OCIO Y VIAJES EN LA HISTORIA: ANTIGÜEDAD Y MEDIOEVO
Mauro Beltrami
Esta página muestra parte del texto pero sin formato.
Puede bajarse el libro completo en PDF comprimido ZIP (250 páginas, 730 kb) pulsando aquí
Respecto al ocio y la utilización del tiempo libre de los laicos, hay que hacer una la distinción entre distintos ideales que pueden resumirse en dos grandes categorías: el ocio caballeresco y el ocio popular. Mientras la aristocracia buscó llevar una vida alejada del trabajo, mostrándose liberados de esa carga, las clases sociales inferiores intentaron amenizar sus horas de trabajo.
Cabe mencionar que, al hablar de cualquier tipo de ocio durante este período histórico, debe hacerse la salvedad de que la antigua división de la antigüedad clásica entre otium y neg-otium ya no tiene validez explicativa. La sociedad occidental ha cambiado, y ya no existe tal división: existe ahora una clase liberada del trabajo diario y otra cuya existencia gira en torno a este último. No existe una división marcada del tiempo en las vidas de los individuos, pues en ambos puede decirse que existe una unidad en el tiempo, en el que las obligaciones y la recreación –más allá de los aspectos formales- no se encuentran ya como actividades claramente separadas.
El ocio caballeresco y la vida cortesana
La clase caballeresca se distinguía de sus vecinas por ser parte de un género de vida propiamente nobiliario, particularmente cuando se encontraban en períodos de calma. Puede considerarse al ocio caballeresco como aquel propio de las clases aristocráticas feudales, que aparecieron, precisamente, con la consolidación del nuevo orden feudal. Éste tipo de ocio representó un hecho social dentro del cual el noble demostraba su independencia de la necesidad de trabajar, necesidad que sí tenían los estamentos que se encontraban por debajo de aquel.
Como ya se ha mencionado, en la vida de los grandes señores no puede hablarse de una división marcada entre los tiempos del ocio y del negocio, pues en realidad existía una unidad temporal en su vida cotidiana. Estas clases sociales controlaban la propiedad de la tierra y de la producción. Claro que la nobleza caballeresca pasaba gran parte del tiempo en la guerra: “obligación jurídica algunas veces, placar con frecuencia, la guerra también podía ser impuesta al caballero por un punto de honor (…). Pero la guerra era también, y quizá principalmente, una fuente de provechos. En realidad, era la industria nobiliaria por excelencia”. El espíritu heroico es lo que caracteriza a los caballeros, fundamentalmente durante la Alta Edad Media, y fundamentalmente gozaba del más alto favor en las cortes y ambientes señoriales. “La espada es el signo del caballero y el combate su única justificación”. Los conflictos entre los grandes señores eran permanentes, fomentados por esta concepción de la vida unida a la ambición de nuevas tierras y riquezas. El valor viril y el manejo de la espada distinguen al caballero del resto de los mundanos, buscando la gloria frente a Dios y al resto de los hombres, sustentada sobre las hazañas logradas durante el combate frente al enemigo. La épica es la voz del sentimiento heroico de la vida, llevando los juglares y trovadores el recuerdo de las hazañas de los viejos y nuevos héroes de un lugar a otro.
Pero en los períodos de calma, que también existían, mostrarse liberado del trabajo permitía a la nobleza reafirmar su propia identidad social como clase privilegiada. La vida de los señores también florecía en aquellas circunstancias. Las fiestas, los torneos, las ceremonias y los festines permitían que aquel espíritu caballeresco se exhibiera en todo su esplendor, animando la vida de las cortes.
No debe considerarse que la existencia caballeresca se llevaba a cabo en ambientes rurales. Por el contrario, en regiones de Italia y en las antiguas ciudades romanas –como Reims o Tournai- vivieron, al parecer durante mucho tiempo, grupos de caballeros, muchos de los cuales se encontraron vinculados a las cortes episcopales o abaciales. Claro que el panorama era distinto en las regiones fuera de Italia o de la Francia meridional. Allí, por una transición lenta, generada por de una serie de factores socioeconómicos, la nobleza se fue volviendo extraña a la vida de las poblaciones urbanas, aunque no haya renunciado a viajar ocasionalmente a la ciudad para el ejercicio de ciertas funciones o, también, por placer. No obstante, como lo indicaba la misma naturaleza de su vivienda y de su condición de caballero, ésta nobleza vive en estado de perpetuo alerta.
