DINERO - LA AUTODESTRUCCIÓN DEL SER HUMANO
Antonio Morales Berruecos y Edmundo Galindo González
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Así es como va el mundo después de 6000 años de cultura y 4500 de comercio. Por cada veinte personas que gozan de todos los aspectos de confort material, cultural y médico, 80 vegetan en la indigencia y la exclusión. Los países del G7, que representan el 12,5% de la población mundial, controlan el 64% del PNB mundial, y 900 millones de personas (1/3 de la población mundial) están sin empleo. En África, la población aumenta al 2,9% anual, y cada año llegan al mercado de trabajo 8 millones de demandantes de empleo, que por supuesto dadas las condiciones económicas actuales, estos deberán buscar sub-empleos, morir de hambre o dedicarse al pillaje y a la violencia……. ¡Situación que estamos viendo llegar velozmente!
Y nos preguntamos; ¿por que la economía mundial contando con tantos mecanismos de control, tantos organismos de apoyo, cientos de sistemas de colaboración internacional, sin precedentes en la historia de la humanidad? No han logrado evitar las enormes carencias de la población mundial. Y nos preguntamos nuevamente. ¿Por qué, muchos países siguen teniendo un bajo desarrollo económico? ¿Por qué, no cuentan siquiera con los aspectos básicos para la vida de cualquier ser humano, alimento, salud, y educación? ¿Por qué, siguen siendo dependientes de otros países?
Razones puede haber muchas pero las más importantes podemos considerar que son las siguientes:
Los formidables y poderosos imperios comerciales formados por un reducido numero de naciones, quieren mantener su hegemonía mediante la explotación del resto de los países en vías de desarrollo, subdesarrollo o pobres, considerando además que estos últimos generalmente cuentan con malos gobiernos, altos impuestos, corrupción, altas tasas de interés, falta de educación adecuada, alta evasión tributaria, déficit en la balanza comercial, desorden público, violencia, guerras. Pero adicional a todo lo anterior existen otros factores muy importantes que hacen aún mas difícil su situación como son: Las reglas de Comercio poco equitativas, y las negociaciones internacionales desfavorables; impuestas por estas naciones ricas y los ejemplos, como los señalados a continuación, reflejan ese proteccionismo a ultranza, siempre ejercido por los países con mayor poderío económico.
En una asamblea celebrada en Washington, el economista jefe del Banco Mundial, Nicholas Stern, declaró que las medidas proteccionistas que aplican los países industrializados para impedir el ingreso de los productos que exportan los países periféricos hacen más difícil que éstos paguen su deuda externa.
La mejora al acceso a los mercados de los países desarrollados es una vieja aspiración de los países menos desarrollados. Según el Banco Mundial, los subsidios totales en los países ricos llegan a miles de millones de dólares al día y las subvenciones a la agricultura se elevaron a $311,000 millones de dólares en 2001. “Una vaca europea recibe un subsidio de 2,5 dólares al día; y una japonesa siete dólares”, afirmó gráficamente Stern. Los beneficiarios de dichas subvenciones suelen ser grandes corporaciones agroindustriales que reciben mayores ayudas a medida que aumentan la producción, lo que contribuye a un exceso de producción que entra en competencia en los mercados internacionales con los productos de los países pobres, deprimiendo los precios de los productos.
Uno de los casos conocidos de nuevo proteccionismo que mencionó Stern es la aplicación de tarifas antidumping por los Estados Unidos a los productores argentinos de miel. Otro caso notable es el del algodón brasileño. Brasil ha presentado una demanda ante la Organización Mundial del Comercio (OMC) por los subsidios que Estados Unidos paga a sus productores que se elevan a $3,900 millones de dólares anuales. Argentina y Brasil también anunciaron una alianza para denunciar ante la OMC el aumento de los subsidios agrícolas que el senado estadounidense aprobó en el mes de mayo pasado y que incrementa las ayudas en $31.000 millones de dólares hasta el 2007.
Las “crestas arancelarias” o derechos de aduana muy por encima de la media de los países industrializados se concentran en las prendas de vestir, textiles, alimentos y el calzado. El arancel mundial medio en los productos agrarios es de un 62 % frente a la media del 12 % del arancel de EEUU. Los aranceles que afectan las exportaciones de los productos textiles a los países industrializados suponen un costo de 27 millones de puestos de trabajo para los países menos desarrollados, según el Banco Mundial.
