TEORÍA AUSTRIACA Y EL PROBLEMA DEL
CICLO ECONÓMICO
Nicolas Cachanosky
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El cálculo económico es el sistema por el cual las fuentes productores pueden distinguir que caminos seguir y cuales dejar de lado. A través del sistema de precios, el cálculo económico forma rentabilidades mostrando cuáles son los procesos productivos que llevan a la mejor asignación de los factores de producción. Como en última instancia los precios dependen de las preferencias de los individuos, las rentabilidades indicarán cuáles son los bienes y servicios que más urgentemente son requeridos por la sociedad.
Para poder realizar este cálculo es necesario un “común denominador”, para lo cual se requiere de precios expresados en moneda, o sea precios monetarios. Fue el surgimiento del dinero lo que permitió a la sociedad profundizar la división del trabajo y lograr así un crecimiento económico a través de la especialización. Las personas más pobres de nuestra época disfrutan de lujos que los monarcas más poderosos de no hace mucho tiempo ni siquiera podían imaginar. Si el sistema de precios o la moneda se destruyesen o alterase significativamente, el cálculo económico sería imposible y la sociedad volvería rápidamente a una situación de subsistencia similar al de las civilizaciones más antiguas. No habría posibilidad de acumular bienes de capital hasta el surgimiento de una nueva moneda que sirva de referencia.
Supongamos que una empresa encargada de proveer energía eléctrica pide a su equipo de ingenieros que le prepare un proyecto para construir una represa hidroeléctrica. Los ingenieros pueden presentar una gran variedad de ideas mostrando las bondades y falencias de cada uno, también puede haber proyectos similares donde las diferencias se encuentren en la calidad o cantidad de productos requeridos para su construcción. No importa cuánta información técnica se presente, sin un sistema de precios no hay forma de saber cuál de todos los proyectos es el más adecuado. Si se construye una represa demasiado grande se estarán quitando recursos marginales que son más necesarios en otros procesos productivos. Si se opta por un proyecto demasiado pequeño, no se estarán asignando los recursos suficientes. Incluso puede suceder que lo óptimo sea no construir la represa. La información tecnológica de los ingenieros no muestra el costo de oportunidad del proyecto. Sin el sistema de precios y el cálculo económico no hay forma de optar entre las distintas alternativas. Es imposible pensar en una sociedad o en la división del trabajo sin un sistema de precios y, como fácilmente podemos deducir de estos ejemplos, cualquier alteración “artificial” al sistema de precios llevará a decisiones equivocadas y por lo tanto a una mal asignación de recursos. El precio es un fenómeno propio del libre mercado, cualquier desvió respecto a las preferencias individuales hará que los mismos no reflejen fielmente los procesos productivos adecuados.
El sistema de precios se encuentra en permanente cambio porque las condiciones que lo originan se encuentran en constante evolución. No importa si estas alteraciones son pequeñas o grandes, la tarea de la economía es estudiar los cambios, su origen y consecuencias. A medida que transcurre el tiempo, nueva información entra el mercado pudiendo llevar a ajustes en el sistema de precios. No es la fluctuación de los precios lo que debería ser considerado un problema, sino el porqué no ha sucedido antes. Ante un cambio en las preferencias y por lo tanto en los actos humanos, es necesario un cambio en el sistema de precios para ajustar las rentabilidades e indicar a las fuentes productoras que es lo que deben hacer. Si los precios fuesen rígidos, la economía no tendría cómo ajustarse a los nuevos deseos de los individuos.
Uno de los errores más difundidos en cuanto al sistema de precios es creer que es necesario lograr una estabilidad del mismo. Cualquier ajuste en el sistema de precios genera beneficios para quienes los previeron correctamente y pérdidas para quienes el cambio fue inesperado. Con un sistema de precios estable, no hay “ganadores ni perdedores”, por lo que se argumenta que la estabilización es un método justo “socialmente” que no traerá grandes movimientos en la economía. Sin embargo, lo único estable en el ser humano es el cambio en sus preferencias y juicios de valor. Este concepto de estabilización no tardó en verse encerrado en contradicciones y falsos supuestos.
Se conocen distintas corrientes y procedimientos que al final terminaron basándose en una estabilidad del poder adquisitivo del dinero. El método más difundido consiste en contrastar el dólar con una canasta de bienes que un ama de casa debe comprar para proveer a su hogar. Si la cantidad de dinero necesario para adquirir esta canasta cambia, entonces se deduce que el poder adquisitivo del dinero también se ha alterado. El fin de las políticas de estabilización es mantener el precio de la canasta lo más estable posible. Esto sería correcto si nuestra ama de casa y su canasta imaginaria de bienes fuesen constantes, así como la importancia de cada uno de los bienes que la forman. Sin embargo, en el mundo real, nada de esto es permanente. Lo único constante en la economía es el continuo cambio.
No sólo se están ignorando estos movimientos, sino que tampoco se está teniendo en cuenta la distinta calidad de bienes similares. Es un error analítico comparar bolsas de trigo con bolsas de trigo de manera superficial, por no hablar de otros bienes más diversos como pueden ser vestimentas, electrodomésticos o automóviles. Puede ser que para el ojo del estadista, todas las bolsas de trigo, o los distintos electrodomésticos sean iguales, pero para el productor, vendedor y comprador la diferencia entre una bolsa de trigo en buen estado y otra en mal estado es clara y evidente. Un cálculo teóricamente correcto del poder adquisitivo del dinero debe considerar todos y cada uno de los bienes existentes en la economía sin agregar, y no sólo una canasta de los mismos. Cualquier selección y agregación de bienes termina siendo arbitraria y por lo tanto sesgada.
