OCIO Y VIAJES EN LA HISTORIA: ANTIGÜEDAD Y MEDIOEVO
Mauro Beltrami
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Ya se ha desarrollado el tema de la institución y los contratos de hospitalidad. Ahora, se abordará el tema desde el aspecto del viaje en sí, observando el modo en que la hospitalidad en sus diversos modos, contribuyeron al desarrollo de los viajes.
Se observa un progreso gradual en la cuestión, que fue manifestándose conforme Roma se transformaba en un gran Imperio en Europa Occidental. La influencia griega, como se ha visto, fue notoria en el campo; del mismo modo, los romanos favorecieron los viajes, cuya motivación se relacionaba, en principio, con el comercio. El huésped podía comerciar, y el anfitrión debía ayudarlo a conseguir que su viaje fuese exitoso, de modo de cumplir con los fines que le motivaron a realizarlo.
Roma se fue haciendo más poderosa y el territorio fue ampliándose progresivamente tanto hacia occidente como hacia oriente, hasta que el Mediterráneo pasó a ser, desde la óptica romana, el mare nostrum. De este modo, se concibieron una serie de obras de infraestructura que generaron unas comunicaciones fluidas y eficaces. El comercio aumentaba y se requirió la necesidad de contar con lugares donde poder pasar la noche o hacer un alto en el camino hacia el destino. Así, las vías romanas vieron abrirse, a lo largo de ellas, una serie de albergues que permitían hacer un alto y reemprender viaje tras ello. Las distancias se acortaban y el viaje lograba realizarse con menores penurias.
Los albergues públicos, sin embargo, no eran lugares muy agradables ni confortables. Los mismos conceptos pueden aplicarse a los albergues privados que se abrieron. En realidad, consistían en lugares de paso, de carácter puramente utilitario, y que no gozaban de buena reputación. Los muebles eran escasos o inexistentes. La estancia de los viajeros en ella no era segura, pues los robos eran frecuentes; los encargados de ellos no gozaban de buena reputación; y la higiene era mínima. Estos locales consistían en un patio, alrededor del cuál se disponen las caballerizas para los animales y los cobertizos para los carros, disponiéndose las habitaciones para los viajeros en la galería del primer piso.
Sin embargo, la sociedad romana comenzó a manifestar otras necesidades que no tenían que ver con actividades puramente utilitarias o funcionales. La influencia griega y la revolución de las costumbres del siglo II a. c. acabaron por crear las condiciones para emprender viajes relacionados con otras motivaciones que no habían aparecido hasta entonces. En especial, motivaciones de descanso y de recreación. Claro que estas serán patrimonio de las clases distinguidas de la sociedad, limitándose puramente a ellas; el proletariado ocioso debe conformarse con encontrar en Roma el lugar para recrearse. Es así que va configurándose un tipo de hospitalidad adaptado a las nuevas necesidades de las clases dirigentes. Los viajes hacia las villas de la costa o de la campiña requerían de lugares intermedios en donde hacer un alto para descansar. Estos lugares podían ser posesiones propias o de un tercero. Estratégicamente, muchos miembros de la alta sociedad poseían villas a una determinada distancia unas de otras, a las que aprovechaban como lugares de paso hasta llegar al destino deseado. Algunos autores atribuyen a Cicerón la posesión de 19 casas apostadas entre Roma y Napoli; él, sin embargo, en su “Correspondencia”, sólo admite la posesión de “no menos de siete villas” entre ambas ciudades. Si no, podía solicitarse hospitalidad a algún miembro de la misma clase social que poseyera alguna propiedad camino hacia el lugar de destino, accediendo a partir de un contacto personal o de la recomendación de un tercero. En última instancia, se accedía a pasar la noche en alguno de aquellos albergues. Cabe mencionar que algunos de los albergues o ventas que se encontraban en las rutas gozaban de un mejor nivel, o, al menos, contaban con servicios más variados para los viajeros. Junto a algunos de ellos, había una taberna en donde el viajero podía encontrar comidas calientes, vinos –a veces de calidad- y compañía femenina.
