OCIO Y VIAJES EN LA HISTORIA: ANTIGÜEDAD Y MEDIOEVO
Mauro Beltrami
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Las motivaciones para emprender viajes durante la civilización romana fueron de naturaleza variada, los cuales se desarrollaron fluidamente gracias a la pax romana. Tanto cuestiones de ocio como de negocio impulsaron el gran desarrollo de los viajes, observándose fenómenos particulares como el viaje de temporada. Elementos presentes ya en otras civilizaciones, como las cuestiones de estado y la religión, continuaron ejerciendo su influencia dentro de los incentivos del viaje romano; sin olvidar, tampoco, las cuestiones educativas.
El viaje de temporada
En Roma se puso de manifiesto, por primera vez, un tipo de viaje que es fundamental en el desarrollo de la historia del turismo. Aparece el viaje de estación o de temporada, para el cual hubo que esperar a que se produjera un cambio fundamental en la concepción romana de la vida. La revolución de las costumbres del siglo II, impulsó la manifestación del lujo como patrimonio de un cierto rango social. La posesión de casas de campo, jardines y embarcaciones se transformó más que en una moda, en una necesidad social. Se difunde, por entonces, la costumbre de poseer propiedades fuera de la ciudad de Roma, situadas en determinadas regiones de Italia, preferentemente en la campiña de la Campania. En esta región la alta sociedad romana tomó por costumbre pasar el verano.
Los viajes de temporada tuvieron su etapa de desarrollo durante el último siglo republicano. La costumbre de realizar este tipo de viajes creció progresivamente, del mismo modo que Roma fue mejorando las comunicaciones, ensanchando sus fronteras y consolidando la pax romana. Lo cual impactó directamente en el apego de los individuos al viaje y contribuyó, en última instancia, a la mejora de la calidad de vida de los círculos privilegiados. El viaje fue dejando de ser una cuestión tortuosa e insegura, para ir transformándose progresivamente en una cuestión propia del ser. Claro que, en ciertas ocasiones, la naturaleza provocaba que los caminos se perjudicaran, y, en la Campania, esto sucedía tanto por las tempestades, como por los movimientos del mar; Séneca sufrió el lodo y el polvo del camino encharcado, cuando se encontraba viajando desde Bayas hacia Napoli.
La costa del golfo de Nápoles se transformó en un sitio predilecto para huir de Roma, siendo dos de los lugares predilectos de descanso, Puteoli (Pozzuoli) y Bayas, los cuales comenzaron a ser conocidos y frecuentados, como lugares de retiro, durante el siglo II a. c. Cabe mencionar que, con el transcurrir del tiempo, no sólo por cuestiones de placer la alta sociedad romana se dirigía hacia sus villas. Determinados conflictos políticos y sociales que sucedían en Roma hacia fines de la república, generaban que una buena parte de propietarios se dirigiera hacia sus posesiones de descanso, con el fin de alejarse de aquel ambiente político caldeado. Así, tras el asesinato de Julio César en el Senado durante los idus de marzo del 44 a. c., un gran número de conjurados huyeron de Roma. A partir de los primeros días de abril, fueron muchos los senadores que se dirigieron hacia sus villas del Lacio y al Golfo de Nápoles, incluyendo a Cicerón. Este último, tras un viaje agradable de ocho días –durante el cual recibió homenajes en determinados lugares-, llegó a sus dominios de Cumas y de Puteoli; “pero no podía gozar bien del hermoso sol, del cielo puro, de las primeras flores del golfo, pues estaba poseído de una agitación extraordinaria (…). Siempre activo, recibía y expedía gran número de cartas, hacía visitas, acogía a sus amigos y admiradores, escribía rápidamente un libro sobre la Adivinación y otro sobre la Gloria (…)”.
