VENEZUELA, CAPITALISMO DE ESTADO, REFORMA Y
REVOLUCIÓN
Edgardo González Medina
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Un mundo en que apenas los países mas desarrollados habían comenzado a manipular teorías económicas no podía esperar que fuesen los venezolanos quienes cifrasen una estrategia económica susceptible de oponer los intereses nacionales a los de las grandes potencias. Había intentos de industrialización, y planteamientos más o menos desarrollistas. Pero ninguna teoría, tampoco, podía explicar con la debida suficiencia la sustitución del ingreso petrolero por alguna otra rama industrial en particular. Para el mundo académico podía ser significativo que los recursos estuviesen empleados, pero no se preguntaba si el empleo debía ocurrir necesariamente en una industria de medios de producción o de consumo final. Eran tiempos de inquirirse acerca de dónde debía originarse un proceso o ciclo económico que deviniera en más salario, demanda, ingreso, y nuevas inversiones. Aún admitiéndose como necesario el planteamiento general, no estaba claro si debía comenzarse produciendo alimentos o máquinas. En momentos originarios como el que se vivía, la producción de medios de producción no constituía el problema que más adelante, arrancada la industrialización, se expresaría como fenómeno de la dependencia estructural y técnica del sistema productivo dominante. Plegarse a una teoría que dividiera los productores en dos polos: Bienes de Consumo y Bienes de Inversión, significaba antes que todo admitir pacientemente la suerte de un país destinado a producir bienes de consumo intermedio o final, y suponer una reciprocidad utópica con el mercado externo, una especie de sublimación de las esperanzas de equilibrio global. En contrario, no menos suerte corrían quienes al plantearse la solución de la diversificación productiva, alcanzable por medio de la generación de un circuito de demanda de las dos clases de bienes, no podían despegar las últimas hojas de la tesis en que emergía el desequilibrio, el ciclo económico, la dinámica económica, y sobre todo lo que ya constituía verdaderas leyes de la disciplina económica: rendimientos decrecientes, tendencia decreciente de la tasa de ganancia, etc.
No podía suponerse en esta perspectiva, que un Estado saliendo de la rigidez dictatorial era campo propicio para la siembra de una economía dinámica, y por ello las medidas gubernamentales llegaban a ser solo paliativas de los problemas críticos, como lo fueron las políticas ante el crecimiento de la masa monetaria. La guerra deja a los países desarrollados triunfantes con ejércitos poderosos. EE.UU. es en definitiva la primera potencia militar e industrial, y la dependencia de la región se acentuaría progresivamente. Para el 15 de febrero de 1945 Venezuela se había declarado en estado de beligerancia con Alemania y Japón, cuando ya los norteamericanos habían liberado Italia, los franceses pasado el Rin, el tercer ejército estadounidense penetrado Alemania y los soviéticos ocupado Varsovia. En 1945 los soldados soviéticos conquistarían Berlín y dos días luego se unirían las tropas de EE.UU., así como a los seis días se suicidaría Hitler. El 6 agosto de 1945 sería arrojada la bomba atómica sobre Hiroshima y el día 9 sobre Nagasaki.
No era mera fatuidad la declaración venezolana de beligerancia. El 22 de febrero de 1945 se celebró en México la Conferencia Interamericana sobre problemas de guerra y paz, cuyo título tolstoyano no pudo esconder que los EE.UU. fue el país que redactó las declaraciones de solidaridad y colaboración continental. En la Conferencia se recomienda la creación de un organismo militar permanente regional, la renovación del equipo mecánico en América, y se trata una variedad de problemas económicos y políticos que van desde la declaración de derechos humanos hasta la organización de la distribución de productos en la región. Se redacta la Carta Económica de las Américas, donde se tacha acerbamente al nacionalismo económico y se emplaza al tratamiento justo de los capitales extranjeros. Esta reunión es uno de los prolegómenos de la reunión de la ONU, del 25 de abril en San Francisco, donde se aprobaría un nuevo estatuto para la paz que reinaría, siendo en verdad solamente un silencio transitorio de los cañones, ya que la guerra seguiría ahora con la agresiva política económica de las potencias triunfantes.
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