DINERO - LA AUTODESTRUCCIÓN DEL SER HUMANO
Antonio Morales Berruecos y Edmundo Galindo González
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• Breve historia de la moneda. {Dinero}
"Sólo los gobiernos pueden corromper la moneda." (Keynes)
El "dinero" es lo que el hombre más usa todos los días y es lo que todos desean tener. Sin embargo, es muy poco o casi nada lo que el hombre conoce sobre su origen, naturaleza, manejo y acumulación
Según cuenta la historia, el dinero esta íntimamente ligado al desarrollo del hombre tanto en sus actividades económicas y de bien estar, como en sus desviaciones ilícitas. Sin embargo, el deseo irrestricto de acumular enormes cantidades de dinero sea por los gobiernos o por los hombres en lo individual, ha sido causa también de vejaciones y millones de muertes y latrocinios, desarrollando a ultimas fechas métodos muy sofisticados de engaño y fraude.
Vamos a tratar de expresar cuales son en la actualidad, los resultados que este dinero ha ocasionado y al que los humanos le hemos dado todo el poder, al grado de convertirnos en sus esclavos. No podemos disgregar el poder, del dinero, pues el primero es resultado de este último, y a ello haremos referencia. Imaginemos el pasado: Las ambiciones de poder y de dinero a lo largo del tiempo obligaron a los soberanos, reyes o príncipes a hacer valer su poderío bélico; sirviéndose de este para desarrollar guerras o conquistas, con el único objeto de allegarse medios económicos y físicos [esclavos], y así poder vivir rodeados de lujos, hacer grandes bacanales donde corría el vino y el placer como una forma de vida dentro de un extraordinario boato.
Basados en las premisas de quienes tienen la capacidad de aseverarlo, el comercio se inicia unos 2500 años a.C., en la Mesopotamia, Persia, China, Egipto, India y algunos otros lugares. Acontece cuando el ser humano necesitado de adquirir mercancías que lo alimentaran, vistieran o le proporcionaran herramientas para trabajar el campo, recurrió al intercambio de sus excedentes por otros recursos. A este proceso se le llamo “trueque”, mediante este, a las cosas intercambiadas se les daban valores abstractos o simbólicos, en los que la transacción no buscaban lograr una ventaja para alguno de los involucrados, sino solo la satisfacción mutua al haber obtenido una buena negociación a través del intercambio de bienes. Algunas de estas transacciones se anotaban en una especie de tablilla hecha de barro cocido donde los comerciantes especificaban los montos de los objetos intercambiados.
Este proceso permaneció activo durante mil ochocientos años según cuentan, propiciando bienestar para quienes podían efectuar intercambios, por supuesto no para los esclavos, estos ya existían para ese entonces, y solo se les daba cobijo y alimento suficiente, siempre que pudieran seguir trabajando grandes jornadas a pleno sol. Sin embargo esto ocurría dentro de un clima pacífico, pues la producción existente cubría en términos generales, las necesidades de los pobladores de aquellos tiempos.
Por ahí de 700 años a C. en Lidia la actual Turquía, a algún “ingenioso” se le ocurre acuñar una moneda elaborada con metales preciosos como el oro, o la plata, desde ese entonces estos metales siempre han tenido un aprecio muy especial. Se imprimieron en ellas diversas efigies relativas al lugar de origen o de personajes poderosos. A estas monedas quienes las empiezan a utilizar como medio de compra, les dan entonces un valor predeterminado creando a partir de ese momento entre los mercaderes, la nobleza y los sacerdotes, un intenso deseo de acumularlas y volverse inmensamente ricos y así aplicar a su favor el poder de decisión, obteniendo siempre ventajas en las transacciones. Así se creo, el poder de las clases dominantes.
Las grandes riquezas se originaron entre quienes se habían apropiado de grandes extensiones de tierras dedicadas a la agricultura, al igual que los prestamistas, individuos hábiles en el manejo de los dineros y en lucrar con ellos Esto último seguramente fue de alguna manera el inicio de los llamados más adelante “bancos”. De igual manera los sacerdotes, quienes para subsistir, inventaron religiones que obligaban a sus seguidores a apoyarlos con parte de sus riquezas.