El paso del tiempo fue transformando aquella concepción caballeresco-guerrera, endulzando las costumbres de los señores, que buscarían entonces una vida menos obsesionada por la sed de guerra y conquistas, más tranquila y previsible. En ello, jugó su papel el enaltecimiento que fue alcanzando la mujer en determinadas zonas de Europa, lo cual influyó en la aparición de costumbres y formas de vida diversas a las que aparecían hasta entonces. El héroe guerrero iba transformándose en el caballero cortesano. La palabra que sirve para designar el conjunto de las cualidades nobles por excelencia, desde el año 1100 aproximadamente, es courtoisie (cortesía), la cuál proviene de cour (corte, que en aquel entonces se escribía con t final). El lujo y la grandeza pasaron a ser medios para el disfrute de los cortesanos, buscándose ahora como bien primordial la ostentación. Aquel progreso de sensibilidad estética y moral se encontró unido tanto a la consolidación de los grandes principados o monarquías, como al retorno a una vida de relaciones más intensas. El nuevo código de moral de courtoisie tuvo por patria indiscutible a las courts de Francia y de la región del Mosa, también francesas por lenguaje y costumbres. Desde Francia, la influencia de éste nuevo código se trasladaría al resto de la nobleza occidental italiana, alemana, etc. Y aquí debe observarse al viaje como vehículo de transmisión cultural. No sólo por la literatura se trasladaban las influencias, pues más de un joven noble thois (alemán) viajaba para llegar con los príncipes franceses para aprender, junto a la lengua, las reglas de los buenos modos nobiliarios. Por lo tanto, aquí ya no puede hablarse más de una concepción heroica de la vida; sino de una vida más lejana al puro valor viril y más cercana al hedonismo.
Hecho que se manifiesta, cada vez con mayor claridad, en el devenir de la Baja Edad Media, donde el espíritu caballeresco aún persiste en las cortes y ambientes señoriales, pero ya corresponde cada vez menos a los nuevos tiempos. Hacia el ocaso medieval, el tono de la vida se encuentra teñido por la luz artificial del romanticismo caballeresco proyectándose sobre la vida. Las cosas que pueden generar goce continuaban siendo la lectura, la música, las artes plásticas, la moda, las vanidades sociales, pero unidas ya a la contemplación de la naturaleza, al deporte y, finalmente, a los viajes.
El viaje servía como medio para huir de la corte hacia la naturaleza, para escapar de aquella vida cortesana demasiado pintoresca, demasiado falsa y artificial. Pero no debe dejar de observarse que el placer en sí mismo era pecaminoso, pues el goce no podía encontrarse emancipado de la religión: el puritanismo riguroso continuaba condenando como mundanal y pecaminosa, a la esfera íntegra de la belleza de la vida, salvo donde se adoptasen formas explícitamente religiosas. El amor a la naturaleza aún resultaba demasiado débil para que fuese posible el culto a la belleza de las cosas terrenales, pues la idea del pecado resultaba demasiado poderosa, y la concepción continúa siendo “genuinamente aristocrática y se encuentra tan inerme frente a una ilusión, que la pasión por la vida en el seno de la Naturaleza no logra llevar a un enérgico realismo, sino que su acción se limita a exornar de un modo artificioso las costumbres cortesanas. Cuando la nobleza del siglo XV juega a los pastores y las pastoras, es todavía muy escaso el contenido del juego en auténtico culto de la naturaleza (…)”. Dicha idea de la vida fue transformándose a partir de la llegada del Renacimiento, el cuál logró emanciparse de esta negación del goce de la vida como algo en sí mismo pecaminoso. No obstante, poco a poco se fue dando un proceso de desacralización de la vida que incluyó al propio ideal caballeresco, otrora embebido de espíritu religioso. Ahora, la aspiración a la gloria caballeresca y al honor es inseparable de un culto de los héroes, en donde se funden tanto elementos medievales como renacentistas.
