OCIO Y VIAJES EN LA HISTORIA: ANTIGÜEDAD Y MEDIOEVO
Mauro Beltrami
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Jerusalén siempre fue uno de los destinos predilectos para los peregrinos. Las peregrinaciones hacia allí datan de la época de esplendor del Imperio Romano. Aquellas continuaron desarrollándose, a pesar de encontrarse la ciudad en manos islámicas desde 637; pues los musulmanes últimos se mostraban tolerantes con los cristianos. Ni siquiera se produjo una interrupción sustancial de las peregrinaciones cuando, en 1009, Al-Hakin destruyó la iglesia del Santo Sepulcro. Maurois observa que “(…) el Santo Sepulcro estaba en manos de los infieles, pero durante mucho tiempo, los tolerantes musulmanes habían tratado bien a los peregrinos. Harún-al-Rachid había reconocido a Carlomagno el derecho de proteger los Santos Lugares”. Los devotos cristianos tenían libre acceso a los lugares santos, y en todas partes de Europa se hallaban “palmeros” que llevaban, como signo de peregrinación, dos palmas cruzadas provenientes de Palestina.
Con la llegada al poder de los selyúcidas, las condiciones de tolerancia se mantuvieron iguales que durante el período árabe. Independientemente de lo pretendido por los cronistas occidentales y sus narraciones sobre las persecuciones sufridas por los cristianos, que sirvieron al papado de excusa para encender el odio religioso hacia el infiel. Estas leyendas solo sirvieron como una causa inmediata y formal de la cruzada. Pero a decir verdad, en Jerusalén existían dos posadas mantenidas por los italianos de Amalfi que continuaban abiertas. En 1054, el obispo Liedbert de Cambrai condujo a 3000 peregrinos hacia Jerusalén, en 1064 los arzobispos de Colonia y Maguncia y los obispos de Espira, Bamberg y Utrecht emprendieron la marcha hacia Jerusalén con un séquito de 10.000 cristianos (aunque de los cuales 3000 murieron en el camino, y sólo 2000 regresaron salvos a su país nativo).
Como se observa, los peregrinos podían continuar visitando Jerusalén del mismo modo que venían haciéndolo, sin recibir persecuciones por esto. Por la visita, el peregrino debía, eso sí, pagar un tributo; aunque similar al que se cobraba, por ejemplo, en Constantinopla por parte de las autoridades bizantinas. Y durante el reino latino de Jerusalén, entre las recaudaciones, existirá el cobro de los “terciarios” a los peregrinos, o sea, la tercera parte del costo del pasaje. Asimismo, en la época gobierno de los cruzados, la tolerancia de la población local frente a los peregrinos disminuyó notoriamente, en especial, por parte de los campesinos musulmanes. Fundamentalmente, por el hecho de considerar a todos estos viajeros como conquistadores, lo que produjo que el viaje resultase mucho más dificultoso.
el Santo Sepulcro, el Monte de los Olivos y otros sitios sagrados de Jerusalén se encontraban entre los sitios que más se visitaban durante la estadía de los peregrinos en Tierra Santa. También habrá que incluir a Belén, junto a los baños que muchas veces se acostumbraban a tomar en el Jordán, para retornar luego a casa con una rama de palmera recogida de la orilla.
El medio por el cual los peregrinos llegaban a Jerusalén era variado, y presenta cambios a lo largo del tiempo. Los medios terrestres predominaron durante los primeros siglos medievales, hasta que los selyúcidas llegaron al poder. A partir de allí, los peregrinos tuvieron que sustituir las rutas terrestres por las marítimas, pues los viajes terrestres se vieron dificultados aún más por la anarquía reinante en Asia Menor. La ruta habitual que seguían los peregrinos pasaba por el Rin y el Danubio, y cruzaba Hungría hasta Constantinopla, y desde allí corría hasta Jerusalén.
Luego de las cruzadas, el viaje marítimo por el Mediterráneo fue uno de los modos más difundidos mediante los cuales se podía llegar a Jerusalén. Bríndisi era el puerto principal de embarque desde el que se partía con destino a Tierra Santa. Sin embargo, no era el único. Existieron otros puertos como Amalfi, Génova, Pisa y Marsella. En 1234, los marselleses deciden convenir con los Hospitalarios el transporte anual de seis mil peregrinos. Tampoco puede dejarse de mencionar a Venecia, que fuera otra de las ciudades importantes desde la que se partía con destino a los Santos Lugares. Como ya ha sido mencionado, desde allí se organizaron hacia 1300 una serie de viajes anuales, utilizándose a la galera como embarcación.
Canterbury
Por último, entre los destinos de peregrinación habrá que mencionar a la localidad inglesa de Canterbury. El origen de las peregrinaciones se remonta a la muerte de Thomas Becket –arzobispo de Canterbury-, a manos de cuatro caballeros próximos a Enrique II. Canonizado en 1173, pronto se propagó el culto a Becket y su sepulcro se convertiría en sitio de peregrinación. Se le atribuía una buena suma de milagros y curas. “De la tumba de aquel hombre surgió al punto una especie de epidemia de curas milagrosas” , dirá Chesterton, refiriéndose a la veneración a la que pasó a ser objeto aquel lugar. La ruta que se seguía para llegar a la Canterbury, recibía el nombre de la “ruta de los peregrinos”, que se desarrollaba desde Winchester (Hampshire) hasta la propia ciudad. Llegaban devotos desde el centro y sur de Inglaterra, a los que se sumaban los que llegaban desde el continente y que desembarcaban en Southampton.
En Canterbury también se requirió la construcción de albergues para peregrinos, repitiéndose un hecho similar al observable en otros sitios de peregrinaje,.