Germán López Noreña
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Unos lo consideran en unión con el siglo V a. de C. como una sola época llamada la Época Clásica . Otros, no consideran el siglo IV a. de C., revistiendo poca importancia, en razón, según ellos, de haber sido un periodo de decadencia con relación al siglo V a. de C.
En aras de lograr un buen nivel de hermeneusis , en lo significativo que fue para la Retórica griega en articulación con lo educativo el siglo en ciernes, lo analizaremos brevemente en una estrategia temporal de periodos. En este sentido, hablaremos de un primer periodo, el que comprende la primera mitad del siglo IV, que va antes de Alejandro Magno: el fin de Grecia de las Polis, y es contemplado desde el 404 al 362 a. de C.
Este período inicial a su vez contempla, la hegemonía de Esparta, su finalización, expulsión de la guarnición espartana de Tebas, segunda hegemonía ateniense, y el predominio de Tebas en Beocia.
Un segundo período se toma a partir de la segunda mitad del siglo, caracterizado por la Hegemonía de Macedonia. Etapa en la que se contempla, los siguientes sucesos: los reinados de Filipo II y el de de Alejandro Magno, pacto triparadiso, batalla de Ipso.
No obstante, no ser la guerra el epicentro del análisis de esta centuria para este escrito, nos es fácil observar como en los periodos anteriores, ella, hace presencia indisolublemente y como un común denominador en el acontecer del pueblo griego. Dejemos pues que sean las palabras de Yvon Garlan (1972), y el ilustre investigador del fenómeno griego Jean Pierre Vernant (1968), quien nos ilustre y nos permita un acercamiento de la visión de la guerra en Grecia:
El primero, nos dice cómo el concepto de guerra, en los tiempos de apogeo de las Polis griega, no reviste todas las connotaciones comunes que siempre conlleva la violencia social:
[…] implica un enfrentamiento entre comunidades políticas distintas, que exigen de los que participan en ella a título colectivo un compromiso global; supone, por otra parte, que las comunidades enfrentadas manifiesten la preocupación y estén en condiciones de imponer a sus representantes el respeto de un cierto código de guerra que fue (...) tan apremiante en su principio como vago en sus aplicaciones.
(Yvon Garlan, 1972: Pág. 11)
El segundo nos explicita, de que manera el espíritu bélico del pueblo griego, se encuentra sujeto a una concepción institucional, y a una alta arete del valor. Los personajes dominantes en el escenario de la guerra, eran una especie de “señores de la guerra”, con una red de obligaciones mutuas, y con una logística propia para este tipo de empresa, es decir sin ningún condicionamiento y sujeción a un ser superior.
Para que la función guerrera se integre en la polis y desaparezca, ha sido necesario primero que se afirme en su autonomía, que se libere de su sumisión a un tipo de estado centralizado, que implica un orden jerárquico de la sociedad, una forma ‘mística’. Entonces podían elaborarse, en el seno mismo de los grupos guerreros, las prácticas institucionales y los modos de pensamiento que debían conducir a una forma nueva de estado, siendo la polis simplemente ta; koinav, los asuntos comunes del grupo, regulados entre iguales por un debate público (...). La aparición, con la ciudad, de un plano propiamente político superponiéndose a los lazos de parentesco, a las solidaridades familiares, a las relaciones jerárquicas de dependencia, aparece así como la extensión al conjunto de la comunidad de un modelo de relaciones igualitarias, simétricas, reversibles, que se ha desarrollado en una larga medida en los círculos guerreros.
(Jean Pierre Vernant, 1968: Pág. 29)
Dejemos entonces la razón de ser de la guerra en el pueblo griego y veamos otros aspectos de gran importancia en la Grecia del siglo IV de a. de C. Existieron notables diferencias entre las dos mitades en lo que a lo político corresponde, teniendo ambas en común, la idea de disolución de las polis y, una especie de transición a un “Imperio Universal” de Alejandro Magno.
Desglosando los sucesos en lo concerniente a lo político de mayor significación, sobresalen: la proliferación de ligas de ciudades; la acentuada monarquía militar; resurgen y se hacen predominantes las tiranías. Hacia el año 362 a. de C. se intensifica la inestabilidad y decadencia de las Polis. Aspecto anterior dinamizado por: la inusitada violencia mercenaria; y el espíritu revanchista de los desterrados.
