DE KEYNES A KEYNES. LA CRISIS ECON�MICA GLOBAL, EN PERSPECTIVA HIST�RICA
Federico Novelo Urdanivia
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�Simpatizo, por lo tanto, con aquellos que tender�an a minimizar, antes que con aquellos proclives a maximizar, los lazos econ�micos entre naciones. Ideas, conocimientos, arte, hospitalidad, viajes... son cosas que por naturaleza deber�an ser universales. Sin embargo, que los bienes sean de fabricaci�n casera siempre que sea razonable y convenientemente posible, y �sobre todo- que las finanzas sean primeramente nacionales� .
En el pensamiento econ�mico y, m�s espec�ficamente, en la pol�tica econ�mica, las formas diversas de proteccionismo suelen identificarse como incorrecciones pol�ticas invariablemente inadecuadas; sin embargo, en el terreno de los hechos y frente a los apremios producidos por una crisis global, estas medidas toman un sitio relevante en la relaci�n entre naciones, pese a ser identificadas con la poco solidaria intenci�n de empobrecer al vecino. Esto es as� porque, aunque la econom�a puede ser, y es, internacional, la pol�tica, el di�logo entre gobernantes y electores, siempre es nacional. Respecto al art�culo de Keynes, del que se ha extra�do el ep�grafe con el que comienza el presente apartado, el afamado economista Lionel Robbins, padre de la c�lebre definici�n de la econom�a, Ciencia que estudia la conducta humana en cuanto a relaciones entre fines y medios escasos, susceptible de usos alternativos, en su no menos conocido Ensayo sobre la naturaleza y el significado de la ciencia econ�mica, declar�: �... hasta Keynes sucumbi� a la insensatez corriente... una triste aberraci�n de una mente noble� . En su reconocida ambig�edad, Keynes s�lo describ�a las causas y posibles alcances del nacionalismo econ�mico.
Es una historia conocida la del efecto que el proteccionismo estadounidense tuvo, primero, en la ampliaci�n y profundidad de la depresi�n mundial y, segundo, en las reacciones nacionales en Euarasia, Europa, Jap�n y Am�rica latina, mucho m�s all� de la reciprocidad arancelaria. Stalin reanim� una repetici�n del comunismo de guerra, a partir de los magros frutos de la Nueva Pol�tica Econ�mica (NEP, por sus siglas en ingl�s), de Lenin, que �por la falta de respuesta de las econom�as occidentales y por la debilidad del sistema econ�mico- condujo forzosamente a la autarqu�a sovi�tica (y bajo la l�gica, totalmente estalinista, del socialismo en un solo pa�s), con un �xito considerable: En opini�n de Angus Maddison: �El periodo que va de 1938 al inicio de la guerra fue uno de logros econ�micos fundamentales en t�rminos de producci�n industrial. A tono con los prop�sitos originales de la revoluci�n, el radio de acci�n del control estatal fue muy ampliado. Las t�cnicas de planeaci�n centralizada y de ubicaci�n de recursos se desarrollaron. Se logr� una colectivizaci�n m�s o menos completa de la agricultura. Los peque�os empresarios fueron eliminados en la distribuci�n y en las artesan�as y pr�cticamente todos se convirtieron en empleados estatales. Por lo tanto, el grado de control estatal se extrem� a�n m�s de lo que ha sido en cualquier otro pa�s comunista (de 44 % de la econom�a en 1928 a 96 % en 1934)� . Por su parte, Mussolini, Hitler y los militares del Partido Seiyuu, en Jap�n, comenzaron a entonar inquietantes cantos nacionalistas que, en los tres casos, exaltaban el requerimiento de la expansi�n territorial, por medios militares, despreciando la herencia y, muy especialmente, las instituciones del liberalismo, entendido como hegem�n geocultural. Por su parte, las econom�as de la Am�rica latina que pudieron romper con una funci�n internacional primario-exportadora (provisi�n al capitalismo maduro de alimentos y materias primas), iniciaron un proceso de industrializaci�n sustitutiva de importaciones (ISI) que, para ser eficaz, requer�a de enormes barreras proteccionistas.