La playa pasó a ser un lugar visitado y valorado por los romanos, especialmente durante los últimos años de la República y los primeros siglos del Imperio; así, Séneca escribió sobre la belleza de la playa “que se extiende desde Cumas a la casa de Servilio Vatia, como una lengua de tierra, porque la encierra por un lado el mar, y un lago por el otro”. En el Lacio, también se desarrollaron lugares que se volvieron predilectos de la alta sociedad romana, como Preneste (Palestrina) y Tíbur (Tivoli).
No obstante, no sólo en verano los romanos realizaron viajes de descanso. Durante el invierno también se viajaba hacia las casas de campo, como se observa en la Sátira VI de Persio, respecto al poeta latino Cesio Baso, quién poseía una residencia de invierno en La Sabina: “¿El invierno, oh baso, te ha acercado ya al hogar que posees en la Sabina? (…) En ésta época yo disfruto del calorcillo de las costas ligures y del invierno de este mi mar querido, donde los escollos levantan una pared formidable, y la playa se arrebuja en una hondonada profunda”. Asimismo, Persio hace referencia, para su propio retiro invernal, a las costas ligures, a las que actualmente se denomina bajo los nombres de Riviera italiana o Riviera ligure. Dichas costas gozaban de prestigio ya en aquel primer siglo del Imperio. Pero no era simplemente la búsqueda de descanso lo que influía en la realización de viajes invernales. También coexistían cuestiones vinculadas a la salud, que favorecían la salida de Roma en busca de lugares más benéficos, pues el aire de la ciudad durante el invierno era considerado insalubre.
Durante los inicios de la etapa imperial, Augusto decidió establecer que el mes de agosto –el cual le estaba consagrado- se encontraría dedicado a las vacaciones. “Las Feriae Augusti permanecieron en el calendario laboral italiano como el Ferragosto, que tiene su apogeo el 15 de agosto, día consagrado por la religión cristiana a la Asunción”. De este modo, el viaje de temporada y de descanso se va institucionalizando. Uno de los ideales buscados, en el viaje hacia el campo, era que la persona siempre encontrase algo que despertara su pasión.
El termalismo no podía encontrarse ausente de las villas de descanso. Todas estas cuentan con sus baños, análogos a los de las termas públicas. Muchas veces, se completaban con una piscina al aire libre, cavada en una terraza en medio del jardín, rodeada de bosquecillos y flores. Era común que las villas que se encontraban al lado del mar poseyeran su puerto privado y fuentes de agua salada para bañarse, donde se conservaban, también, peces para la mesa del propietario.
Como se mencionó oportunamente, las convulsiones políticas y sociales de la vida en Roma incentivaban la huida hacia el descanso en la Campania. Bayas es llamada por Juvenal –en la sátira III del Libro 1- “litoral agradable para un retiro ameno”. En aquellos tiempos, los de Domiciano, resultó ideal para aquellos que, en agosto, no soportaban andar por las calles romanas, muy pobladas, además de conflictivas. Los conflictos político-sociales estaban al orden del día: clientela, derrumbes e incendios de edificios, extranjeros no asimilados, multitudes ociosas. Así es que aquellas zonas tranquilas y agradables representaban una vía de escape. La ruta hacia Bayas pasaba por otro lugar recomendable para descansar: Cumas. Juvenal no sólo alaba la decisión de su amigo por retirarse allí, a la “despoblada Cumas”; sino que también la menciona como lugar de paso hacia Bayas: la llama “la puerta de Bayas”.
Durante el siglo de los Antoninos y de los Severos, se observa, también, la proliferación de grandes villas, las que se situaban, muchas veces, a distancias considerables de Roma. El crecimiento de la ciudad de Roma impidió la utilización de terrenos enmarcados dentro de la ciudad para construir casas de recreo en ella. Poco a poco, los grandes dominios privados que habían sido confiscados por los emperadores y que habían sido utilizados primero como parques privados, fueron cedidos en función de las necesidades del urbanismo. De este modo, el viaje de recreo continúa desarrollándose viento en popa, ayudado por las condiciones favorables de la época.