Cada moneda tiene su historia y sus antepasados y refleja la situación del país por el que circula, sus crisis y sus problemas.
Una de las principales características de la moneda metálica es que es anónima (no personaliza los agentes de la transacción), es uniforme (no analiza las características de la transacción) y es dinámica, circula indefinidamente (no permite tipo alguno de estadística). En cada transacción la única función que cumple la moneda metálica, es la de ser un medio de pago, es decir, un instrumento que permite resolver, concluir, cerrar la transacción o acto en cuestión: con la entrega de unas piezas de moneda, se puede dar por pagada, por saldada, por resuelta, cualquier situación monetaria.
Ya en la Edad Media, la escasez de metales preciosos llevaba a los reyes u otras autoridades acuñadoras de moneda, a practicar manipulaciones y fraudes monetarios inconfesables.
Como la emisión y el curso legal de la moneda estaba en manos de las autoridades del lugar, estas hacían que el valor nominal y legal de las piezas de moneda no correspondiera al valor real en metal -ya sea acuñando nueva moneda con el mismo valor nominal, pero con menor contenido de metal o bien, aumentando oficial y artificialmente el valor nominal de las piezas en circulación-. Mediante estos engañosos procedimientos, la autoridad acuñadora realizaba sus pagos. Estas prácticas fueron corrientes durante la Edad Media: los Tesoros reales se endeudaban permanentemente y encontraban en este artificio monetario una solución a sus problemas. Pero esta solución solo era momentánea, ya que la consecuencia inevitable de las manipulaciones monetarias era el alza de precios y salarios, alza que agravaba nuevamente la situación monetaria del Estado, que tenía, así, que proceder a nuevas manipulaciones, iniciando un ciclo infernal. Pero los más perjudicados eran siempre las clases populares, que no tenían suficiente poder de compra para hacer frente a las alzas de precios y que tampoco tenían la capacidad de manipular la moneda que les era impuesta.
Todo ello fue por supuesto, solo privilegio de las clases aristócratas; pues la soldadesca y el pueblo eran utilizados como carne de cañón para promover sus conquistas. Gracias a la fortaleza de sus ejércitos, estos personajes enviaban a sus huestes a lugares remotos, a combatir a sangre y fuego hasta lograr la dominación total donde campeaban el pillaje, la codicia y el asesinato.
Ese afán de poder y de riqueza, los siguió dominando, allanando el camino para mas adelante conquistar nuevos mundos, e ir en busca de míticos tesoros y sus riquezas.
Hay una estrecha relación entre tres grandes expresiones del malestar en nuestras sociedades; tienen que ver con la vinculación que establecemos con el tiempo, el dinero y el poder.
La primera, la más profunda y que estructura la naturaleza del poder y el dinero, concierne a la relación con el tiempo, expresado como un adversario detrás del que corremos (versión productiva) o al que matamos (versión depresiva).
La segunda corresponde al dinero, al que se considera que otorga valor al tiempo (el tiempo es oro); el resultado es la transformación del dinero en fin, no en medio. Es la misma inversión que encontramos en la naturaleza del poder, cuando éste deja de ser una forma para combatir la impotencia y se torna en el objeto de una conquista destinada a dominar a los otros.
“Después de haber corrido en pos del tiempo, el aburrimiento nos lleva a matarlo” - .Patrick Viveret
Volvemos a encontrar lo justo en la frase de Séneca, en su 14ª carta a Lucilius: “Quien depende de las riquezas teme por ellas, pues nadie goza de un bien que le inquieta. Se dedica a añadir algo. “Mientras que piensa en aumentarlas, se ha olvidado de usarlas” Esta frase toma un sentido particular en nuestras sociedades, que transforman el tiempo “en oro”.