La nueva política proteccionista iniciado por EEUU con la administración republicana ha tenido un pico de tensión con la llamada guerra del acero cuando Washington decidió incrementar, entre un 8% y un 30 % los aranceles que gravan las importaciones de acero para dar un empujón a su industria en crisis. La Unión Europea había amenazado con tomar represalias, pero estas se fueron retrasando hasta que recientemente la Organización Mundial del Comercio dictaminó que Bruselas tiene derecho a penalizar a EE UU con 4.000 millones de dólares por las ayudas a las exportación que otorga a gigantes industriales por el sistema conocido como Foreing Sales Corporations. Para la OMC las exenciones fiscales que reciben las empresas como Boeing, Microsoft o Kodak, constituyen una subvención encubierta a las exportaciones que violan las normas del sistema multilateral de comercio.
¿Por qué los países ricos siguen adoptando estas medidas proteccionistas al mismo tiempo que insisten tanto en la liberalización comercial de los países subdesarrollados? Para el Premio Nóbel de Economía Joseph Stiglitz, la respuesta es sencillamente la hipocresía de los países industrializados, que han venido predicando –y en ocasiones forzando- la apertura de los mercados de los países subdesarrollados para sus productos industriales, pero siguen con sus mercados cerrados ante los productos de esos países menos desarrollados como los textiles y la agricultura. “Predicaron las virtudes de los mercados competitivos, pero EE UU se apresuró a propiciar cárteles globales en el acero y el aluminio cuando sus industrias fueron amenazadas por las importaciones”.
Para Stiglitz los países subdesarrollados deben aprender de los desarrollados. Es verdad que el proteccionismo generalizado ha menudo no ha funcionado, pero tampoco lo ha hecho una rápida liberalización. Forzar a los países subdesarrollados a abrirse a los productos importados que compiten con la industria nacional de esos países, puede tener consecuencia desastrosas, políticas, sociales y económicas, afirma Stiglitz.
Los países subdesarrollados son como minúsculos botes y soltarlos a navegar en un mar embravecido es favorecer la posibilidad de que terminen zozobrando al ser golpeados por una gran ola. Una inmensa ola que algunos llaman globalización.
Finalmente, en su dimensión económica la globalización puede ser entendida como una nueva fase de expansión del sistema capitalista que se caracteriza por la apertura de los sistemas económicos nacionales, por el aumento del comercio internacional, la expansión de los mercados financieros, la reorganización espacial de la producción, la búsqueda permanente de ventajas comparativas y de la competitividad que dan prioridad a la innovación tecnológica, la aparición de elevadas tasas de desempleo, el descenso del nivel de las remuneraciones, el deterioro absurdo de los recursos naturales, y el incontenible avance de la pobreza. La competencia internacional exacerbada impulsa a bajar cada vez más los costos de producción, optimizando la productividad a través de la robótica y la informática, lo que implica despidos y racionalización. Por lo tanto la promesa del crecimiento económico incrementado por la globalización, no permitirá jamás, combatir el desempleo.
La consecuencia evidente es que las instituciones financieras privadas no pueden ejercer, en cantidad suficiente, su oficio peculiar y antiquísimo de prestamistas, ahogándose con tanto dinero privado mercantil inutilizado e inutilizable, si no es para armamentos rápidamente obsoletos, guerras locales cínicamente provocadas o para una generalizada corrupción por parte de todos los poderes (normalmente asociada al mercado negro y al tráfico de influencias).
Esta civilización capitalista ahora globalizada, ha demostrado que es incapaz de resolver los grandes problemas de la humanidad, como son las guerras, el hambre, los vicios, la discriminación de la mujer, el acceso a la educación y a la salud, y la destrucción de la naturaleza. Sino que cada vez más, se agudizan estas diferencias con el consecuente deterioro de las condiciones de vida de los seres humanos. Por eso es imprescindible y urgente construir entre todos una nueva civilización, en la cual la democracia participativa y la justicia social estén al alcance de todos.
Si no hay reformas, la reacción que ya ha comenzado se extenderá, y el malestar ante la globalización aumentará.
Margrit Kennedy señala que las soluciones para evitar que esta globalización nos lleve a situaciones sin retorno, han sido esbozadas y en algunos casos puestas en práctica en diversos lugares según nos lo comenta.