El ocio popular
Ocio popular puede ser entendido como aquella utilización del tiempo libre propia de los estamentos inferiores del orden medieval. No obstante, el concepto de ocio en sentido práctico no existía, pues el trabajo insumía gran parte del tiempo. Hay quiénes, como Boullón, interpretan que el trabajo no era considerado como una carga, sino que más bien era una obligación moral ; sin embargo, más que como una obligación moral, el trabajo se sobrellevaba resignadamente, siendo el campesino víctima de la cadena de servidumbre feudal.
Al no existir la división del tiempo entre ocio y trabajo, pueden mencionarse la realización de ciertas actividades recreativas que se llevaban a cabo unidas a las obligaciones diarias. Era común que se cantara mientras se llevaba a cabo la jornada laboral, o que durante la visita al mercado se acostumbrara a conversar sosegadamente.
No obstante, no todos los días, en teoría, eran laborables. Existían también días de festividades y de descanso, ligados al espíritu religioso que se manifestaba plenamente en todos los actos diarios del individuo. La Iglesia había instituido el domingo junto con otras fiestas como días de descanso, durante los cuales era pecado hacer trabajo servil. En aquellos días, el campesino, tras participar de la misa, cantaba y bailaba, consumía cerveza –la cual era barata-, conversaba libremente y contaba tanto licenciosos cuentos sobre mujeres como leyendas sobre santos. Además, participaba en juegos de pelota, lucha y lanzamiento de pesas, junto a riñas de gallos, de perros y de toros. Por la tarde, los campesinos se visitaban, participaban en juegos hogareños y bebían; aunque usualmente acostumbraban a acostarse cuando comenzaba a oscurecer y cada cuál continuaba en su casa, porque las calles se encontraban a oscuras y, dentro de la casa, las candelas eran caras. Así, el cristianismo no abandonó nunca su llegada en las clases no privilegiadas, pues en la constante y penosa labor de todos los días dichas clases hallaban en la salvación divina el estímulo esperanzador que permitía superar la dura realidad diaria. Las festividades significaban un medio a partir del cuál se manifestaba aquella esperanza en una vida mejor, alejada de las penurias diarias, de la desigualdad jurídica y el reinado de la fuerza que debía soportarse.
Las ciudades y el nacimiento de la burguesía
Dentro de las ciudades -las cuales acabaron por convertirse en uno de los componentes esenciales de Occidente-, comenzó a desarrollarse otro tipo de significado de la vida, como consecuencia también del desarrollo de otro tipo de actividad económica, que no obstante se encontraba controlada y usufructuada también por los señores en cuya jurisdicción se hallase la ciudad. Los intercambios comerciales facilitaron el desarrollo de la nueva clase social propia del fenómeno urbano: la burguesía.
En la burguesía lo que predominó como relación negocio-ocio fue, al menos en un primer momento, el enaltecimiento del trabajo como fuente de riqueza, y la aversión al ocio, que representaba la característica marcada de las clases señoriales.
La ciudad moldeó al espíritu de modo diferente al que lo había hecho hasta entonces el orden señorial. El amor, el goce y la alegría parecen renacer aquí unidos a la vida intelectual, lo cual va poniéndose de manifiesto más claramente durante la Baja Edad Media. El teatro (con sus farsas) puede considerarse como una de las expresiones más típicas del sentimiento burgués. La vida en la ciudad y la configuración de un nuevo sistema económico-social establecieron un nuevo sentimiento de la vida, ligado no ya al heroísmo ni a la vida eterna, sino a intereses plenamente terrenales. Se da por entonces la aparición de una concepción naturalística e individualista de la vida, que durante la Baja Edad Media se encuentra en pugna con el antiguo modo de vida, y que logrará imponerse ya durante la Edad Moderna. El sentimiento de que el hombre constituía el eje alrededor del cuál giraba la vida se fue generalizando progresivamente, retomándose la visión según la cual la trascendencia no se encontraba ya arraigada al trasmundo religioso, sino a la gloria mundana.