OCIO Y VIAJES EN LA HISTORIA: ANTIGÜEDAD Y MEDIOEVO
Mauro Beltrami
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La revolución neolítica trae aparejado el surgimiento de las sociedades sedentarias. La agricultura y la domesticación de animales constituyeron la base de aquella nueva economía de producción (la economía neolítica), cuyas consecuencias fueron trascendentales para la historia de la civilización. Existe una estrecha vinculación entre la agricultura y la vida sedentaria. La actividad agrícola vincula estrechamente al hombre con la tierra, produciéndose una transformación del hábitat. El refugio temporal o el campamento nómada característicos de las sociedades paleolíticas dejan lugar a la aparición de poblados estables, cuya situación se encuentra ligada a la tierra cultivada.
El nuevo tipo de economía permitió la invención y el desarrollo de nuevas técnicas de producción. De este modo, ya no sólo era necesaria la obtención y producción de alimentos, sino que cobra importancia el almacenamiento y la defensa de estos frente a otros grupos. Así es que se crean almacenamientos y defensas, modificándose la estructura social; pero fundamentalmente, con el correr del tiempo, van apareciendo los primeros poblados y ciudades. “La división del trabajo dentro de una nación se traduce, ante todo, en la separación del trabajo industrial y comercial con respecto al trabajo agrícola y, con ello, en la separación de la ciudad y el campo y en la contradicción de los intereses entre una y otro. Su ulterior desarrollo conduce a la separación del trabajo comercial del industrial. Al mismo tiempo, la división del trabajo dentro de estas diferentes ramas acarrea, a su vez, la formación de diversos sectores entre los individuos que cooperan en determinados trabajos. La posición que ocupan entre sí estos diferentes sectores se halla condicionada por el modo de explotar el trabajo agrícola, industrial y comercial (patriarcalismo, esclavitud, estamentos, clases). Y las mismas relaciones se muestran, al desarrollarse el comercio, en las relaciones entre diferentes naciones”. El cambio en el sistema de producción se encuentra íntimamente vinculado a la aparición del viaje preturístico. Es la primera vez que el hombre logra asentarse permanentemente sobre un determinado lugar, desplazándose hacia otras tierras por un período de tiempo determinado, pero regresando a su lugar de origen. El sedentarismo se vincula íntimamente a la circularidad, del mismo modo que ambos son inseparables del nuevo sistema de producción. Es éste el que define la división del trabajo y la especialización, existiendo grupos de individuos que se dedican a tareas productivas que les hace propensos a viajar permanentemente por determinados fines, fundamentalmente productivos –comerciales-, y otros que permanecen casi inmóviles en su lugar de residencia. En conclusión, el nuevo sistema de producción no deja de producir un hecho fundamental en la historia del viaje: la aparición de la circularidad del viaje.
EL MEDIO GEOGRÁFICO Y LAS COMUNICACIONES
La aparición de los intercambios comerciales, de igual modo que las exploraciones militares –también podrían incluirse aquí movimientos de tipo religioso-, dan lugar a la aparición de los viajes circulares, es decir, aquellos viajes en los que existe un lugar desde el cual se inicia el desplazamiento y hacia el cuál se regresa tras un determinado período de tiempo de ausencia. El encuentro temporal entre culturas provocado por el desplazamiento humano, podía –y, de hecho, puede- darse tanto de modo hostil como de modo pacífico. Por lo tanto, los primeros movimientos que pueden considerarse viajes circulares tuvieron fines comerciales y militares. Los viajes comerciales producto de las relaciones entre ciudades, no representaron únicamente vehículos estimuladores de bienestar material. Más aún, los viajes fueron relevantes como vehículos de influencias culturales, religiosas y políticas. La grandiosidad de una ciudad se transmitió a través de las referencias de los viajeros a sus propios núcleos urbanos, lo que acabó por fomentar la existencia de ciudades que contaban con un marcado prestigio, las cuales intentaron imponer su cultura a otras en situación de mayor debilidad. Pero para tratar el tema de los contactos entre civilizaciones, debe necesariamente brindar importancia al medio geográfico y a la modificación del mismo que permita que el viaje pueda materializarse.
Puede comenzarse el análisis afirmando que ciertas condiciones geográficas tienen la facultad de facilitar o de dificultar los desplazamientos. La llanura presenta condiciones favorables para trasladarse, mientras que las montañas, desiertos y mares exhiben mayores dificultades a priori.
