OCIO Y VIAJES EN LA HISTORIA: ANTIGÜEDAD Y MEDIOEVO
Mauro Beltrami
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“Así, pues, como lo afirmó el oráculo y lo confirma la realidad, el Imperio se mantuvo y los romanos continuaron teniendo bajo su dominio, por así decirlo, el universo entero, mientras estas ceremonias fueron cumplidas según los ritos. Por el contrario, cuando se olvidaron los juegos después de la abdicación de Diocleciano, el Imperio se derrumbó poco a poco y sin ruido cayó en la barbarie, como nos lo muestran los acontecimientos (…). No habiendo observado esta costumbre, era necesario que el Estado cayese en estas desgracias que aún nos agobian”.
Zósimo, Historia Nueva, II, 7.
El cambio en las costumbres: aparición de la plebe ociosa
La importancia de Roma continuaba aumentando en el mundo Mediterráneo conforme avanzaba en su tarea de conquistas. Las costumbres no experimentaron grandes cambios durante siglos, permaneciendo casi inmóvil el espíritu campesino tradicional en las mentes de las clases altas romanas. El romano era un espíritu pragmático, conservador, orientado al trabajo y alejado de la vida contemplativa. La vida activa, exterior, pública (in luce) permaneció, durante mucho tiempo, como lo único digno de un hombre libre; la vida cerrada (umbra, umbratilis secessus), por su parte, podía ser buena para la mujer o, quizá, para el enfermo.
Pero, como consecuencia de las conquistas, Roma recibió por entonces un importante número de inmigrantes. Ya cuando Roma era dueña de la Italia peninsular, el romano de la clase dirigente no trabajaba su campo, delegando la tarea en esclavos o jornaleros. No obstante, el espíritu de vida campesina permanecía presente en aquellas clases dirigentes, transformándose aquel en un ideal inaccesible. Se anhelaba el ambiente idealizado del campo, al que se contraponía el ambiente diario de la ciudad.
Al lado de esa clase dirigente desarraigada, se fue constituyendo una plebe urbana con un ideal ajeno a la vida campesina. La población del núcleo urbano aumentó por diversas cuestiones, originadas tanto en inmigraciones voluntarias como forzadas. Es así que, entre las clases más humildes –que acaban representando la amplia mayoría de la población-, acabó por instaurarse la ociosidad. “La juventud que en los campos había soportado la pobreza con el producto de sus manos, atraída por las dádivas privadas y públicas, terminó por preferir el ocio de Roma a aquellos duros trabajos”. La ociosidad de la plebe apareció, en un primer momento, a instancias de los ricos y de la antigua institución de la clientela. El significado de ésta última fue cambiando con el transcurrir del tiempo. Así, pasó de significar la protección tanto moral como jurídica del patrono, a una nueva situación en donde podía elegirse el patrono, incluyéndose entonces una protección material. Además, la clientela también participaba de los banquetes ofrecidos en las ceremonias familiares o en las ceremonias públicas. De este modo, la lógica del sistema llevó que la ociosidad se desarrollara a expensas del estado, evolucionándose hacia esta situación a partir del siglo II a. c. Precisamente desde este siglo, la expresión plebs urbana toma un sentido peyorativo, tomando un doble sentido material y moral que permanece hasta la actualidad. Séneca observaba que “¿Clientes? A decir verdad, ninguno se adhiere a tu persona, sino a alguna ventaja que encuentra en ti”. La institución de la clientela continua inmutable durante los primeros siglos del Imperio, es decir, con su sentido prácticamente unívoco de protección material.