A comienzos del s.XIX un comerciante alemán llamado Silvio Gesell desarrolló una solución práctica para eliminar los problemas causados por el interés. En lugar de pagar a la gente una recompensa (interés) para que ponga el dinero en circulación, Gesell sugirió que la gente pagara una pequeña multa si no lo hacían. Su idea era utilizar el dinero como un servicio público en lugar de un bien privado.
Un ejemplo de la aplicación práctica ocurrió entre 1932 y 1933, en la pequeña ciudad austriaca de Wörgl comenzó uno de los primeros experimentos que ha servido de inspiración para todos aquellos preocupados con la cuestión de la reforma monetaria hasta nuestros días
Para prevenir la acumulación de dinero en efectivo, una forma de hacerlo sería retirar una serie determinada de billetes cada año, o todos los billetes cada dos años sin previo anuncio.
La base de esta reforma consistiría en ajustar lo más exactamente posible la cantidad de dinero creado y la cantidad de dinero necesario para poder realizar todas las transacciones en el intercambio de bienes y servicios, dentro y fuera de un área geográfica dada, una región o una nación. El dinero seguiría entonces unas pautas de crecimiento físico “natural” y nunca más un crecimiento exponencial. Cuando se hubiera creado el dinero suficiente para posibilitar todas las transacciones deseadas, ya no sería necesario producir más.
Resultados que se podrían esperar:
Dentro de un amplio contexto de transformación global de valores y pautas de comportamiento, así como junto a otros cambios en relación con la propiedad de la tierra y el carácter de los impuestos, el cambio del sistema monetario actual podría servir para pasar de un crecimiento cuantitativo a un crecimiento cualitativo. Cuando la gente pudiera libremente elegir entre guardar su dinero en una cuenta de ahorro en la que mantendría su valor, o invertirlo en un hermoso mueble, una obra de arte o en una casa solidamente construida, objetos que igualmente mantendrían sus respectivos valores, bien pudiera ocurrir que prefirieran optar por dichas inversiones, lo que sin duda enriquecería sus propias vidas. Además, cuanto mayor demanda hubiera por estos bienes de contrastada calidad, más se producirían.
De esta manera, se produciría una revolución total de valores, que sin duda tendría efecto sobre las cuestiones ambientales. Las inversiones en tecnología ecológica podrían competir en el marco de una forma de vida sostenible con dinero estable, que se prestaría sin esperar beneficios innecesariamente grandes. Así, plantar un bosque pronto sería económicamente posible —en lugar de cortar el bosque y poner el dinero en el banco—, y sin duda la mejor solución “económica” actualmente.
Mientras que en la actualidad el interés es una ganancia privada, la tasa de uso del dinero sería una ganancia pública relativamente pequeña (ver ejemplo de Wörgl), que permitiría reducir la cantidad de impuestos necesarios para llevar a cabo las tareas públicas.
Incluso el volumen de la actividad económica se podría ajustar más fácilmente a las necesidades reales. Puesto que no serían necesarios grandes rendimientos para pagar los intereses, la presión actual para una producción y consumo en exceso se reduciría considerablemente. Los precios disminuirían en un 40%, porcentaje actualmente destinado a cubrir los costos del capital. En teoría el 80% de la gente podría trabajar la mitad del tiempo para mantener su estándar de vida actual. El 10% de la población que ahora vive de las rentas no perdería su dinero, pero dejarían de hacer dinero con su dinero y tendrían que vivir de su capital, a menos que lo invirtieran en diferentes negocios.
Las dos cuestiones críticas son: ¿comprenderán aquellos que se benefician del sistema actual que la rama en la que están sentados se alimenta de un árbol enfermo y ayudarán a plantar un árbol nuevo y sano antes de que el viejo se derrumbe? ¿Comprenderán, antes de que sea demasiado tarde, aquellos que actualmente pagan mucho que existe una alternativa para el cambio y que tienen que trabajar juntos para llevarla a la práctica? En este momento concreto, la introducción de un nuevo sistema monetario cooperativo daría lugar a una situación donde todo el mundo saliera ganando. Contribuyendo a desarrollar por fin una economía mundial y una civilización sostenibles.