La tercera es que si el tiempo es oro, hay que correr tras él y, sobre todo, no perderlo. En esta carrera insensata hacia el futuro, perdemos la capacidad para vivir intensamente nuestra relación con los demás, con la naturaleza y con nosotros mismos. Esta carrera es, pues, social, ecológica y psíquicamente destructiva y en el curso de ella perdemos, en el sentido fuerte del término, nuestra vida, creyéndola ganar. Y la depresión que provoca esta pérdida de energía vital, prepara la segunda vuelta enfermiza de nuestra relación con el tiempo: después de haber corrido tras el tiempo, el aburrimiento nos lleva a matarlo. Pero lo que hace de la fascinación por el dinero una verdadera droga es la creencia del valor de éste en sí mismo, independientemente de cualquier relación social. Esta enfermedad tiene un nombre “fetichismo monetario”.
El fetichismo monetario que hace del dinero un fin (lo lucrativo) y no un medio, [lo social] se expresa en la creencia mediante la cual el dinero tendría valor en si mismo.
En realidad, el dinero no es más que el medio para facilitar el intercambio entre los seres humanos o entre éstos y la naturaleza. En sí mismo, no tiene ningún valor. Incluso cuando se han utilizado, en breves periodos de la historia, los metales preciosos como el oro o la plata, este valor era puramente convencional. Son los humanos los que decretan que un metal es precioso, y esta creencia varía según las épocas, los lugares, las culturas, y las situaciones... Para un viajero sediento en el desierto, el descubrimiento de un pozo es infinitamente más precioso que el de una pepita de oro. El dinero, pues, es la creencia por la cual una comunidad humana abre a sus miembros el derecho de participación en la riqueza colectiva. Esta riqueza no tiene otras fuentes que las de la naturaleza y la inteligencia humana y sus combinaciones infinitas. Es la vida misma y, tratándose de los humanos, la vida consciente, la que posee ese carácter mágico de poder expresar al mismo tiempo la riqueza presente y la riqueza potencial. En el hecho de que un grano pueda transformarse en árbol, en flor o en fruto, o que una gota de esperma asociada al óvulo, pueda dar nacimiento a un pequeño ser humano, en estos hechos, radica el milagro permanente de la riqueza de la vida.
Esta riqueza, se multiplica gracias al intercambio y la transformación de la naturaleza, que el ser humano obtiene como resultado de la aplicación de su inteligencia y curiosidad; otros dones de la vida consciente. Y este intercambio se vuelve a multiplicar cuando estos seres, más que recurrir al trueque incómodo, convienen en adoptar un patrón único para intercambiar, y desarrollar actividades con el fin de recordarse mutuamente el estado de sus deudas o de sus créditos, ante los otros socios del intercambio o a la comunidad en su conjunto.
Si la libertad de intercambio es un factor multiplicador del cambio, al igual que lo es el dinero, tanto esta libertad, como ese patrón monetario, no son realmente eficaces si no suponen la libertad de todos y el dinero de todos. En el momento en que el proceso de acaparamiento o de dominación, limitan la realidad de estos dos derechos a una parte solamente de la colectividad, la libertad de intercambio pasa a ser la de “el zorro libre en un gallinero libre” y el dinero se convierte en el medio de dominación y violencia social en lugar de instrumento para el intercambio y para la paz. Es entonces cuando el “bondadoso comercio”, lejos de ser, como proponía Montesquieu, una alternativa para evitar la guerra, pasa a ser el medio para generarla en todos sus aspectos socioeconómicos.
A fin de garantizar el acceso a todos a la libertad de intercambio y de dinero, es esencial que la ley garantice que ese acceso sea igualitario, para lo cual es también esencial que los miembros de la colectividad destierren la lógica de la desconfianza y la rivalidad. La libertad necesita de la igualdad, y ambas morirían sin la fraternidad, que puede definirse como el gusto por la libertad y la igualdad del otro.
La redistribución democrática del dinero debe ejercerse rechazando toda nueva apropiación del dinero, no solamente por parte de los actores económicos y financieros (los ricos), sino también por los “confiscadores públicos” que se amparan en el interés del Estado para devolver el poder a una minoría de poderosos.