Una de las razones por la que debe recurrirse a estas canastas es porque resulta prácticamente imposible saber la cantidad de dinero utilizada en cada bien en un momento dado. Sin embargo, esto genera otros problemas. En primer lugar, se vuelve necesario asignar coeficientes de importancia a cada uno de los bienes, y asignar un peso relativo igual a todos los bienes no es menos arbitrario que dar coeficientes distintos a los componentes de la canasta. En segundo lugar, también es necesario calcular, por ejemplo, promedios de la información recolectada. Sin embargo, hay diferentes métodos para calcular estos promedios. El aritmético, el geométrico, el harmónico, y la media o “quasi-promedio”, donde cada uno lleva a un resultado distinto. No hay forma objetiva de decidir cual es el promedio “verdadero”, cualquier decisión que se tome al respecto deber ser necesariamente arbitraria. A todo esto se suma el problema que constantemente surgen nuevos bienes y servicios en la economía mientras otros desaparecen o cambian su calidad.
Si esto fuese lo único a tener en cuenta, una correcta recolección de datos, el problema de la medición del poder adquisitivo del dinero sería teóricamente posible, aunque no se disponga de la tecnología y recursos necesarios. Sin embargo, hay otros problemas que lo vuelve teóricamente inviable. Las valuaciones de los individuos varían constantemente, dando distinta importancia relativa a cada uno de los bienes. No sólo eso, sino que las preferencias de los distintos individuos no coinciden, sino que varían de individuo a individuo. Estos juicios de valor son de carácter subjetivo, no pueden predecirse y mucho menos modelizarse. Si el mundo se encontrase en una situación de absoluta estabilidad, donde todos los días son iguales porque las preferencias de los individuos son inmutables, el poder adquisitivo del dinero no podría cambiar. Todos los supuestos necesarios para llevar a cabo estos cálculos son contradictorios con la finalidad que se busca. El análisis teórico de la economía puede decir si el poder adquisitivo del dinero se movió y hacia donde, pero no se pueden medir estas variaciones. No es que no se disponga de una teoría adecuada, sino que no puede haberla. No hay forma de medir el valor asignado por los individuos a los distintos bienes y servicios, por lo tanto no pueden realizarse mediciones de carácter teórico en la economía.
La complejidad de los métodos estadísticos que buscan medir variaciones en el tipo de cambio sólo puede presentar información histórica más o menos precisa de ciertos precios en determinados lugares y momentos. En períodos de cambios leves, estos métodos no brindan información interesante. En períodos de inflación y de fuertes cambios en los precios, la información que presentan es ligera y no sirve para predecir la situación futura. Estos índices muestran “niveles” de precios, pero no cambios en los precios relativos dentro de sus canastas, que es lo relevante. Posiblemente, un ama de casa conozca mejor el movimiento de precios de los bienes que requiere para su hogar que lo que un promedio de precios puede decir a través de una hipotética canasta. Si esta ama de casa observa dos o tres bienes para medir los movimientos en el nivel de precios no esta siendo menos científica, ni precisa, ni objetiva que el estadista que utiliza complejas fórmulas matemáticas y promedios.
Todos estos métodos estadísticos pueden ser útiles para ciertos fines prácticos, pero no pueden presentar aportes teóricos relevantes. Como el análisis económico es de carácter apriorístico, supuestos falsos deben llevar necesariamente a conclusiones falsas o a conclusiones verdaderas de manera accidental. En el análisis teórico de la economía no hay lugar para las mediciones o las cantidades. La economía es una ciencia cualitativa, no cuantitativa, hay que tener cuidado de no confundir métodos estadísticos o matemáticos con fines prácticos con desarrollo o análisis teórico.
Otro de los errores es creer que los precios deben ser estables para poder realizar el cálculo económico correctamente sin sesgos o errores. Sin embargo, el hecho de que el poder adquisitivo del dinero se encuentre en constante cambio y ajuste no implica que el cálculo económico no pueda realizarse correctamente. Como ya vimos, toda actividad empresarial y productiva se hace en miras a cuáles serán los precios futuros, partiendo de los precios del pasado inmediato. Lo que el cálculo económico requiere para no llevar a decisiones equivocadas es un libre mercado donde los precios reflejen fielmente los deseos de los individuos que no se encuentre viciado por política económica o monetaria.
Suele sostenerse también, que es necesario que los precios presenten un leve pero sostenido incremento a lo largo del tiempo, de lo contrario los empresarios y fuentes productoras no podrían obtener las ganancias suficientes para seguir operando y la economía se estancaría. Todo lo dicho en este pensamiento es equivocado. El cálculo económico se basa en estructuras de precios futuros que no se conocen y donde las rentabilidades pueden darse tanto en precios que sean estables como en precios que crecen o disminuyen. Este error surge de pensar el proceso productivo de la economía como una serie de capas superpuestas una encima de la otra. Sin embargo, lo que para uno puede ser un bien final, para otro puede ser uno de los primeros recursos productivos. La economía es una trama que se relaciona en todas direcciones, y no solo de “abajo hacia arriba”, los “modelos” que representan la economía en forma de capas superpuestas no pueden captar completamente los alcances del cálculo económico, dando lugar a este tipo de confusiones.
El movimiento de precios altera las rentabilidades y por lo tanto indica el camino a las fuentes productoras hacia donde deben llevar sus esfuerzos. Los empresarios más agudos serán los primeros en llegar y cosechar las mayores ganancias, pero sostener que el nivel de precios debe presentar un leve y sostenido incremento para que tales ganancias existan es fruto de una errónea y excesiva simplificación de las relaciones dentro de la economía.