El experimento del “dinero gratuito” de Wörgl
La voluntad política existió a principios de los años treinta en el pequeño municipio austriaco de Wörgl am Inn, en donde se introdujo oficialmente y dentro de un marco regional limitado una nueva moneda con tasa de garantía de circulación. El trasfondo venía dado por la crisis de la economía mundial con sus terribles consecuencias en forma de desempleo masivo. Este se explicaba por la política de deflación de los bancos centrales de la época, en Austria y en Alemania, es decir, una reducción de la cantidad de dinero, que se adaptaba a las menguantes reservas de oro. (Se había llegado a esas desviaciones masivas de oro a consecuencia de las crisis bancarias en los EE.UU. y la rescisión de los créditos americanos concedidos a Austria y Alemania). Debido a la reducción del dinero el flujo dinerario había empezado a detenerse, y con él el flujo de mercancías, de forma que cada vez eran más las empresas que quebraban. La equivocada política de deflación de los bancos centrales y de los gobiernos a la sazón estranguló la economía en toda regla, precipitándola hacia la crisis.
Era en este contexto que en 1932 el municipio de Wörgl decidió introducir una moneda alternativa con garantía de circulación, para de este modo volver a estimular el flujo de dinero y de mercancías en su región. Este dinero circulante, liberado del interés, por lo cual se le llamó “dinero gratuito”, se pagó a todos los empleados de la administración municipal. Además participaban en el experimento empresas radicadas en la región, y muchas de las tiendas locales aceptaban este dinero como medio de pago. De forma que este dinero en poco tiempo adquirió un elevado grado de aceptación, convirtiéndose en una especie de medio de pago generalizado. La moneda austriaca oficial, que seguía vigente, fue siendo reemplazada más y más por el “dinero gratuito”. Por el dinero gratuito gastado se recogían el importe equivalente de chelines austriacos, y se constituía en depósito. Ya a los pocos meses se observaron efectos asombrosos de este experimento de “dinero gratuito”: mientras el desempleo masivo seguía subiendo dramáticamente en todas partes, en Wörgl disminuyó en el curso de un solo año en un 25%. La vida económica, muy paralizada anteriormente, volvió a florecer, y la miseria social fue reduciéndose de forma visible. La gente volvía a abrigar fundadas esperanzas de que la economía volviera a recuperarse.
La ejecución práctica de la garantía de circulación tomó el siguiente aspecto concreto: En cada billete había 12 casillas, y cada una representaba un mes del año. Una vez transcurrido el mes el billete sólo conservaba su valor de 100 y era aceptado cuando se había pegado un sello por valor del 1% del nominal en la casilla correspondiente. Quien retenía un billete durante 12 meses sólo podía volver a ponerlo en circulación si tenía pegado un sello en cada una de las 12 casillas. El retener 100 chelines durante 12 meses costaba por tanto una tasa de 12 chelines (es decir, un 12%)
Cuanto más rápido se volvía a poner en circulación el dinero, más fácil era eludir la tasa. Con la publicidad correspondiente se había conseguido que la población entendiera el principio fundamental, y la mayoría se atuvo a las reglas del juego pactadas. Los sellos se podían comprar en oficina pública y en entidades de emisión autorizadas, y los ingresos iban a parar a las arcas municipales.
El desbloqueo del dinero
La consecuencia de este nuevo ordenamiento fue que el dinero ingresado no se retenía, sino que se entregaba rápidamente. Cabría pensar que por la circulación acelerada del dinero debería producirse una inflación. Pero no es el caso, pues cada cual sólo puede volver a gastar tanto dinero como ha ingresado por medio del trabajo y de la producción, es decir, por la creación de valores reales. Al dinero gastado se le enfrenta en el otro lado de la balanza la mercancía, que no hacen más que esperar a ser vendidas. Lo que sucede con la garantía de circulación es meramente un desbloqueo del dinero, no un desbordamiento ilimitado del flujo dentro del circuito dinerario.
La circulación sí se podría desbordar cuando el dinero, como sucede en los sistemas dinerarios predominantes, se atesora durante largo tiempo y en grandes cantidades, es decir, cuando se acumula cada vez más dinero, y de repente retorna de forma irruptiva al circuito por algún motivo especulativo (como motivado por especulación de divisas). Entonces sí parece como si se hubieran roto todos los diques. Cuando revienta de verdad el agua embalsada, se producen grandes devastaciones. En cambio, si el arroyo no se hubiera embalsado hasta constituir una gran presa, sino que se le hubiera permitido seguir su curso natural, no se habría producido la inundación. De forma similar sucede con el dinero: el atesoramiento especulativo y la repentina inundación del circuito dinerario mediante la liberación del dinero acumulado son quienes crean los problemas y las inestabilidades que con un fluir de carácter continuado nunca podrían producirse.