En una democracia no existe otra legitimidad monetaria que aquella que confiere la ciudadanía. Ésta puede ejercerse directa o indirectamente, como lo precisa la declaración francesa de los Derechos Humanos del Ciudadano. El artículo 14 estipula que “los ciudadanos tienen el derecho, por ellos mismos o por sus representantes, de verificar la necesidad de la contribución pública y a determinar la cuota, la base tributaria, el empleo y la duración”. Este artículo, que establece la relación entre contribución pública y ciudadanía, permite también considerar la contribución monetaria, como el elemento necesario para desarrollar el bien común de la colectividad democrática.
En este caso los ciudadanos tienden frente al dinero, y las instituciones públicas que lo administran, a ejercer un veto a través de las cámaras que los representan, cuando estos bienes no son utilizados en obras de servicios públicos y sociales que beneficien a las mayorías.
La transformación del dinero de “medio en fin”, como consecuencia de la economía casino que gangrena nuestras sociedades, no posee ninguna legitimidad democrática. Se trata del secuestro de un bien público colectivo, destinado a favorecer el intercambio y la actividad de todos, para convertirlo en un bien privativo utilizado solo para satisfacer los deseos de lucro de una minoría de ricos y poderosos. Y aquí encontramos una variación sobre el mismo tema cuando el objeto de la política pasa a ser la conquista y la conservación del poder; convirtiéndose entonces, en el medio para provocar la dominación de los poderes políticos sobre los ciudadanos.
Viéndolo así, el dinero no fue generado por la ley o los gobiernos. En sus orígenes se utilizo mas como un medio de intercambio social y no estatal. La sanción en el manejo de este recurso a través del estado, se constituye una vez que este le otorga su reconocimiento y regula su emisión, adaptándolo de esta manera a las múltiples y variadas necesidades de la evolución del comercio.
Sólo se puede entender verdaderamente el origen del dinero, si consideramos que este fue espontáneamente concebido como una necesidad social, para facilitar los intercambios entre los miembros de esas sociedades.
Dice John Kenneth Galbraith, economista canadiense, un capitalista casi arrepentido, en su obra “El Dinero” de 1975:
Una discusión sobre dinero entraña una gruesa capa de encantamiento sagrado. Esto es, en parte, deliberado. Los que hablan de dinero y enseñan sobre él y se ganan la vida con él, adquieren prestigio, estima y ganancias pecuniarias de una manera parecida, a como los adquieren un brujo o un hechicero al cultivar la creencia de que están en relación privilegiada con lo oculto, de que tienen visiones de las cosas que no están al alcance de las personas corrientes.
Aunque todo es profesionalmente remunerador y personalmente provechoso, esto es también una forma conocida de fraude.
Nada hay en el dinero que no pueda ser comprendido por una persona razonablemente curiosa, activa e inteligente. Nada hay en las páginas que siguen que no pueda comprenderse de este modo. La mayoría de las cosas de la vida — los automóviles, las amantes, el cáncer — sólo son importantes para aquellos que las tienen. En cambio el dinero es tan importante para los que lo tienen como para los que carecen de él. Por consiguiente, los dos tienen interés por comprenderlo.
La escasez permite la especulación, la sobre valuación, la concentración del bien, a favor de sus propietarios o productores. Motivo por el que la escasez, se incluye arbitrariamente, como necesidad a cumplir en las definiciones de dinero y de demanda.
Por lo contrario, la abundancia de un bien hace que pierda sentido el lucro y el acaparamiento, algo impensado para ellos por que lo tienen en exceso. Porque la abundancia hace que no existan clases poseedoras y clases necesitadas, pasando a ser un bien económico general, no particular. Y esto es lo que ellos no quieren que suceda, bajo ningún concepto. Ellos prefieren y necesitan la escasez pues les reditúa y mantiene en vigencia algo que para ellos es como el aire: la diferencia lucha de clases.