�Mussolini justific� la invasi�n de Abisinia �que signific� la ruptura definitiva de Italia con el Sistema de la Sociedad de Naciones- como una vuelta al imperio romano, pero tambi�n como la b�squeda de una salida en �frica para la superpoblaci�n italiana. Ahora Italia se propon�a construir el nuevo imperio del Mediterr�neo (�nuestro mar�). En 1932 el ministro de Relaciones Exteriores, Dino Grandi, explicaba ante el Senado que una naci�n de 42 millones de habitantes no pod�a permanecer �apresada en un mar sin salida�. Libia ser�a el destino inicial. La colonizaci�n dirigida por el Estado, se defin�a como la necesaria reacci�n ante la depresi�n, con m�todos expeditivos imprescindibles para �acelerar la concreci�n de la verdaderamente grandiosa empresa que se persigue�. �frica era el nuevo destino de la emigraci�n italiana y de la reafirmaci�n nacional� . En Alemania, donde exist�a un prolongado ambiente cultural y pol�tico contrario al tratado de Versalles y agudizado por la depresi�n, la obra clave de Adolfo Hitler (Mein Kampf) recog�a la reivindicaci�n popular: �... el derecho a la posesi�n de la tierra puede convertirse en un deber si, privada de una mayor extensi�n de esa tierra, una gran naci�n se viera amenazada por la destrucci�n� . Ya instalado en el gobierno, el tema se ventil� con mucha mayor especificidad: �Apenas nombrado canciller de Alemania, en enero de 1933, Hitler expuso las bases de su pol�tica futura en un encuentro privado con jefes militares. Desde su punto de vista exist�an dos soluciones alternativas para el problema alem�n. Una primera opci�n consistir�a en que Alemania pudiera desarrollar su potencial industrial mediante la revitalizaci�n de la econom�a exportadora despu�s de los estragos de la depresi�n. Sin embargo, al comenzar su discurso, hab�a subrayado la limitada capacidad del mercado mundial para absorber exportaciones. Por ende, la segunda alternativa ser�a �quiz� �y probablemente mejor- la conquista de nuevo espacio vital en el este, con la consecuente brutal germanizaci�n�� . Estas reacciones no se interpretaron, por lo general, en toda su inquietante dimensi�n: �Fue durante este periodo cuando el ascenso del fascismo en Italia y, en mayor grado, el del nazismo en Alemania, evidenciaron para quienes estaban dispuestos a ver con penetraci�n en estos acontecimientos los extremos peligros del nacionalismo desbocado amamantado por la crisis y la depresi�n econ�micas� .
El Jap�n mostraba asombrosas coincidencias con sus futuros aliados: �... explic� la invasi�n a Manchuria posterior a 1931 en t�rminos de su necesidad de hacerse un lugar en un mundo donde las industrias exportadoras japonesas ya no pod�an encontrar mercados. Ser�a un �salvavidas� para la provisi�n de materias primas, para la creaci�n de un nuevo mercado para los bienes japoneses, y un medio para aliviar la superpoblaci�n rural de Jap�n. Los sectores del empresariado japon�s describ�an el modelo de desarrollo econ�mico de Manchukuo, el Estado t�tere japon�s, conducido por el gobierno, como �una soluci�n a la actual encerrona y como una salida a la depresi�n�� .
Por lo que hace a la ISI, en Am�rica latina, tenemos que, a reserva de la
posible profundizaci�n del an�lisis caso por caso, la Comisi�n Econ�mica para
Am�rica Latina y El Caribe (CEPAL, 1948) ha elaborado abundante material acerca
de las etapas del crecimiento regional (hacia afuera, hacia adentro, y
reciente), en los que se analizan los efectos de la Gan Depresi�n, para la
aparici�n de la segunda etapa, en cada sistema econ�mico, y que fueron comunes,
para dar origen a la ISI. El car�cter vern�culo de la Teor�a del Desarrollo
cepalina y el lugar privilegiado que el tema ocup� durante un largo per�odo en
la regi�n, se describen con asombrosa claridad, entre otras, en las obras de
An�bal Pinto , a los efectos de realizar una afortunada esquematizaci�n de las
etapas y, a los efectos tambi�n, de esclarecer las variables explicativas
estructurales, no monetarias, de la inflaci�n regional, en clara sinton�a con el
an�lisis keynesiano de las complicaciones que, en la realidad, enfrentar�a la
llamada Teor�a cuantitativa de la moneda; ambos planteamientos encuentran en la
ineficiencia productiva al m�s fuerte incentivo para la elevaci�n de los
precios. Keynes lo explica de la siguiente manera:
Sea:
EZ= Elasticidad de la oferta;
dD= variaci�n de la demanda (en cualquier sentido);
dZ= variaci�n en la oferta (en el mismo sentido que la variaci�n en la demanda),
y
π= inflaci�n, tal que:
EZ= dZ � dD < 1 π;
Si la variaci�n en la demanda no produce un efecto igual o mayor en la variaci�n
de la oferta, �sta ser� inel�stica (menor que 1 en esta relaci�n), con lo que la
presi�n de la demanda no act�a como un incentivo para la producci�n (que es
ineficiente) y opera sobre el nivel de precios, produciendo inflaci�n, sin que
la oferta monetaria represente papel alguno en esta causal . Por �stas y otras
razones, para algunos relevantes autores latinoamericanos, se hace una
interpretaci�n de la industrializaci�n sustitutiva de importaciones, como una
suerte de versi�n latinoamericana del modelo keynesiano , por su car�cter
expansivo, por una (m�s declarada que operada) vocaci�n distributiva, por el
sometimiento de la pol�tica monetaria a la pol�tica fiscal y, estelarmente, por
la omnipresencia intervencionista del Estado.