En lo económico, se dieron notables diferencias. La primera parte de esta periodización del siglo IV, se caracteriza por una profunda crisis, gracias a las continuas guerras, y sus principales indicadores fueron: una marcada proletarización de la población; la ausencia de posibilidades laborales; el despoblamiento de largas extensiones del territorio griego; disminución altamente significativa del comercio, producto esto de las continuas guerra.
La segunda mitad, es la antítesis de la primera. Todo ello gracias a las conquistas de Alejandro Magno, reactivando la economía, y dando apertura a los nuevos mercados, dinamizados por la presencia de la riqueza de los pueblos orientales en Grecia y el occidente. Ya mencionado, el anterior conjunto de aspectos que caracterizaron al siglo IV a. de C., y tras la caída de Atenas en el año de la misma era, nos alistamos a recorrer el proceso de reconstrucción de la otrora grandeza de Atenas –siendo su máxima expresión el llamado Siglo de Pericles -, reviviendo de sus cenizas. En este sentido Atenas, en justicia a la grandeza de su pasado y de su espíritu, debiéndose convertirse en el foco de la Paideusis de la Hélade.
La intempestiva caída de Atenas –en un intervalo de tiempo de treinta años de la guerra del Peloponeso, caló en lo mas profundo del ser griego, movilizando su espíritu de grandeza y no sólo removiendo sus cimientos institucionales, sino a la vez, la filosofía, la religión, la moral, la vida práctica y diaria del ser ateniense.
Es así como las primeras décadas del siglo en estudio, contempló un proceso de reconstrucción interior y exterior de la Atenas golpeada y humillada, pero aun no exterminada, y prodigiosamente la tarea fue asumida con sin igual vehemencia y al final el episodio de restauración fue logrado con gran éxito:
Es asombrosa la rapidez con que el estado ateniense se repuso de su derrota y supo encontrar nuevas fuentes de energía material y espiritual. En ninguna otra época se vio tan claro como en aquella gran catástrofe que la verdadera fuerza de Atenas, incluyendo la del estado, residía en su cultura espiritual. Fue ésta la que le alumbró el camino en su nuevo ascenso, la que en el periodo de mayor desamparo le reconquistó con su encanto las almas de los hombres que se habían apartado de ella y la que legitimó su derecho reconocido a subsistir, en un momento en que carecía aún del poder necesario para imponerse por su cuenta. De este modo, el proceso espiritual que se desarrolla en la Atenas de los primeros decenios del nuevo siglo ocupa el primer plano del interés, incluso desde el punto de vista político. Cuando Tucídides, al contemplar retrospectivamente la época de apogeo del poder de Atenas bajo Pericles, veía en el espíritu la verdadera fuerza cardinal de aquel estado, no se equivocaba. También ahora seguía siendo Atenas —mejor dicho, fue ahora precisamente cuando empezó a serlo de verdad— la paideusis de la Hélade. Todos los esfuerzos se concentraron en la misión que a la nueva generación le planteaba la historia: reconstruir el estado y la vida toda sobre sólidos cimientos.
(Jaeger 2001, Tomo III: Pág. 12)
La bancarrota de la Atenas imperial como resultado de la guerra del Peloponeso , consecutiva al esplendor del siglo V, nos lleva a analizar y a inferir desde la perspectiva de su redención soberana, el rotular al siglo IV como el periodo clásico de la paideia; entendida ésta como aquella necesidad del despertar al mundo de la cultura y la educación.
Al tenor de erigirse la paideia como elemento fundamental, de la resurrección de Atenas, cabe pues preguntarnos si en el siglo IV ¿la educación presentó el nivel de organización formal para responder a tan grandes exigencias? y ¿sería que bastó la poesía y la tragedia como medios didácticos de difusión y desarrollo del espíritu del pueblo griego?
En verdad, la respuesta a ambos cuestionamientos es no. Pues bien, argumentemos el porque no. Iniciemos diciendo que la celebérrima Oración Fúnebre de Pericles pronunciado el año 431 a. de C., en el cementerio del Cerámico, en Atenas, por los caídos de su ciudad en los dos primeros años de la guerra del Peloponeso, escrito por el historiador Tucidides , es en cierta manera una remembranza apologética de la democracia fundamentada en razón de algo bello e imbricado con nociones como sabiduría, entendimiento, deliberación, aprendizaje, conocimiento, que de alguna manera aparece ante nuestros ojos (Rodríguez Barroso; 2008). He aquí la necesaria presencia del proceso educativo, es decir, la Paideia, en aras de lograr la tan anhelada Democracia.
