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LA ANTIGUA RETÓRICA GRECOROMANA Y LA EDUCACIÓN: EN LA PERSPECTIVA DE LA TEORÍA DE LA ARGUMENTACIÓN Y LA POSMODERNIDAD

Germán López Noreña



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6.3 LA RETÓRICA y LA FORMACIÓN DEL HOMBRE GRIEGO EN PLATÓN Y ARISTÓTELES

Ya reconocido Platón como un no seguidor vigoroso de los sofistas, fundamentado en las siguientes críticas, según Spang (1984; Pág. 22): en centrarse en las apariencias, en detrimento de la verdad; la ausencia en ellos de conocimientos psicológicos; y el no uso de la dialéctica en la búsqueda de la verdad. Sin embargo, la poca simpatía de Platón con el pensamiento de los sofistas, presentaba para la Retórica de ellos cierto nivel de empatía. En esta perspectiva:

Platón diferencia dos retóricas. Por un lado, la de los sofistas, con connotaciones negativas porque trata de persuadir a cualquier precio, sin tener ninguna consideración sobre la honestidad intelectual. Por otro lado, existe una retórica positiva interesada por la dialéctica y por la búsqueda de la verdad, que ayuda a la formación de los espíritus.

En palabras de Berrio (1983: 19) esta retórica trata de “conducir el alma por la vía de la verdad, dejando de lado el mundo de la contingencia y de la apariencia”. Platón presenta estas posturas en dos diálogos: Fedro y Gorgias. En Fedro da una visión más positiva al tomar como punto de referencia a Isócrates, y aborda un aspecto fundamental como es la relación entre verdad y verosimilitud. En cambio, es en Gorgias donde hace referencias más explícitas y rechaza la retórica basada únicamente en la opinión, al considerarla una falsa persuasión ya que puede basarse en la ignorancia.

Como señala Berrio (1983: 20), en la propuesta retórica de Platón se elimina totalmente el conocimiento del auditorio por parte del orador. Platón “busca el conocimiento absoluto, el acuerdo universal, y lucha con todas sus armas (…) contra el relativismo que hace prevalecer, por encima de la verdad, lo que funciona socialmente”. En líneas generales, la propuesta platónica denosta la retórica por no considerarla adecuada para la filosofía o, lo que es lo mismo en ese momento, para la búsqueda del conocimiento. Llegados a este punto, el avance de la retórica como disciplina requería una reconsideración de sus principales postulados que la hiciera válida para su uso social.

(Capdevila Gómez; 2002: Págs. 8-9).

Pues bien, ya realizada la anterior reseña sobre la posición y manera de ver Platón la Retórica de su tiempo –y su casi nula adhesión al pensamiento sofistico-, volvamos a Aristóteles, elucidando como solía procurar y obtener una muy buena información, tanto cuantitativamente como cualitativamente sobre un tema, para luego escribir sus celebres tratados. Una de las pruebas indudable de ello lo fue su celebre Constitución de Atenas, que como se dijo en paginas anteriores de este escrito citando a García Valdés (1995).

Aspecto también comentado en el articulo ya referenciado de Antonio López Eire: “A nuestro filósofo, en efecto, le encantaba disponer de colecciones de datos indiscutibles y evidentes para luego teorizar partiendo de ellos. Por ejemplo, las arenas del desierto nos han devuelto, a finales del siglo XIX, una obrita titulada La constitución de los atenienses, que no era sino un fragmento de una colección más amplia de Constituciones de ciudades-estado griegas con la que nuestro filósofo trabajaba. Pues, efectivamente, todos los datos contenidos en sus Constituciones los utilizó en la confección de su obra titulada Política. Así se explica que este tratado suene con frecuencia a trabajo concienzudo y fiable, independientemente de que estemos o no de acuerdo con la doctrina en él expuesta”.

Situación que devela como el filósofo fundador del Liceo (denominado así por estar situado dentro de un recinto dedicado a Apolo Likeios), ya conocía entre otros: los trabajos de Gorgias , quien fundamentó La Retórica; además de Gorgias, estudio el trabajo de Trasímaco de Calcedón “cuyo floruit o “flor de la edad” (la de los cuarenta años) se sitúa en torno al 400 a.J.C., autor de un “arte” en el que explicaba, a través de una colección de epílogos (los epílogos son las peroraciones o partes finales de un discurso) que enseñaba a ejecutar o pronunciar debidamente, cómo lanzar descargas emocionales a los jurados en forma de llamadas a la compasión hacia el acusado” (Antonio López Eire).