El proceso sustitutivo, en realidad, lo fue en dos sentidos: la sustituci�n de exportaciones desde la metr�poli, por la Gran Depresi�n, primero, y por los efectos que en la estructura productiva impuso la guerra, despu�s, y la sustituci�n de importaciones desde la periferia, mediante la industrializaci�n ligera, para los mercados internos y la importaci�n de bienes de capital y de materias primas elaboradas. Hay, tambi�n, un efecto suplementario por el estallido y duraci�n de la Guerra de Corea (1950-1953), que prolong� esta primera etapa sustitutiva de importaciones.
Para muchos analistas, la obsesi�n latinoamericana por el tema del desarrollo, bajo la interpretaci�n novedosa del historicismo estructuralista, que distingui� al pensamiento cepalino durante un duradero proceso de elaboraci�n te�rica, encontraba �al lado de la convergencia con las m�s importantes aportaciones keynesianas sobre el sistema econ�mico- relevantes puntos de contacto con obras de indiscutible sesgo marxista, especialmente en el empleo de referentes y periodizaciones de car�cter hist�rico. Es el caso del extenso trabajo de Immanuel Wallerstein, El moderno sistema mundial, en el que la cantidad y relevancia de coincidencias en ambos an�lisis hist�rico estructurales, resulta notable. Volviendo a la periodizaci�n cepalina, se presenta la siguiente aportaci�n de A. Pinto, la esquematizaci�n de su esquema, que ser�a:
ETAPAS DEL CRECIMIENTO DE AM�RICA LATINA.
ETAPAS DEL CRECIMIENTO FUERZA DINAMIZADORA CONTRADICCI�N ESPEC�FICA
HACIA AFUERA. DESDE LA CONQUISTA HASTA LA CRISIS DE 1929. DEMANDA EXTERNA DE
BIENES PRIMARIOS, ALIMENTOS Y MATERIAS PRIMAS. ESTRUCTURA PRIMITIVA DE LA
PRODUCCI�N VERSUS ESTRUCTURA CIVILIZADA DEL CONSUMO.
HACIA ADENTRO. CRISIS DEL MERCADO MUNDIAL CAPITALISTA, DESDE LA GRAN DEPRESI�N AL T�RMINO DE LA GUERRA DE COREA DEMANDA INTERNA DE BIENES DE CONSUMO LIGEROS (ALIMENTOS, BEBIDAS, CALZADO, VESTIDO). 1�. ETAPA DE LA ISI. ESTRUCTURA PRIMARIA DE LAS EXPORTACIONES VERSUS ESTRUCTURA INDUSTRIAL DE LAS IMPORTACIONES. DESEQUILIBRIO EXTERNO.
RECIENTE. HEGEMON�A MUNDIAL DE EUA Y TRANSFERENCIAS PRODUCTIVAS DEMANDA INTERNA DE BIENES DE CONSUMO DURADEROS. L�NEA BLANCA, AUTOM�VILES Y ELECTRODOM�STICOS. NIVEL MEDIO DE INGRESO VERSUS PRECIO MEDIO DE LA NUEVA OFERTA INDUSTRIAL.
Elaboraci�n propia con apoyo en An�bal Pinto, Inflaci�n ..., op. cit. pp. 105-140.
