleva también a cuestionar la noción misma de “razón” que sostenemos. Desde el enfoque simoniano, no puede considerarse a los seres humanos, en su comportamiento, como seres puramente racionales. Toda conducta juzgada como racional obedece a un cuerpo de objetivos, algunos de ellos formulados de manera deliberada y consciente y otros tantos, inconscientes y no deliberados.
Es decir, plantear un estilo de racionalidad ideal, significa escindir los aspectos emotivos del hombre.

Para Humberto Maturana , la escisión entre razón y emoción no es tal. Según el autor, la definición de racionalidad se relaciona de manera estrecha con el significado mismo que le atribuimos a la realidad y en particular, al tratamiento mismo que damos a la noción de objetividad. De aquí que se establezca una relación compleja en la que intervienen los patrones cognoscitivos de racionalidad, emocionalidad, realidad y objetividad.  Ello implica diferenciara el concepto de  objetividad “sin paréntesis”  (hombre económico) de otra “entre paréntesis” (hombre administrativo).

Referido a la  primer visión de racionalidad dice Maturana:

"La razón se nos aparece como una propiedad constitutiva dada de la mente consciente del observador a través de la cual él puede conocer universales y principios a priori, y a la que puede describir pero no analizar".

La racionalidad pasa a definirse como razón, como argumentación lógica desligada de las emociones. Lo racional es válido por sí mismo pues la búsqueda de la realidad es la búsqueda de un argumento que obligue.

Adoptar el camino de la objetividad entre paréntesis como punto de partida  significa considerar que todo sistema racional se funda en premisas o nociones fundamentales que uno acepta como puntos de partida porque quieren hacerlo, por que le gustan, y con las cuales opera en su construcción. La racionalidad ingresa mas tarde en las coherencias operacionales que se dan desde los puntos de partida.

La primer postura nos sugiere una definición de racionalidad como razón, dominio exclusivo del pensamiento lineal, de la lógica y del silogismo. Por otra parte tener en cuenta una racionalidad entre paréntesis nos lleva a ampliar este concepto, para colocar al individuo que decide como razón y sin razón, en la que juegan un papel destacable las emociones del individuo.
Según Maturana, la racionalidad se halla muy arraigada como elemento que distingue al ser humano de los otros animales, lo cual es sinónimo de decir que la emoción queda desvalorizada y perteneciente al reino animal. Pero por otro lado afirma que:

 "Las emociones son disposiciones corporales dinámicas que definen los distintos dominios de acción en los que nos movemos. Cuando uno cambia de emoción, cambia de dominio de acción”.

Su argumento intenta probar que detrás de todo argumento racional se esconde un cierto estado emocional que nos lleva a aceptar el valor de las premisas que subyacen. De ahí que afirme que los sistemas racionales se fundan en emociones aceptadas a priori.

La postura sostenida por Maturana se acerca a la noción de  “racionalidad intuitiva”. Entre otros aspectos, Simon realiza una disquisición sobre la ubicación espacial de la función intuitiva en el cerebro, que de acuerdo a al paradigma de la especialización de los hemisferios cerebrales, se ubicaría del lado derecho, junto a la creatividad y el sentido musical.
Como función específica, la intuición se resume en la acumulación de estímulos que luego se asocian y son reconocidos de alguna manera por nuestra mente.

Del mismo modo, se coincide en afirmar que las emociones cumplen una función selectiva en el proceso de razonar. Ello deriva en procesos intuitivos, definidos estos como impulsos que actúan sobre la racionalidad decisoria de la persona. Como dice Simon:

“A menudo la gente cuando realiza juicios intuitivos cree que son los correctos”.

Sin embargo la intuición es solo una habilidad que nos permite reconocer patrones de hechos que rescatamos de nuestras experiencias. El ejemplo de cómo los maestros de ajedrez utilizan procesos intuitivos, nos permite describir este punto:

“Basta con mostrar un tablero de ajedrez a un maestro, o a un eminente maestro, en el que se encuentre con una situación a mitad del juego dentro de una partida razonable: luego de observar durante apenas cinco o diez segundos, por lo general se encontrará en posibilidad de proponer un movimiento acertado, con mucha frecuencia el que objetivamente resulta mejor en la posición. Si se enfrenta a un adversario difícil, no hará el movimiento de inmediato...a fin de decidir si su primera intuición es realmente la correcta o no. Pero tal vez, el ochenta o noventa por ciento de las veces, su primer impulso le mostrará de hecho el movimiento correcto”.

Continúa diciendo: "se ha calculado la cantidad de amigos sea el número de diferentes configuraciones de piezas en un tablero que le resultan viejos conocidos. las estimaciones son del orden de magnitud de cincuenta mil, comparable a la magnitud del vocabulario de un universitario. La intuición es pues, la habilidad para reconocer a un amigo y rastrear en la memoria todo lo que hemos aprendido de él”.

Es decir que lo que llamamos intuición es el producto de nuestra acumulación de experiencias y discernimientos o como dice Simon, "el experto podrá atacar un problema intuitivamente y el novato requerirá una penosa búsqueda. ".

Desde el positivismo lógico simoniano, se cuestiona la capacidad de las decisiones intuitivas. Mientras en las decisiones lógicas , disponen de objetivos y alternativas explícitas, las consecuencias de las alternativas son calculadas y las consecuencias evaluadas en función a los objetivos, las decisiones basadas en juicios intuitivos es rápida, pues requiere de un análisis secuenciado de la situación, pero jamás se puede verificar la veracidad o la corrección del proceso.

Simon, H., “El Comportamiento Administrativo” Ediciones Aguilar, Buenos Aires, 1979.

Simon, op. cit.

Simon, H. “Naturaleza y Límites de la Razón Humana”, Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1989.

Simon, H. op. cit. , p.14.

Maturana, H., “Realidad: la búsqueda de la objetividad o la persecución del argumento que obliga”, Gedisa, Barcelona, 1998.

Maturana, op. cit. p. 74.

Maurana, op. cit. p. 85.

Simon, H. “Naturaleza y Límites de la Razón Humana”, Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1989, p. 38.

Simon, op. cit. p.39.

Simon,op. cit.

Simon op. cit.

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