Aquel cambio en el espíritu romano fue lo que permitió que determinados alojamientos fuesen de una categoría mayor que aquellos albergues públicos a los que hizo referencia. Norval - tomando como referencia a L. Friendländer, “Roman life and manners under the early empire”- menciona la existencia de ciertos alojamientos de bastante buen nivel, situados en los lugares comerciales más concurridos y en los centros de recreo del litoral. Precisamente las ciudades del litoral, como Pompeya y Bayas, contaban con alojamientos de diversas categorías; y en muchos de los de primera categoría, tanto el menú como los vinos eran excelentes. En Ostia, también podían encontrarse tanto posadas como tabernas y viviendas con apartamentos de alquiler. La publicidad comenzó a desarrollarse en torno a dichos negocios; de este modo, el rico huésped Fortunato debía parte de su propia fortuna a la taberna que se localizaba muy favorablemente, en el cruce de dos grandes vías de tráfico, la de la Fontana y el Decumano Máximo; en el exterior, hacía publicidad de sí mismo a sus clientes por medio de una insignia en mosaico que representaba una crátera que decía “Dicit Fortunatus: ¡vivum cratera, quod sitis, bibe!” (“Te lo dice Fortunato: cuando tengas sed, ¡bébete un gran vaso de vino!”).
Los servicios comerciales gastronómicos también son de destacar. Las thermopolia eran tiendas en las que se vendían, en el mostrador, tanto comidas calientes como bebidas, para llevar o consumir en el mismo sitio. Las excavaciones en Ostia revelaron un gran número de thermopolia. Estos negocios estaban abiertos ampliamente a la calle, y tenían una especie de horno ancho en mampostería paralelamente a la acera, donde se cocía, a fuego lento, tanto frituras, como hortalizas preparadas. En Pompeya, en las numerosas tabernas (cauponae) que existían, había viajeros de paso que se llevaban los alimentos para calentarlos allí. El poder imperial mantuvo un conflicto de cuatro siglos contra las tabernas, con el fin de que no se transformasen en thermopolium. Durante el gobierno de Tiberio, los ediles recibieron órdenes para actuar con la mayor severidad contra las tabernas, prohibiendo que se vendiesen en ellos, incluso, pastelillos. La lucha continuaría, con matices, en los siglos siguientes. Nerón también emprendió medidas contra este tipo de negocios. Por aquellos años, las tabernas habían pasado a vender toda clase de manjares; Nerón prohibió que se vendiese nada cocido en ellas, excepto legumbres.
Sin embargo, no debe creerse que las clases dirigentes eran las que adquirían en las thermopolia sus alimentos. En realidad, quiénes compraban en el thermopolium era, en gran parte, gente humilde, cuyas viviendas eran demasiado pequeñas para poder cocinar. Se consideraba que era más moral comer en casa, siendo consideradas las tabernas, por algunos moralistas, como parajes de desorden. Aún así, son un buen antecedente de los servicios de gastronomía como negocio, que serán fundamentales para el futuro desarrollo del turismo en la modernidad. Claro que con un significado y una valoración social distinta de las que gozaban las thermopolia y las cauponae.
La decadencia del Imperio, iniciada en el siglo III de nuestra era, produjo que la demanda de servicios de hospitalidad disminuyera, del mismo modo que disminuían los viajes de todo tipo. Sin embargo, de a poco fueron surgiendo lugares para hospedarse influidos por la nueva religión, el cristianismo. Por ejemplo, surgieron xenodocheîa a lo largo de los caminos de peregrinación, y el concilio de Nicea ordenó que hubiese una en cada ciudad. Una nueva Europa se iba configurando poco a poco, y será la que se podrá observar durante los primeros siglos medievales.