Dos circunstancias, de gran importancia, alentaban al esp�ritu del nacionalismo econ�mico: En primer t�rmino, el abultado cuerpo de rigideces que derivan del patr�n oro, a los efectos de imposibilitar una pol�tica monetaria soberana sobre el tipo de cambio y a los efectos, tambi�n, de imponer las mismas limitaciones a la oferta monetaria. En segundo t�rmino, aparece el pavoroso efecto de depresi�n, deflaci�n, carrera arancelaria y devaluaciones competitivas, en la notable ca�da del comercio internacional.
El 20 de septiembre de 1931, Inglaterra abandona el patr�n oro y, con cierta
velocidad, la libra esterlina pasa a establecerse en alrededor de 3.87 d�lares,
despu�s de haberse mantenido desde 1925, y por el restablecimiento de ese
patr�n, en 4.86 d�lares. La reacci�n de Keynes es la de un moderado optimismo,
por cuanto un n�mero significativo de sociedades, con la estadounidense al
frente, habr�an de continuar apresadas por los grilletes de oro. La devaluaci�n
razonable de las monedas ya liberadas, como aconteci� con la libra, dispon�an de
todas las ventajas de una elevaci�n en los aranceles, y ninguna de sus
desventajas. Aqu� se evoca la oportuna reflexi�n keynesiana, publicada en el
Sunday Express, el 27 de septiembre de 1931, con el t�tulo de �El futuro del
mundo�:
�Hay pocos ingleses que no se alegren de la ruptura de nuestras cadenas doradas.
Sentimos que tenemos por fin las manos libres para hacer lo sensato. Ha pasado
la fase rom�ntica y podemos empezar a discutir con realismo cu�l es la mejor
pol�tica. Puede parecer sorprendente que un movimiento que se hab�a presentado
como una cat�strofe desastrosa haya sido recibido con tanto entusiasmo. Pero las
grandes ventajas para el comercio y la industria brit�nicos, derivadas de
terminar con nuestros esfuerzos artificiales para mantener nuestra moneda por
encima de su valor real, fueron captadas con rapidez [...] No maravilla, pues,
que sintamos cierta euforia por el respiro, que las cotizaciones de la bolsa
suban y que los huesos secos de la industria se remuevan. Porque si el cambio de
la esterlina se deprecia, digamos, en un 25 por 100, esto hace tanto para
restringir nuestras importaciones como un arancel de esa cuant�a; pero mientras
que un arancel no podr�a favorecer nuestras exportaciones, y podr�a
perjudicarlas, la depreciaci�n de la esterlina les supone una subvenci�n del
mismo 25 por 100, con lo que protege al productor nacional contra las
importaciones [...] La soluci�n a la que nos han conducido, aunque nos
proporciona un respiro inmediato y transfiere la tensi�n a otros, es en verdad
una soluci�n insatisfactoria para todos. El mundo nunca ser� pr�spero sin una
recuperaci�n comercial en los Estados Unidos. Paz, confianza y un equilibrio
econ�mico armonioso para todos los pa�ses del globo m�s �ntimamente
interrelacionados, es el �nico objetivo que vale la pena proponerse� .
Pese a la reivindicaci�n que hace Keynes de los mercantilistas, la opci�n de resolver los problemas nacionales empobreciendo al vecino, en realidad no pod�a ser una opci�n duradera ni deseable, entre otras razones, porque equivale a convocar al inicio de una guerra comercial, en un juego de suma cero en el que, al final de la jornada, todos podr�an resultar vencidos. Su verdadera intenci�n era que en todo el planeta �como aconteci� con cierta tardanza- se siguiera el ejemplo brit�nico, sin que nadie conservara sus doradas cadenas (corriendo la suerte del Rey Midas) y las relaciones entre las monedas fueran el resultado del intercambio de bienes. Su advertencia, relativa a la inoportunidad de establecer altos aranceles tard� considerablemente, como casi todas sus persuasiones, en ser entendida y mucho m�s en ser atendida .
La impronta de la crisis, tambi�n en el campo del intercambio comercial tuvo una significativa contracci�n de las exportaciones de pa�ses no desarrollados e incipientemente desarrollados, de manera que su principal, sino �nica, v�a de acceso a la liquidez internacional se encontr� dram�tica y apresuradamente bloqueada, en una l�gica que termin� afectando, tambi�n, a las econom�as desarrolladas, por cuanto una importante demanda para sus exportaciones careci� de capacidad de compra, en virtud de la ca�da de las exportaciones primarias a las que, de suyo, ya las hab�a desvalorizado la fuerza deflacionaria que escolt� a la crisis; la ca�da de precios de la que se tuvo que sufrir una prolongada espera por la recuperaci�n.