Wörgl: la destrucción de una utopía concreta
Por cierto, que el experimento del “dinero gratuito” en Wörgl no murió fracasado, sino al revés: murió de éxito. Los increíbles efectos revitalizantes sobre la economía de la región de Wörgl habían despertado un interés creciente hacia este experimento piloto – rebasando incluso las fronteras austriacas. Gentes de todo el mundo acudían para conocer más de cerca las causas del “milagro de Wörgl”. Parece que sólo en Austria hubo más de cien municipios con la intención de introducir un sistema de dinero alternativo con garantía de circulación. Fue esta evolución la que hizo que el banco central austriaco echara el freno de emergencia y entablara un pleito contra el municipio de Wörgl invocando su monopolio en los asuntos de aprovisionamiento monetario – que le fue reconocido por los tribunales.
Con ello quedaba destruido por las fuerzas contrarias un experimento portador de grandes esperanzas, la utopía concreta de un sistema dinerario exento de interés. Pero tales reveses no alteran para nada el hecho de que es importante seguir manteniendo con vida las visiones alternativas de un futuro que defiende los valores de la vida, desarrollándolas y difundiéndolas, despertando el recuerdo de ejemplos históricos cuando estos vayan a perderse. Por supuesto que dentro del movimiento de la economía libertaria sigue siendo del conocimiento general el experimento del dinero gratuito de Wörgl, pero fuera de ella apenas se comenta en los tiempos actuales. Y eso que los estudios de este ejemplo y de otros modelos experimentales de sistemas dinerarios y de trueque alternativos podrían estimular de forma importante estudios parecidos, adaptados a los tiempos actuales.
Jonas von Poser en su libro Dinero, interés e inflación expresa:
El dinero es - ahora más que nunca - uno de los fundamentos de nuestra sociedad y por tanto de nuestras vidas. Forma la base de todo comercio y cada economía desarrollada del mundo. Sin embargo, cada vez más el dinero supera en importancia todo lo demás, desde las artes y asuntos sociales hasta el bienestar de los propios seres humanos. El dinero en sí ha pasado de ser un medio y se ha convertido en un propio fin. Parece que lo único objetivo de vivir es enriquecerse. Las universidades se convierten en fábricas para crear trabajadores dóciles y las fronteras se cierran para todos salvo el capital. ¿Por qué el dinero ha dejado de servirnos y cuándo hemos empezado a servirle a él?
Como veremos, no hace falta culpar a la "naturaleza egoísta" del hombre, o a la economía del mercado: el problema fundamental es que el propio dinero tiene una "falta de diseño". Esta falta ha conseguido que toda economía que se basaba en el dinero, se derrumbara normalmente por creciente desigualdad dentro de la sociedad, una crisis económica de gran escala, seguido por una guerra. Ya que tal como una casa no puede ser estable con cimientos tambaleantes, una sociedad justa no se puede basar en el dinero, que causa y promueve injusticia y desigualdad.
Una causa del problema de la creciente desigualdad es fácil de identificar, aunque muchas veces despreciada: el interés. El interés asegura que los que ya tienen mucho dinero reciben cada vez más de ello. Y más. Y más aún. El interés, a través del interés compuesto, tiene como característica principal que crece exponencialmente, porque el interés recibido también devenga interés. Y es cierto que sólo un crecimiento con límite cuantitativo es sostenible en largo plazo. En cambio, todo crecimiento infinito en un mundo finito acabará en fracaso. El resultado lo vemos en todas partes: más haberes para unos significan más deudas para otros. Con interés, esta tendencia se acelera hasta la caída del sistema.
Pues bien, antes de hablar de por qué surge el interés, hay que hablar de una equivocación muy común: Que sólo paga interés él que tenga deudas. La mayor parte de la deuda, sin embargo, pertenece a las empresas y al estado. El interés que pagan las empresas en deudas y en sus fondos propios es para ellas parte de los costos y forma parte del precio del producto. Eso significa que con todo lo que compremos, pagamos una parte en interés. La parte varia, pero por promedio es una tercera parte del precio, entre 30 y 40%. ¡Todos pagamos una tercera parte de nuestros gastos a los que ya tienen dinero de sobra!