También abordó el estudio de la prosa, aliada por excelencia de la socialización del pensamiento filosófico griego; lo que a decir de López Eire consistió en la investigación en la eficacia del variado ritmo de la prosa y de la construcción de períodos amplios y artísticamente desarrollados en los que se trataba de evitar el hiato (el hiato es la disonancia que resulta del encuentro de una vocal final de palabra con la inicial de la siguiente).

Sumado a los tratados sobre la Retórica estudiados por Aristóteles, es necesario mencionar el escrito de Teodoro de Bizancio, en el que se trataba las cuatro partes de las que debía constar un discurso: (las canónicas eran cuatro para la oratoria judicial: proemio, narración, argumentación y epílogo) y la necesidad de introducir otras acompañadas a su vez de divisiones y subdivisiones.

Pues bien para entender la obra La Retórica de Aristóteles y lograr una aprehensión conceptual de ella, se es necesario comprender algunas de sus múltiples facetas de su pensamiento. Es decir, Aristóteles como un peculiar filosofo, el biólogo platónico, el platónico empírico , su posición ante la Retórica, y su situación entre Platón y los Sofistas. En suma es necesario conocerle en lo que le aconteció como hombres, como discípulo de Platón, y lo que realizó como investigador.

Aristóteles en su faceta de filósofo, no obstante haberse formado en la Academia de su maestro, se distancia profundamente de él –aunque esta apreciación es relativa-, y construye su propio sistema filosófico. Antonio López Eire lo define como un filósofo sumamente peculiar, articulando su valoración con el arte de la Retórica en él:

Aristóteles es el más brillante discípulo del gran filósofo Platón, pero es un peculiarísimo filósofo, porque es un platónico empírico. Ahora bien, por extraño que ello pueda sonar, aquí empieza el camino para entender su Retórica, que, en caso contrario, pudiera parecer extremadamente contradictoria consigo misma.

En realidad, Aristóteles compone un Arte Retórica que pudiera haber complacido a su maestro Platón que tan profundamente denostaba la que en sus tiempos se consideraba tal. Así pues, entre la empírica y real retórica práctica de rétores y sofistas y la que pudiera haber aceptado su maestro Platón sitúa Aristóteles su nueva Arte Retórica.

Lo más genial del tratado aristotélico es que su autor con él no niega el pan y la sal a la retórica, sino que la acepta empíricamente y además la platoniza, es decir, la pone al nivel de los universales, de las ideas que se abstraen de las experiencias, y la moraliza.

Creo que así hay que entender este excelente tratado, en el que nuestro filósofo se esforzó en seguir las directrices de su maestro sobre lo que debería ser una retórica ideal, y, al mismo tiempo, no echó en olvido la retórica real tal y como se concebía y practicaba en su tiempo, pues además de ser platónico por su escuela, era empírico en su manera de abordar el estudio de los hechos, de los incontestables hechos (phainómena) que imponen su realidad con infrangible tozudez.

En primer lugar, por tanto, a la hora de redactar su obra tenía delante sus notas o el tratado ya redactado que llevaba por título Colección de Artes Retóricas. Eso ya es muy buena señal de sano proceder empírico.

Este procedimiento […] es muy aristotélico. A eso llamaba el magistral filósofo acopiar los datos indiscutibles, los “hechos evidentes”, los “fenómenos” (phainómena), sin los cuales no cabe pergeñar ninguna teoría.

Del escribir de Aristóteles como el biólogo Platónico, no es más que en justicia a los cánones de la epistemología, el reconocimiento a su trabajo investigativo en el campo de la filosofía natural, descollado en la Astronomía, la Zoología, la Anatomía y la Botánica. No en vano fue hijo de Nicómaco, de la familia de los Asclepiades, médico de la corte real de Amitas II de Macedonia, lo que hace muy probable, haber sido influenciado en los primeros años de su vida por la profesión de su padre: “Es razonable relacionar el interés de Aristóteles por la ciencia física, y sobre todo por la biología con su descendencia de una familia de médicos. Galeno nos dice que las familias Asclepiades hacían aprender a sus hijos la disección, y es posible que Aristóteles haya tenido alguna práctica en esta materia. Más aún, debe de haber ayudado a su padre en el ejercicio de la cirugía, y este es probablemente el origen de la leyenda que lo acusa de charlatanismo" (W. D. Ross).