Sin embargo, este análisis pierde sentido cuando comienza a observarse la transformación del ambiente –o la utilización provechosa del mismo- para la facilitación de las comunicaciones. De este modo, los ríos y los mares acaban por ser muchas veces vías de importancia primordial. En el caso de Egipto, por ejemplo, su desarrollo gira en torno del Nilo. En cuanto a las montañas u otros accidentes geográficos, éstos también logran transformarse en lugares en donde se produce la circulación de bienes y personas. Por lo tanto, la búsqueda de adaptación y transformación del ambiente impacta directamente en las posibilidades del viaje, pues permite la accesibilidad a otras regiones hacia las cuáles inicialmente se presentaban dificultades. Pero el ambiente físico no es lo único que impacta en las comunicaciones y en los viajes. Se pueden dividir a las rutas en dos grandes categorías: acuáticas y terrestres. Hay condiciones sociales que son causa de un mayor o menor número de traslados temporales por una determinada vía, como pueden ser las condiciones económicas y de seguridad.
En base a las condiciones globales que se producen en un espacio histórico durante un período de tiempo dado, se puede observar el predominio de un determinado tipo de vía que sirve de medio de traslado. En las sociedades prehelénicas, las rutas marítimas resultaban ser mucho más seguras que aquellas terrestres, resultando, por otra parte, más económicas. Esto, a pesar de los peligros lógicos existentes en la navegación de la época. El transporte marítimo no sólo era más rentable por la cantidad de mercancías que podían transportarse, sino también porque en las rutas comerciales terrestres que pasaban por pueblos distintos, en determinados casos sólo se podía pasar a través del ofrecimiento de regalos y presentes a las autoridades locales, lo que terminaba mermando el margen de beneficios obtenidos. La inseguridad en los caminos planteaba problemas comerciales serios, los cuáles se intentaban paliar, en las distintas civilizaciones, mediante la legislación. Es así que se encuentran referencias a la seguridad de los viajeros en los caminos, por ejemplo, en el Código de Hammurabí. Allí se especifica, por ejemplo, que “si un hombre ha hecho profesión de bandolero, y es cogido, éste hombre es merecedor de muerte”, y “si el bandolero no ha sido cogido, el hombre despojado perseguirá ante dios lo que ha perdido, y la ciudad y el cheikk en cuyo territorio y límites fue cometido el robo, le restituirán todo lo que ha perdido”; mientras que “si se trata de personas, la ciudad y el cheikk pagarán una mina de plata por su gente”. No son éstas las únicas referencias que pueden encontrarse allí respecto a los peligros de viajar por los caminos terrestres. Del mismo modo, en el Código de Hammurabí se encuentran referencias a la seguridad marítima o fluvial, como, por ejemplo, donde se lee que “si un hombre ha dado en alquiler un barco a un barquero, y si el barquero guía mal y si el barco se hunde, y si se pierde, el barquero restituirá un barco al dueño del barco”.
Es así como van desarrollándose una variedad de rutas comerciales, que acercaban a distintas civilizaciones. No obstante, las rutas de la Europa continental no eran transitadas en demasía, pues las comunicaciones aún eran de carácter muy precario. Existían, sí, ciertos productos comerciales que incentivaban los intercambios. Por ejemplo, la rareza del estaño, producto del mencionado descubrimiento de la metalurgia, fue uno de los elementos que contribuyeron al desarrollo de los viajes comerciales, a los contactos entre civilizaciones y a las exploraciones. Quizá una de las rutas comerciales más relevantes entre las que pueden mencionarse, es aquella que se generó a partir del comercio del ámbar. Las rutas comerciales de esta resina fósil, unían el Báltico al Cáucaso y los Urales; otras se extendían desde el mar del Norte por las cuencas del Elba, Vistula y Oder, alcanzando el territorio de Silesia y la Europa Central, desde donde, a través de los Alpes, la ruta llegaba hasta la cuenca del Po y el Mar Adriático. Con el descubrimiento de la metalurgia, las mencionadas rutas del ámbar, acabaron por constituir las principales vías de comunicación europeas.
Norval presenta un panorama más optimista que la amplia mayoría de los historiadores del turismo, en cuanto a las condiciones del viaje. Tras intentar demostrar la importancia que había alcanzado el comercio para entonces, afirma luego que “en la antigüedad era frecuente hacer viajes en condiciones aceptables de seguridad desde el mar Rojo y el Sudán hasta el Eufrates”, aunque, no obstante, inmediatamente señala que “viajar en el Asia Occidental no era tan seguro como en tiempos de Roma” . Como se puede observar, hasta el propio Norval, pese a su visión optimista de la importancia de los viajes en la antigüedad, reconoce implícitamente la inseguridad a la que se veían expuestos aquellos que decidieran emprender viajes, independientemente de las motivaciones que tuviesen.