Además, una creciente parte (ahora un 25%) de los ingresos del estado va directamente al parte más rica de la población para pagar el interés de las deudas existentes. Los países en vías de desarrollo están en una situación peor: el interés pagado cada año - ni hablar de amortización - es el triple de lo que reciben en "ayuda" de los estado industrializados. Todas las donaciones que damos a estos estados a través de organizaciones privadas, vuelven casi de inmediato a los ricos de nuestros países. Incluso la anulación de la deuda sólo significaría empezar de nuevo en este juego tan cínico.
Nosotros también recibimos interés por nuestros ahorros (si los tenemos) pero solo para un 10% de la población estas ganancias superan el interés pagado. Para otro 10% resulta más o menos igual y un 80% de la población pierden en esta redistribución de riqueza de pobre a rico en gran escala. Por eso, el interés ha sido llamado "la mayor explotación imaginable".
Entonces, ¿por qué existe el interés? ¿No sería mejor prohibirlo, como lo hicieron todas las grandes religiones y muchas leyes antiguas? ¿O podemos hacer una ley que prohíba al estado endeudarse tanto? El dilema fundamental es que el interés es el único incentivo para devolver dinero a la circulación general a través de crédito. En tiempos de bajo interés, es más cómodo retener ahorros en casa en efectivo que comprometerlo a un plazo determinado. Esto crea una escasez artificial de dinero en el mercado, subiendo el interés otra vez. Sin embargo, la falta de dinero en circulación puede llevar a una deflación.
Para evitar la deflación, letal para una economía, el estado tiene dos opciones: Primero, reemplazar el dinero sacado de la economía por nuevos billetes, creando inflación. Porque no puede motivar al dinero a circular, el banco central se conforma con una creciente inflación para evitar la deflación. Por tanto, la "lucha contra la inflación" de los políticos no es nada más que retórica - sin inflación nos daríamos cuenta muy pronto que no puede funcionar el sistema.
La otra opción: elevar la tasa de interés en los mercados financieros para ofrecer incentivos a prestar sus ahorros. Esto se puede hacer por el propio estado creando demanda de crédito - a través de subvenciones para grandes proyectos que "quemen" mucho dinero, sea astronáutica, armamento o centrales nucleares. Y al mismo tiempo acelerando el remolino de crecientes deudas y haberes.
Hemos visto que necesitamos el interés al tiempo que crea una situación insoportable. ¿Qué hacer para evitar este dilema? Es evidente que el problema viene de la falta de control sobre la circulación de dinero. Él que tenga dinero, lo puede secuestrar sin sanción. Es más, puede cobrar un premio a la devolución. Hace falta un mecanismo que asegure que el dinero siempre se devuelve a la circulación, a través de gasto o crédito, sin tener las características letales del interés.
Sería necesario trabajar para ganar dinero, no se podría vivir de los procedimientos del trabajo de otros. Además, él que trabaje, recibiría todo el rendimiento de su trabajo, sin tener que soportar los recipientes del interés. Resulta que se podría reducir la jornada laboral por un tercio y más, con el mismo nivel de ingresos como ahora. Las inversiones se podrían evaluar por sus consecuencias ambientales y sociales, no sólo por su rendimiento.
Conclusión.
Dos personajes muy importantes, el economista jefe del Banco Mundial, Nicholas Stern, y Joseph Stiglitz, premio Nóbel de Economía en 2001 y vicepresidente senior del Banco Mundial, han presenciado sentados en primera fila y con conocimiento de causa, el desarrollo de esta llamada globalización, por lo que su opinión es muy valida, al manifestar su inconformidad y malestar ante los resultados y los efectos nocivos provocados por su aplicación, pues se ha creado mayor discriminación y abierto una brecha muy profunda y visible, entre los pueblos ricos y pobres, al fijarse políticas económicas que son hábil y vilmente manipuladas por intereses financieros e ideológicos.
Según Stiglitz, el Fondo Monetario Internacional traicionó los ideales que lo fundaron, y gracias a su concepción de la perfección de los mercados hundió en la pobreza y el caos a aquellos que eran los más pobres dentro de los pobres. Desde el caso etíope, pasando por el del este asiático y concluyendo con el ruso, se demuestra cómo las instituciones globales recomendaron aplicar políticas desacertadas y estándares que sólo colaboraron a exacerbar las crisis y llevar al mundo al borde de un colapso económico global. Es hipócrita pretender ayudar a los países subdesarrollados obligándoles a abrir sus mercados para ser inundados por productos de países industrializados.