Las villas se yerguen lejos de toda aglomeración; pues se buscaba tanto la tranquilidad, como un espacio mayor, casi ilimitado, para su construcción. Se buscaba que aquellas se encontrasen integradas a un paisaje. Es interesante, a modo de ejemplo, observar el diseño paisajístico en las villas de Plinio el Joven. El parque de Toscana se situaba en la mitad de la pendiente de un vasto anfiteatro natural, cuyas líneas no se encontraban interrumpidas porque los límites del jardín se encontraban disimulados por setos, sin muro que escondiese las perspectivas; asimismo, la villa de Laurentes, construida no lejos de la desembocadura del Tíber, al borde del mar, presentaba una transición imperceptible entre el bosque y el mar, merced a una inteligente disposición de las terrazas.
Había quiénes, en su afán de ostentar posesiones de descanso, veían disminuir su capital de manera notoria. Juvenal refiere el caso de Cretonio y de su hijo: “Cretonio tenía la manía de edificar: ya sea en el curvo litoral de Cayeta, ya en la roca encumbrada de Tíbur, ya sea en las montañas de Preneste, se disponía villas de torres altas, y aventajaba, con mármoles importados de Grecia y de otras regiones lejanas, al templo de Hércules y al de la Fortuna, los suparaba tanto como el espadón Posides sobrepujó nuestro Capitolio. Cretonio, pues, al construirse tales mansiones, mermó su hacienda y quebró su economía; con todo, le quedó aún una parte no pequeña, que disipó íntegramente el loco de su hijo cuando importó mármol de mayor calidad para construirse más quintas”. Del mismo modo, los lugares mencionados por Juvenal resultaban algunos de los predilectos de los romanos para pasar sus temporadas de descanso. Así, menciona al litoral curvo de Gayeta (la Gaeta actual), a Tíbur (Tívoli), a las montañas de Preneste (Palestrina), como sitios en donde Cretonio constuyó sus villas. Gayeta –la actual Gaeta- se encontraba situada en la costa occidental de Italia, a orillas del golfo, en la actual provincia de Latina (región de Lacio). Tíbur –la actual Tívoli-, se encontraba situada en el Lacio, en la actual provincia de Roma, en la orilla izquierda del río Aniene. Preneste –actual Palestrina- se encontraba también en el Lacio, y también en la actual provincia de Roma. Reata, por su parte, era el sitio en donde solía pasar el verano Vespasiano.
Pero mientras el patriciado y la clase dirigente lograban mediante el viaje satisfacer sus necesidades de ocio, la plebe solo tenía Roma como marco para su tiempo de descanso. El viaje recreativo estuvo vedado a las clases sociales inferiores, incluso durante el período de esplendor romano.
La muerte de Alejandro Severo abrió paso a un nuevo período, el de anarquía militar (235-268), crisis en la que el Imperio se vio en serio peligro de desaparición. A partir de allí, viajar ya no resultó un hecho ni seguro, ni placentero. Los conflictos se sucedían uno tras otro, y las comunicaciones fueron perdiendo el esplendor que habían alcanzado en algún otro momento. Las invasiones bárbaras y los conflictos internos produjeron que las ciudades italianas y galas se volviesen inseguras para la vida, por lo que la aristocracia fue abandonando progresivamente las ciudades, para trasladarse permanentemente a sus villas rurales, rodeándose allí de dependientes campesinos, familias de clientes y auxiliares militares.
Durante el Bajo Imperio, los viajes de recreo que pudieron observarse en otras épocas, resultaban ser mínimos, hasta transformarse en un mero recuerdo ya hacia el siglo V y los inicios del Medioevo. Los testimonios de las villae fortificadas que aparecieron en la Galia en el siglo IV, muestran la decadencia de la pax romana; y ya “en el siglo V, las cartas de Apolinar Sidonio nos muestran señores rurales viviendo en el lujo, en extensas propiedades cultivadas por colonos semiserviles; son ya una aristocracia feudal, con sus propios jueces y soldados, y difieren de los señores posteriores en que saben leer”. Otra época se había abierto paso en la historia de las sociedades occidentales y del viaje.