Volvamos una vez más a Jaeger (2001, tomo III: Pág. 11), quien nos dice como “El juicio que Tucídides emite sobre Atenas en su oración fúnebre de Pericles, escrita a raíz de terminar la guerra, parece transfigurada todavía por el recuerdo que aún palpita en ella del sueño fugaz, pero digno del genio ático, de llegar a mantener en perfecto equilibrio el espíritu y el poder en el edificio armonioso de este estado. Cuando el historiador escribió estas páginas había llegado ya a la conciencia histórica paradójica a que estaba destinada su generación: a la conciencia de que toda armazón de poder terrenal, por sólida que sea, es siempre precaria, y de que sólo las flores frágiles del espíritu son perdurables e imperecederas.”.
Vemos pues, como en el proceso de restauración de la otrora Atenas de Pericles y del cómo superar lo efímero del poder no sustentado por bases solidamente espirituales, se hace necesaria la presencia de un espíritu fortalecido a perpetuidad del pueblo ateniense. Episodio del pueblo griego, en el que además de la necesidad de la ejecución de los procesos formativos, se debe activar la interrelación entre ellos y la Paideia.
Actividad direccionada en lograr un desarrollo altamente significativo de la espiritualidad en los atenienses, dando de esta manera ruptura a la pena conciente y presente en ellos, manifestada en el continuo recordar y contrastar la fastuosidad del siglo V –signado y concebido por la realización plena de la Democracia-, y el paupérrimo e incipiente inicio del diario vivir de Atenas en las primeras décadas del siglo IV. Las ideas de la paideia se convirtieron en un aspecto prioritario de los afanes y las necesidades espirituales de la Atenas para resurgir de las cenizas.
La realidad manifiesta y de no fácil percepción a través de la historia, era que las necesidades educativas y formativas de la paideia en la reconstrucción de Atenas, en los dos primeros decenios en el siglo IV a. de C., reñían con el nivel de organización de la existente. No se contaba con un proceso educativo formalizado y eficientemente estructurado. Era necesario gestar un cambio total, a la hasta entonces educación privada de Atenas, dándose necesariamente paso a la educación pública:
[…] La educación por medio de la cual se pretendía mejorar y fortalecer el estado constituía un problema más adecuado que ningún otro para llevar a la conciencia la condicionalidad mutua entre el individuo y la comunidad. Desde este punto de vista, el carácter privado de toda la educación anterior de Atenas aparecía como un sistema fundamentalmente falso e ineficaz, que debía dejar paso al ideal de la educación pública, aunque el propio estado no supiese hacer el menor uso de esta idea. Pero la misma idea se abrió paso plenamente a través de la filosofía, que se la asimiló, y el hundimiento de la independencia política del estado ciudad griego vino a iluminar con mayor fuerza todavía la importancia de aquella idea […] Sólo después de la hecatombe de Queronea observamos cómo va abriéndose paso la convicción de que el estado ateniense tendrá que salir adelante merced a la idea de una paideia consecuente con su espíritu. El orador y legislador Licurgo, cuyo Discurso contra Leócrates, único que de él se ha conservado, es un monumento de esta forma interior, quiso desplazar con ella la actuación educativa pública de Demóstenes del campo de la mera improvisación al campo de la legislación [...]. (Jaeger 2001, Tomo III: Págs. 14-15)
Al respecto del segundo cuestionamiento planteado en unos cuantos párrafos atrás, en lo relacionado a los medios lingüísticos de socialización y desarrollo de la Paideia, debemos decir que el imperio de la poesía, la tragedia y la comedia –característica que engalana el ejercicio docente del siglo V-, como medio de comunicación y desarrollo de la arete y la paideia; en el siglo IV, inicia su ciclo de decadencia en lo que a su predominio concierne, y emerge la prosa como la máxima manifestación del resurgir ateniense. He aquí una de las manifestaciones de la emergencia del Discurso Escrito.