El sistema no está enfermo: enfermos están aquellos que lo manejan. Reestructurándolo se podrá crear una nueva administración que atienda a los reclamos de los países desarrollados, pero sobre todo de los subdesarrollados; de los ricos, pero sobre todo de los pobres. No es justo que más del 50% de la población mundial viva sumida en la pobreza, la exclusión, el analfabetismo, la enfermedad y la miseria. Es inhumano que actualmente unos 1.200 millones de personas en el mundo vivan con menos de un dólar diario, al mismo tiempo que 2.500 millones de personas vivan con menos de dos dólares diarios.
La globalización no cumplió con lo que prometió. La globalización no atendió a los desaventajados ni permitió un mayor acceso a la información, a la salud y a la educación. Muy por el contrario, la brecha entre pobres y ricos creció, y el acceso a la información se dificultó. Y por ello treparon los índices de corrupción y creció la implementación de políticas injustas. Es hora, entonces, de que la opinión pública tenga conocimiento del fin y del accionar de las organizaciones globales y de los Estados, para poder así reclamar por lo que les corresponde, y reclamar por lo que les corresponde a quienes no pueden ya reclamar.
Es un hecho que la globalización es un huésped incomodo que no tiene planes para abandonar al mundo. Será algo beneficioso si queremos, porque nos dará tiempo y esperanzas de cambiarla. Pero será preocupante si continuamos en la misma postura y permanecemos al margen de este gran problema mundial.
El mundo está lejos de resolver sus problemas, pero para comenzar a cambiarlo debemos suplir la arquitectura de las estructuras internacionales y también el esquema mental en torno a la globalización. La globalización mal gestionada trae consigo pobreza, pero también la amenaza a la identidad de los pueblos, su historia y sus valores culturales. Se debe lograr un proceso globalizador que respete a los pueblos y a sus idiosincrasias. Necesitamos entender que no se necesita de guerras y armamentos para generar pobreza o malestar: basta con destruir culturas y religiones. Necesitamos entender que no sólo socavan la democracia los regímenes dictatoriales: la socava también la injusticia social.
Las instituciones internacionales, los Estados y todas las demás personas del mundo deben comprender que, de continuar el mundo que exacerba las diferencias sociales, a largo plazo sólo se alcanzará la quiebra del orden mundial. Si elegimos y vamos a vivir en un mundo globalizado, no permitamos que se globalice la miseria y la desigualdad. No podemos permitir que el FMI culpe a los países de no haber sufrido lo suficiente para alcanzar una economía de mercado. Hay que luchar por el desarrollo sostenible de los pueblos: un desarrollo que no necesite del sufrimiento de los mismos para ser alcanzado.
Hemos visto “que otro mundo es posible” La economía puede parecer una disciplina muy árida, pero un conjunto de buenas políticas económicas pueden cambiar la vida de todos los pobres del mundo.
El malestar causado por la globalización, terminara siendo enfermedad de no curarse. Pero si logramos curarlo, entonces estaremos en condiciones de afirmar que el malestar no habrá sido en vano.
Es simple: si la globalización sigue gestionada como lo está, sólo generará más pobreza y más inestabilidad. Si logramos cambiarla, entonces podremos decir que “el malestar en la globalización” no fue en vano. Mientras tanto, y como expresó Keynes, de seguir así "a largo plazo, todos estaremos muertos". Pero Keynes fue acusado de socialista; por fortuna hay muchas personas en el mundo que reconocen estos problemas, y voluntad política para cambiarlos.
Y este cambio será el objetivo principal por el que luchará la Unión Mundial; su desarrollo consistirá en transformar las sociedades sin destruirlas, mejorar las vidas de los ciudadanos del mundo, permitiendo que todos tengan la oportunidad de salir adelante y proporcionando el acceso de todos a la salud y sobre todo a la educación.
Hemos hablado en los párrafos anteriores, de los alcances de la globalización en sus aspectos sociales, económicos, y ecológicos, sin embargo esta haciendo su aparición un nuevo ingrediente de la globalización…… “el miedo”