Por lo tanto, veamos la apreciación que de esta faceta del hijo de Nicómaco miembro del clan de los Asclepiades, que en una cita un poco larga, nos presenta el investigador de la Universidad de Salamanca, Antonio Eire López:

Quien se percate de este hecho que estamos comentando se dirá a sí mismo que nuestro Aristóteles es de cierto un filósofo empírico que no lucubra en el vacío sino apoyándose estrictamente en los datos indiscutibles o “hechos evidentes” (phainómena) de los que dispone, un filósofo empírico que investiga empleando un método similar al del biólogo que clasifica rigurosamente las especies de los seres vivos que contempla.

En efecto, se ha dicho de él que la materia de estudio en la que más a gusto se encontraba era la biología, campo en el que realizó importantísimas observaciones, hasta el punto de que Darwin escribió en cierta ocasión: “Lineo y Cuvier han sido dos dioses para mí, pero ambos fueron dos meros escolares en comparación con el antiguo Aristóteles”.

Pero hay otros pasajes en su vasta e interesante obra, incluso en sus tratados biológicos, que nos dan una impresión distinta a pesar de que en ellos nos conduzca por el camino de la empírica biología, disciplina en la que tan bien se manejaba. Ante ellos nos quedamos perplejos al contemplar la figura del filósofo que, como un centauro, es a la vez empírico y platónico.

Por ejemplo, en la Poética, volviendo sobre la idea platónica de que una obra de literatura ha de ser orgánicamente unitaria, como los seres vivos, con sus partes armónica y proporcionalmente dispuestas en su relación mutua y en su relación con el todo, afirma que la obra bella ha de ser como el ser vivo y orgánico, como el animal que tiene sus partes tan perfectamente integradas, que su belleza, su «forma», se identifica con su «para qué», o sea, con su “causa final” (Poética 1450b34).

Así pues, la “causa formal” y la “causa final” son idénticas en el área de la biología, en el dominio de la Naturaleza, y la realización de la “causa formal” de una cosa natural es al mismo tiempo el cumplimiento de su finalidad o “causa final” (entelequia).

La conclusión de este metafísico y muy platónico planteamiento es que del mismo modo debe ocurrir en el dominio del arte, ya que el arte –nos enseña el Estagirita “imita a la Naturaleza” (Fisica 194a21).

El fin propio de un ser es realizar su “forma”. Por ejemplo, el fin propio del hombre es el de ser lo más hombre posible, el fin de toda la Naturaleza es el ser lo mejor posible.

La Naturaleza, por consiguiente, no hace nada en vano, la Naturaleza se comporta como si previera el futuro (Sobre la generación de los animales 744b16; a36; Sobre las partes de los animales 686a22, etc.). En su Sobre las partes de los animales, un tratado fundamental para entender al filósofo, leemos una frase sorprendente que dice así: “Y aquel fin por el que se ha constituido o ha llegado a ser ha ocupado el puesto de la belleza” (645a 25).

Es decir, el filósofo ve la belleza en un animal, en un ser vivo, orgánico, porque sabe apreciar su “forma” en cuanto resultado de una “causa final” que “no ha operado al azar sino con vistas a un determinado objetivo” (645a 23). Con ese mismo pensamiento, con idéntico planteamiento, encara la obra poética y el discurso retórico y de él usa como criterio para juzgarlos.

Es decir, en este pasaje Aristóteles sigue operando con la observación empírica de los animales, pero su pensamiento es platónicamente teleológico, o sea, partidario de la existencia de una finalidad en la marcha del universo. En la Naturaleza la “causa final”, a la que todo tiende, se identifica con la “causa formal”, con la forma y la belleza misma de cada cosa, de manera que en cada cosa la belleza coincide con su inteligibilidad.

Éste es el Aristóteles platónico que, sin embargo, no cree, como su maestro, que las “Ideas” estén en un mundo aparte, fuera de éste, sino aquí, en el mundo mismo.


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